25 de agosto, 2019
Al segundo día, los
jefes de todos los grupos familiares, los sacerdotes y sus ayudantes se
reunieron con Esdras para estudiar el libro de la Ley.
Nehemías 8.13, TLA
El judaísmo de la época del Segundo Templo debió
situarse firmemente ante la Ley antigua y afirmar su vigencia para el presente
que vivía y para el futuro que tenía a la vista. Se trató de una decisión firme
e impostergable a la luz de los acontecimientos recientes relacionados con los
diversos aspectos de la reconstrucción: la parte material de Jerusalén (murallas,
puertas) y la espiritual de la vida del pueblo (templo, sacerdocio, culto). Cada
resquicio de la existencia del pueblo, tal como se tuvo la aspiración en la
promulgación de la ley con Moisés, debía estar penetrado, intervenido,
iluminado, por las indicaciones y orientaciones de la Ley divina.
Convertida en
referencia legal de toda la existencia judía, la Torá exigía, efectivamente,
una interpretación en las situaciones concretas. Porque la letra sola de la
Escritura llevaba a un callejón sin salida [...]; y apunta ya el adagio
rabínico posterior: “¿Qué es la Torá? Es la interpretación de la Torá”, es
decir, “las tradiciones de los padres”, la ley oral, larga cadena de las
interpretaciones de los sabios, que los maestros harán remontar hasta el mismo
Moisés y el Sinaí.[1]
Todo ello se manifestó en
el arraigo histórico-jurídico de la ley traída por Esdras en el contexto del
imperio persa: “Desde el punto de vista histórico, se puede admitir la
exactitud de la frase decisiva de Esd 7.25-26, que atribuye la misma autoridad jurídica
y los mismos efectos legales a la ley del Dios de Israel y a la del rey persa”.[2] Y
de esa manera se podría percibir la importancia de la palabra revelada para la
cotidianidad del judaísmo que se consolidó con Esdras y Nehemías. En el libro
que lleva ambos nombres se recupera la versión deuteronomista de la Ley, lo que
implica una importante puesta al día de su contenido para aplicarla a las
nuevas realidades históricas: “…el redactor final del libro conoce el Pentateuco
en su forma acabada, ya que se apoya tanto en el Deuteronomio como en las leyes
sacerdotales. Y al revés, la memoria de Nehemías no cita más que la ley
deuteronómica”.[3]
Asimismo, el judaísmo de
la época encontró en la Ley un refugio histórico, aunque supratemporal, para
poder soportar y soportar la crisis que vivía: “En un tiempo de silencio
profético (cf. Zac 13.2-6; Dn 3,38 gr.), el escriba Esdras entrega a Israel el ‘refugio’
de la Ley”.[4]
Como agrega Tassin: “Porque, según la doctrina de los dos caminos, es ahora la
ley la que asienta la libertad del hombre ante la elección fundamental de su
orientación (Sal 1), al mismo tiempo que le ayuda a dirigir sus instintos. Y
más allá de su soporte escrito, la Torá expresa en profundidad el proyecto de
Dios para la felicidad del hombre”.[5]
Esta confianza en la eficacia de la palabra divina manifestada en la ley era
una auténtica garantía contra los vaivenes históricos que resultarían incomprensibles
de otra manera.
La relectura de la Ley por
parte de los jefes de todos los grupos familiares, los sacerdotes y sus
ayudantes reunidos con Esdras (Neh 8.13-14) propició el redescubrimiento y la realización de la
fiesta de las enramadas (tabernáculos, Sucot: Éx 23.16, Lv 23.33-43; Dt
16.13-15), verdadera conexión con el pasado heroico del Éxodo, razón de ser del
surgimiento de Israel como pueblo reconocible, luego de la liberación de la
esclavitud en Egipto. Por eso apoyarse en la ley equivalía a poner la confianza
plena en el Señor. La alabanza de ella, practicada en varios salmos, fue una manifestación
de ese reconocimiento: “Cuando la ley de Moisés ordena algo, es el cielo el que
decreta. Ella suscita como respuesta ese gozo de la obediencia amorosa que
llena al Sal 119 con el vocabulario de la luz o de la saciedad sabrosa (Sal 19.8-15).
