VIVAMOS EL AÑO AGRADABLE DEL SEÑOR
Óscar Margenet
Protestante
Digital, 6 de enero de 2018
De amigos y colegas distribuidos en todos los
continentes nos siguen llegando deseos de un buen año 2018. El efecto del ‘año
nuevo’ del calendario occidental caló hondo en cristianos, judíos, musulmanes,
budistas, sintoístas, hindúes, ateos y agnósticos. Internet contribuye para que
saludemos a los que también celebran su año nuevo según sus calendarios; i.e. el hebreo, el musulmán o el chino.
Resultará de interés para algunos
lectores recordar que el nuestro es el calendario gregoriano, y que tuvo su
origen en España. En efecto, el papa Gregorio XIII fue su promotor y promulgó
su uso por medio de la bula Inter
Gravissimas en 1582, para sustituir al calendario juliano instaurado por el
emperador Julio César en el año 46 antes de Cristo. Gregorio se basó en dos
estudios realizados por científicos de la Universidad de Salamanca en 1515 y
1578. De allí surgió el actual calendario que fue inicialmente usado en España,
Italia y Portugal, se extendió por toda Europa y fue adoptado por Gran Bretaña
y sus colonias americanas, recién en 1752.
El calendario que ilustra este
primer artículo del presente año, aparte de numerar las cincuenta y dos semanas
que lo componen, y de solo marcar el 1 de enero y el 25 de diciembre como
festivos, está organizado de modo de comenzar cada semana con el ‘domingo’ y
terminar con el ‘sábado’. Contar así los días me ayuda a entender mejor los
términos bíblicos del séptimo día o día de reposo judío (sabath), y lo del primer día tan ligado a la primitiva iglesia
cristiana por ser el de la resurrección del Señor Jesucristo. El nombre domingo
no figura en el NT pues recién se adoptó al crearse la iglesia imperial romana
en el siglo IV (06).
El título del artículo es
consecuencia del último del año 2017 ‘¡Feliz Vida Nueva!’. La intención es
comenzar este año reflexionando si estamos, o no, viviendo ‘el año agradable
del Señor’. Esta frase profética no se limita a los 12 meses, o 52
semanas, o 365 días que comenzamos a vivir cada 1 de enero. Mucho mejor que
eso, señala que esta era que vivimos es ‘una era de gracia’; que comenzó con
Jesucristo y terminará cuando Él regrese, en el año, mes, semana, día y hora
que nadie – sólo Dios Padre – conoce (08). Y nos insta a saber aprovecharla y
disfrutarla; a estar dispuestos a ayudar a otros para que la disfruten.
También marca la necesidad de
reflexionar a futuro; porque llegará el día en que tendremos que rendir cuenta
sobre qué hicimos durante “el año agradable del Señor”. Cuando llegue ese día
ya no habrá una ‘segunda oportunidad’. Para nadie.
No se trata, entonces, de asociar “el
año agradable del Señor” al trabajo que tenemos, a la buena salud que gozamos,
a haber encontrado una casa o un coche nuevo, a tener una familia hermosa,
haberse enamorado o casado con la chica o el chico de nuestros sueños. Si así
no fuese ¿qué quedaría para los desempleados, los enfermos, los sin techo, los
de a pie, los huérfanos, las familias rotas, los solitarios, los que
enviudaron, los despechados, separados o divorciados?
Veamos entonces en qué consistía la
celebración de este ‘año agradable’ para los israelitas, en el AT y para toda
la humanidad en el NT.
I. En el Antiguo Testamento
Era una fiesta que se celebraba cada cincuenta años (09).
En ella, entre otras cosas:
1. Los que habían perdido sus propiedades, por las
causas que fueran, las recobraban de pleno derecho.
2. Los que tenían deudas, les eran
perdonadas por sus acreedores.
3. Los que estaban en condición de
esclavitud, eran liberados por sus amos.
Cada medio siglo se equilibraba la
relación de los que más tenían con los que menos tenían. La riqueza material
era así manejada por un espíritu de justicia solidaria para con los menos
favorecidos.
¿No se parece esto al “Bien Común”,
por el que algunos abogan y hasta luchan, a lo largo de la historia tantas
veces en vano?
II. En el Nuevo Testamento
1. El ‘año agradable del Señor’ no es un período de medio
siglo, sino de muchos siglos. Comenzó el día que Jesús afirmó en la sinagoga de
Nazaret: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.”
2. Este periodo culminará al regresar nuestro Señor a la
tierra, como prometió.
3. Cualquier persona —sea cual sea su condición— de
manera gratuita puede hacer suyas las riquezas del ‘año agradable del
Señor’ consistentes en: a) la
buena noticia a los que sufren de pobreza material y espiritual; b) la total sanidad a los quebrantados
de corazón; c) la plena libertad a
los cautivos; d) la visión perfecta a
los ciegos; e) la liberación de su
pesada carga a los oprimidos; y f) el
perdón de sus deudas al pecador.
Conclusión
Abramos nuestra mente, predispongamos nuestro corazón y
escuchemos a Aquél que, desde la eternidad nos convoca hoy. De la pluma del
salmista leemos acerca de Dios: “Porque mil años delante de tus ojos son como
el día de ayer, que pasó, Y como una de las vigilias de la noche.” Y del apóstol
Pedro aprendemos: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un
día es como mil años, y mil años como un día”.
