San Pedro en penitencia (1630-1640), José de Ribera (España, 1591-1652)
7 de enero, 2018
Honren a Cristo como Señor, y
estén siempre dispuestos a explicarle a la gente por qué ustedes confían en
Cristo y en sus promesas.
I Pedro 3.15, TLA
El testimonio cristiano, tal como lo expone el apóstol Pedro
en su primera carta, respondió a la situación imperante en su tiempo para
mostrar las acciones de Dios en su Hijo Jesucristo. Dirigida a “los extranjeros
de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1.1),
amplias regiones del imperio romano. Se trataba de un conjunto de expatriados,
no necesariamente judíos, pero que por alguna razón se habían establecido en
esos territorios. La palabra usada, parepidemos,
tiene una connotación más amplia: “Se refiere a alguien que está ajeno al demos, al pueblo legalmente reconocido y
organizado. La expresión conexa paroikos
(lo que está fuera del oikos, la
casa), que figura en 1.17 y 2.11, tiene connotaciones de tipo social y
político, con consecuencias en la vida cultural”.[1] Eran
personas sin derechos ciudadanos completos, que se encontraban al margen y con
fuertes desventajas sociales. La designación también incluía a los pobres de zonas
rurales que dependían de un enclave urbano, razón por la cual nunca podrían
llegar a tener prestigio socio-cultural.
Con ese auditorio en mente, el apóstol presenta las
características del mensaje cristiano a partir del plan divino basado en la
elección (1.2). La exhortación consiste en experimentar una vida nueva mediante
la obediencia y el buen testimonio ante los demás. En el cap. 2, la carta se
refiere a la formación del “nuevo pueblo de Dios” en lo que se ha visto
doblemente como una reconstrucción de la antigua fe de Israel como pueblo
originario (2.4-5) y como germen de un nuevo sacerdocio amplio, practicado por
todos los creyentes (2.9-10). Luego de referirse al respeto por las autoridades
y a las responsabilidades de los esclavos ante el poder, en el cap. 3 introduce
recomendaciones para la vida conyugal y cotidiana (3.1-12) enfatizando el
excelente testimonio que se esperaba de todos ellos como seguidores de Cristo.
A continuación, el texto “vuelve
a su tema favorito: el sufrimiento en razón de la fe que profesan (3.13-14). […]
Es posible que la extrañeza ante el proceder de los cristianos fuera
acompañada, a veces, de hostilidad y agresividad, sobre todo por ser los
creyentes de clase humilde” (La Biblia de
Nuestro Pueblo). La situación imperante podría favorecer el testimonio de
su “esperanza”. “Es interesante que fuera la esperanza el aspecto llamativo de
los cristianos y lo que causara extrañeza a los paganos, a quienes Pablo se
refiere en Ef 2.12 como gente sin “esperanza y sin Dios en el mundo”.
La
recomendación de llevar a cabo la tarea evangelizadora con conocimiento de causa” es una lección práctica en un contexto
de pluralismo religioso, tal como lo vivimos ahora: “estén dispuestos a
defender —su esperanza— ‘con modestia y respeto, con buena conciencia’ (16),
pero firmes en la fe”. Si el testimonio evangélico acarrea persecución y
sufrimiento, ello los hará parecidos a Jesucristo (18). Para darles ánimo y esperanza
en la victoria final, se propone el ejemplo del sufrimiento inocente del Señor,
cuya resurrección por el Espíritu trajo la oferta de salvación universal a
todos.
El ímpetu “misionero” del Hijo de Dios se manifestó incluso escatológicamente,
es decir, que el apóstol interpreta la estancia de Jesús “en los infiernos”
(las partes bajas de la tierra, 19-20a) como una ocasión adicional para proclamar su mensaje. Podría decirse que su presencia, incluso
en esos lugares terroríficos, no podía ser más que de bendición. Pedro había
aprendido bien las lecciones recibidas directamente del Señor (Cullmann).
[1] Néstor
Míguez, “Cristianismos originarios: Galacia, el Ponto y Bitinia”, en RIBLA, núm. 29, 1997, p. 87, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#26-38.
No hay comentarios:
Publicar un comentario