11 de agosto, 2019
Ellos leían y
traducían con claridad el libro para que el pueblo pudiera entender. Y al oír
lo que el libro decía, todos comenzaron a llorar. Nehemías 8.8-9, TLA
El reencuentro del pueblo judío reunido por Esdras con
la Ley escrita de Dios, en Nehemías 8, tuvo momentos extraordinariamente
emotivos, pues la forma en que el sacerdote y escriba presentó su contenido
produjo un fuerte impacto en esa comunidad formada por personas que venían del
exilio de Babilonia. Fue, en efecto, un reencuentro, pues las circunstancias en
las que sucedió fueron muy distintas de las que estuvieron enmarcadas en las
monarquías antiguas de Judá e Israel. Ahora, ya sin una estructura política
propia, el pueblo debió adaptarse a las imposiciones del imperio persa y así
afrontar los reacomodos que la historia les exigió para tratar de encontrar un
futuro más o menos promisorio.
Este nuevo contacto con
el mensaje sagrado reavivó con intensidad los recuerdos de momentos experimentados
por otras generaciones de creyentes que, ahora con la mediación de otras
realidades (como la sinagoga), tendrían una proyección nueva para vivir un presente
completamente impredecible: sin autonomía, el pueblo debería seguir percibiendo
la forma en que Dios llevaría adelante su historia hacia otros rumbos. De ahí
que el perfil de Neh 8 coincida más con una lectura comunitaria de la Biblia y
que la intervención de Esdras y sus colaboradores se parezca más a un amplio esfuerzo
hermenéutico e interpretativo de mayores alcances para la vida del pueblo. La comunidad
judía aparece practicando una sesión de estudio en busca de la voluntad de Dios
(“los ayudantes de los sacerdotes ayudaron al pueblo a entender la ley de Dios”,
7a), partiendo desde la misma traducción de las Escrituras (lo que en nuestro
medio comenzó con Casiodoro de Reina en 1569) para llegar hasta una lectura
crítica, nada ingenua, de los textos bíblicos.
“Ellos leían
y traducían con claridad el libro para que el pueblo pudiera entender”
(8): El objetivo del relato “es relacionar la labor educativa de Esdras y los
levitas con los trabajos de Nehemías. La lectura de la ley produjo resultados. A la vez
que el pueblo se entristeció y lloró, Esdras los instó a
regocijarse y celebrar (v. 10) pues era ‘un día
santo’ (v. 9)”.[1] De
manera sorpresiva aparecen juntos los dos líderes del pueblo unidos en la labor
completa de instrucción y consolidación de las acciones realizadas hasta ese
momento. El dirigente espiritual encarnado en la figura de Esdras, centrado en
la atención que el pueblo debía otorgar a la palabra escrita de Dios, y el
dirigente político, material, que había integrado todos aspectos para
contribuir a una reconstrucción completa, integral de la identidad colectiva,
de su fe común, de su historia en marcha. Era un día único, irrepetible, cuya
trascendencia ambos dirigentes supieron interpretar en plenitud. Con todo, lo
que se impuso fue el realismo político:
No
se podía esperar ya la autonomía política. Así los repatriados se reconcentran en
sí mismos, en torno al templo, a la sombra de las murallas. La ley,
enriquecida, meditada y profundizada, reconocida por lo demás, como ley de
Estado por Babilonia, vendrá a ser objeto de sus meditaciones. Poco a poco
tejerá en torno a ellos una red de observancias. La comunidad judía se
orientará más bien hacia su perfeccionamiento específico, el yahvismo, y no
tanto hacia la reconquista de su independencia civil.[2]
¿Qué secciones de la Ley
se leyeron e interpretaron? Samuel Pagán sugiere que se trató posiblemente de varias
porciones como Levítico 26 o Deuteronomio 27,
lo que seguramente hizo que reconocieran “sus faltas;
el dolor y el arrepentimiento les hicieron ignorar la celebración de un día de
fiesta y gozo”. Ese “día santo” se refiere al primer día
del mes (v. 2), cuando se celebraba una conmemoración al son de trompetas y una
santa convocación (Lv 23.23-25). La lectura
de la ley debía tener el contexto teológico de celebración y
alegría (Dt 12.7, 12, 18; 14.26; 16.11; 2 Cr. 29.36; 30.25). Todo
esto hace recordar, obligadamente, lo sucedido con Josías al reencontrar la Ley
entre los escombros del Templo (II Cr 34.8-33), lo que significó el arranque de
una auténtica reforma moral, espiritual y social en medio del pueblo, aun
cuando ya era demasiado tarde como para salvar el esquema monárquico
prevaleciente. En el tiempo de Esdras y Nehemías eso ya no estaba a discusión
sino la efectiva fidelidad a la voluntad revelada de Dios en su ley.
