4 de agosto, 2019
Entonces le pidieron
a Esdras, el maestro y sacerdote, que trajera el libro de la Ley, la cual Dios
había dado a los israelitas por medio de Moisés. Nehemías
8.1, TLA
La continuidad judía ha
girado siempre alrededor de palabras pronunciadas y escritas, de un laberinto
de interpretaciones, debates y desacuerdos en constante expansión, así como de
un singular marco de relaciones humanas. En la sinagoga, en la escuela, y sobre
todo en el hogar, esto llevó siempre a dos o tres generaciones a sumirse en
profundas conversaciones.[1] Amós Oz / Fania Oz Salzberger
“El
Pueblo del Libro” es una denominación que encaja muy bien para las tres religiones
abrahámicas y que, en determinadas circunstancias sirve para definir la estrecha
relación que una comunidad de fe tiene con su texto sagrado. “La nuestra no es
una línea de sangre, sino una línea de texto”, han agregado Amós Oz y su hija
Fania a las palabras citadas arriba, con lo que demostraron la intrínseca e inseparable
relación que para la fe bíblica representa la cercanía, la familiaridad y el
amor por la Palabra. Esto último es lo que da sustancia a la fidelidad a un
mensaje revelado mediante las palabras y los lenguajes humanos, lo que lo constituye
en histórico a partir de su origen eterno, para así lograr un maravilloso
diálogo entre lo incondicional y lo transitorio. Porque cuando un pueblo intuye,
asimila y se deja guiar por esas aspiraciones de eternidad, es posible que se
sobreponga a los avatares de la existencia y del tiempo vivido en situaciones críticas.
Todo el Antiguo Testamento da testimonio de ello a través de la conciencia de
los personajes que aparecen y de cómo alcanzaron la conciencia de colaborar en
los planes divinos con todo lo que hacían, pero, sobre todo, con lo que decían.
Así sucedió con las últimas palabras de Abraham mismo, de Moisés y de Jacob, por
sólo citar a tres de ellos.
En el caso del judaísmo de la época del Segundo Templo,
el acceso al contenido de las Sagradas Escrituras (que aún no habían terminado
de redactarse completas, por cierto) estuvo mediado por un ambiente de
reconstrucción en todos los sentidos del término. Parte de la reedificación
integral del judaísmo de entonces consistió en reforzar los componentes identitarios
en los que la presencia de la ley divina tenía un lugar central. En el contexto
de la asamblea del pueblo convocada (ya con éste ubicado en sus respectivas
localidades), ahora para la lectura de la ley, la solemnidad y la expectación
con que el pueblo experimentó el momento no dejan lugar a dudas:
En el relato de la
lectura de la ley al pueblo destaca el énfasis que se da a la comunidad, a la
asamblea, al pueblo. El autor-cronista desea puntualizar que el evento estaba
dirigido hacia todo el pueblo judío. “Todo el pueblo” se reunió “como un solo
hombre” (v. 1). En la asamblea participaron hombres, mujeres y los niños “que
podían entender” (vv. 2-3); la asamblea solicitó a Esdras la lectura de la ley
(v. 1) y, posteriormente, escucharon atentamente su lectura (v. 3).[2]
La asamblea se llevó a cabo en el séptimo mes del
calendario (Etanim, mediados de
septiembre a octubre), y reunidos en la Puerta del Agua de la ciudad (Neh 3.26),
cerca del templo, donde se encontraba encima un estanque de inmersión (Mikvá) usado por el sumo sacerdote una
vez al año en el Día de la Expiación, quien se sumergía cinco veces en
preparación para entrar al Lugar Santísimo. El v. 7.73b se relaciona temática y
estructuralmente con el cap. 8, pues su objetivo es ubicar la lectura de la ley
dentro del calendario judío, dado que el mes séptimo era de celebración popular.
