sábado, 13 de enero de 2018

Letra 553, 14 de enero de 2018

ANTE UN NUEVO AÑO
Juan Antonio Monroy
Protestante Digital, 10 de enero de 2018

Se nos ha ido otro año. Nos hemos ido nosotros. Parte de nuestro ser. En los umbrales de 2018 puede resultar provechoso para el espíritu y para las intenciones considerar la brevedad de la vida terrena, que en la Biblia se ilustra por medio de diferentes imágenes. Seis de ellas pertenecen al rico y aleccionador Salmo 90. Veamos.

Como un día
La primera figura que usa el autor del Salmo es el día, un día normal, de 24 horas. Dice: “Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó” (Sal 90:4). Para Dios no existe el tiempo. Él se mueve en la eternidad. Ante sus ojos, un día es igual a mil años. Y en otro lugar de la Biblia se dice que mil años son para Él como un día (2 P 3.8).

Como una vigilia nocturna
Al salmista le parece demasiado comparar la vida humana a un día de 24 horas y reduce aún más la figura. Dice que la vida es “como Una de las vigilias de la noche”. La noche tiene cuatro vigilias de tres horas de duración cada una: De seis a nueve, de nueve a doce, de doce a tres, y de tres a seis de la mañana. Una vigilia, pues, equivale a tres horas. Según esto, la vida humana, con toda su grandeza, a los ojos de Dios solo son 180 minutos de nuestro reloj.

Como un torrente de agua
Este mismo Salmo añade que la vida del hombre en la tierra es semejante a un torrente de aguas. El texto, literalmente, dice: “Los arrebatas como con torrente de aguas” (Salmo 90:5). Otra versión dice “como avenida de aguas”. La idea es la misma. Sugiere la precipitación, la rapidez, la fugacidad. Estas mismas figuras inspiraron a Jorge Manrique sus famosas “Coplas”, que compuso a la muerte de su padre. Nuestras vidas –dice el poeta- son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir.

Como un sueño
Resultado de imagen para juan antonio monroyEl Salmo escrito por Moisés prosigue diciendo que la vida es “como un sueño” (Salmo 90:5). Nada hay tan irreal ni tan fantástico como el sueño. En esa inconsciencia del dormir vivimos las más grandes aventuras sin movernos para nada de la cama. Unas veces nos invaden pesadillas tétricas, horrendas, espeluznantes. Otras disfrutamos los placeres más refinados; pero siempre en sueños. Siempre en un mundo irreal. En un espacio brevísimo de tiempo. Así de breve y de irreal dice el salmista que es nuestra vida. También lo dijo Calderón rimando las palabras: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”.

Como la hierba
A continuación, se añade que la vida del ser humano sobre la tierra es semejante a la hierba del campo (versículo 6). También Isaías se vale del mismo símil. La vida es tan desesperadamente breve, que Dios ordena al profeta gritar al pueblo esta verdad: “Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo” (Isaías 40:6-7). En el texto de Isaías se menciona, además de la vida humana, la gloria efímera que a veces suele adornar esta vida. El hombre es poca cosa, pero menos aún es su gloria, la gloria terrena.

Como un pensamiento
Aclara Moisés: “Acabamos nuestros años como un pensamiento” (versículo 9). Y así es, efectivamente. No cabe mejor figura que el pensamiento para darnos a entender la brevedad de la vida. La rapidez del pensamiento permite que recorramos el mundo en un segundo, viajando en alas de la imaginación por las más apartadas regiones. Decir que acabamos los años como un pensamiento es decir que la vida humana, vista desde arriba, no dura más que segundos. El nacer, vivir y morir son tres episodios de duración limitada, aunque nosotros hablemos de ellos como de “toda una vida”. Entre la cuna y la tumba no hay más que un instante de tiempo, viéndolo como lo ve Dios. Job vivió 248 años. Fueron años como los nuestros. Exactamente iguales. Con todo, en el capítulo 14 de su libro, uno de los más antiguos que tenemos en la Biblia, dice que toda su existencia pasó tan rápida como una sombra. Estas son sus palabras: “El hombre nacido de mujer, corto de días y hastiado de sinsabores, sale como la flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece” (Job 14:1-2). En otros capítulos de su libro emplea distintas imágenes para destacar el carácter efímero de la vida humana. “Mis días –dice en 7:6- fueron más veloces que la lanzadera del tejedor”. En el versículo 16 de este mismo capítulo, añade: “Mis días son vanidad”. El sustantivo “vanidad” tiene aquí significado de frustración, de vacío.

Como una neblina
Santiago, en la epístola que escribió y que figura íntegra en el Nuevo Testamento, compara la vida humana a la neblina. Dice así: “¿Qué es nuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). Por medio de este símil el autor sagrado quiere enseñarnos dos cosas: Una, que nuestra presencia en la tierra es temporal. Aparecemos y desaparecemos con la fugacidad de la neblina. Y dos, que en todo momento dependemos de Dios, quien puede llamarnos a su presencia cuando Él se lo proponga.

