domingo, 9 de agosto de 2020

La palabra justa de Dios y la efímera vida humana, L. Cervantes-O.

9 de agosto, 2020

Para Jorge Renato Sandoval, in memoriam

En esta vida estamos de paso;

un día nacemos

y otro día morimos.

¡Desaparecemos para siempre,

sin que a nadie le importe!

¡Morimos sin llegar a ser sabios!

Job 4.20-21, Traducción en Lenguaje Actual

 

En una mirada de conjunto al Libro de Job se puede constatar, abundantemente, la forma en que el personaje principal asume la condición efímera de la vida humana ante la inconmensurable eternidad de Dios. Este contraste ontológico y existencial marca a todo el texto, de principio a fin, con la huella inconfundible de una profunda reflexión sapiencial. A cada paso, los hablantes del libro, principalmente Job y sus amigos, y más tarde, el propio Dios, se encargan de desarrollar las implicaciones del abismo vital que existe entre Él y sus criaturas. Octavio Paz lo dijo muy bien en su “Discurso en Jerusalén”: “Job no niega su miseria ontológica —Dios es el ser y el hombre está roído por la nada— pero desde su misma insignificancia afirma el carácter irreductible y singular de su persona. Job es Job y reclama el reconocimiento de su particularidad.”.[1] Y Jorge Luis Borges también abundó sobre el tema en una conferencia de 1965:

Dios declara, por medio de esas descripciones, que Él es inescrutable, es decir, que la naturaleza de Dios no tiene por qué ser comprendida por el hombre.

Hablar de la justicia o de la bondad de Dios ya es una suerte de atrevimiento: es aplicar una medida humana a la divinidad. […]

ese libro vendría a ser un libro escéptico, no en el sentido de que se niegue la existencia de Dios, sino en el de que no podemos comprender o medir a Dios; el universo existe, nuestras desdichas y a veces, felicidades, raras veces felicidades, existen, no sabemos por qué, salvo que hay un sentido moral que nos dice que debemos obrar de un modo y no de otro.[2]

Esta conciencia, en ocasiones amarga y en otras sólidamente situada en las coordenadas de la realidad, aparece bien definida en las relaciones entre la palabra humana y la palabra divina en todo el texto porque, por un lado, se exhiben las limitaciones cronológicas, psicológicas y morales de la humanidad (sufriente o no), y por el otro, la extremada forma en que Yahvé manifiesta su superioridad sobre la creación, no en un alarde de fuerza o poder sino mediante la exhibición de las bondades y minucias de los seres creados. La palabra divina procede de la más honda raíz que supera el espacio y el tiempo y es capaz de fundar mundos allí donde había nada. La palabra humana, por el contrario, y a pesar de su extraordinaria plasticidad, arrastra en sí misma la fugacidad de la vida y los condicionamientos que surgen del hecho de ser mortales. En 9.1-4, 12-15, 20 Job hará un recuento de la incapacidad humana para tener un alegato con Dios, de igual a igual:

 

¡Ese cuento ya lo conozco!
Yo sé bien que ante Dios
nadie puede alegar inocencia,
ni puede tampoco discutir con él.
Dios puede hacer mil preguntas,
y nadie puede responderle.

¿Quién puede desafiar a Dios
y esperar salir victorioso?

Su sabiduría es muy profunda,
y su poder es muy grande. […]
Si quisiera tomar algo,
¿quién podría ordenarle no hacerlo?
Cuando Dios se enoja,
hasta el mar y sus olas
se rinden ante él.

Si esto es así,
¿cómo voy a poder responderle?
A pesar de que soy inocente,
ante Dios no me puedo defender;
sólo puedo suplicarle
que me tenga compasión. […]
¡Aunque no he hecho nada malo,
mi boca me condena y resulto culpable!

En el cap. 4, Elifaz avanzó en su argumentación apelando a una visión (4.12-16) en la que alguien le susurra algunas verdades irrefutables y que le servirían para confrontar a Job: “Nadie es mejor que su creador. / ¡Ante él, no hay inocentes!” (17). Esa primera constatación, completamente ortodoxa y teológicamente correcta, lo lleva a la segunda, en la que bordea la comprensión de lo que acontece alrededor del creador, y que le servirá para atraer la reflexión a la relación humana con Él, marcada por la efimeridad de la existencia histórica: “Dios ni en sus ángeles confía, / pues hasta ellos le fallan; / ¡mucho menos va a confiar / en nosotros los humanos! / Estamos hechos de barro, / y somos frágiles como polillas” (18-19). Esta revelación, anclada en la afirmación de la abismal distancia que hay entre Yahvé y sus criaturas humanas, tiene ya un fuerte sabor moral, pues la fragilidad existencial de la humanidad va a limitar a su palabra y va a conseguir únicamente evidenciarla en toda su precariedad: “En esta vida estamos de paso; / un día nacemos / y otro día morimos. / ¡Desaparecemos para siempre, / sin que a nadie le importe! / ¡Morimos sin llegar a ser sabios!” (20-21).

Luis Alonso Schökel comenta, sobre el enfoque doctrinal elegido por Elifaz para debatir con Job:

 

Su doctrina es fundamentalmente la de la retribución: como consecuencia inmanente de la conducta humana o como acción positiva de Dios. […] Lo malo es que Elifaz, arrastrado por el fervor oratorio, pierde el tacto con el amigo que sufre y no aprecia sus errores de lógica. […] Pero la retribución de Elifaz deja espacio para un elemento intermedio, que es el escarmiento o castigo saludable […]

Más interesantes que la doctrina son los consejos. […].

…el escarmiento sirve para curarlo y enseñarlo. Enviar un escarmiento es dar una lección, es herir para curar (5.17-18). Es una retribución limitada y ambigua, con más de favor que de castigo. Bien llevado, restablece las buenas relaciones con Dios y abre paso a sus favores (5.19-26).[3]

 

La distancia entre Dios y su criatura humana se salva discursivamente y Job, sin renunciar al diálogo muestra un extraordinario aprendizaje cuando, más tarde, lo expresará sin cortapisas, pero con una clara comprensión de que en algunos resquicios que esa distancia insuperable puede decir su verdad sin limitaciones:

 

¿Cómo puedo atreverme
a citar a Dios ante un tribunal,
si soy un simple mortal?
¿Qué juez en este mundo
podría dictar sentencia entre nosotros?
Si alguien pudiera quitarme el miedo
de sufrir el castigo divino,
podría hablar sin temor;
pero en verdad, tengo miedo. (9.32-35)



[1] O. Paz, “Discurso en Jerusalén”, en Vuelta, núm. 8, julio de 1977, p. 46.

[2] J.L. Borges, “El libro de Job”, en Conferencias. Buenos Aires, Instituto de Intercambio Cultural Argentino Israelí, 1967, p. 101, https://borgestodoelanio.blogspot.com/.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre Días, Job. Comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, pp. 134, 135. Énfasis agregado.

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