Por pura gracia del eterno Dios
estamos viviendo ‘el año agradable del Señor’. La enseñanza del Antiguo Testamento,
con la figura del jubileo, tiene su cumplimiento y aplicación completa en el
Nuevo Testamento a partir de la obra de Jesucristo. Por Él recobramos los
valores perdidos a causa de nuestra desobediencia; en Él nuestros pecados son
perdonados y nuestra deuda con Dios es saldada. Porque Jesucristo es la Verdad,
al conocerle somos verdaderamente libres de la esclavitud del pecado y del
sistema mundanal; se nos imparte fe, vida eterna, consuelo, esperanza y paz.
Su invitación sigue en pie en este
tercer milenio: “Venid á mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo
os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi
yugo es fácil, y ligera mi carga.” Reconocer lo que Él es y hace —en y a través
de nosotros— afirma nuestra fe, nos hace ver con gratitud todas las bendiciones
que de Él recibimos a diario. Por esa razón no ignoremos la recomendación que
encontramos en su Palabra que es fiel y verdadera: “Así que, recibiendo
nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios
agradándole con temor y reverencia”.
No nos cansemos de hacer el bien, y
en obediencia a la Buena Noticia de salvación alentemos a los que tengamos
cerca a recibir y gozar las bendiciones que Dios brinda por medio de Su Hijo.
Utilizando las palabras del apóstol Pablo repitamos a quien nos preste sus
oídos: “Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a
que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te
he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo
aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. Vivamos el ‘año agradable del
Señor’ a lo largo de todo el 2018.
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LA LIBERTAD CRISTIANA (1520)
Martín Lutero
1. A
fin de que conozcamos a fondo lo que es el cristiano y sepamos en qué consiste
la libertad que para él adquirió Cristo y de la cual le ha hecho donación –como
tantas veces repite el apóstol Pablo– quisiera asentar estas dos afirmaciones:
El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El
cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos. Ambas
afirmaciones se encuentran claramente expuestas en las epístolas de San Pablo
[I Co 9.19]: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos”. Asimismo: “No debáis a nadie
nada, sino el amaros unos a otros” [Ro 13.8]. El amor empero es servicial y se
supedita a aquello en que está puesto; y a los gálatas donde se dice de Cristo mismo: “Dios envió a su hijo, nacido de
mujer y nacido bajo la ley” [Gál 4.4].
2. Para poder entender ambas
afirmaciones, de por sí contradictorias, sobre la libertad y la servidumbre,
pensemos que todo cristiano posee una naturaleza espiritual y otra corporal.
Por el alma se llama al hombre espiritual, nuevo e interior; por la carne y la
sangre, se lo llama corporal, viejo y externo. A causa de esta diferencia,
también la Sagrada Escritura contiene aseveraciones directamente
contradicto-rias acerca de la libertad y la servidumbre del cristiano.
3. Si examinamos al hombre interior,
espiritual, a fin de ver qué necesita para ser y poder llamarse cristiano bueno
y libre, hallaremos que ninguna cosa externa, sea cual fuere, lo hará libre, ni
bueno, puesto que ni su bondad, ni la libertad ni, por otra parte, su maldad ni
servidumbre son corporales o externas. ¿De qué aprovecha al alma si el cuerpo
es libre, vigoroso y sano, si come, bebe y vive a su antojo? O ¿Qué daño puede
causar al alma si el cuerpo anda sujeto, enfermo y débil, padeciendo hambre, sed
y sufrimientos, aunque no lo quiera? Ninguna de estas cosas se allega tanto al
alma como para poder libertarla o esclavizarla, hacerla buena o perversa.
4. De nada sirve al alma, asimismo,
si el cuerpo se recubre de vestiduras sagradas, como lo hacen los sacerdotes y
demás religiosos, ni tampoco si permanecen en iglesias y otros lugares
santificados, ni si sólo se ocupa en cosas sagradas: ni si hace oraciones de
labios, ayuda, va en peregrinación y realiza, en fin, tantas buenas obras que
eternamente puedan llevarse a cabo en el cuerpo y por medio de él. Algo
completamente distinto ha de ser lo que aporte y dé al alma bondad y libertad,
porque todo lo indicado, obras y actos, puede conocerlo y ponerlo en práctica
también un hombre malo, impostor e hipócrita. Además, con ello no se engendra
realmente, sino gente impostora. Por otro lado, en nada perjudica al alma que
el cuerpo se cubra con vestiduras profanas y more en lugar no santificado,
coma, beba, no peregrine, ni ore, ni haga las obras que los hipócritas
mencionados ejecutan.
5. Ni en el cielo ni en la tierra
existe para el alma otra cosa en que vivir ser buena, libre y cristiana que el
Santo Evangelio, la Palabra de Dios predicada por Cristo, como él mismo dice:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, vivirá eternamente” [Jn
11.25]. Asimismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Además: “No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Por
consiguiente, no hay duda de que el alma puede prescindir de todo, menos de la
Palabra de Dios: fuera de esta, nada existe con que auxiliar al alma. Una vez
que ésta posea la Palabra de Dios, nada más precisará; en ella encontrará
suficiente alimento, alegría, paz, luz, arte, justicia, verdad, sabiduría,
libertad, y toda suerte de bienes en superabundancia.
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