sábado, 5 de enero de 2019

El Dios del pacto conduce la reconstrucción de su pueblo, L. Cervantes-O.



El "cilindro de Ciro"

6 de enero, 2019

Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén. El Dios de Israel vive allí, y los ayudará.
Esdras 1.3, TLA

Los primeros cuatro versículos del libro de Esdras (o Esdras-Nehemías, pues se trata de un solo libro en realidad) describen, con enorme precisión, la situación que prevalecía antes del regreso de los exiliados de Israel en Babilonia y, sobre todo, la posibilidad de que hubiera un cambio encaminado a la reconstrucción integral de la nación sometida a ese imperio y a los que vinieron después. “Los libros de Esdras y Nehemías forman una unidad de contenido y surgieron de la escuela cronista que, en el siglo IV a.C., estaba preocupada en preservar la identidad de los grupos repatriados y dar cohesión a la incipiente comunidad en torno al culto en el templo de Jerusalén y de la ley mosaica, que se tornó en medida de la fe y de la acción del nuevo pueblo de Israel”.[1] Ya sin la esperanza del resurgimiento de la monarquía antigua que se dividió en dos reinos, el pueblo que podría volver a la tierra debía comenzar, desde abajo, una auténtica odisea para reclamar su derecho a la vida organizada según su religión y su cultura. A mucho de ello respondió positivamente el decreto de Ciro, rey de Persia que aparece citado en Esd-Neh 1.1 (II Cr 36.22-23), dado a conocer en el año 538 a.C., quien reconoce explícitamente la acción del “Dios de los cielos”, una denominación que no le era extraña a los persas, pero que, aplicada a la divinidad suprema de los judíos, no deja de ser sorprendente.

Las primeras palabras del decreto dejan bien clara la “teología política” de este libro bíblico: “El Dios de los cielos, que es dueño de todo, me hizo rey de todas las naciones”, El agregado sobre la misión explícita que Dios ordenó al rey extranjero “y me encargó que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en la región de Judá”. Se da por descontado el interés que todo esto debía despertar en el judaísmo de la época y la necesaria colaboración que tendría que surgir en medio de ese pueblo: “Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén”. La primera conclusión de este decreto es bastante obvia, aunque el texto no deja de incluirla con especial claridad: “El Dios de Israel vive allí, y los ayudará”.

Al incorporarse a este proyecto imperial, todos/as los participantes se asumían como vasallos del imperio medo-persa, lo cual no se discute en el texto, aunque se subraya que la orden del rey abarcará a los demás pueblos que deberán sumarse al mismo: “Todos los que decidan ir a Jerusalén para trabajar en la reconstrucción, recibirán de sus vecinos ayuda en dinero, mercaderías y ganado”. Los recursos encaminados a la reconstrucción material y espiritual del pueblo judío deberían obtenerse de todas partes: “También recibirán donaciones para el templo de Dios”. Ciro firmó este decreto y lo hizo circular para conocimiento del imperio que presidía. El libro destaca muy bien la intervención de los reyes persas en todo el proceso (6.14).

Esta orden, subraya bien el texto, vino a cumplir “la promesa que Dios había hecho por medio del profeta Jeremías” (Jer 31.1-26 y cap. 33), un anuncio que establecía la necesidad de reconstruir desde las ruinas y la ceniza, no tanto el posible esplendor de un reino ya superado, sino la obligatoria realidad de la recuperación de un pueblo establecido en su tierra para rendir gloria y honra a su creador y redentor. Ése es el espíritu dominante en las porciones de Jeremías que aludían a la urgencia de que el pueblo de Dios experimentase una renovación espiritual profunda y efectiva. Los aspectos materiales de la reconstrucción eran necesarios, sin duda, pero el recuerdo directo del mensaje de Jeremías alude más al mensaje profético que vislumbró la recuperación de un pueblo fiel que celebrase a Dios no solamente con sus labios sino con toda su vida (Is 29.13), al grado de que todo ello es calificado, ni más ni menos, que como un “nuevo pacto” (Jer 31.31-34).

