1 de abril de 2021
Cuando llegó la noche, se
sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que
uno de vosotros me va a entregar. Mateo
26.20-21, TLA
En este día estamos delante de una de las frases más famosas de la pasión de Jesús de Nazaret, como parte de un momento crucial y extremadamente dramático, en el que la celebración de la Pascua judía empalmó con su proyecto personal de manifestación del Reino de Dios en el mundo. Según el plan narrativo de Mateo, esta gran unidad textual comenzó con el siniestro plan de Judas Iscariote, miembro de los Doce, quien buscó a los sacerdotes para ofrecer la persona de Jesús, y obtuvo una respuesta inmediata (26.14-15). Al momento, buscó la oportunidad para entregarlo (v. 16): “Al contrario que en Mr, es Judas quien pide dinero por entregar a Jesús. […] El precio que los sumos sacerdotes ponen a Jesús se encuentra en Zac 11.12 (LXX) (cf. Mt 27.9s). Las treinta monedas de plata eran el precio de un esclavo (Ex 21.32)”.[1] El escenario estaba listo, así, para la exposición de la Pascua de Jesús, una construcción impecable dominada, primero, por el contexto litúrgico de la historia (“El primer día de la fiesta de los panes sin levadura”, 17) y, después, por la conciencia que Jesús tenía de la cercanía de “su tiempo” (v. 18), tal como lo expresó a sus seguidores/as al momento de preparar la cena pascual (18b).
Tres partes aparecen claramente en el texto: la preparación, el anuncio
de la traición y la institución de la eucaristía. Al obedecer la orden de
Jesús, los discípulos cumplieron su voluntad y ello se muestra en el relato que
es escueto y directo: “Los discípulos fueron y prepararon todo, tal y como
Jesús les mandó” (19). Al caer la noche, se sentó a la mesa con ellos (20). Como
una ruptura del momento tranquilo y desenfadado que vivían, Jesús pronuncia las
terribles palabras: “Uno de ustedes me va a entregar a mis enemigos” (21). La
tristeza desencadenada por ellas produjo que se incriminaran entre sí, con la duda
sobre quién había sido el traidor (22). Alguien del círculo más cercano al
Maestro lo había hecho, prueba de lo cual es la siguiente afirmación: “El que
ha mojado su pan en el mismo plato en que yo estoy comiendo, es el que va a
traicionarme” (23). Jesús se sometió al designio anunciado sobre su persona
(24a), pero eso no eximió de responsabilidad al culpable de la entrega. De ahí
surgieron otras terribles palabras sobre su destino: “¡Más le valdría no haber
nacido!” (24b). Judas se sintió aludido directamente y Jesús confirmó su
culpabilidad (25). “Sin reproche alguno, Jesús identifica al traidor, aunque no
necesariamente a los oídos de todos. Es su último esfuerzo para que Judas tome
conciencia de lo que va a hacer y recapacite”.[2] De
haberse enterado los demás, quizá lo habrían matado.
La reconstrucción del suceso por William Barclay (basada
en el Cuarto Evangelio) es notable, pues explica, para empezar, que Judas ocupó
el sitio de honor, también las viandas que comieron, especialmente el charosheth
(una pasta hecha con manzanas, dátiles, granadas y nueces, que representaba
la arcilla con que los hebreos hicieron ladrillos en Egipto), las hierbas
amargas (endibias, rábanos picantes, achicoria y marrubios) y pan sin levadura:
“En un momento de la ceremonia se ponían algunas de las hierbas entre dos
trozos del pan sin levadura, se untaban en la charosheth y se comían. Eso
se llamaba sopa y era un signo de honor que el anfitrión en persona la
preparara y la diera a un invitado. Jesús dio la sopa a Judas (Jn 13.26), y lo
más probable es que Judas estuviera colocado junto a Jesús”.[3]
Ése era el grado de familiaridad que Jesús tuvo con Judas, lo que contribuye a
magnificar las dimensiones del distanciamiento y ruptura.