Como el humo
Hay un texto en la Biblia, en el Salmo 102, que compara la vida humana al humo. Este Salmo fue escrito por David hace unos tres mil años. Sin embargo, como el resto de la Biblia, es de permanente actualidad. Dice el autor del Salmo, dirigiéndose a Dios: “Mis días se han consumido como humo, y mis huesos cual tizón están quemados” (Salmo 102:3). Todo el Salmo es una oración lamentativa, que tiene como tema la tristeza de la vida y su brevedad. La existencia es como humo que pasa. Unos versos latinos de la Edad Media, recogidos por Papini, dicen que el hombre es humo y su final ceniza. Entre el nacer y el morir “no hay sino un inútil y perezoso penacho de humo, que los aduladores denominan fama”.

Como una caña
En el Nuevo Testamento Cristo compara la vida humana a una caña mecida por el viento. Hablando de Juan el Bautista, dice a la gente: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?” (Lucas 7:24). Por el contexto de esta frase se deduce que la intención de Cristo es confirmar la extraordinaria personalidad del Bautista. Juan era hombre valiente, decidido, recto y firme en su denuncia del mal. No era de carácter voluble, como la caña que es mecida por el viento. Esta es la lección real. Pero además de la interpretación literal el texto permite una metáfora deductiva. Por su brevedad, por su fragilidad, por la inconstancia del tiempo, la vida humana puede compararse perfectamente a la débil caña que se cimbrea a capricho del viento. En otro lugar de la Biblia Cristo compara la vida del hombre en la tierra a “una caña cascada” (Mateo 12:20).

Propósitos de año nuevo
En el Antiguo Testamento, primera parte de la Biblia, hay un viejo libro de carácter histórico que contiene episodios de los jueces israelitas. El capítulo cinco de este libro recoge un bello poema épico escrito por una poetisa judía llamada Débora. Fue compuesto para celebrar la batalla de las tribus judías contra el ejército de Sísara, general pagano al servicio del rey Asor, opresor de los judíos. El cántico de Débora tiene 31 estrofas. En ellas describe las distintas actitudes mantenidas por las tribus judías en el curso de la batalla. Cuando llega a la tribu de Rubén, dice: “Entre las familias de Rubén hubo grandes propósitos del corazón” (Jueces 15:16). Fue todo lo que hubo. Propósitos, buenas intenciones, pero nada más. Dejó que las demás tribus pelearan. Ellos prefirieron quedarse “entre los rediles, oyendo los balidos de los rebaños”. Cuando suenan las doce campanadas decimos sin convicción: “Año nuevo, vida nueva”. Después, todo sigue igual. Lamentable.
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LA LIBERTAD CRISTIANA (1520)
Martín Lutero

Por eso nos describen los Salmos, especialmente el Salmo 119, al profeta clamando sólo por la Palabra de Dios. Asimismo se considera en la Sagrada Escritura como el mayor castigo y como señal de la ira divina, si Dios retira a los hombres su Palabra. Por el contrario, la mayor gracia de Dios se manifiesta cuando él la envía según leemos en el Salmo 10611: “Envió su Palabra y con ella les socorrió”. Únicamente para predicar la Palabra de Dios ha venido Cristo al mundo y con este exclusivo fin fueron llamados e impuestos en sus cargos todos los apóstoles, obispos, sacerdotes y eclesiásticos en general, aunque respecto a estos últimos hoy, desgraciadamente, no lo parezca.

6. Acaso preguntes: ¿qué palabra es esa que otorga una gracia tan grande y cómo deberé usar tal palabra? He aquí la respuesta: La Palabra no es otra cosa que la predicación de Cristo, según está contenida en el Evangelio. Dicha predicación ha de ser –y lo es realmente– de tal manera que al oírla oigas hablar a Dios contigo quien te dice que para él tu vida entera y la totalidad de tus obras nada valen y que te perderás eternamente con todo en cuanto en ti hay. Oyendo esto, si crees sinceramente en tu culpa, perderás la confianza en ti mismo y reconocerás cuán cierta es la sentencia del profeta Oseas: “Oh Israel, en ti sólo hay perdición: que fuera de mí no hay salvación” (13.9). Mas para que te sea posible salir de ti mismo, esto es, de tu perdición, Dios te presenta a su amadísimo Hijo Jesucristo, y con su palabra viva y consoladora, te dice: Entrégate a él con fe inquebrantable, confía en él sin desmayar. Por esa fe tuya te serán perdonados todos tus pecados; será superada tu perdición; serás justo, veraz, lleno de paz, bueno; y todos los mandamientos serán cumplidos y serás libre de todas las cosas, como San Pablo dice: “Mas el justo solamente vive por su fe” (Ro 1.7). Y también: “Porque el fin y cumplimiento de la ley es Cristo para todos los que en él creen” (Ro 10.4).


7. Luego la única práctica de los cristianos debería consistir precisamente en lo siguiente: grabar en su ser la palabra y a Cristo, y ejercitarse y fortalecerse sin cesar en esta fe. No existe otra obra para el hombre que aspire a ser cristiano. Así lo indicó Cristo a los judíos cuando éstos lo interrogaron acerca de las obras cristianas que debían realizar y agradables a Dios, diciendo: “Esta es la única obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6.29). Pues sólo a Cristo ha enviado Dios como objeto de la fe.

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