domingo, 16 de agosto de 2020

Letra núm. 683, 16 de agosto de 2020

MARÍA ZAMBRANO Y EL GEMIDO DE JOB

Rafael Narbona


María Zambrano y el gemido de Job | El Cultural

L

a escritora y filósofa española María Zambrano [1904-1991] publicó El hombre y lo divino en 1955, pero en 1973 extendió y profundizó sus reflexiones, añadiendo nuevos capítulos. Decidió cerrar la obra con “El libro de Job y el pájaro”, un ensayo que había aparecido en 1969 en la revista Papeles de Son Armadans. En el prólogo de la segunda edición, Zambrano explica que escribe sin ningún propósito sistemático. Simplemente, se deja llevar, sin planificar nada. No confía en la improvisación ni en la intuición, sino en la inspiración que proviene de la gracia. Por eso, su escritura tiene “algo de rito, de conjuro y, más aún de ofrenda”. Se trata de palabras que salen al encuentro del tiempo, rastreando signos. María Zambrano se fija en Job porque su desgracia representa la desposesión completa de Dios, un desamparo de carácter filial, no metafísico ni abstracto: “Job es figura de una tradición donde Dios propiamente no existe. Lo que existe es mi Dios –o nuestro. Y aún más precisamente: mi Señor”. Dios es el Hacedor, el Omnipotente, pero Job no le percibe como algo lejano e inaccesible. Por el contrario, mantiene con su Señor “un trato directo, íntimo, personal”. La distancia entre lo empírico y lo sobrenatural se sortea gracias a que su Dios es puente y vía, apertura y revelación.

Job soporta con entereza la pérdida de su hacienda y sus hijos. No se queja porque su carne se ulcere y se pudra: “Si aceptamos la dicha que Dios nos envía, ¿por qué no aceptar la desgracia?” (Job 2.10). El trato íntimo con Dios no implica un conocimiento directo: “Si pasa junto a mí, no lo percibo; / si me roza, no lo advierto” (Job 9.11).

Dios se acerca a nosotros, pero nuestro corazón está cerrado y no apreciamos su proximidad. Somos algo insignificante, apenas una sombra fugaz o una flor que se marchita, pero a pesar de nuestra insignificancia Dios detiene su mirada sobre nosotros. La esperanza de Job es grande, casi temeraria, pues Dios aún no ha mostrado su rostro en Cristo, que sanará nuestra naturaleza herida y abrirá las puertas a la esperanza. Job se pregunta si revive el alma, tras la muerte: “¿Dónde estará mi esperanza? / y mi dicha, ¿quién la verá?” (Job 16, 15). Job no se rebela, pero se justifica: “No me gocé en la desgracia de mi enemigo / ni celebré que el mal le alcanzara (Job 31.29).

Siempre acogió al que iba de paso, sin importarle que no perteneciera a su pueblo: “Nunca el extranjero pasó la noche al raso; / yo tenía mi puerta abierta al caminante (Job 31.32).

Ni siquiera presumió de virtud: “No oculté mis pecados a los hombres” (Job 31, 33). María Zambrano destaca “su entrega a la muerte, su ir en desesperanza y desesperación unidas hacia su Dios, para adentrarse en él”.

Aunque Dios le devuelve sus bienes y le bendice con catorce hijos, Zambrano asegura que “no ansiaba que se le restituyera esa vida: nacimiento impuro, días contados, felicidad perdediza”. En el dolor, Job ha ahondado su conocimiento de Dios. Antes de sufrir un alud de calamidades, pensaba que se hallaba muy cerca de Dios, pero vivía equivocado. El sufrimiento le ha enseñado que el hombre “sólo es una entraña que gime”. Ese quejido sólo se aplacará cuando pueda ser como un pájaro cobijado en “un árbol invulnerable de un reino más allá del paraíso y sin posible salida, sin finitud”. Ese reino es el Reino de Dios, cuyo gozo no se atisbará la venida de Cristo y el júbilo del Pentecostés. En medio de su penar, Job ha conocido el amor y “el amor trasciende siempre”. Su morada es “la eternidad, esa apertura sin límite a otro espacio y a otro tiempo, a otra vida que se nos aparece como la vida de verdad”.

El hombre y lo divino by María Zambrano

María Zambrano siempre se mantuvo fiel a la fe católica y contempló con desagrado los cambios introducidos en la liturgia por el Concilio Vaticano II, pues consideraba que menoscababan el Misterio de la Santa Misa. En 1964, escribe a una amiga desde el exilio: “Pienso, digo, rezo; Señor Dios mío, ya que me mandas vivir, haz que vivir tenga y pueda así cumplir tu voluntad”. María Zambrano dejó dispuesto que se amortajara su cuerpo con el hábito de la Orden Tercera Franciscana y se grabara en su lápida el epitafio: “Surge, amica mea, et veni” (“Levántate, amiga mía, y ven”), un hermoso versículo del Cantar de los Cantares. Nunca pensó que la muerte constituyera un fin, pues “el Dios creador creó el mundo por amor, de la nada. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre algún día el vacío de las cosas”. De ahí que “todo ser que conocemos aspira a más de lo que realmente es”.

María Zambrano no pensó, sino que oró. Y lo hizo con la esperanza de la eternidad, pues, al igual que Job, no concibió una dicha más alta que ser y estar en Dios, como el pájaro que canta sobre la piedra, ebrio de luz.

El Cultural, 6 de abril de 2016

SE INFORMA QUE, TENTATIVAMENTE, LOS CULTOS PRESENCIALES SE REANUDARÁN EL DOMINGO 30 DE AGOSTO

A LAS 12 HRS., SIGUIENDO TODAS LAS INDICACIONES SANITARIAS QUE SE COMPARTIRÁN EN SU MOMENTO.

DOS SONETOS DE PEDRO CASALDÁLIGA (1928-2020)

Versión de Dios

E

n la oquedad de nuestro barro breve

el mar sin nombre de Su luz no cabe.

Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.

Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

 

Mayor que todo dios, nuestra sed busca,

se hace menor que el libro y la utopía,

y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,

rompe, infantil, del vientre de María.

 

El Unigénito venido a menos

traspone la distancia en un vagido;

calla la Gloria y el Amor explana;

 

Sus manos y Sus pies de tierra llenos,

rostro de carne y sol del Escondido,

¡versión de Dios en pequeñez humana!

 

Jesús de Nazaret

    ¿Cómo dejarte ser sólo Tú mismo,

    sin reducirte, sin manipularte?

¿Cómo, creyendo en Ti, no proclamarte

igual, mayor, mejor que el cristianismo?

 

Cosechador de riesgos y de dudas,

debelador de todos los poderes,

Tu carne y Tu verdad en cruz, desnudas,

contradicción y paz, ¡eres quien eres!

 

Jesús de Nazaret, hijo y hermano,

viviente en Dios y pan en nuestra mano,

camino y compañero de jornada,

 

libertador total de nuestras vidas

que vienes, junto al mar, con la alborada,

las brasas y las llagas encendidas.


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