sábado, 12 de octubre de 2019

"Y no abandonaremos la casa de Jehová": la fe colectiva a prueba, L. Cervantes-O.

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13 de octubre, 2019

Nunca descuidaremos el templo de nuestro Dios. Nehemías 10.39b, TLA
Y no abandonaremos la casa de Jehová. RVR 1960

El compromiso moral, espiritual y religioso que hizo el pueblo judío con Yahvé en la época de Esdras y Nehemías estuvo marcado por una fuerte preocupación acerca de su identidad y su destino en el futuro cercano. La recuperación de sus bases comunitarias tuvo lo religioso como plataforma principal. El templo, la ley, el sacerdocio y el culto fueron reinstalados en la conciencia colectiva para reforzar la memoria religiosa y teológica que colocaba a Israel como parte de un proyecto divino que, necesariamente, iba más allá de su desarrollo histórico. Comprender esto último incluyó aspectos que resultaron dolorosos para esa generación, especialmente al momento de procesar el hecho de que, al menos por el momento, no recuperarían su independencia y debían seguir subordinados a la voluntad del imperio persa. El desafío consistió en situarse, dentro del mismo, como parte del designio divino y de la política específica de ese imperio que buscaba consolidar su posición estratégica en el antiguo Canaán. “La comunidad judía, al renovar el pacto antiguo, se convirtió en una prolongación histórica y legal del Israel preexílico. Esa realidad les daba la oportunidad de participar y disfrutar de las promesas de restauración nacional”.[1] La lectura de los acontecimientos atraviesa también por la necesidad de ver la reconstrucción integral del pueblo como condición esencial para la marcha de la historia de la salvación, tal como se entendía en ese momento.

Luego de la narración de la renovación del pacto y de la identificación de los líderes que firmaron el documento legal, el autor-cronista destaca varios aspectos de la ley que debían ser enfatizados. El objetivo del relato no es presentar un tratado abstracto de los principios que enmarcan la relación entre Dios y la humanidad, sino la identificación de varias leyes que tenían implicaciones inmediatas y concretas para el pueblo. Un pacto que se basa en principios generales y no tiene- relevancia en situaciones concretas es solo un documento vacío de significado.[2]

Luego de la promesa de mantener la pureza racial (10.30), se enumeran los compromisos concretos: en primer lugar, la importancia del sábado para la vida del pueblo (31), pues la comunidad ya “tenía dificultades en observar estos días especiales, posiblemente por la presión de los comerciantes (cf. Neh 13.16). La referencia a ‘remitir’ o ‘perdonar’ toda deuda puede ser una alusión a Dt 15.1-3 (cf. Neh. 5)”.[3] “Durante el sábado, nadie en adelante compraría mercaderías, especialmente el trigo llevado a la ciudad por el pueblo de la tierra. Es la victoria de Nehemías. Cambió el rumbo del mercado: el trigo, ahora, viene del campo hacia la ciudad. El pueblo de la tierra, ahora, gravita en torno de Jerusalén. Sanballat y Gosen, el árabe, perdieron espacio. Asdoditas y amonitas serán todavía un problema (Neh 13.1-3). Tobías se mantendrá fuerte por mucho tiempo”.[4] Los vv. 32-33 se refieren a varios aspectos relacionados con el buen funcionamiento del personal cúltico del templo: el pueblo se comprometió a sufragar los gastos de operación del Templo. “Los mismos incluían los gastos relacionados con el pan de la proposición (cf. I Cr 9.32; II Cr. 13.11); la ofrenda continua (Nm 28.1-8); el holocausto continuo (Ex 29.38-42); los días de reposo, las lunas nuevas y las festividades (Nm 28.9-31; 29.1-39); y los sacrificios por la expiación del pueblo”.[5]  Además, se comprometieron a mantener el Templo en buenas condiciones.

