30 de agosto de 2020
Quiero agradecer la invitación a predicar en este domingo para la comunidad presbiteriana Ammi–Shadday, que celebra el día de la Biblia. El texto que me fue asignado es Job 7: 1-18, un texto que es muy bello y terrible a la vez. Lo leeré en una traducción de Julio Trebolle:
1
Y ¿no es
un bregar lo del hombre sobre la tierra
sus días
los de un jornalero?
2 Como
siervo suspira por la sombra
como jornalero aguarda su salario.
3 Son
así meses baldíos mi herencia
noches de miseria me han tocado.
4 ¿Cuándo
me levantaré?, pienso al acostarme
y
no termina la noche.
5 Harto
de delirar llega la aurora
vestidas de podredumbre están mis
carnes
repletas de costras polvorientas
se me agrieta la piel y me supura.
6 Más
que lanzadera corren mis días
se
consumen sin esperanza.
7 Recuerda
que es un soplo mi vida
que
no volverá la dicha a mis ojos.
8 No
ha de verme el ojo que me ve
ya
no estaré cuando estén Tus ojos sobre mí.
9 Tal
que una nube se disipa, y desaparece
pues
no sube más quien desciende al Seól.
10 Ni
regresa nunca a su morada
su
casa no le reconoce ya jamás.
11 Por
eso, no he de callar
hablará
con estrechez mi espíritu
con
amargura se quejará mi garganta.
12 ¿Soy
yo el Océano para que me sujetes
el
Dragón para que me pongas guardián?
13 Cuando
me digo: «Me ha de dar consuelo el lecho
la
cama compartirá mis quejas»,
14 me
espantas con malos sueños
me
aterrorizas con pesadillas
15 hasta
tengo por mejor la asfixia
la
garganta estrangulada, que estos huesos míos.
16 Abomino
de la vida, no he de vivir por siempre
déjame,
que son un soplo mis días.
17 ¿Qué
es el hombre para que lo ensalces
para
que te ocupes de él
18 lo
inspecciones cada mañana
y
a cada instante lo pruebes?[1]
Es un texto poético de grandes alturas, donde habla Job y nosotros no siempre somos capaces de ir con sus palabras, porque es una queja de gran profundidad, que nos deja mudos. La traducción de Julio Trebolle es excelente y va acompañada de notas al pie de página, muy interesantes. Pero quisiera que nos quedemos con el texto, que lo escuchemos nuevamente. Ahora leeré la traducción de Luis Alonso Schökel:
1
El hombre está en la
tierra cumpliendo un servicio,
sus días son los de un jornalero:
2
como el
esclavo, suspira por la sombra,
como el jornalero, aguarda el salario.
3
Mi herencia son
meses baldíos,
me tocan en suerte noches de fatiga.
4
Al acostarme pienso: ¿Cuándo
me levantaré?;
se hace larga la noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba;
5
me tapo con gusanos y terrones,
la piel se me rompe y me
supura.
6
Mis días corren más que la lanzadera
y se consumen sin esperanza.
7
Recuerda que mi vida es un soplo
y que mis ojos no verán más la dicha;
8
No me verás, ojo del que mira,
cuando me mires tú, ya no estaré.
9
Como la nube pasa y se deshace,
el que baja a la tumba ya no sube;
10
no retorna a su casa
ni vuelve a contemplarlo su morada.
11
Por eso no frenaré mi lengua,
hablará mi espíritu
angustiado,
se quejará mi alma
entristecida.
12
¿Soy el Océano o el Dragón
para que me pongas un
bozal?
13
Cuando pienso que el lecho me aliviará
y la cama compartirá mis
quejidos,
14
entonces me espantas con sueños
y me aterrorizas con pesadillas.
15
Preferiría morir asfixiado
y la muerte a estos miembros
que odio.
16
No he de vivir para siempre:
déjame, que mis días
son un soplo.