Ella exige el temor de Dios. […] Ella es sobre todo don de Dios que sale al
encuentro en sus palabras”.
La ordenanza para la
celebración de la fiesta fue inmediata (15) y la movilización popular para el
festejo, también, en los lugares más visibles de la ciudad (16). La alegría producida
fue grande porque esa fiesta no se había celebrado desde los tiempos de Josué: “Todos
los que habían vuelto de Babilonia hicieron enramadas y se colocaron debajo de
ellas. Estaban muy alegres, pues desde la época de Josué hijo de Nun hasta
aquel día, los israelitas no habían celebrado esta fiesta” (17). La fiesta se
prolongó durante una semana, y cada día Esdras leyó el libro de la Ley de Dios.
En el octavo día se celebró un culto (18).
En la forma de narrar el
suceso aparece un rasgo propio del pensamiento teológico del redactor final,
que vinculó así la dedicación del templo (Esd 6) con la lectura de la Ley y la
fiesta (Neh 8). Dicha relación se facilitó porque Dt 31.9-13 estableció una
lectura de la Ley “cada siete años, en el tiempo fijado para el año del perdón,
en la fiesta de las Tiendas”. También debe añadirse el relato de II Re 23.1-3 que
funcionó como modelo. En esa ocasión, Josías, “en pie junto a la columna”, leyó
en presencia de todo el pueblo, desde el más joven hasta el mayor, “todas las
palabras del libro de la alianza”. El paralelismo entre estas dos escenas es
enorme, pues cada una culmina en un compromiso de alianza (II Re 23.3; Neh 8.9-12)
y fueron seguidas de una gran celebración litúrgica: la Pascua en II Re y las
enramadas en Neh 8.
El sentido de esta fiesta
(que se celebra hasta hoy) “no se limita a esta conmemoración histórica. Los judíos
deben residir en cabañas para adquirir conciencia de lo temporal de la vida en
este mundo. El Talmud dice que la Sucó debe ser frágil, de estructura
provisoria, ni demasiado alta, ni demasiado baja, sus paredes deben poder
soportar a los vientos; el techo estará cubierto de tal manera que la sombra
predomine sobre la luz”.[6] Vivir
en las enramadas subrayaría “la calidad de personas libres desde que dejaron
Egipto”.[7]
Por todo lo anterior, la
reconexión del pueblo con la Ley antigua y la celebración de la fiesta
significó un relanzamiento de la existencia social bajo la égida de la Palabra
divina, cuya actualización exigió nuevos y mayores compromisos:
El
judaísmo quiso profundizar en el misterio de un Dios que se comunica a los
hombres sin disolverse en esta relación.
Semejantes afirmaciones ¿condenaban al judío sediento de sabiduría a un
repliegue legalista sobre las prescripciones mosaicas?
Por el contrario, le invitaban, en aquellos tiempos a profundizar en su
concepción de la Torá, para encontrar en ella el alimento de su búsqueda y,
siendo divina la Sabiduría, para encontrar allí a Dios mismo. […]
No creamos tampoco que una visión tan profunda hiciera de la ley una
entidad abstracta: el apego a la ley, para ser auténtico, tenía que implicar
ante todo un comportamiento práctico.[8]
[1] Claude Tassin, El
judaísmo desde el destierro hasta el tiempo de Jesús. Estella, Verbo
Divino, 1988 (Cuadernos bíblicos, 55), p. 29.
[2] P. Abadie, op. cit., p. 41.
[3] Ibíd., p. 40.
[4] Ibíd.,
p.
43.
[5] C. Tassin, op. cit., p. 30.
[6] Las fiestas de Israel. Conceptos y costumbres de la
tradición judía. Tel Aviv, Aurora, 1980, p.16
[7] Hugo Zorrila, Las fiestas de Yavé. Buenos Aires, La
Aurora, 1988 (Vocabulario bíblico), p. 39.
[8] C. Tassin, op. cit., pp. 30, 31.
No hay comentarios:
Publicar un comentario