sábado, 17 de agosto de 2019

Letra 632, 18 de agosto de 2019


LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EMPEÑO POR HAMBRE (IV)
Gloria Gamboa
Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 66, 2010

Había otros que decían: “Nosotros tenemos que empeñar nuestros campos, nuestras viñas, y nuestras casas para conseguir grano en esta penuria”. Y otros decían: “Tenemos que pedir prestado dinero a cuenta de nuestros campos y de nuestras viñas para el impuesto del rey”.                                                                          Nehemías 5.3-4

Resultado de imagen para jose luis sicre con los pobres de la tierraQuienes dominan y ejercen el poder imperial manejan los excedentes, producto de la explotación, y los acumulan, creando el desabastecimiento en el mercado y, por ende, la necesidad de que el pueblo se endeude o empeñe sus posesiones a cambio de alimentos, practicando así políticas económicas de crédito que dejaban grandes ganancias; esto permitía asegurar el desarrollo económico para continuar las políticas de expansión territorial y tener con que pagar a los funcionarios y al ejército que garantizaba su poderío y su triunfo en la guerra.
Éste es el clamor de quien teniendo la tierra no la puede trabajar, porque hay intereses creados por el imperio de turno; éstos acumulan la producción, mientras el pueblo se muere de hambre.
Hoy, nuestros países emergentes de Latinoamérica dicen: nuestros campos y la producción agrícola están en riesgo y, por ende, nuestra alimentación, ya que se encuentran comprometidos como biomasa para los biocombustibles, pues cultivos como la caña de azúcar, el maíz, el sorgo, la yuca, la palma africana, la soya, la higuerilla, la jatropha curcas, la colza y otras palmas son utilizadas para producir etanol y aceites biodiesel, convirtiéndose todo esto en agrocombustibles de primera y segunda generación, que ayudan al rendimiento de la gasolina, que se mezcla con el 10% de biocombustibles, afecta a los bosques nativos, el pulmón amazónico del mundo, las cuencas hidrográficas, el recalentamiento global por la contaminación, el desabastecimiento de la canasta familiar. La quinta parte de la población mundial, aproximadamente, está pasando hambre; hay guerras geopolíticas provocadas por los intereses de las transnacionales. […]

LA BIBLIA DEL OSO, UNA TRADUCCIÓN A LA ALTURA DE
LOS TIEMPOS (III)
Plutarco Bonilla Acosta
Lupa Protestante, 4 de abril de 2007

Base textual
Resultado de imagen para traducciones de la bibliaEl uso y valoración que el traductor hace de otras versiones (antiguas y modernas), según se ha señalado, no debe enturbiar nuestra apreciación de otro hecho fundamental, que Reina expresa de diferentes maneras. Estas son sus propias palabras:
[Luego de hablar de la Vulgata, de sus yerros, de sus adiciones y de sus transposiciones]: “Así que pretendiendo dar la pura palabra de Dios en cuanto se puede hacer, menester fue que ésta no fuese nuestra común regla [...], antes, que conforme al prescripto de los antiguos concilios y doctores santos de la Iglesia, nos acercásemos de la fuente del texto hebreo cuanto nos fuese posible (pues que sin controversia ninguna de él es la primera autoridad), lo cual hicimos siguiendo comúnmente la translación de Santes Pagnino” (p. 9). (Debe tomarse en cuenta que la traducción de Pagnino, dirigida a los académicos, es muy literal, por lo que se aplicaría también a ella los aspectos positivos que le señala Reina a la Biblia de Ferrara).
“En los lugares [de la traducción de Pagnino] que tienen alguna dificultad por pequeña que sea, [...] hemos tenido recurso al mismo texto hebraico” (p. 9).
“Con toda diligencia que nos ha sido posible habernos procurado atarnos al texto sin quitarle ni añadirle. Quitarle, nunca ha sido menester, y ansí creemos que en nuestra versión no falta nada de lo que en el texto está si no fuere por ventura alguna vez algún artículo o alguna repetición de verbo, que sin menoscabo de la entereza del sentido se podría dejar, y otramente ponerse haría notable absurdidad en la lengua española...” (p. 11). Y acto seguido afirma: “Añadir ha sido menester muchas veces”, para pasar luego a explicar los diferentes casos en los que fueron necesarias las adiciones y el hecho de que, sin excepción, las marcó en el texto “de otra letra que la del texto común” para que el lector ejerza su discernimiento (p. 11). Estas adiciones se encuentran tanto en el Antiguo Testamento (incluidos los libros que no están en el canon hebreo) como en el Nuevo.
Respecto del Nuevo Testamento son dignas de citarse las siguientes palabras: “En el Nuevo Testamento nos pareció ser esta diligencia más necesaria por cuanto en los mismos textos griegos hay también esta diferencia en algunas partes, y todos parece que son de igual autoridad. Algunas veces hallamos que la Vieja versión Latina añade sin ninguna autoridad de texto griego, y no aun esto quisimos dejar, por parecernos que no es fuera del propósito y que fue posible haber tenido también texto griego de no menos autoridad que los que ahora se hallan” (p. 12).
Ahora bien, cuando don Casiodoro se refiere al “texto”, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, ¿a qué textos está refiriéndose? Puede afirmarse que, en términos generales, se refiere al Texto Masorético, para el Testamento Viejo, y al Texto recibido (o Textus receptus), para el Nuevo. Decimos “en términos generales” porque en el mismo pasaje que hemos citado, Reina reconoce que hay diversos manuscritos griegos, que entre ellos hay variantes (aunque eran poquísimos los manuscritos que se conocía entonces) y que todos gozaban de igual autoridad. Es más, no descarta el hecho de que el traductor de la Vulgata pudiera haber tenido a su disposición otros manuscritos griegos que serían “de no menos autoridad de los que ahora se hallan”. Recuérdese que el Texto recibido no es un texto monolítico, sin variantes.