Lev 26 es una serie de
exhortaciones a la obediencia; los vv. 2-4 son muy explícitos: “Muestren
respeto por mi santuario, y descansen en día sábado. Yo soy el Dios de Israel. Obedezcan
fielmente mis leyes, y yo les enviaré lluvia a tiempo para que tengan buenas
cosechas de cereales y de frutas”. Mucho del sentimiento producido al releerla
debió proceder de la cadena de promesas sobre el acompañamiento divino que
incluye el texto (6-12), las cuales son acompañadas por el recuerdo de la
liberación y de que no volverían a la esclavitud: “Yo soy el Dios de Israel. Yo
los saqué de Egipto y les di libertad. Deben sentirse orgullosos de esto, pues
nunca más volverán a ser esclavos” (13). La segunda parte del capítulo es un
anuncio de castigos por la desobediencia e infidelidad (14-41). Las palabras de
los vv. 31-33 y 38-40 son particularmente pertinentes y duras para el momento
que vivían: “Yo convertiré sus ciudades en un montón de ruinas. Destruiré su
santuario, y rechazaré el aroma de sus ofrendas. Su país quedará hecho un
desierto, y sus ciudades quedarán en ruinas, pues los perseguiré espada en
mano, y huirán a las naciones vecinas. ¡Hasta sus enemigos se sorprenderán al
verlo!”. “Sobre ustedes recaerá la culpa por los pecados que cometieron sus padres,
y también la culpa por sus propios pecados. ¡Morirán en otras tierras, bajo el
poder de sus enemigos! Entonces reconocerán que se rebelaron contra mí”.
Dt 27 es otra exhortación
a la obediencia pronunciada en el monte Ebal (vv. 1-13) seguida por un bloque
de maldiciones específicas para acciones negativas (14-26), entre las que
destacan la idolatría (15), el desprecio por los padres y madres (16), las
inmoralidades sexuales (20-23) y, especialmente el abuso hacia los débiles y
desprotegidos (17-19; “Maldito sea el que engañe a un ciego y lo desvíe de su
camino. Maldito sea el que trate mal a los refugiados, a las viudas y a los
huérfanos”), entre varias más.
La relación de este relato con Dt 31.9-13
también es clara: la ordenanza era hacer lecturas periódicas (cada siete años) de
la Ley para todo el pueblo. El final de esta sección (12) habla de la gran
celebración que siguió a la lectura y explicación de la ley. Después de la
celebración, el pueblo debía enfrentar las implicaciones prácticas de la
reinstalación de la ley como centro de la vida de la comunidad para la
situación presente.[3]
La segunda sección de esta unidad presenta la celebración de la fiesta solemne
de los tabernáculos (Sucot, vv. 13-18; Lv 23.33-43).
[1] S.Pagán, op. cit., p. 162.
[2] H. Lusseau, “Esdras
y Nehemías”, en Henri Cazelles, dir., Introducción
crítica al Antiguo Testamento. Barcelona, Herder, 1989 (Biblioteca Herder,
sección de Sagrada Escritura, 158), p. 722.
[3] Cf. Juha Pakkala, Ezra the Scribe. The development of Ezra
7-10 and Nehemiah 8. Berlín-Nueva York, Walter de Gruyter, 2004, p. 177.
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