27 de enero, 2019
Y algunos de los
jefes de casas paternas, cuando vinieron a la casa de Jehová que estaba en
Jerusalén, hicieron ofrendas voluntarias para la casa de Dios, para
reedificarla en su sitio.
Esdras 3.2, TLA
Una de las realidades
sobre el Dios de la Biblia que no tiene mucha fortuna en las iglesias es la que
aparece enunciada por el teólogo y biblista estadunidense Walter Brueggeman:
“Yahvé es afectado por Israel en el exilio”,[1]
lo que plantea que eso sucedió en otros momentos de la historia de ese pueblo.
Las imágenes que describen a Yahvé, “más radicales e intensas” (alfarero,
jardinero, pastor, madre, sanador), no solamente como el fuerte que atiende a
alguien débil, lo muestran “como aquel en quien la situación del objeto
necesitado puede incidir radical y profundamente, de manera que […] el estado del objeto mueve a Yahvé a hacer
lo que de otro modo no haría” (Ídem, énfasis
agregado). De ese modo es posible advertir muchas de las acciones nuevas de
Yahvé como la designar como “ungido” (mesías)
a Ciro, rey de Siria, modificando todas las tendencias tradicionales sobre la
dinastía de David: “Así, Israel discierne y articula la promesa de forma que
este resoluto Dios reclutará a quien sea necesario en el reparto humano para
reordenar la historia de los hombres. Por consiguiente, tanto aquellos que confían
en las promesas como aquellos que nunca han oído hablar de ellas son reclutados
para este más amplio designo de Yahvé”.[2]
El exilio, pues, impacta de tal manera en Yahvé,
que lo “empuja a actuar de una forma que anteriormente parecía imposible o no
estaba contemplada” por Él.
La continuidad y discontinuidad que se observa en los
acontecimientos relacionados con el retorno de los exiliados acentuará cada vez
la novedad de la acción divina porque los procesos asociados a la
reconstrucción del templo, el culto y la ciudad requerían de nuevas formas de
relación con el Dios de la alianza:
El desplazamiento y la discontinuidad del exilio (en
parte geográfica, pero de forma aún más importante simbólica, emocional y
litúrgica) supusieron una profunda crisis en la fe de Israel. En ese momento
sus más firmes certezas se encontraban en peligro, y por consiguiente se vio
forzado a cuestionar y rearticular radicalmente a Yahvé. Lo importante
teológicamente en el contexto del exilio es que, dadas las circunstancias de
Israel, Yahvé se siente impulsado a emprender nuevas acciones; va más allá de
su previa intencionalidad y, podemos suponer, más allá de su previo
discernimiento. Las circunstancias y las expresiones de Israel influyen en
Yahvé, posibilitando (exigiendo) que éste actúe nuevamente a favor de Israel —una
acción que, con anterioridad a las circunstancias y las expresiones de Israel,
no figuraba entre las intenciones de Yahvé—. Yahvé se convierte, a causa de la insistencia de Israel, en alguien que
todavía no había sido.[3]
El trato con Dios por
parte del pueblo atravesará nuevas formas, políticas algunas de ellas, y una
comprensión diferente de los imperios que se van sucediendo para darse cuenta
de que a Dios le place servirse de ellos para realizar sus planes, lo que exige
una visión nueva de los poderes humanos. Varias de esas naciones imperialistas serán,
paradójicamente, “compañeras” de Yahvé para la ejecución de dichos planes:
Yahvé tiene la
intención de que existan poderes en el mundo, y que estos poderes de hecho
gobiernen, pero dentro de los límites del mandato de Yahvé. […]Así, la
prosperidad egipcia se verifica mediante la bendición de Jacob (Gn 47, 7-10),
Asiria es encargada de ser un poder devastador (Is 10,5-6; 37,26-27), Babilonia
recibe una orden de parte de Yahvé (Jr 25,9; 27, 6; Is 47, 6a) y es
recompensada con el bienestar (Dn 4, 21-24). Persia recibe una orden diferente
a la de Asiria o Babilonia, pues ahora el objeto del mandato de Yahvé es la
rehabilitación de Jerusalén. El testimonio del Antiguo Testamento es explícito
a la hora de expresar el fuerte interés de Yahvé en el proceso público”.[4]
Con todo ese
trasfondo, Esdras 3.1-7 describe una experiencia que reedita lo sucedido en el
Éxodo como acontecimiento fundador (Dt 12.10-12): “Son los mismos temas
(entrada en la tierra, construcción del templo, ofrendas, alegría colectiva)
que se recogen en el relato”.[5]
Además, Esd 3.1 parece ser la repetición literaria de Neh 7.72b-8,1, pues el
redactor relaciona teológicamente algunos de los grandes actos fundadores del
judaísmo: reanudación del culto (Esd 3) y lectura de la ley (Neh 8). El “séptimo
mes” está marcado simbólicamente como el mes de las grandes fiestas
comunitarias: el Yom Kippur y la
Fiesta de las Tiendas (Nm 29; Lv 23.23-43). En el v. 2 la referencia a “lo que
está escrito en la ley de Moisés, el hombre de Dios”, inscribe el acto de
reconstrucción del templo en una clara y definida continuidad (Dt 27.6-7; 1 Re
2.3; 2 Re 14.6; 2 Cr 23.18; 35.12). en los dos últimos casos se trata de
reanudar el culto después de un largo tiempo de abandono. Esd 3 describe la
reanudación del culto abandonado durante el largo tiempo del destierro, con lo
que se esboza así el paralelismo entre las grandes reformas que, según la
tradición del Cronista, marcaron al primer templo (Joás, Josías) y la
reanudación del culto en tiempos del segundo templo. En esta visión teológica, sólo
los desterrados, miembros de la diáspora, representaban al Israel purificado,
digno de restablecer el culto y darle continuidad nuevamente, pues con su
ausencia, no podía haber un culto verdadero.