Echar suertes para identificar personas y fijar responsabilidades es conocido en la literatura bíblica (cf. 1 S 10.19-27; Hch 1.12-26). En este caso el propósito era repartir la responsabilidad de la leña para los sacrificios (34). Levítico indica (1.17; 6.12-7.38) que debía haber suficiente leña para los sacrificios, pero no se fijaban las responsabilidades sobre ninguna familia o persona. Los vv. 35-39 subrayan la importancia de mantener al personal que trabajaba en el Templo. “Se debía proveer alimentación adecuada para los sacerdotes y los levitas. Las ofrendas de ‘las primicias de la tierra y del fruto de todo árbol’ (v. 35), unida a las ofrendas de ‘los primogénitos de los animales’ (v, 36), se llevaban al Templo para que sirvieran de comida a los trabajadores cúlticos. Esas ofrendas se unían a los diezmos, para proveer el sustento necesario de todo ese personal”.[6]
Entre las ofrendas que el pueblo se comprometió llevar al templo se encuentran las siguientes:

a) las primicias de la fierra (Ex. 23.19; 34.26; Dt. 26.1-11);
b) los primogénitos de los hijos, que podían ser redimidos con una ofrenda (Ex 13.13; 34.20), y los primogénitos de los animales (Ex. 13.12; Nm. 18.17; Dt 12.6).
c) el diezmo (Lv. 27.30; Nm. 18.31), en presencia del sacerdote hijo de Aaron (v. 3). Los levitas llevaban el diezmo del diezmo “a las cámaras de la casa del tesorero” (v. 38).

“La supervisión de los sacerdotes en el proceso de recolección de diezmos es posiblemente una influencia persa. Ese imperio desarrolló un sistema de recolección de impuestos que incluía un supervisor, el cual era responsable ante las autoridades persas. Anteriormente el pueblo llevaba sus diezmos directamente al Templo (Dt 14.22-29, Am 4.4; II Cr 31.12)”.[7]

Con todo lo anterior se reestablecía el fuerte lazo con la fertilidad de la tierra y de las familias, comprendida como un don de Dios capaz de refutar las creencias de los demás pueblos y de relacionar la vida cultual con la cotidianidad del trabajo, todo ello visto como parte de la alianza con Yahvé. Pero la afirmación final del capítulo es lo más relevante para resumir todo el esfuerzo interpretativo y de compromiso legal y moral del pueblo: la afirmación tajante de no abandonar nunca el templo de Yahvé implicaba una actitud firme y sostenida para afianzar la responsabilidad y la fidelidad a las intenciones divinas de manifestar su voluntad en el mundo. “La novedad política es significativa: a partir de ahora el templo deja de ser un templo solamente estatal, mantenido solo por el rey, y pasa a ser sostenido también por la colaboración de cada judaíta”.[8] El pueblo debía llevar sobre sus hombros la responsabilidad de mantener el culto en todas sus formas y manifestaciones como algo propio, inseparable de su existencia completa. Por encima de todo estaría la búsqueda de fidelidad del pueblo al pacto con Dios.

La fidelidad no es un producto del azar, sino el resultado de una convicción firme y clara. Ser fiel está íntimamente relacionado con la capacidad de evaluar críticamente la realidad que nos circunda, la valentía para descubrir y reconocer públicamente nuestra condición, y la seguridad de que Dios está interesado en establecer un pacto con la humanidad.
La fidelidad es una cualidad indispensable. Esa fidelidad, que viene como producto de una autoevaluación seria y profunda, fomenta un programa congregacional relevante y un estilo de vida adecuado en el creyente. Esa fidelidad, además, mueve a los creyentes a evaluar críticamente la sociedad.[9]


[1] S. Pagán, op. cit., p. 175.
[2] Ibíd., p. 178.
[3] Ibíd., p. 175.
[4] Sandro Gallazzi, “Aspectos de la economía del segundo templo”, en RIBLA, núm. 30, 1998, p. 71. Énfasis original.
[5] S. Pagán, op. cit., p. 175.
[6] Ibíd., p. 176.
[7] Ídem.
[8] S. Gallazzi, op. cit., p. 71. Énfasis original.
[9] S. Pagán, op. cit., p. 177.

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