La época retratada en Esdras-Nehemías abarca la historia del retorno de los exilados y de la restauración de la comunidad en torno al templo, desde el edicto de Ciro, que permitió el retorno de los objetos sagrados (Esd 1.8-11; 5.14-15) en conexión estrecha con el restablecimiento del culto y, más tarde, el retorno de otro grupo juntamente con Zorobabel y Josué. Sesbasar sería el responsable por la construcción del altar (Esd 3.2-6) y por la iniciación de los fundamentos del templo (Esd 5.16), aunque la construcción sería retomada con vigor por Zorobabel y Josué, con el estímulo de Hageo y Zacarías (año 520). “Una visita del sátrapa de Transeufratenia a Jerusalén resultó en un pedido al imperio persa de confirmar la autorización de la construcción de la construcción. La respuesta fue positiva y el templo pudo ser concluido en el año 515”.[2]

No faltaría la oposición interna al proyecto y, entre 515 y 445, los judíos fueron acusados por los samaritanos con Jerjes y Artajerjes I (Esd 4.6-7), lo que resultó en la prohibición de la construcción de los muros de la ciudad de Jerusalén (Esd 4.8-23). Entre 445 y 433, Nehemías por fin recibió la autorización del segundo rey para la reconstrucción de los muros (445) y logró construir los muros en un tiempo récord (52 días), a pesar de las amenazas de los países vecinos. Nehemías sería gobernador de Judá durante 12 años (Neh 13.6), antes de regresar a la corte persa. Después del 433 a.C., pudo haber sido sustituido temporalmente por Esdras, quien tuvo la misión de organizar la vida cultual y religiosa de la comunidad de Jerusalén (alrededor del 428). La lectura e interpretación de la ley mosaica y la disolución de los matrimonios mixtos fueron sus hechos principales. Nehemías volvería después y, frente al fracaso de Esdras, intentó regular la vida en Jerusalén, sobre todo en especial, el funcionamiento del templo y la observancia del sábado (Neh 13).

Lo sucedido con Ciro, el emperador persa, es doblemente llamativo, pues, por un lado, desde el profeta Isaías II (41.2, 5; 44.28; 45.1, 13; 46.11; 48.14-15) es mencionado como “siervo” de Yahvéh, y en estos libros aparece como un soberano hegemónico condescendiente con la reinstalación del pueblo judío en sus territorios antiguos. La conexión mesiánica con Ciro es verdaderamente notable:

…la acción atribuida a Ciro: “Me ha encomendado construirle un templo en Jerusalén, que está en la región de Judá” encuentra sus paralelos más próximos en 2 Sm 7.13 y 1 Cr 17.12, donde se trata de una función encomendada al soberano davídico. Pero ¿no se designa a Ciro como “ungido, mesías” de Yahwéh en Is 45,1? No puede ser fortuita una semejante coincidencia entre el texto de Esd 1 y la teología del Déutero-Isaías, y vale la pena subrayarla si, como veremos más adelante, no se menciona a Zorobabel, descendiente de David, cuando la dedicación del templo reconstruido (Esd 6.14-22). Sin duda hay que ver aquí una teología consciente del redactor para quien la acción mesiánica davídica pasa ahora por un soberano extranjero.[3]

Ciro sería el instrumento operativo por parte del Dios de Israel, para conducir este proceso estratégico para ambos: para la divinidad y para el monarca persa, en medio de condiciones históricas que lo hicieron posible. El pacto de Dios encontró cauces inesperados para su preservación y reafirmación mediante los anuncios proféticos.


[1] Nelson Kilpp, “Esdras y Nehemías”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 52, 2005/3, p. 131, https://archive.org/details/revistadeinterpr52depa/page/n3.
[2] N. Kilpp, op. cit., p. 138.
[3] Philippe Abadie, Los libros de Esdras y de Nehemías. Estella, Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 14, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/095%20El%20libro%20de%20Esdras%20y%20de%20Nehemias%20(PHILIPPE%20ABADIE).pdf. Énfasis original.

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