sábado, 17 de agosto de 2019

Letra 631, 11 de agosto de 2019


LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EMPEÑO POR HAMBRE (III)
Gloria Gamboa
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 66, 2010

Esto no es un discurso, es una realidad. En la cotidianidad de las mujeres empobrecidas, explotadas y oprimidas se revela el Dios de la vida, el ser humano está llamado a vivir horizontes amplios de la dimensión existencial, el hombre y la mujer tienen derecho a la valoración de su corporeidad, integrar lo personal y lo público, lo particular y lo general, lo cotidiano y lo universal, sólo así se puede entender la hermandad de hijos e hijas de Dios, con igualdad de posibilidades en una tierra llena de riquezas naturales.
La voz de las mujeres que no eran dueñas de tierras, que estaban sintiendo el impacto de la falta de ingresos, mientras sus maridos se dedicaban a construir el muro, era la voz más consciente de la catástrofe, pues eran ellas las que sufrían la injusticia de acreedores que eran sus propios paisanos, que habían olvidado la ley que protegía al más débil (Dt 15.7). Ellas y ellos, que debían entregarse como una mercancía más, pasando a formar parte de las y los esclavos, como producto de la injusticia social.
Empeñar la vida es quedar atrapado sin los signos vitales que permitían rescatar y dignificar esa vida; las mujeres y los hombres levantan la voz y protestan porque ahí está el compromiso ético con el ser humano, que no puede quedar en palabras sino en acciones que liberan al sujeto históricamente oprimido. Se podría decir que estas mujeres de Neh 5,1- 2, estaban promoviendo un movimiento político-ideológico para cambiar esta situación social, es decir estaba en juego la construcción del futuro colectivo, con una vida digna.
Oprime la élite de Judá, oprimen las élites de los pueblos vecinos que tiene sus pactos económicos con los gobernantes de turno de Judá, abusan los comerciantes; el pueblo debía hacer los aportes que garantizaran el sostenimiento de la casa de Dios, “el templo”. Todo esto era una exagerada carga tributaria para los pobres, que poco a poco fueron perdiendo todo.
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LA BIBLIA DEL OSO, UNA TRADUCCIÓN A LA ALTURA DE LOS TIEMPOS (II)
Plutarco Bonilla Acosta
Lupa Protestante, 4 de abril de 2007

3. El canon
Resultado de imagen para plutarco bonillaResultado de imagen para plutarco bonillaLo anterior explica también otro hecho en el que hay que poner énfasis particular, porque no solo parece haberse olvidado en la tradición protestante sino que, lo que es peor, se han hecho afirmaciones erróneas sobre el asunto.
Al igual que afirmó uno de los reformadores del siglo XVI, Casiodoro consideró que él no tenía la responsabilidad de definir el canon de las Escrituras (más específicamente, el del Antiguo Testamento). Estimaba que nadie, ni siquiera Dios, le había dado ese encargo. Al menos así parece desprenderse de su silencio al respecto, corroborado por algunos datos que mencionaremos luego. Consecuentemente, él se dedicó a traducir el texto que había recibido de la Iglesia a la que siempre había pertenecido: el texto del llamado “canon largo” o “canon alejandrino”; o sea, los libros que componen el protocanon más los libros del déuterocanon. Hablamos de los libros que los judíos aceptan en su canon (o libros protocanónicos: los 39 libros de nuestro Antiguo Testamento) y de los textos deuterocanónicos (Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría, 1 Macabeos, 2 Macabeos, más las adiciones a los libros de Ester y Daniel).
Este hecho, ajeno, con contadas excepciones, al protestantismo posterior y contemporáneo de nosotros, requiere más aclaración.
En primer lugar, cuando Casiodoro de Reina envió su texto al impresor no les asignó a los libros que componen el deuterocanon ningún lugar “especial”. Siguió, más bien, el orden que tienen en la Vulgata. Así tenemos que Tobías, Judit, Ester (con 16 capítulos) están colocados inmediatamente antes de Job; Sabiduría y Eclesiástico, entre Cantares e Isaías; Baruc (con la Epístola de Jeremías), entre Lamentaciones y Ezequiel; Daniel (con 14 capítulos), entre Ezequiel y Oseas; 1 Macabeos y 2 Macabeos, entre Malaquías y Mateo. Además, en la sección en la que explica su tratamiento del texto (es decir, cuando en la traducción se vio obligado a “quitar” o “añidir” palabras o frases), habla de libros como Eclesiástico y Sabiduría, y Tobías y Judit, y los trata sin hacer ninguna discriminación respecto de los otros libros que componen el canon.
Lo dicho se refuerza con otro dato significativo: Reina incluyó en su traducción otros tres libros, amén de los mencionados: La Oración de Manasés y III y IV de Esdras. Al comienzo de la traducción de esos textos, califica explícitamente a III y IV de Esdras de apócrifos. Y en cuanto a la Oración de Manasés, se limita a afirmar que “se suele contar con los libros apócrifos”. Estos tres libros son los únicos que don Casiodoro incluye dentro de esta categoría. Según la nomenclatura más común entre los biblistas católicos, estos tres textos y otros de la misma clase son apócrifos; para los protestantes, “pseudoepigráficos”. (Se trata de dos términos distintos para la misma clasificación, lo que encierra la dificultad de usar unas mismas palabras para significar categorías diferentes).
Ítem más (y véase lo que se dice en el párrafo que sigue inmediatamente a este): detalle significativo, en la Biblia del Oso, es que en los márgenes derecho e izquierdo de cada página se incluyen notas de muy diversa naturaleza. Pues bien, al hacer referencias a otros textos de la propia Biblia, don Casiodoro no discrimina en esas notas marginales entre libros protocanónicos y libros deuterocanónicos. En las referencias marginales que hay en los seis primeros capítulos del Génesis, por ejemplo, se citan Eclesiástico (7 veces) y Sabiduría (4 veces). Esto indica claramente, a nuestro entender, que considera todos esos libros tan canónicos como los otros.

