Gustavo Doré, El rey Ciro devuelve los utensilios del templo
13 de enero, 2019
Entonces se
levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín, y los
sacerdotes y levitas, todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios para subir a
edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén. Esdras
1.5, TLA
La segunda parte de
Esdras 1 (vv. 5-11) agrega nuevos detalles a la situación extraordinaria que
representó la decisión de Ciro anunciada en su decreto. La respuesta de los
jefes de las familias de Judá y Benjamín, así como de los sacerdotes y levitas
fue, al parecer, unánime: se encaminaron a Jerusalén a fin de edificar la casa
de Yahvé, que como bien subraya el texto, por segunda vez, “está en Jerusalén”
(vv. 2b, 5). Y de la manera en que se anunció en el decreto real, recibieron
ayuda de muchas personas en especie (v. 6: metales preciosos, bienes, ganado…).
Al mismo tiempo, el propio rey Ciro II, el Grande, fundador del imperio persa
aqueménida (llamado así por causa de Aquemenes, fundador del linaje, 700 a.C.,
aprox.) devolvió los utensilios del templo que había llevado Nabucodonosor a
Babilonia (vv. 7-10). Detrás de este gesto resuenan las palabras proféticas de
Isaías dirigidas a los desterrados: “Ustedes, / pónganse en marcha, / ¡salgan
ya de Babilonia! / Ustedes que transportan / los utensilios del templo, / ¡no
toquen nada impuro!” (52.11). la acción del rey da cumplimiento a las palabras
del profeta.
La devolución de esos
utensilios sagrados fue muy detallada y corrió por cuenta del tesorero
Mitrídates, quien los entregó a Sesbasar, quien aparece por primera vez como
“príncipe de Judá” (Yehud era el
nombre arameo de la subprovincia persa). Es la primera persona que se menciona
como líder de los retornados. Su nombre es persa y significa “Shamas (el Dios
sol) preserva al padre”. Sesbasar reaparece como “gobernador” (pejah) en Esd 5.14-16 en el contexto de
la carta que envía Tatnai (“gobernador del otro lado del río”) a Darío para
solicitar que se detengan las obras de la ciudad.[1]
Después de esa mención, queda fuera de la historia. Pero algo más de fondo
acompaña la entrega de esos objetos (5 400 utensilios de oro y plata, v. 11a):
…se trata de
manifestar, por encima de la ruptura del destierro, la continuidad cultual
entre el templo pre-exílico y el templo reconstruido después del destierro. De
hecho, al lado de una línea teológica que insiste en el elemento de ruptura
(así 2 R 24-25 o Jer 52.17-23 y Jer 27-28 en los Setenta), hay otra línea teológica que pone el acento en el
elemento de continuidad. Así, se lee en el texto hebreo de Jer 27.21-22: “A
propósito de los objetos que quedan en la casa de YHWH, en la casa del rey de
Judá y en Jerusalén, serán llevados a Babilonia y estarán allí hasta el día en
que yo los visitaré, oráculo de YHWH,
en que yo les haré subir y en que yo los
haré volver a este lugar” (versículos ausentes en los Setenta).[2]
La presencia de esos
objetos en Jerusalén es valorada críticamente por Jeremías y el anuncio de su
pronto retorno es adjudicado a los falsos profetas. Lo que estaba en juego era
la peligrosa afición a la religiosidad externa del pueblo, así como su
fetichismo hacia los utensilios. Las palabras de Jeremías son duras y directas:
en vez de preocuparse por ellos, el pueblo debía actuar pragmáticamente y
obedecer la compleja voluntad del Señor: “Si esos profetas de veras hablan de
parte de Dios, mejor que le pidan que los babilonios no se lleven los
utensilios que aún quedan en el templo, en el palacio del rey y en Jerusalén.
Repito: ¡no les hagan caso! Mejor ríndanse al rey de Babilonia, y seguirán con
vida. ¿Qué necesidad hay de que ustedes y Jerusalén sean destruidos?”
(27.17-18). El culto tenía que restablecerse en medio de un debate entre la continuidad
o la ruptura (lo antiguo y lo nuevo), pero para ello debían afrontarse
múltiples dificultades, entre ellas, las imposiciones del poder persa y el
rechazo de los samaritanos.
