EMPEÑO POR HAMBRE (II)
Gloria Gamboa
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 66, 2010
El retorno de los
desterrados y la reconstrucción
de Judá, especialmente los muros y el templo en Jerusalén, trajeron
consigo muchas dificultades, tensiones y conflictos sociales, debido a los
intereses de parte y parte que en nada favorecían al pueblo sufriente,
empobrecido y endeudado que había quedado; además, quienes regresaban venían
con oro y plata (Esd 8.25-30), situación que desequilibraba las relaciones
comerciales y, por ende, el mercado legal, pues se traía la mentalidad de la
prosperidad, lo que significaba que los alimentos aumentaban de precio, se
favorecía a los especuladores, se perdía el pequeño productor y el cultivador y
había problemas con la tierra, que se perdía según la Ley. El templo
representaba las posibilidades estatales tributarias; la Ley de Dios parecía
que era la ley del rey, pues lo que se producía en abundancia es para ellos
(Neh 9.36-37).
Teniendo claro este contexto de una realidad llena de problemas, producto de las
desigualdades sociales, de las dificultades económicas, de la necesidad de
reconstruir la identidad perdida, desde cada persona, mucho más importante que
los muros, se escucha el clamor del pueblo especialmente el de las mujeres (Neh
5.1-5). “’Un gran clamor se suscitó
entre la gente del pueblo y sus mujeres
contra sus hermanos judíos’. Había quienes decían: nosotros tenemos que dar en prenda nuestros hijos y nuestras
hijas para obtener grano con qué comer y
vivir”.
Este clamor
del pueblo es la expresión de haberse perdido el Sedaqah [justicia], enraizado
en la experiencia tribal del pueblo de Israel. Un pueblo que vive en equidad no
necesita empeñarse o endeudarse por alimentos ni por nada que garantice lo
básico para tener buena calidad de vida.
LA BIBLIA
DEL OSO, UNA TRADUCCIÓN A LA ALTURA DE LOS TIEMPOS
Plutarco Bonilla Acosta, Lupa Protestante, 4 de abril de 2007
Introducción
[…]
El movimiento que
inicia Martín Lutero, y que
posteriormente tomaría como símbolo aquel gesto de clavar las tesis, se
extiende rápidamente por los estados alemanes y por otros países de la Europa
política de la época. Diversos factores favorecieron esa expansión: el estado
corrupto de amplios sectores del clero eclesiástico (y específicamente en
Roma), la insatisfacción de los ciudadanos con la situación reinante, la
fragmentación política de Alemania, las ansias de muchos de ser liberados de la
férula papal, la pobreza rampante de las clases populares, los nuevos vientos
que soplaban en el mundo académico y el afán de los estudiosos de acudir a las
fuentes cuando se trataba de estudiar el mundo antiguo, incluido el mundo
antiguo del cristianismo. No bastaba con atenerse a las fuentes secundarias,
como las traducciones antiguas de los textos sagrados, sino que había que
acudir a esos mismos textos en sus lenguas originales.
Así surge,
como imperativo del nuevo estado de cosas y por exigencias internas tanto de la
naturaleza del nuevo movimiento como del propio texto sagrado, la traducción al
alemán que hace Lutero de la Biblia.
España
Los refrescantes vientos luteranos
recorrieron los campos de Europa. Y llegaron a España, la España de Carlos I
(el V de Alemania). Y llegaron también a un monasterio en las cercanías de
Sevilla: el de los monjes jerónimos de San Isidoro del Campo. Allí se leían y
comentaban no solo los textos del propio Lutero y de otros reformadores sino
también, y desde una nueva perspectiva —lo que resultó más importante y
revolucionario—, las propias Sagradas Escrituras. No se trataba de que se
leyeran por primera vez, sino de que se leyeran con nuevos ojos. Era, en el
lenguaje de nuestros días, una “relectura” del texto bíblico. Y por las
condiciones de la época, quienes podían hacían esa lectura en las lenguas
originales en que esos textos fueron escritos.
En el
monasterio dicho se formó un grupo que analizaba con avidez las nuevas ideas
que eran resultado de esa relectura. Ese grupo estuvo dirigido por Juan Gil —el
Doctor Egidio— y Constantino Ponce de la Fuente. Entre aquellos estudiosos se
contaban dos monjes que sintieron un ferviente amor por la palabra de Dios y un
deseo no menos ferviente de ponerla al alcance de quienes hablaban su propia lengua.
Ambos habían abrazado lo que se denominaba entonces las “ideas luteranas”. El
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (hoy Sagrada Congregación de la
Doctrina de la Fe) inició su implacable ataque para erradicar las nuevas ideas
que la iglesia dominante consideraba heréticas.
