El "cilindro de Ciro"
6 de enero, 2019
Por tanto, todos los
que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a
Jerusalén. El Dios de Israel vive allí, y los ayudará.
Esdras 1.3, TLA
Los primeros cuatro
versículos del libro de Esdras (o Esdras-Nehemías, pues se trata de un solo
libro en realidad) describen, con enorme precisión, la situación que prevalecía
antes del regreso de los exiliados de Israel en Babilonia y, sobre todo, la
posibilidad de que hubiera un cambio encaminado a la reconstrucción integral de
la nación sometida a ese imperio y a los que vinieron después. “Los
libros de Esdras y Nehemías forman una unidad de contenido y surgieron de la
escuela cronista que, en el siglo IV a.C., estaba preocupada en preservar la
identidad de los grupos repatriados y dar cohesión a la incipiente comunidad en
torno al culto en el templo de Jerusalén y de la ley mosaica, que se tornó en
medida de la fe y de la acción del nuevo pueblo de Israel”.[1]
Ya sin la esperanza del resurgimiento de la monarquía
antigua que se dividió en dos reinos, el pueblo que podría volver a la tierra
debía comenzar, desde abajo, una auténtica odisea para reclamar su derecho a la
vida organizada según su religión y su cultura. A mucho de ello respondió
positivamente el decreto de Ciro, rey de Persia que aparece citado en Esd-Neh
1.1 (II Cr 36.22-23), dado a conocer en el año 538 a.C., quien reconoce explícitamente
la acción del “Dios de los cielos”, una denominación que no le era extraña a
los persas, pero que, aplicada a la divinidad suprema de los judíos, no deja de
ser sorprendente.
Las primeras palabras
del decreto dejan bien clara la “teología política” de este libro bíblico: “El
Dios de los cielos, que es dueño de todo, me hizo rey de todas las naciones”, El
agregado sobre la misión explícita que Dios ordenó al rey extranjero “y me
encargó que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en la
región de Judá”. Se da por descontado el interés que todo esto debía despertar
en el judaísmo de la época y la necesaria colaboración que tendría que surgir
en medio de ese pueblo: “Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran
reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén”. La primera
conclusión de este decreto es bastante obvia, aunque el texto no deja de
incluirla con especial claridad: “El Dios de Israel vive allí, y los ayudará”.
Al incorporarse a
este proyecto imperial, todos/as los participantes se asumían como vasallos del
imperio medo-persa, lo cual no se discute en el texto, aunque se subraya que la
orden del rey abarcará a los demás pueblos que deberán sumarse al mismo: “Todos
los que decidan ir a Jerusalén para trabajar en la reconstrucción, recibirán de
sus vecinos ayuda en dinero, mercaderías y ganado”. Los recursos encaminados a
la reconstrucción material y espiritual del pueblo judío deberían obtenerse de
todas partes: “También recibirán donaciones para el templo de Dios”. Ciro firmó
este decreto y lo hizo circular para conocimiento del imperio que presidía. El
libro destaca muy bien la intervención de los reyes persas en todo el proceso (6.14).
Esta orden, subraya
bien el texto, vino a cumplir “la promesa que Dios había hecho por medio del
profeta Jeremías” (Jer 31.1-26 y cap. 33), un anuncio que establecía la
necesidad de reconstruir desde las ruinas y la ceniza, no tanto el posible esplendor
de un reino ya superado, sino la obligatoria realidad de la recuperación de un
pueblo establecido en su tierra para rendir gloria y honra a su creador y
redentor. Ése es el espíritu dominante en las porciones de Jeremías que aludían
a la urgencia de que el pueblo de Dios experimentase una renovación espiritual
profunda y efectiva. Los aspectos materiales de la reconstrucción eran necesarios,
sin duda, pero el recuerdo directo del mensaje de Jeremías alude más al mensaje
profético que vislumbró la recuperación de un pueblo fiel que celebrase a Dios
no solamente con sus labios sino con toda su vida (Is 29.13), al grado de que
todo ello es calificado, ni más ni menos, que como un “nuevo pacto” (Jer
31.31-34).
