LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EMPEÑO POR HAMBRE (III)
Gloria Gamboa
Revista
de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 66, 2010
Esto no es un discurso, es una realidad.
En la cotidianidad de las mujeres
empobrecidas, explotadas y oprimidas se revela el Dios de la vida, el ser
humano está llamado a vivir horizontes amplios de la dimensión existencial, el
hombre y la mujer tienen derecho a la valoración de su corporeidad, integrar lo
personal y lo público, lo particular y lo general, lo cotidiano y lo universal,
sólo así se puede entender la hermandad de hijos e hijas de Dios, con igualdad
de posibilidades en una tierra llena de riquezas naturales.
La voz de las mujeres que no eran
dueñas de tierras, que estaban sintiendo el impacto de la falta de ingresos,
mientras sus maridos se dedicaban a construir el muro, era la voz más
consciente de la catástrofe, pues eran ellas las que sufrían la injusticia de
acreedores que eran sus propios paisanos, que habían olvidado la ley que
protegía al más débil (Dt 15.7). Ellas y ellos, que debían entregarse como una
mercancía más, pasando a formar parte de las y los esclavos, como producto de
la injusticia social.
Empeñar la vida es quedar
atrapado sin los signos vitales que permitían rescatar y dignificar esa vida;
las mujeres y los hombres levantan la voz y protestan porque ahí está el
compromiso ético con el ser humano, que no puede quedar en palabras sino en
acciones que liberan al sujeto históricamente oprimido. Se podría decir que
estas mujeres de Neh 5,1- 2, estaban promoviendo un movimiento
político-ideológico para cambiar esta situación social, es decir estaba en
juego la construcción del futuro colectivo, con una vida digna.
Oprime la élite de Judá, oprimen
las élites de los pueblos vecinos que tiene sus pactos económicos con los
gobernantes de turno de Judá, abusan los comerciantes; el pueblo debía hacer
los aportes que garantizaran el sostenimiento de la casa de Dios, “el templo”.
Todo esto era una exagerada carga tributaria para los pobres, que poco a poco
fueron perdiendo todo.
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LA BIBLIA
DEL OSO, UNA TRADUCCIÓN A LA ALTURA DE LOS TIEMPOS (II)
Plutarco Bonilla Acosta
Lupa Protestante, 4 de abril de 2007
3.
El canon
Lo anterior explica también otro hecho en el que hay que poner
énfasis particular, porque no solo parece haberse olvidado en la tradición
protestante sino que, lo que es peor, se han hecho afirmaciones erróneas sobre
el asunto.
Al igual que afirmó uno de los
reformadores del siglo XVI, Casiodoro consideró que él no tenía la
responsabilidad de definir el canon de las Escrituras (más específicamente, el
del Antiguo Testamento). Estimaba que nadie, ni siquiera Dios, le había dado
ese encargo. Al menos así parece desprenderse de su silencio al respecto,
corroborado por algunos datos que mencionaremos luego. Consecuentemente, él se
dedicó a traducir el texto que había recibido de la Iglesia a la que siempre
había pertenecido: el texto del llamado “canon largo” o “canon alejandrino”; o
sea, los libros que componen el protocanon más los libros del déuterocanon.
Hablamos de los libros que los judíos aceptan en su canon (o libros
protocanónicos: los 39 libros de nuestro Antiguo Testamento) y de los textos
deuterocanónicos (Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría, 1 Macabeos, 2
Macabeos, más las adiciones a los libros de Ester y Daniel).
Este hecho, ajeno, con contadas
excepciones, al protestantismo posterior y contemporáneo de nosotros, requiere
más aclaración.
En primer lugar, cuando Casiodoro
de Reina envió su texto al impresor no les asignó a los libros que componen el
deuterocanon ningún lugar “especial”. Siguió, más bien, el orden que tienen en
la Vulgata. Así tenemos que Tobías, Judit, Ester (con 16 capítulos) están
colocados inmediatamente antes de Job; Sabiduría y Eclesiástico, entre Cantares
e Isaías; Baruc (con la Epístola de Jeremías), entre Lamentaciones y Ezequiel;
Daniel (con 14 capítulos), entre Ezequiel y Oseas; 1 Macabeos y 2 Macabeos,
entre Malaquías y Mateo. Además, en la sección en la que explica su tratamiento
del texto (es decir, cuando en la traducción se vio obligado a “quitar” o
“añidir” palabras o frases), habla de libros como Eclesiástico y Sabiduría, y
Tobías y Judit, y los trata sin hacer ninguna discriminación respecto de los
otros libros que componen el canon.
Lo dicho se refuerza con otro
dato significativo: Reina incluyó en su traducción otros tres libros, amén de
los mencionados: La Oración de Manasés
y III y IV de Esdras. Al comienzo de la traducción de esos textos, califica
explícitamente a III y IV de Esdras de apócrifos. Y en cuanto a la Oración de
Manasés, se limita a afirmar que “se suele contar con los libros apócrifos”.
Estos tres libros son los únicos que don Casiodoro incluye dentro de esta
categoría. Según la nomenclatura más común entre los biblistas católicos, estos
tres textos y otros de la misma clase son apócrifos; para los protestantes,
“pseudoepigráficos”. (Se trata de dos términos distintos para la misma
clasificación, lo que encierra la dificultad de usar unas mismas palabras para
significar categorías diferentes).