La cascada de sucesos
muestra una intencionalidad litúrgica firme: restauración del altar (v. 2a) “donde
había estado antes” (3a; Según Jr 41.5, seguía celebrándose una especie de
culto en las ruinas del templo), presentación de ofrendas (3b), celebración de
la fiesta (v. 4a). Todo ello realizado a pesar del miedo que sentían los judíos
a causa del rechazo que se veía venir hacia la reconstrucción como proyecto
completo por parte de las poblaciones no-judías deportadas allá por los
soberanos asirios. La cronología muestra la dificultad enfrentada para avanzar:
el culto se reanudó entre los años 538 y 537 a.C. (cf. Esd 5.13-16), se interrumpió
por un tiempo (cf. Esd 4.24), hubo un nuevo impulso y se concluyeron los
trabajos de reconstrucción del templo entre 520-515.[6]
La segunda parte del v. 5 destaca la participación popular en la restauración
de las actividades rituales: “También ofrecieron las ofrendas acostumbradas en
la fiesta de la luna nueva y en todas las fiestas dedicadas a Dios. Además,
daban a Dios ofrendas voluntarias” y el siguiente enfatiza cómo, a pesar de que
el templo aún se encontraba en ruinas, “comenzaron a presentar a Dios ofrendas
para el perdón de pecados” como antaño y como parte de un orden litúrgico bien
restablecido, sobre todo en la conciencia religiosa del pueblo. El v. 6b
menciona que aún no comenzaba el esfuerzo inicial por colocar los cimientos del
templo, lo que
El v. 7 cierra esta
sección mostrando al pueblo respetuoso de la necesidad de contar con la
autorización del rey para continuar con sus tareas e, incluso, su deseo de
comprar madera preciosa a los fenicios para la reconstrucción del templo
recuerda las acciones que en el mismo sentido llevó a cabo Salomón en su
momento (v. 8: la mención del “segundo mes”, 1 Re 6.1, 37:), así como la
profecía del Segundo Isaías (60.8, 13-14): “Llegan barcos de alta mar / trayendo
a los habitantes de Jerusalén / con su oro y su plata. / Vienen para adorarme,
/ pues soy el Dios santo de Israel […] Todas las riquezas del Líbano / y todas
sus finas maderas / vendrán a dar hermosura a mi templo, […] Los descendientes
/ de sus antiguos enemigos / vendrán y se humillarán ante ustedes; / quienes
antes los despreciaban, / se arrodillarán ante ustedes / y llamarán a
Jerusalén: / “Ciudad del Dios santo de Israel”.
Con todo esto, el compromiso de
fe para levantar el culto y el templo nuevamente miraba un horizonte cada vez
más claro para su realización efectiva.
[1] W. Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a
Yahvé. Testimonio. Disputa. Defensa. Salamanca, Sígueme, 2007 (Biblioteca
de estudios bíblicos, 121), p. 302.
[2] Ibíd., p. 193.
[3] Ibíd., p. 303.
[4] Ibíd., p. 547.
[5] Philippe Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 21, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/095%20El%20libro%20de%20Esdras%20y%20de%20Nehemias%20(PHILIPPE%20ABADIE).pdf.
[6] Ibíd.,
p.
20.
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