17
¿Qué es el hombre para que le des importancia,
para que te ocupes de él,
18
para que le pases revista por la mañana
y lo examines a cada momento?[2]
Es una traducción bellísima, que se tiene que escuchar dejando que hagan eco las frases y que nos permitan meditar en las imágenes. Pero no es fácil. Y no lo es porque la poesía es aquí el modo en que nos llega el clamor, el grito de Job. Y el grito de Job es el grito de todos los pobres que han sido aplastados por la desgracia y la injusticia. Es el grito de toda persona que ha sido azotada por los abusos y las penurias. Es el grito que se ha quedado silenciado, acallado, por los muchos años de sufrimiento.
Ésta es la fuerza del clamor de Job. En
realidad, tendríamos que leer todo el capítulo 6 y el capítulo 7, que son la respuesta
o réplica de Job a su amigo Elifaz. Y deberíamos haber leído el capítulo 3, cuando
ya están sus amigos que le acompañan en el duelo por y se quedan en silencio
durante 7 días y 7 noches, y entonces Job rompe su silencio y se queja de sus
desgracias y maldice todo lo que le ha hecho existir.
El Job bíblico no es un hombre resignado, que
apechuga todo y se queda callado. No es un hombre que tenga una paciencia de
santo, como lo dice ese estereotipo que habla de la paciencia de Job como la
mejor manera de sobrellevar las desgracias. Job sale de su silencio y grita y
su clamor nos atraviesa a todos y nos rompe, nos estremece.
¿Qué nos dice el clamor de Job? Nos dice
una palabra contra Dios, contra ese
Dios impasible, contra ese del que habla Elifaz y del que habla siempre la
religión: un Dios indiferente, un Dios lejano, un Dios inmutable y distante. Se
trata de un Dios al que siempre defienden los que creen que ese Dios es
intocable y que se le debe defender desde la pureza de la doctrina. Pero ése no
es el Dios de Job. Job levanta su voz e interpela a Dios. Pero no lo hace desde
la arrogancia, sino desde el dolor, desde el sufrimiento del inocente (como
dice Gustavo Guitérrez). La voz de Job es la voz de un hombre mortal, que ni
siquiera por la noche halla descanso, que no puede escaparse del dolor
incesante de su miseria.
En una “carta a Job”, la teóloga Elsa Tamez expresa muy bien esa queja o esa voz rebelde de Job. Leo un fragmento:
Eres un espectro,
como nosotros, enfermo, abandonado, despreciado, oprimido. Das asco (¿daremos
asco nosotros?). Tus amigos Elifaz, Bildad y Sofar no cesan de torturarte y
malaconsejarte. Dicen que es pecado que protestes y defiendas tu inocencia, que
Dios te ha castigado y que necesitas arrepentirte. Y tú, amigo, a pesar de
todo, no te rindes, gritas con más fuerza. No les crees y los combates. Es más,
te atreves a pleitear contra Dios Todopoderoso, lo culpas de tus desgracias, de
guardar silencio ante tu sufrimiento. Luchas contra él, contra el que fue tu
amigo y te ha abandonado y no entiendes por qué. Afirmas que has sido justo e
inocente. Tienes todo el derecho de defenderte porque eres humano. Es derecho
del hombre y la mujer protestar por el sufrimiento injusto.[3]
Entonces es así como hemos de leer las palabras de Job, esos versos bellísimos y terribles que le reclaman a Dios, con toda la reverencia y con toda la indignación. Los hemos de leer como el grito que acoge todos los silencios de los débiles y los desgraciados del mundo, los que son desecho de la sociedad y los que han sido enterrados en el olvido.
Pueden ser las mujeres víctimas de los
feminicidios o los jóvenes sacrificados por el crimen organizado, pueden ser
los migrantes que mueren en el camino a su sueño por una vida mejor o puede ser
cualquiera que se queda en silencio porque ya no tiene ninguna esperanza. Y
entonces, vienen a nosotros las palabras, el grito de Job:
4 Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?;
se hace larga la
noche
y me harto de dar
vueltas hasta el alba;
5 me tapo con gusanos y terrones,
la piel se me rompe y me supura.
6 Mis días corren más que la lanzadera
y se consumen sin esperanza.
7 Recuerda que mi vida es un soplo
y que mis ojos no verán más la dicha.