A pesar del generoso
decreto de Ciro, la construcción del templo no seguía adelante. Se pusieron los
fundamentos bajo la dirección de Sesbasar, pero después de este primer paso, la
obra quedó paralizada. Esto no se debía sólo a las deplorables condiciones
económicas del país sino también al hecho que, durante el reinado de Ciro, los
persas no consiguieron dar todavía una verdadera organización política a esta
parte tan remota de su imperio. De hecho, debía pasar todavía mucho tiempo
—hasta la época de Nehemías— para que esta región alcanzara la estabilidad
interna dentro de un orden político.[3]
El templo de Salomón
estaba en ruinas, el sacerdocio se encontraba maltrecho, de tal modo que la
reconstrucción material del primero debía pasar por un proceso más interior,
más espiritual, profundamente religioso, a lo que se referirá, sobre todo, el
profeta Hageo (citado junto a Zacarías en Esd 5.1), con una intensidad crítica
poco común. En este momento, cuando sólo se han recuperado los utensilios del
templo, apenas se empieza a esbozar el proceso por medio del cual se
recuperaría la dinámica religiosa tan deseada por la comunidad de fe, lo que se
llevaría bastante tiempo: “a) una
primera erección del altar y la reanudación del culto en el 538/537 (cf. Esd
5.13-16); b) interrupción del mismo
(cf. Esd 4.24); c) nuevo impulso y
conclusión de los trabajos de reconstrucción del templo en 520-515”.[4]
Estas etapas estarían marcadas por la apatía de mucha gente, la oposición de
algunos sectores (externos e internos) y por los vaivenes políticos de la
época. “Esd 3 describe la reanudación del culto abandonado durante el largo
tiempo del destierro. Entonces, se esboza así el paralelismo entre las grandes
reformas que, según el Cronista, marcaron al primer templo (Joás, Josías) y la
reanudación del culto en tiempos del segundo templo”.[5]
El camino hacia la
erección del nuevo santuario sería largo y sinuoso, pero ya se habían dado los
pasos iniciales con el inicio del retorno de los repatriados al país. La
interpretación teológica muestra la persistente acción de Dios para darle nueva
continuidad a sus planes en medio de la reconstrucción de la vida cultual y
material del pueblo judío. El surgimiento del judaísmo “clásico” sería un paso
fundamental en este camino histórico y espiritual. Como lo ha resumido Walter
Brueggemann:
Los principales
acentos de esta literatura no son difíciles de identificar. La obra de Esdras —apoyada
por Nehemías como planificador urbano— es la creación, nutrición y sustento de
una comunidad distinta de obediencia a la
Toráh en medio de un imperio persa que fue benigno y que apoyó a esa
comunidad, siempre y cuando se adhiriera a las vastas expectativas imperiales,
más notablemente la utilización del templo como una agencia de recolección de
impuestos para el imperio.[6]
Finalmente, este
biblista refiere la reflexión de Jay Neugeboren sobre las lecciones de la
reconstrucción espiritual del judaísmo: “El libro de Esdras no es sólo un himno
a la reedificación del templo —a uno de los más gloriosos momentos de la
historia judía— ya que es un recuento de cómo el pueblo judío respondió a la
adversidad, a los intentos por obstaculizar dicha reconstrucción mientras ellos
trabajaron para restablecer la comunidad judía en la Tierra Santa. Es un relato
obsesionado con la pureza y la impureza”.[7]
[1] Pablo Andiñach, “Introducción
a Esdras y Nehemías”, en Cuadernos de
Teología, Buenos Aires, ISEDET, vol. XXX, 2011, p. 123, https://es.scribd.com/document/293753760/Introduccion-a-Esdras-y-Nehemias-Pablo-R-Andinach.
[2] Philippe Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 15, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/095%20El%20libro%20de%20Esdras%20y%20de%20Nehemias%20(PHILIPPE%20ABADIE).pdf.
[3] Gerhard von Rad, “La
institución de la comunidad cultual pos-exílica”, en Teología del Antiguo Testamento. I. Las tradiciones históricas de Israel. 7ª ed. Salamanca, Sígueme,
1993 (Biblioteca de estudios bíblicos, 11), p. 124.
[4] P. Abadie, op. cit., p. 20.
[5] Ibíd., p. 21.
[6] W. Brueggemann, An introduction to the Old Testament. The
canon and Christian imagination. Louisville, Westminster John Knox Press,
2003, p. 368, énfasis original. Versión: LC-O. Se agradece al profesor Brueggemann el
obsequio de este invaluable volumen.
[7] J. Neugeboren, “Ezra”, en David
Rosenberg, ed., Congregation:
contemporary writers read the Jewish Bible. San Diego, Harcourt Brace Jovanovich,
1989, p. 470, cit. por W. Brueggemann, op.
cit., p. 373. Versión: LC-O.
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