sábado, 19 de octubre de 2019

Repoblar la ciudad y renovar la vida del pueblo, A.I. Edith Martínez Vázquez


20 de octubre de 2019

Donde está Dios siempre hay renovación, crecimiento, movimiento y cambios.

Donde está Dios no hay estancamiento ni lugar a la mediocridad porque Dios es Perfecto.

Dios levanta de las cenizas una gran construcción; Dios levanta de la muerte a la vida a nuestro Señor
Jesucristo; Dios vence la destrucción y lo hace nuevo; porque Dios es Creador, es Sustentador y su
Perfección y Santidad son absolutas.

Éste es el Dios que nos ama y que nos ha amado desde la eternidad. Éste es el Dios que mostró al pueblo de Israel que confiando en Él las cenizas sólo quedan en el recuerdo porque Él nos da el ánimo, el sustento, las fuerzas, la inteligencia y todo lo necesario para salir adelante.

En Nehemías 7:4 nos dice “Porque la ciudad era espaciosa y grande, pero poco pueblo dentro de ella, y no había casa reedificadas”; por tanto, al lugar al que se tenía que ir era un lugar que implicaba esfuerzos, cambios y, aunque ya habitaban los jefes del pueblo, empezaron a echar suertes para traer a uno de cada diez para morar en Jerusalén, es decir 10% y otro 90% en otras ciudades.

El echar suertes era saber cuál era la voluntad de Dios, así como lo muestran algunos versículos en Números 26:52-56; 1º Samuel 14:41-42; Proverbios 16:33.

Irse a una ciudad nueva implicaba reconstruir casas, renovarse en todo: en lugares, en calles, en casas, quizás en alimentos, costumbres, en amistades, todo diferente; dejar atrás la comodidad, que quizás algunos ya tenían, y hacerlo todo diferente.

Cuando Dios trae cambios es un hecho que quiere que nos renovemos, que aprendamos, que soltemos
costumbres y que conozcamos otras cosas, que maduremos, que experimentemos.

A veces pareciera que somos forzados a movernos, a cambiar y si es así es que ¡algo diferente quiere para nosotros o de nosotros!

Para que el pueblo de Israel estuviera preparado para el cambio, antes hubo la lectura de la Ley; donde hubo una explicación de lo que Dios había hecho en el pasado con el pueblo, una concientización de quién era ese Dios que los había estado acompañando todo el tiempo.

El pueblo se humilló delante de Dios, pidió perdón y se reconcilió con Dios.

Al renovar esa relación de ellos con Dios la actitud es diferente, la esperanza y la fe son reforzadas y lo nuevo resulta retador pero interesante porque se reconoce que Dios va con nosotros.

No era sencillo pensar en llegar a una ciudad relativamente vacía; sin embargo, el pensar en llegar a la Ciudad Santa seguramente cambiaba el contexto.

Así nosotros somos cuando ante el cambio pensamos que Dios va de la mano con nosotros, porque donde está Dios ¡ese lugar es santo! (1ª Pedro 2:9; Éxodo 3:4). Y aunque el cambio parezca incierto, no olvidemos que donde está Dios hay seguridad.

A la ciudad de Jerusalén se fueron personas que tenían asignada una misión, no sabemos si lo sabían o no, pero cuando Dios nos mueve siempre tiene un objetivo.

Se fueron hijos de Fares, hijo de Judá, quienes eran hombres fuertes y de guerra; hijos de Benjamín,
hombres de gran vigor; sacerdotes, levitas, porteros, sirvientes del templo, cantores. Estas personas
dejaron sus casas, sus ciudades, sus amigos, sus comodidades por seguir el llamado de Dios, el cambio que

Dios les estaba ofreciendo con un nuevo horizonte.

Así como Abraham dejó su tierra y su parentela por seguir el cambio de Dios, solamente confiando en su Hacedor. Génesis 12:1. Para que Dios repoblara la ciudad y renovara la vida del pueblo, primero estaba renovando la vida de cada una de las personas que estaban llegando a Jerusalén, el cambio era personalizado y la suma de esos cambios resultaría en la renovación del pueblo.

Renovar es recobrar la vida y el vigor, es cambiar, es hacer nuevo, es dejar atrás, cerrar ciclos, abrir
oportunidades, crecer, moverse, revivir y Dios los estaba escogiendo a ellos para hacerlo, para vivirlo, para marcar la pauta, para dar un paso adelante, para ir al frente, para aprender, para enseñar, para madurar; ¡y eso mismo hace hoy en día con nosotros! Pero nosotros a veces nos quejamos, no entendemos, nos frenamos, nos resistimos, reclamamos y sólo actuamos como necios cuando lo único que deberíamos hacer es dejarnos llevar por el Espíritu Santo, por su sabiduría, por su certeza, por su amor y su fidelidad.

¿Qué daño pude hacernos nuestro Dios?, ¿qué mal querría hacernos si sólo nos ha amado desde la eternidad hasta traernos a su luz admirable? Ningún mal recibiremos de parte de nuestro Padre Celestial. El problema es que no confiamos en Él, queremos resolverlo nosotros solos, confiando en nuestras propias fuerzas, tener el control nosotros solos.

Por eso en Hebreos 11 tenemos los ejemplos de fe y confianza en Dios de Noé, de Abraham, de Sara, de José quienes murieron sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos y creyéndolo y saludándolo. Pero el no haberlo recibido en vida no significó que Dios no lo cumpliera, porque hasta
nuestros días vemos la promesa de Dios cumplida, porque fiel e inmutable es el Dios en quien confiaban y en quien confiamos.

Hebreos 11: 22 “Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel y dio mandamiento acerca de sus huesos”; sin verlo, creyó en que Dios daría un nuevo lugar al pueblo de Israel, un lugar
exclusivamente para ellos, y sus huesos no se quedarían en Egipto, sino que quiso que fueran llevados con su pueblo a donde Dios los llevaría.

El aprendizaje es creer, confiar en Dios, vivir con Él, saber que Dios siempre tendrá algo preparado para nosotros, siempre tendrá un cambio y una renovación ya que nuestra meta es alta: llegar a la estatura del varón perfecto, que es Jesucristo (Efesios 4:13). Parecernos más a Cristo que ama, que perdona, que no guarda rencores y que transmite una paz que el mundo no da.

No nos neguemos a la renovación que nuestro Dios quiere para nosotros y cambiemos sabiendo que Él siempre traerá mejoras para nosotros.

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