Y es tan profundo el dolor, tan grande la injusticia padecida, que Job dice unas palabras que nos recuerdan el Salmo 8:4 [“¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria / Y el hijo del hombre para que lo visites?”] y el Salmo 144.3, pero, aquí tiene un sentido opuesto:
17 ¿Qué es el hombre para
que le des importancia,
para
que te ocupes de él,
18 para que le pases revista por la mañana
y lo examines a cada momento?
Pues aquí la presencia de Dios es una vigilancia, es un sufrimiento añadido. Puesto que todo es debido a Dios, entonces Job también le reprocha a Dios esa oscuridad de su vida, con su clamor, con su grito, al modo en que lo expresa también el salmista:
14 ¿Por qué, oh Señor, desechas mi alma?
¿Por qué escondes de mí tu rostro?
16 Sobre mí han pasado tus iras,
Y me oprimen tus terrores. (Sal 88: 14, 16)
Y todo este clamor de Job, toda su queja y
reclamo, es la palabra que Dios no
desechará. Dios dirá que las palabras de los amigos de Job no fueron
palabras rectas, no fueron verdaderas. En cambio, Dios considerará rectas las
palabras de Job, palabras llenas de verdad con respecto a Dios (Job 42.7).
Y es que, en el clamor de Job, en su grito
y en sus palabras, se nos revela
Dios. Porque las palabras de Job son una oración. Son la esencia de
la oración, puesto que la oración es aquello que sale del inocente que sufre,
de quien padece la injusticia. La oración es el clamor de quien es un despojo
de hombre o un despojo de mujer.
Y eso es el Calvario, precisamente: una oración que clama a Dios
desde la cruz, gritando: “¿Dios mío,
Dios mío, por qué me has abandonado?”
(Marcos 15: 34). Job es la
palabra de Dios que se ha encarnado en el dolor humano, en la desolación. Por
eso es la palabra que recoge todos los silencios de las personas olvidadas. Y esos silencios se levantan contra Dios y
Dios responde con su silencio y responde desde el Gólgota, cuando nos redime en
Jesucristo.
Las palabras de Job son el argumento del
sufrimiento injusto, del hombre o la mujer débil, de quien es lumpen, de quien es un desecho en la
sociedad. Pero esas palabras son la verdad de Dios, porque el Dios bíblico es quien escucha el clamor,
el grito de esas personas olvidadas.
Y nosotros estamos aquí para escuchar esos
clamores como el llamado de Dios, como la palabra que nos muestra a Dios de
otra manera. La oscuridad del mundo es también la oscuridad de Dios (Deus
absconditus, “Dios que se esconde”, decía Lutero) y es también el silencio
de lo que no podemos explicar ni justificar.
Pero estamos aquí para que Job sea
escuchado, para que el clamor de Job sea nuestra oración, en memoria de los
condenados de la tierra. Para que miremos al Calvario con esperanza, para que
miremos a Jesucristo como otro Job, que se entrega por nosotros, para sacarnos
del sepulcro y para darnos vida, y vida en abundancia.
Entonces, deberíamos terminar con estas
palabras de Job, que en medio del dolor puede mantener la esperanza contra toda
esperanza:
Yo sé que mi
Redentor vive,
Y al fin se
levantará sobre el polvo;
Y después de
deshecha esta mi piel,
En mi carne he de
ver a Dios;
Al cual veré por
mí mismo,
Y mis ojos lo
verán, y no otro,
Aunque mi corazón
desfallece dentro de mí.
(Job 19: 25–27)
Y nosotros, solamente decimos: Amén.
[1] Julio
Trebolle y Susana Pottecher, Job,
Madrid: Trotta, 2011, pp. 22–23.
[2] Luis Alonso
Schökel y José Luis Sicre, Job. Comentario
teológico y literario,
Madrid: Cristiandad, 2ª edición actualizada, 2002, pp. 185–186.
[3] Citado en Elsa Tamez, “De padre
de los huérfanos a hermano de chacales y compañero de avestruces. Meditación
sobre Job”, en Ellen van Wolde (ed.), Concilium.
Revista Internacional de Teología, núm. 307, septiembre 2004, Estella,
Verbo Divino, p. 125.
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