2 de agosto, 2020
Cuando Dios se enoja,
con un soplo destruye al malvado,
y aunque ruja o gruña como león,
Dios le romperá los dientes.
Como no podrá comer,
se morirá de hambre,
y sus hijos tendrán que huir.
Job 4.9-11, Traducción en Lenguaje Actual
Una
de las múltiples maneras de abordar el libro de Job es observar la forma en que
se expresan los personajes y cómo los discursos de ellos/as se entretejen para
producir un conjunto de argumentaciones e ideas. Cada personaje implicado en la
textura del drama aporta su visión y estilo particular para vehicular en sus
palabras lo característico de su comprensión de la vida y del conflicto del
libro en su totalidad. El orden de aparición de cada uno y su forma de
expresión va dotando al texto de una densidad y de una profundidad que exige al
lector/a (sobre todo al actual, dominado por el peso del prestigio y la
canonicidad del libro, pero sobre todo por la acumulación de interpretaciones) una
enorme concentración a fin de que los diversos discursos aparezcan con nitidez
para distinguirlos y valorarlos en su justa dimensión. “La escritura sapiencial”,
escribió el gran crítico Harold Bloom, “posee sus propios criterios implícitos
de fuerza estética y cognitiva”.[1] Por ello, su lectura reclama una atención poco común a
fin de no dejar de lado ninguna de sus implicaciones si es que se desea
participar de su “mensaje”, el cual se ubicó perfectamente en el contexto desde
el cual surgió. Pero Bloom dice más, por si todavía alguien se siente muy seguro
en relación con ese monumento literario: “El libro de Job es una estructura en
la que alguien se va conociendo cada vez más a sí mismo, en la que el
protagonista llega a reconocerse en relación con un Yahvé que estará ausente
cuando él esté ausente. Y esta obra, la más sabia de toda la Biblia hebrea, no
nos concede solaz si aceptamos dicha sabiduría”.[2] Y en otro momento, agrega: “El poeta de Job emula a un
fuerte precursor, ese asombroso profeta, Jeremías. Aunque el Libro de Job es
menos impactante, retórica y dialécticamente, que el libro de Jeremías, sigue
siendo profundamente problemático”.[3]
Este nuevo acercamiento obedece a la celebración anual
de la Biblia como palabra divina establecida en el corazón de la iglesia como
su razón de ser y está dominado por el interés de subrayar, una vez más, su
importancia para la fe y la esperanza de las comunidades. Hacerlo hoy, desde
este libro y desde la situación que se vive, resulta extremadamente paradójico,
pues la ansiedad con que Job espera la respuesta de su Dios se asemeja mucho a
la que hoy se presenta en la búsqueda de razones o explicaciones sobre lo que
está aconteciendo. La inflación de las palabras humanas y la supuesta escasez
de palabra divina para el momento vivido demandan una nueva reflexión que asuma
el contenido de este libro con honradez, seriedad y profundo respeto por su estilo
y contenido. Debe destacarse el hecho de que las tres zonas discursivas dominantes
que surgen en el texto (Job, la divinidad y los cuatro amigos: Elifaz, Bildad,
Sofar, Elihú) se combinan admirablemente los elementos que entran en juego para
detonar la fuerza literaria, moral, religiosa y existencial de la obra: poesía,
drama y teología. En ellos, semejante mezcla produjo algunos de los mejores
momentos dialógicos de todo el Antiguo Testamento puesto que ninguno de ellos
se pierde o disminuye, sino que, por el contrario, da más potencia a lo que se
expresa.
Los demás hablantes, con todo y la importancia que
manifiestan en el transcurso de la narración, el satán, su esposa y los cuatro
amigos (con lo cual son en total ocho hablantes). La palabra divina no anula ni
borra la capacidad expresiva de los demás que hablan en la historia, además de
Job, puesto que asumir la presencia impactante de esa palabra no limita la
expresividad de quienes hablen sino que los coloca en otro horizonte espiritual
y existencial: “…obedecer realmente a Dios no consiste en aceptar una situación
como la que dice el proverbio holandés: ‘Tras la palabra de Dios, al cerebro se
le encierra con llave’, sino que se trata de la respuesta que dan los seres
humanos a la invitación por comprender la dinámica ética como aquello que
constituye un orden moral en consonancia con la gratuidad divina”.[4]
Evidentemente, la palabra divina es la que se aguarda
con mayor expectación, sobre todo por la exigencia de Job en ese sentido, aun
cuando la forma en que se difiere el discurso divino de “respuesta” transita
por una línea completamente distinta a la expuesta en la mayor parte del texto.
En la primera sección del libro en prosa, las palabras divinas tienen una
tensión diferente a la que aparecerá cuando responda a Job “desde la tormenta”
(38.1). Porque ése es el factor determinante de todos quienes hablan en el
libro: el satán, desde la postura del fiscal; la esposa, desde la comodidad de
la vida; Job, desde el sufrimiento; y sus amigos, desde la exterioridad, la superioridad
doctrinaria e incluso la indiferencia moral. Allí radica la fuerza de la
distinción entre la palabra divina y la humana, desde donde quiera que ésta
proceda. Job tuvo que prevenirse para recibir la palabra divina desde su origen
(todo lo contrario del “silbo apacible” que conoció Elías). Su amigo Elihú lo
advirtió notablemente (cap. 37.1-4), pues la vio venir: “Tiemblo ante la
tormenta, / y siento que el corazón / se me sale del pecho.
/ ¡Escuchen la voz de Dios! / ¡Escuchen su voz de trueno! / ¡Dios
deja oír su voz / de un lado a otro del cielo, / y hasta el fin
del mundo! / Mientras se oye su voz poderosa, / ¡rayos luminosos
cruzan el cielo!”.
Pero Job no calló y su palabra ha quedado registrada
minuciosamente: “Pero voy a decirles algo: / es Dios quien me hizo daño, / ¡es
Dios quien me tendió una trampa! / A gritos pido ayuda, / pero nadie me
responde, / ni conoce la justicia. / Dios no me deja pasar, / me tiene cerrado
el camino. / Me quitó mis riquezas; / me dejó como a un árbol / destrozado y
sin raíces”.[5] De ahí que el reproche no tan velado de si amigo
Bildad en el cap. 4.1-5 aparezca como una serie de advertencias retóricas para
lo que estaba por brotar de sus labios: “Puede ser que no te guste
/ lo que tengo que decirte, / pero no puedo quedarme callado. / Si
bien recuerdo, / tú fuiste maestro de muchos / y animabas a los
desanimados; / palabras no te faltaban / para alentar a los
tristes / y apoyar a los débiles. / Pero ahora que sufres,
/ no lo soportas / y te das por vencido”. El uso de la palabra con
toda su fuerza estaba en juego en este ajedrez imposible que se despliega en el
resto del libro. Cada palabra es atendible por igual, la divina y la humana,
con el propósito de articular la enseñanza divina de la mejor manera. Atenderlas
en su justa dimensión es el desafío que tenemos por delante.
[1] H.
Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Madrid, Taurus, 2005, p. 8.
[2] Ibid.,
p. 9.
[3] H. Bloom, Essayists
and prophets. Filadelfia, Chelsea, 2005, p. 1.
[4] Jan Jans, “Ni castigo ni recompensa. Gratuidad divina y orden moral”, en Concilium,
núm. 307, septiembre de 2004, p. 104.
[5] Cf. Juan Ignacio Jiménez A., "El justo acusa a Dios". A propósito del loibro de Job", en www.meditacionessociologicas.cl/2016/02/el-justo-acusa-a-dios-a-proposito-del-libro-de-job/
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