DISCURSO DE JERUSALÉN (1977)
Octavio Paz
H |
ace apenas unos días mi mujer
y yo dejamos la ciudad de México. Durante el viaje, mientras volábamos sobre
dos continentes y dos mares, pensé continuamente en la carta que, unos meses
antes, me había enviado el señor Teddy Kollek, alcalde de Jerusalén, para
anunciarme que se me había otorgado el Premio que hoy tengo el honor de
recibir. El señor Kollek me decía que el Premio Internacional Jerusalén tiene
por objeto distinguir una obra literaria que sea asimismo una defensa y una
exaltación de la libertad. Nada más natural: libertad y literatura son
complementarias. Sin la libertad, la literatura es sólo sonido sin destino ni
sentido; sin la palabra, la libertad es ciega. La palabra encama en el acto
libre y la libertad se vuelve conciencia al reflejarse en la palabra. Ya en el
avión volví a pensar en el misterio de la libertad y descubrí que estaba
enlazado a las piedras y al destino de Jerusalén.
Llamo misterio
a la libertad —a pesar de ser un término que usamos todos los días— porque en
el antiguo sentido de la palabra, es decir, en su sentido religioso, la
libertad fue literalmente un misterio. En nuestros días la libertad es un
concepto político, pero las raíces de ese concepto son religiosas. Del mismo
modo que el científico encuentra en un pedazo de terreno diversos estratos
geológicos, en la palabra libertad podemos percibir diferentes capas de
significados: idea moral, concepto político, paradoja filosófica, lugar común
retórico, careta de tiranos y, en el fondo, misterio religioso, dialogo del
hombre con el destino.
Al
reflexionar sobre los cambios de sentido de la palabra libertad, descubrí de
pronto que la dirección de mi viaje, en el plano geográfico y espacial,
correspondía a la de mi pensamiento en el plano histórico y espiritual. Al
aterrizar el avión en Nueva York, primera escala de nuestro vuelo, recordé que
en la fundación de esa ciudad había sido decisiva la doble concepción,
holandesa e inglesa, de la libertad. Esta concepción, traducida primero a
términos filosóficos y después a jurídicos y políticos, fue el fundamento de la
constitución de los Estados Unidos. Al llegar a Londres, di otro salto en el
espacio y en el tiempo: ¿cómo olvidar que el mundo moderno comienza con la
Reforma y cómo olvidar que los ingleses transformaron ese movimiento de
libertad religiosa en la primera revolución política de Occidente?
Por último,
al enfilar el avión hacia Jerusalén, volví a comprobar la correspondencia de
mis movimientos con la orientación de mi pensamiento. Regresaba al origen, al
lugar donde la palabra humana y la divina se enlazaron en un dialogo que fue el
comienzo de la doble idea que ha alimentado a nuestra civilización: la idea de
libertad y la idea de historia. Ambas son inseparables de la palabra judía y,
especialmente, de uno de los momentos centrales de esa palabra: el libro de
Job. Con el dialogo entre Job, sus amigos y Dios, comienza algo que después se
prosiguió en otras tierras y ciudades —Atenas, Florencia, París, Londres—, algo
que todavía no termina y que hoy ha regresado al lugar de su nacimiento:
Jerusalén. La antigua ciudad de la palabra se ha convertido en la ciudad de la
libertad.
En todas las
civilizaciones hay un momento en el que el hombre se enfrenta al enigma de la
libertad. En el Bhagavad Gita ese momento es el de la epifanía del dios
Krisna. El dios ha asumido la forma humana de cochero del carro de guerra del
héroe Arjuna. Un día antes de la batalla, Arjuna vacila y duda: si toda matanza
es horrible, la que se avecina lo es más que las otras pues los jefes del
ejército enemigo son sus primos y parientes, gente de su propia casta. La
destrucción de la casta, dice Arjuna, produce la “de las leyes de la casta”, es
decir, la destrucción de la ley moral. Krisna combate las razones del héroe con
argumentos éticos y racionales pero, ante la resistencia de Arjuna, se
manifiesta en su forma divina. Esa forma abarca todas las formas, las de la
vida tanto como las de la muerte. Ajuna, aterrado, se prosterna ante esta
presencia que comprende todas las presencias y en la que bien y mal dejan de
ser realidades opuestas. Krisna resume la situación del hombre frente a Dios en
una frase: Tú eres mi herramienta. La libertad se disuelve en el absoluto
divino.
En el otro
extremo, Sófocles nos presenta el predicamento de Antígona frente al cadáver de
su hermano: si lo entierra, cumple con la ley del cielo, pero viola la ley de
la ciudad. El dialogo entre Creonte y Antígona no es el conflicto entre dos
voluntades sino entre dos leyes: la sagrada y la humana. Antígona escoge la ley
del cielo y perece; Creonte escoge la de los hombres y también perece.
¿Escogieron realmente? El destino griego no es menos implacable que el dios
Krisna.
En el libro de
Job la perspectiva cambia radicalmente. Los sufrimientos de Job pueden verse
como una ilustración del poder de Dios y de la obediencia del justo. Ese es el
punto de vista divino pero el de Job es otro; aunque está “vestido de llagas” —como
dice, admirablemente, la versión castellana de Cipriano de Valera— persiste en sostener
su inocencia. Cierto, se inclina ante la voluntad divina y admite su miseria;
al mismo tiempo, confiesa que encuentra incomprensible el castigo que padece. “Diré
a Dios: no me condenes, hazme entender por qué pleiteas conmigo”. (10.2). Si no
duda, tampoco cede: “Aun cuando me matare, en él esperaré: empero mis caminos
defenderé delante de él”. (13.15). El diálogo que entabla Job con Dios no es un
diálogo entre dos leyes sino entre dos libertades. Job no niega su miseria
ontológica —Dios es el ser y el hombre está roído por la nada— pero desde su
misma insignificancia afirma el carácter irreductible y singular de su persona.