Cuando en el
monasterio se percataron de que la inquisición andaba tras ellos, los que se
sintieron amenazados y pudieron, huyeron para buscar espacios donde se
respiraran aires de libertad. De los dos monjes mencionados, Casiodoro de Reina
fue el primero en tomar rumbo hacia nuevos horizontes donde practicar su fe y
continuar la tarea que ya se había impuesto, muy probablemente, antes de salir
de las tierras hispalenses: trasladar toda la Biblia, desde sus lenguas
originales, al castellano de la época. Y hacerlo –esto era lo más novedoso y lo
más impactante—para que el pueblo tuviera acceso a esa palabra cuando se le
leyera el texto sagrado en la liturgia y para que, cuando sus recursos se lo
permitieran, lo tuviera en sus propias manos.
El trabajo
de don Casiodoro no fue original en el sentido de que había sido precedido
tanto por la traducción de las Escrituras Hebreas (lo que los cristianos
llamamos Antiguo Testamento) hecha directamente de los idiomas originales por
judíos de habla castellana, como por la translación a nuestro idioma del Nuevo
Testamento, igualmente del idioma original.
El texto de Reina
No obstante lo que se acaba de afirmar, hay
que señalar que la originalidad del esfuerzo de traducción realizado por
Casiodoro de Reina radica en algunos hechos significativos.
La lengua.
La Biblia del Oso es una traducción
que hace honor al período por el que entonces atraviesa, en su desarrollo, nuestro
idioma. En el decir de don Marcelino Menéndez y
Pelayo, fue “hecha en el mejor tiempo de la lengua castellana” (es, en efecto,
y en el ámbito de los escritores religiosos, la época de Santa Teresa de Jesús,
Fray Luis de Granada, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz); y continúa don
Marcelino: “excede mucho, bajo tal aspecto, a la moderna [traducción] de Torres
Amat y a la desdichadísima del Padre Scío” (Historia
de los heterodoxos españoles. 1947; t. IV, p. 143).
A pesar del
mencionado elogio del gran políglota español, su obnubilación antiprotestante
se manifiesta al calificar de “propaganda” el tradicional esfuerzo que han
hecho siempre los protestantes, en cualquier época y en cualquier parte del
mundo, de poner las Sagradas Escrituras en la lengua que habla el pueblo.
En efecto,
afirmó don Marcelino: “Los trabajos bíblicos, considerados como instrumento de
propaganda, han sido en todo tiempo ocupación predilecta de las sectas
protestantes. No los desdeñaron nuestros reformistas del siglo XVI”; y después
de mencionar a varios de esos reformistas (Juan de Valdés, Francisco de Encinas
y Juan Pérez), añade: “Faltaba, con todo eso, una versión completa de las
Escrituras que pudiera sustituir con ventaja a la de los judíos de Ferrara,
única que corría impresa, y que por lo sobrado literal y lo demasiado añejo del
estilo, lleno de hebraísmos intolerables, ni era popular ni servía para
lectores cristianos del siglo XVI. Uno de los protestantes fugitivos de Sevilla
se movió a reparar esta falta, emprendió y llevó a cabo, no sin acierto, una
traducción de la Biblia”.
Ese
“fugitivo de Sevilla” fue don Casiodoro de Reina. Quizás ni se le haya ocurrido
a nuestro eximio escritor que lo único que simplemente hacían los protestantes
del siglo XVI era expresar algo que está ínsito en el corazón mismo del
evangelio, y que se manifestó con claridad meridiana en la historia del
cristianismo primitivo: primero, con la casi incesante reproducción de los
textos griegos del Nuevo Testamento; y luego, casi de inmediato, con la
traducción de sus textos sagrados a las lenguas de la época, en cuyo ámbito
geográfico el movimiento de Jesús incursionaba en su labor misionera. Nos
parece claro que el uso de la palabra “propaganda” en este contexto, y más en
la expresión “instrumento de propaganda”, tiene, en la pluma de don Marcelino,
un significado intencionalmente peyorativo. Pues bien, si eso que hicieron
aquellos cristianos a los que nos hemos referido era “propaganda”, que
propaganda sea lo que hicieron los reformistas españoles del siglo XVI.
Características de la traducción de Reina
1. Traducción directa. Es ésta la primera traducción al castellano de la Biblia
completa hecha de los idiomas en que esta fue escrita (hebreo, arameo y
griego).
2 El traductor: cristiano católico. Debe destacarse un dato que el propio
Reina se encarga de recordárnoslo en su “Amonestación del intérprete de los
sacros libros al lector”: que él se embarca en esta tarea (de traducir la
Biblia) en tanto cristiano católico, pues no había renunciado a las verdades
fundamentales de la fe católica que estaban acordes con la enseñanza de las
Escrituras.
Las
interpretaciones de algunos textos, según se muestra en las indicaciones
marginales, muestran también que Reina se consideraba a sí mismo como miembro
de la Iglesia Católica. (Esto quizás sea una pista que permita afirmar, como
han señalado algunos historiadores, que Reina ya había iniciado el trabajo de
traducción desde sus días en el monasterio de San Isidoro. Si es así y cuánto
hizo en aquellos días, no lo sabemos).
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