sábado, 19 de enero de 2019

Esdras 2.1-2; 64-70 / Hebreos 6.13-20 TLA

1-2 El rey Nabucodonosor se había llevado cautivos a Babilonia a muchos judíos. Los que volvieron de allá fueron los hijos de esos cautivos. Varios líderes regresaron a Jerusalén y a las ciudades de Judá, bajo el mando de Zorobabel. Ésta es la lista de los líderes que regresaron: Josué, Nehemías, Seraías, Reelaías, Mardoqueo, Bilsán, Mispar, Bigvai, Rehúm, Baaná. [...]

64 En total se habían reunido cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas, 65 además de sus esclavos y esclavas, que sumaban siete mil trescientos treinta y siete. También había doscientos cantores y cantoras. 66-67 También traían los siguientes animales: setecientos treinta y seis caballos, doscientas cuarenta y cinco mulas, cuatrocientos treinta y cinco camellos y seis mil setecientos veinte burros.
68 Algunos jefes de familia llevaron a Jerusalén donaciones para reconstruir el templo de Dios. 69 En total entregaron cuatrocientos ochenta y ocho kilos de oro, dos mil setecientos cincuenta kilos de plata y cien túnicas para sacerdotes, que fue cuanto pudieron dar.
70 Los sacerdotes, sus ayudantes y algunos otros judíos se quedaron a vivir en Jerusalén, pero los cantores, los guardianes y los sirvientes del templo, y los demás judíos se fueron a vivir a sus propios pueblos.

*

13-14 Dios le hizo a Abraham esta promesa: "Yo te bendeciré mucho, y haré que tengas muchos descendientes". Cuando Dios le juró a Abraham que cumpliría esta promesa, tuvo que jurar por sí mismo, porque no tenía a nadie más grande por quien jurar. 15 Abraham esperó con paciencia, y Dios cumplió su promesa.
16 Cuando alguien jura, usa el nombre de alguien más importante, para ponerlo por testigo. 17 Por eso, cuando Dios quiso asegurar que cumpliría su promesa, juró que daría lo prometido sin cambiar nada.
18 Ahora bien, como Dios no miente, su promesa y su juramento no pueden cambiar. Esto nos consuela, porque nosotros queremos que Dios nos proteja, y confiamos en que él nos dará lo prometido. 19 Esta confianza nos da plena seguridad; es como el ancla de un barco, que lo mantiene firme y quieto en el mismo lugar. Y esta confianza nos la da Jesucristo, que traspasó la cortina del templo de Dios en el cielo, y entró al lugar más sagrado. 20 Lo hizo para dejarnos libre el camino hacia Dios, pues Cristo es para siempre el Jefe de sacerdotes, como lo fue Melquisedec.

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