Job es Job y reclama el reconocimiento de su particularidad. En esta exigencia,
simultáneamente justa e insensata, reside el fundamento de la libertad y su
carácter indefinible: la libertad es lo particular frente a lo general, la
partícula de ser que escapa a todos los determinismos; el residuo irreductible
y que no podemos medir. El verdadero misterio no está en la omnipotencia divina
sino en la libertad humana.
La libertad
no es una esencia ni una idea. Como no se cansa de repetirlo Job, es una
particularidad que se enfrenta a un determinismo y que se obstina en ser
distinta y única. La libertad es indefinible; no es un concepto sino una
experiencia concreta y singular, enraizada en un aquí y un ahora irrepetibles.
Por ser siempre distinta y cambiante, la libertad es historia. Mejor dicho, la
historia es el lugar de manifestación de la libertad. No niego la existencia de
fuerzas y factores objetivos unos de orden material y otros ideológicos; digo
simplemente que la historia no puede reducirse a esas fuerzas y que hay que
contar con la complicidad o con la rebeldía del hombre frente a ellas. El
hombre es el donador de sentido. La historia no es el sentido del hombre, como
sostienen con cierta perversidad algunas filosofías; el hombre es el sentido de
la historia. De Bossuet a Hegel y Marx, las distintas filosofías de la historia
son engañosas. La historia no es discurso ni teoría: es el dialogo entre lo
general y lo particular, los determinismos objetivos y un ser único e
indeterminado.
El azar y la
necesidad, dos palabras muy citadas en estos días, quizá puedan explicar los
fenómenos biológicos, no los históricos. El azar, en la historia, se llama
libertad. Es el elemento imprevisible, la partícula de indeterminación, el
residuo rebelde a todas las definiciones y medidas. Es Job. La historia no es
una filosofía ni puede extraerse de ella una filosofía, salvo la filosofía
antifilosófica de lo particular y lo imprevisible —la filosofía de la libertad.
El caso de la historia moderna de Israel ilustra de un modo insuperable lo que
acabo de decir. Nuestro siglo ha sido y es un tiempo sombrío, inhumano. Un
siglo terrible y que será visto con horror en el futuro -si los hombres vamos a
tener un futuro. Pero también hemos sido testigos de momentos y episodios
luminosos. Uno de esos momentos fue el de la fundación de Israel; otro, el del
combate por la existencia y la independencia de esta nueva nación; otro más, la
unificación de Jerusalén y su actual renacimiento cívico y cultural. Aquí
conviene repetir que toda tentativa por dividir de nuevo a Jerusalén no sólo
sería un inmenso e injustificado error histórico sino que acarrearía otra vez
incontables sacrificios a las poblaciones judía y árabe. La reunificación de
Jerusalén no es ni puede ser un obstáculo para que se encuentre una solución
justa y pacífica que ponga fin al conflicto que desgarra a esta parte del
mundo. Una solución en la que tengan cabida las legítimas aspiraciones de los
distintos pueblos y comunidades, sin excluir naturalmente a las de los
palestinos. Termino: la historia no demuestra: muestra. La lucha de Israel por
su existencia y su independencia no se resuelve en una doctrina o en una
filosofía política o social. Israel no nos ofrece una idea sino algo mejor, más
vivo y más real: un ejemplo.
Vuelta,
núm. 8, julio de 1977
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SALVADOR ALLENDE RECUERDA EL LIBRO DE JOB ANTES DE MORIR ASESINADO EN EL PALACIO DE LA MONEDA (1973)
José Emilio Pacheco
S |
i pesaran mi queja y mi tormento (6:2)
pesarían más que la arena del mar. (6:3)
Porque las saetas del enemigo están en mí, (6:4)
su veneno se ha adentrado en mi cuerpo,
el terror del injusto me combate.
Las cosas que mi alma no quería tocar (6:7)
son ahora mi alimento.
¿Cuál es mi fuerza para esperar todavía? (6:11)
Ni siquiera a mí mismo puedo valerme (6:13)
y todo auxilio me ha faltado
porque me traicionaron como un torrente. (6:15)
En mi lengua no hubo iniquidad (6:30)
y no anhelé el poder sino la justicia.
Ellos ahogan mis últimas palabras, (6:26)
los discursos de un desesperado que son como el viento.
Luego se arrojarán contra los huérfanos (6:27)
y cavarán la fosa de sus hermanos.
Nadie puede librarme de la mano del opresor (6:13)
ni redimirme del poder de los violentos.
Pero tampoco nada podrá frenar el porvenir,
y mi esperanza es la integridad de mis caminos.
Quienes me ven no me verán jamás. (7:8)
Fijarán en mí sus armas y dejaré de ser.
Alzo mi rostro limpio de mancha (11:15)
y sé que los que aran iniquidad (4:8)
perecerán al soplo de la ira del pueblo.
La vida será más clara que el mediodía; (11:17)
aunque oscureciere será como la mañana.
SE INFORMA QUE, EL PRÓXIMO DOMINGO 30 DE AGOSTO, A LAS 12 HRS., SE REANUDARÁN LOS CULTOS PRESENCIALES SIGUIENDO TODAS LAS INDICACIONES SANITARIAS QUE SE COMPARTIRÁN EN SU MOMENTO. SE HARÁ UNA LISTA DE LAS PERSONAS QUE PODRÁN PARTICIPAR.
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