La época retratada en
Esdras-Nehemías abarca la historia del retorno de los exilados y de la
restauración de la comunidad en torno al templo, desde el edicto de Ciro, que
permitió el retorno de los objetos sagrados (Esd 1.8-11; 5.14-15) en conexión estrecha
con el restablecimiento del culto y, más tarde, el retorno de otro grupo juntamente
con Zorobabel y Josué. Sesbasar sería el responsable por la construcción del
altar (Esd 3.2-6) y por la iniciación de los fundamentos del templo (Esd 5.16),
aunque la construcción sería retomada con vigor por Zorobabel y Josué, con el
estímulo de Hageo y Zacarías (año 520). “Una visita del sátrapa de
Transeufratenia a Jerusalén resultó en un pedido al imperio persa de confirmar
la autorización de la construcción de la construcción. La respuesta fue
positiva y el templo pudo ser concluido en el año 515”.[2]
No faltaría la
oposición interna al proyecto y, entre 515 y 445, los judíos fueron acusados
por los samaritanos con Jerjes y Artajerjes I (Esd 4.6-7), lo que resultó en la
prohibición de la construcción de los muros de la ciudad de Jerusalén (Esd 4.8-23).
Entre 445 y 433, Nehemías por fin recibió la autorización del segundo rey para
la reconstrucción de los muros (445) y logró construir los muros en un tiempo
récord (52 días), a pesar de las amenazas de los países vecinos. Nehemías sería
gobernador de Judá durante 12 años (Neh 13.6), antes de regresar a la corte
persa. Después del 433 a.C., pudo haber sido sustituido temporalmente por
Esdras, quien tuvo la misión de organizar la vida cultual y religiosa de la
comunidad de Jerusalén (alrededor del 428). La lectura e interpretación de la
ley mosaica y la disolución de los matrimonios mixtos fueron sus hechos
principales. Nehemías volvería después y, frente al fracaso de Esdras, intentó regular
la vida en Jerusalén, sobre todo en especial, el funcionamiento del templo y la
observancia del sábado (Neh 13).
Lo sucedido con
Ciro, el emperador persa, es doblemente llamativo, pues, por un lado, desde el
profeta Isaías II (41.2, 5; 44.28; 45.1, 13; 46.11; 48.14-15) es mencionado
como “siervo” de Yahvéh, y en estos libros aparece como un soberano hegemónico condescendiente
con la reinstalación del pueblo judío en sus territorios antiguos. La conexión
mesiánica con Ciro es verdaderamente notable:
…la acción atribuida
a Ciro: “Me ha encomendado construirle un templo en Jerusalén, que está en la
región de Judá” encuentra sus paralelos más próximos en 2 Sm 7.13 y 1 Cr 17.12,
donde se trata de una función encomendada al soberano davídico. Pero ¿no se designa
a Ciro como “ungido, mesías” de Yahwéh en Is 45,1? No puede ser fortuita una
semejante coincidencia entre el texto de Esd 1 y la teología del
Déutero-Isaías, y vale la pena subrayarla si, como veremos más adelante, no se
menciona a Zorobabel, descendiente de David, cuando la dedicación del templo
reconstruido (Esd 6.14-22). Sin duda hay que ver aquí una teología consciente
del redactor para quien la acción
mesiánica davídica pasa ahora por un soberano extranjero.[3]
Ciro sería el
instrumento operativo por parte del Dios de Israel, para conducir este proceso
estratégico para ambos: para la divinidad y para el monarca persa, en medio de
condiciones históricas que lo hicieron posible. El pacto de Dios encontró
cauces inesperados para su preservación y reafirmación mediante los anuncios
proféticos.
[1] Nelson Kilpp, “Esdras
y Nehemías”, en Revista de Interpretación
Bíblica Latinoamericana, núm. 52, 2005/3, p. 131, https://archive.org/details/revistadeinterpr52depa/page/n3.
[2] N. Kilpp, op. cit., p. 138.
[3] Philippe Abadie, Los libros de Esdras y de Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 14, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/095%20El%20libro%20de%20Esdras%20y%20de%20Nehemias%20(PHILIPPE%20ABADIE).pdf.
Énfasis original.
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