Principios de traducción
De las explicaciones que el propio traductor nos ofrece en su “Amonestación”, pueden deducirse los siguientes principios que siguió al realizar su trabajo:
1. La última autoridad la tienen, no las traducciones, por muy antiguas que sean, sino los textos en los idiomas originales. A ellos, pues, hay que recurrir, y concederles la palabra definitiva cuando haya dudas planteadas por las diversas versiones.
2. Lo anterior no significa que no se planteen dudas, también, con los textos hebreos o griegos. Estas dudas provienen de dos fuentes: por una parte, del hecho de que hay diferentes textos que, unos respecto de otros, presentan variantes, por lo que el traductor tiene que escoger uno de ellos (y esta decisión no resulta tan fácil porque esos textos “parece que son de igual autoridad”); y por otra, porque los propios textos hebreos y griegos en ocasiones son de difícil comprensión e interpretación.
3. Por lo dicho, cobran particular relevancia las diferentes traducciones que se han hecho del texto, para analizar las soluciones que en ellas se han propuesto a las dificultades con las que el traductor tropiece. Esto es particularmente necesario en el caso de los textos obscuros o de los textos en que no haya manuscritos hebreos (es, sobre todo, pero no únicamente, el caso de los libros déuterocanónicos). A su vez, esto significa no seguir ciegamente ninguna de esas traducciones, sino utilizar el propio criterio después de conferir cada una de ellas con “el texto” (es decir, con el texto hebreo o griego, según corresponda).

4. Como el lector de la traducción tampoco debe sentirse esclavo de la única opinión del traductor, es necesario que aquel sepa de otras posibilidades de entendimiento del texto. Lograr eso es una de las funciones de las notas marginales (y de las añadidas al final del volumen, notas estas últimas que, desafortunadamente, no fueron incluidas en la edición de Alfaguara). El lector también debe ejercer su criterio personal y “tomar lo que mejor le pareciere” (p. 9), si no está satisfecho con la interpretación que el traductor le ofrece.

5. Lo importante en la traducción es ser fiel a “la entereza del sentido” del texto y mantener su inteligibilidad (p. 11).

6. Concomitantemente ha de cuidarse la claridad de la expresión, para que ésta no quede “dura” ni haga “notable absurdidad en la lengua española” (p. 11). La tensión entre la fidelidad al sentido del texto y la expresión castiza la expresa así el traductor: “Para remedio de la dificultad que consiste en solas las palabras, procuramos en nuestra versión toda la claridad que nos fue posible, mas de tal manera que el texto quedase siempre en su enterez reteniendo todas las formas de hablar hebraicas que o conciertan con las españolas, como son por la mayor parte, o a lo menos que pueden ser fácilmente entendidas, aunque en ello pecásemos algo contra la pulideza de la lengua española, teniendo por mejor mal pecar contra ella, aunque fuese en mucho, que en muy poco contra la integridad del texto” (p. 18).

7. Para lograr lo anterior, a veces es necesario añadir o quitar algo del texto. Esto último (o sea, quitar), sólo lo hace en cuestiones formales para que el idioma (español) resulte natural, sin cambiar el sentido. En el caso de las adiciones, todas, sin importar la naturaleza de ellas, las indica en el texto.

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