viernes, 16 de abril de 2021

Testigos permanentes de la esperanza cristiana, L. Cervantes-O.

 

18 de abril de 2021

 

Sólo Jesús tiene poder para salvar. Sólo él fue enviado por Dios, y en este mundo sólo él tiene poder para salvarnos. […] Se dieron cuenta entonces de que ellos habían andado con Jesús.

Hechos 4.12, 13b, TLA

 

Continuidad y conflicto con la institución religiosa

La comunidad de fe que aparece en el libro de los Hechos para dar continuidad a lo narrado por el evangelista Lucas se asumió a sí misma como continuadora de la obra de Jesús de Nazaret y, al mismo tiempo, debió enfrentar la oposición y el rechazo de la religión judía oficial. Prueba de ello es que sus líderes más visibles, Pedro y Juan, fueron detenidos por exponer las enseñanzas de Jesús y por haber sanado a un paralítico (4.1-3), y ante el éxito fulminante de su mensaje (cinco mil conversos, v. 4: “Con estas cifras tan elevadas, que superan con mucho la realidad histórica, Lucas pretende despertar en el lector la idea de que esta primera explosión del evangelio en medio de Israel y produjo un amplio movimiento popular, que las autoridades —ellas y únicamente ellas— sólo a duras penas lograron reprimir”[1]), interrogados directamente al respecto por los dirigentes religiosos (5-6; Anás, jefe de los sacerdotes, Caifás, Juan, Alejandro y otros sacerdotes principales): “¿Quién les ha dado permiso para enseñar a la gente? ¿Quién les dio poder para hacer milagros?” (7b).

Como ya hemos comenzado a ver, el testimonio y el servicio fueron las dos palabras clave para definir lo que ese grupo de discípulos/as entendió como parte de la continuidad que debía dar a lo hecho por su Maestro, quien se había movido en esa misma línea de conjuntar la enseñanza popular y la solidaridad con los necesitados. “El hecho de que la comunidad naciente empezase a predicar públicamente en Jerusalén, después de Pentecostés, y que se fuese ampliando continuamente el círculo de sus secuaces, tuvo que constituir una verdadera provocación, especialmente para aquellos que habían promovido la condena de Jesús, hasta el punto, por lo menos, de pensar en una posible intervención contra el cristianismo”.[2]

El nuevo discurso de Pedro (“lleno del Espíritu Santo”, 8), una sólida denuncia de la responsabilidad de los dirigentes religiosos por la muerte de Jesús (9-11), sorprendió a los oyentes por su prestancia y por su insistencia en resaltar la resurrección del Nazareno (2, 10b), algo que irritaba especialmente a los saduceos:

 

La casta sacerdotal de los saduceos tomó la proclamación de la resurrección de un hombre condenado por el Consejo, como un fanatismo que ponía en peligro el orden establecido y como un ataque a su autoridad. […] Tuvo que parecerles extraordinariamente escandaloso que, precisamente en el templo e invocando la actuación de Dios en Jesús (cf. 2.24), se proclamase la resurrección de los muertos. […]

El discurso se cierra con una profesión de fe en el nombre de Jesús y en su significación salvífica universal. En virtud de su resurrección, Jesús ha sido constituido por Dios fundamento único de salvación. La prodigiosa curación del paralítico, debida al nombre de Jesús, es un signo de la salvación universal que de él procede.[3]

 

La aplicación de la obra redentora de Jesucristo a la vida del hombre enfermo (vv. 9-10a) entretejió profundamente el testimonio salvador y su sanidad, para luego citar el Salmo 118 y aplicarlo al rechazo de que fue objeto por el judaísmo, con todo y que el Señor era la “piedra del ángulo” (11), el cimiento absoluto de la vida religiosa y espiritual del pueblo, y única realidad de salvación para todos (12).

 

El testimonio permanente de la esperanza cristiana

La actitud con que los discípulos se presentaron ante el pueblo y las autoridades dependió directamente de la seguridad que les otorgó actuar en nombre de Jesús de Nazaret (v. 13), cuya presencia como Resucitado reforzó su confianza para dar testimonio de lo sucedido, con una intensidad poco común, si se considera que resultaban sospechosos por sus creencias heterodoxas. El hombre sanado delante de ellos (14) fue la confirmación de la validez de su mensaje y acción. Los discípulos afrontaron con enorme valentía el rechazo y la intención de someterlos para impedir que dieran testimonio de su Maestro resucitado por el poder de Dios. Habiendo sido apresados comenzaron a experimentar lo que Jesús les anunció en diversas ocasiones y, tal como lo subraya el v. 8, la acción del Espíritu (evidente eco del Pentecostés de los judíos, 2.1-13) constituyó la base de la forma en que obedecieron el mandato de proclamar la venida del Reino de Dios en Jesús. Esa obediencia les garantizó que, a pesar de la oposición y las amenazas que recibieron, avanzarían en el nuevo proyecto que, ya como comunidad de fe judeocristiana, comenzaron a desarrollar al interior del judaísmo, previamente al inicio de su labor entre la gentilidad.

La esperanza en Jesús Resucitado, que no otro era el contenido de su predicación y enseñanza, los movilizó de tal manera que se sobrepusieron muy rápido de todo lo sucedido en los días terribles de la pasión y muerte de su Maestro. Haber sido testigos (mujeres y hombres) de la resurrección y de la ascensión del Señor le proporcionó una base testimonial sólida para asumirse como apóstoles de la fe en el Mesías que comenzaron a transmitir. La magnífica conjunción que consiguieron entre ese testimonio verbal y las acciones de servicio a los necesitados y enfermos consolidó su conciencia acerca de la misión que debían llevar a cabo, incluso antes de abrir las puertas a las personas no judías que eventualmente escucharían y recibirían el mensaje de Jesús.

La claridad meridiana con que la comunidad asumió la tarea de testificar y servir como parte del mismo proyecto es una lección que dejó como “marca de la casa”, puesto que ésa fue la consigna que tantas veces les repitió el Señor a los discípulos. Retomando el ejemplo de la iglesia inicial, en su comentario, Justo L. González escribe acerca de este capítulo:

 

Vivimos en un continente lleno de personas necesitadas; por así decir, de “cojos” que no pueden caminar. Vivimos en continente que tiene necesidad de la proclamación del nombre de Jesucristo: de su proclamación íntegra, como el Señor que nos salva de la muerte eterna, y como el Señor que nos da poder para sobreponernos a todas las muertes que el orden social perpetúa a diario. […] …el texto nos invita a decir: “Señor, concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” [4.29]. […]

La iglesia ha de ganarse la estimación del pueblo tomando el partido del pueblo, poniendo a su servicio sus recursos espirituales, materiales y humanos. Cuando la iglesia se mantiene al margen de las necesidades y las luchas del pueblo, o cuando se parcializa identificando su mensaje con el de cualquier grupo que tiene o busca el poder, su vida y su testimonio son muy distintos de lo que nos pinta Lucas en estos versículos de Hechos.[4] 

Quiera Dios que la iglesia de hoy, en todas sus manifestaciones, articule adecuadamente esas dos realidades que la definen y la hacen ser auténtica iglesia de Jesucristo: un testimonio permanente de la esperanza y el servicio desinteresado a fin de hacer visibles las consecuencias de la obra salvadora de Jesucristo, el Señor.



[1] Jürgen Roloff, Los Hechos de los Apóstoles. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1984, p. 118.

[2] Ibid., p. 117.

[3] Ibid., pp. 117, 120.

[4] J.L. González, Hechos de los apóstoles. Buenos Aires, Kairós Ediciones, 2000, pp. 116, 117.

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