Se celebraban las fiestas de los tabernáculos (Lv 23.34-39, 41) y el día de la
expiación (Lv 16.29; 23.27; 25.9), además de otras fiestas solemnes (Lv 23.24;
Nm 29.1, 7, 12).
El maestro y sacerdote Esdras abrió el libro “a ojos
de todo el pueblo” (v. 5), con lo que se afirmaba el carácter comunitario,
horizontal e igualitario de este “nuevo pueblo”, enfatizado esto último por el
grupo de 13 laicos que acompañaron al lector (8.4). La lectura duró
aproximadamente seis horas (8.3, desde el amanecer hasta el mediodía) y se
encuentra muy resumida en el relato. Esta acción vino a sumarse, en la historia
antigua, en continuidad con otros momentos cruciales y conflictivos de lectura
de los textos sagrados, como Deuteronomio 9-10 (Moisés) y 31 (Moisés con Josué),
II Reyes 22-23 (Josías), y Jeremías 36 (Joacim).
El objetivo de la asamblea fue instruir (o re-instruir) al pueblo en tomo a las
enseñanzas de la ley de Moisés (vv. 1-3), la cual estaba contenida en un libro
que Esdras trajo de Babilonia (Esd 7.14). “El motivo de la presencia de Esdras
en Jerusalén era la aplicación de la ley de Moisés a la vida judía. Los
estudiosos relacionan la porción de la ley leída al pueblo con el Pentateuco
(Torá); posiblemente, con las secciones que regulan los aspectos cúlticos y litúrgicos”.[3]
El lugar de Esdras (una especie de nuevo Moisés que habla desde un templete
especial, 8.4a) en este proceso es muy relevante: “Después de Josías y
Jeremías, Esdras es el tercer personaje en aparecer en la Biblia Hebrea que,
por causa de sus acciones, especialmente lo relatado aquí, nos recuerda a
Moisés”.[4]
El pueblo estuvo muy atento (5b) y respondió con alabanzas y gestos litúrgicos
(6), además de que reaccionaron con manifestaciones de sumisión a Dios (6b).
Los levitas desempeñaron un papel muy importante en la
interpretación de la ley (vv. 7-8): el verbo utilizado para describir su labor
puede transmitir la idea de traducción. Los levitas muy posiblemente traducían
la lectura de Esdras en hebreo al arameo, pues era el lenguaje que el pueblo
podía entender. La insistencia del texto en la comprensión de lo leído (“ponían
el sentido, de modo que entendiesen”, 8b, RVR1960) es muy importante. De esta
manera, el pueblo estuvo nuevamente en contacto con la ley revelada, en su nivel
de comprensión, pero sin renunciar al milagro espiritual y literario que
significa acceder al mensaje divino envuelto en un grandioso lenguaje. Tal como
afirman nuevamente Amós Oz y su hija:
Su esplendor en tanto que
literatura trasciende la disección científica, así como la lectura devocional.
Conmueve y apasiona de un modo comparable a las grandes creaciones literarias,
de Homero unas veces, en ocasiones de Shakespeare, de Dostoievski en otras.
Pero su alcance histórico difiere del que tienen estas obras maestras.
Admitiendo que otros grandes poemas puedan haber dado origen a ciertas
religiones, ninguna otra creación literaria ha dejado grabado, de forma tan
efectiva, un código legal, ni ha trazado tan convincentemente una ética social.[5]
[1] A. Oz y Fania
Oz-Salzberger, Los judíos y las palabras.
Madrid, Siruela, 2014 (El ojo del tiempo, 77), p. 17.
[2] S. Pagán, op. cit., p. 160.
[3] Ibíd., p. 161.
[4] Geert J. Venem, Reading Scripture in the Old Testament: Deuteronomy
9-10, 31, 2 Kings 22-23, Jeremiah 36, Nehemiah 8. Leiden-Boston, Brill,
2004 (Oudtestamentische Studien), p. 139. Versión propia.
[5] A. Oz y F.
Oz-Salzberger, op. cit., p. 21.
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