4. Notas
Una gran mayoría de las notas marginales remite a otros pasajes de la Biblia.; pero el autor de las notas no se limita a esas referencias cruzadas (como se las llama entre los protestantes), pues también incluye notas de muy diferente carácter: explicación del significado de nombres propios o de referencias a hechos o personajes históricos y a lugares geográficos; aclaraciones lingüísticas, filológicas o culturales; y, de suma importancia, indicaciones exegéticas (entre las que destacamos una —a Mateo 1.25— en la que Reina asume la creencia en la perpetua virginidad de María [“’Entretanto que estuvo preñada de’, etcétera. Ni por eso se sigue de aquí que después la conociese, porque no se pretende aquí probar más sino que Cristo fue concebido sin obra de varón. Además, es frase de la Escritura “has ta que etcétera’ por jamás: Is 24.14”]. Esta posición se ve reforzada por otras notas en las que interpreta que la palabra “hermanos”, cuando está referida a Jesús, significa “parientes” [véanse las notas a Mateo 13.55-56; Juan 2.12; 7.3,5]). Es más, en su “Amonestación”, al hablar de textos que plantean dificultades para la traducción, respecto de los cuales hay diversidad de pareceres, Reina afirma: “Y para satisfacer en este caso a todos los gustos, en los lugares de más importancia añadimos en el margen las interpretaciones diversas que no pudimos poner en el texto, para que el lector tome la que mejor le pareciere, si la que nosotros hubiéremos seguido no le contentare” (p. 9).

Otras traducciones
Como traductor, don Casiodoro sabía lo que hacía. Sabía, entre otras cosas, que otros lo habían precedido en esta tarea. No solo en la traducción al castellano; también a otras lenguas. Y, como era de esperar, echó mano de todos los recursos que tenía a su disposición.
Puede decirse, con seguridad, que la base textual que fundamenta la traducción de Reina es el texto bíblico en los idiomas originales. Sin embargo, esta afirmación requiere unas precisiones:
Primero: Reina utilizó traducciones antiguas: la LXX (para el Antiguo Testamento, incluidos los textos deuterocanónicos) y la Vulgata (para toda la Biblia).
En su “Amonestación” habla muy parcamente de la LXX. Como esta tradujo por “Señor” (Kyrios) el Tetragrámaton, y puesto que él consideraba superstición judía la prohibición de pronunciar el Nombre sagrado de Dios, su valoración de la obra de “los Setenta intérpretes” tiende a ser negativa. Reina no sabía —no podía saber— que en copias antiguas, precristianas, de la LXX no se tradujo el Nombre sagrado, sino que se mantuvo el Tetragrámaton (con caracteres en hebreo, paleohebreo o arameo, y aun con letras griegas). Sin embargo, reconoce Reina que los primeros cristianos “servíanse de la común versión, que entonces estaba en uso, que parece haber sido la de los Setenta” (p. 15).
También declara don Casiodoro “no haber seguido... en todo y por todo, la vieja traducción latina”, de la que dice que en su época estaba “en el común uso”. Le reconoce a la Vulgata que es grande “su autoridad por la antigüedad”, pero afirma así mismo que son “muchos los yerros que tiene”, por lo que no fue “nuestra común regla”. No obstante, aclara que la consultó “como a cualquiera de los otros ejemplares” que tenía a su disposición (p. 9).
También se lamenta nuestro autor de que la publicación de la versión siríaca haya salido “a tiempo que ya la nuestra estaba impresa y ansí no nos hemos podido ayudar de ella” (p. 12).
Segundo: El “traductor” (como Valera llamaría luego a Reina) también aclara que usó otras traducciones. De dos de ellas habla de manera particular: (a) de la traducción latina de Santes Pagnino (1470-1536), de la que sostiene “que al voto de todos los doctores en la lengua hebraica es tenida por la más pura que hasta ahora hay” (p. 9), y (b) de “la vieja translación española del Viejo Testamento, impresa en Ferrara” (conocida como la “Biblia de Ferrara”), de la que se valió también de manera particular por cuanto da “la natural y primera significación de los vocablos hebreos” (p. 9). Critica de esta última no sólo su excesiva literalidad, que la hace en ocasiones ininteligible, sino también los errores de interpretación (los que achaca a la actitud anticristiana de los traductores).

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