Ítem más (y véase lo que se dice
en el párrafo que sigue inmediatamente a este): detalle significativo, en la Biblia del Oso, es que en los márgenes
derecho e izquierdo de cada página se incluyen notas de muy diversa naturaleza.
Pues bien, al hacer referencias a otros textos de la propia Biblia, don
Casiodoro no discrimina en esas notas marginales entre libros protocanónicos y
libros deuterocanónicos. En las referencias marginales que hay en los seis
primeros capítulos del Génesis, por ejemplo, se citan Eclesiástico (7 veces) y
Sabiduría (4 veces). Esto indica claramente, a nuestro entender, que considera
todos esos libros tan canónicos como los otros.
4.
Notas
Una gran mayoría de las notas marginales remite a otros pasajes
de la Biblia.; pero el autor de las notas no se limita a esas referencias
cruzadas (como se las llama entre los protestantes), pues también incluye notas
de muy diferente carácter: explicación del significado de nombres propios o de
referencias a hechos o personajes históricos y a lugares geográficos;
aclaraciones lingüísticas, filológicas o culturales; y, de suma importancia,
indicaciones exegéticas (entre las que destacamos una —a Mateo 1.25— en la que
Reina asume la creencia en la perpetua virginidad de María [“’Entretanto que
estuvo preñada de’, etcétera. Ni por eso se sigue de aquí que después la
conociese, porque no se pretende aquí probar más sino que Cristo fue concebido
sin obra de varón. Además, es frase de la Escritura “has ta que etcétera’ por
jamás: Is 24.14”]. Esta posición se ve reforzada por otras notas en las que
interpreta que la palabra “hermanos”, cuando está referida a Jesús, significa
“parientes” [véanse las notas a Mateo 13.55-56; Juan 2.12; 7.3,5]). Es más, en su
“Amonestación”, al hablar de textos que plantean dificultades para la
traducción, respecto de los cuales hay diversidad de pareceres, Reina afirma:
“Y para satisfacer en este caso a todos los gustos, en los lugares de más
importancia añadimos en el margen las interpretaciones diversas que no pudimos
poner en el texto, para que el lector tome la que mejor le pareciere, si la que
nosotros hubiéremos seguido no le contentare” (p. 9).
Otras
traducciones
Como traductor, don Casiodoro sabía lo que hacía. Sabía, entre
otras cosas, que otros lo habían precedido en esta tarea. No solo en la
traducción al castellano; también a otras lenguas. Y, como era de esperar, echó
mano de todos los recursos que tenía a su disposición.
Puede decirse, con seguridad, que
la base textual que fundamenta la traducción de Reina es el texto bíblico en
los idiomas originales. Sin embargo, esta afirmación requiere unas precisiones:
Primero: Reina utilizó
traducciones antiguas: la LXX (para el Antiguo Testamento, incluidos los textos
deuterocanónicos) y la Vulgata (para toda la Biblia).
En su “Amonestación” habla muy
parcamente de la LXX. Como esta tradujo por “Señor” (Kyrios) el Tetragrámaton,
y puesto que él consideraba superstición judía la prohibición de pronunciar el
Nombre sagrado de Dios, su valoración de la obra de “los Setenta intérpretes”
tiende a ser negativa. Reina no sabía —no podía saber— que en copias antiguas,
precristianas, de la LXX no se tradujo el Nombre sagrado, sino que se mantuvo
el Tetragrámaton (con caracteres en hebreo,
paleohebreo o arameo, y aun con letras griegas). Sin embargo, reconoce Reina
que los primeros cristianos “servíanse de la común versión, que entonces estaba
en uso, que parece haber sido la de los Setenta” (p. 15).
También declara don Casiodoro “no
haber seguido... en todo y por todo, la vieja traducción latina”, de la que
dice que en su época estaba “en el común uso”. Le reconoce a la Vulgata que es grande “su autoridad por
la antigüedad”, pero afirma así mismo que son “muchos los yerros que tiene”, por
lo que no fue “nuestra común regla”. No obstante, aclara que la consultó “como
a cualquiera de los otros ejemplares” que tenía a su disposición (p. 9).
También se lamenta nuestro autor
de que la publicación de la versión siríaca haya salido “a tiempo que ya la
nuestra estaba impresa y ansí no nos hemos podido ayudar de ella” (p. 12).
Segundo: El “traductor” (como
Valera llamaría luego a Reina) también aclara que usó otras traducciones. De
dos de ellas habla de manera particular: (a) de la traducción latina de Santes
Pagnino (1470-1536), de la que sostiene “que al voto de todos los doctores en
la lengua hebraica es tenida por la más pura que hasta ahora hay” (p. 9), y (b)
de “la vieja translación española del Viejo Testamento, impresa en Ferrara”
(conocida como la “Biblia de Ferrara”), de la que se valió también de manera
particular por cuanto da “la natural y primera significación de los vocablos
hebreos” (p. 9). Critica de esta última no sólo su excesiva literalidad, que la
hace en ocasiones ininteligible, sino también los errores de interpretación
(los que achaca a la actitud anticristiana de los traductores).
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