La persona de Judas, así como sus motivos más profundos para traicionar al Maestro, seguirán siendo un enigma como hasta hoy. Lanza del Vasto (1900-1981), poeta y novelista franco-italiano, le dedicó en 1938 una importante obra, en la que, según su aguda visión, como resume Armando González Torres:
Cuando es marginado de las
filas del Bautista, Judas se solaza con los más extremos placeres que puede
comprar el dinero de su padre y, luego, hastiado del lujo, mendiga en un
burdel. Hasta que, entre intrigado y celoso, oye hablar de Jesús y se suma a
sus adeptos. Su unión con el profeta nazareno no alivia su insatisfacción y
sentimiento de aislamiento, Judas se siente desdeñado y experimenta amor, pero
también una profunda envidia, tanto por los dones del maestro, como por su
hosca sabiduría. Sin embargo, el mayor rencor a su mentor proviene de la
veneración que le profesan los demás apóstoles y, sobre todo, la prostituta
redimida, María Magdalena.
Por lo demás, a Judas le parece que, a menudo, el mensaje de Jesús es inextricable y contradictorio y que desperdicia sus milagros alimentando una fe para seres simples y desesperados.[4]
En ese momento, el relato toma otro curso y se
dedica a la acción de gracias del Señor al partir el pan (26a), para invitar,
después, contra lo esperado, a comer ese pan tal como si fuese si cuerpo en
un acto eucarístico, sacramental (26b). Lo mismo sucedió con el vino, que fue identificado
por él con su sangre.
¿Estamos, pues, delante de una acción de antropofagia,
así como fueron acusados los cristianos posteriormente? No precisamente,
pues el sentido que otorga Jesús a esa comida mística/litúrgica va más allá del
mero simbolismo inmediato:
Al identificar Jesús el pan con “su cuerpo” sustituye el código de la alianza antigua por el de la suya: la norma de vida para el discípulo es él mismo, su persona y su actividad. Invita a los discípulos a comer el pan, es decir, a asimilarse a su persona; es una expresión del seguimiento (cf. 16.24). La bendición que pronuncia Jesús pone este relato en relación con el primer episodio de los panes (14.19). La entrega de los discípulos a la gente, simbolizada por el reparto del pan, se hace posible por esta entrega de Jesús a ellos y la identificaci6n de ellos con Jesús.[5]
El horizonte escatológico/salvífico es más subrayado en el caso de la
sangre/vino, pues a partir de ésta anuncia lo que vendrá en ese futuro redentor
que se avizora: “Esa sangre servirá para perdonar los pecados de mucha gente. Ésta
es la última vez que bebo de este vino con ustedes. Pero cuando estemos
juntos otra vez, en el reino de mi Padre, entonces beberemos del vino nuevo”
(28b-29). Palabras que hoy nos resuenan de manera diferente y significativa,
ante la separación y la distancia obligadas. “Jesús invita a todos a beber de
la copa, es decir, a asimilarse a su muerte, que completa el seguimiento”. Esa
sangre es derramada por todos los seres humanos (lit. “por muchos”, por todos y
cada uno).
En lugar de “vino”, Mateo pone “el producto de la vid” (como Marcos), para
conectar este dicho con la parábola de los viñadores (21.33-41). El contraste
es claro: éste es antiguo y el nuevo será el que se beba “cuando estemos juntos
otra vez, en el reino de mi Padre” (29b). Ante este anuncio escatológico, no se
puede aspirar a una mayor familiaridad o camaradería.
El relato concluye con una nota simple: “Después de
eso, cantaron un himno y se fueron al Monte de los Olivos” (30): “El monte de
los Olivos fue el lugar desde donde Jesús anunció la ruina de Jerusalén y el
triunfo del Hombre (cf. 24.3ss). Es su pasión la causa de esa ruina y de ese
triunfo”. Quiera Dios que el recuerdo y la participación en la mesa del Señor
fortalezca nuestra esperanza en ese Dios que asumió y purgó el sufrimiento del
mundo en la persona de su Hijo.
[1] J. Mateos y F. Camacho, Evangelio
de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 251.
[2] Ibid., p. 254.
[3] W. Barclay, Los
hombres del Maestro. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1988 (Biblioteca
catecumenal), pp. 87-88.
[4] A. González Torres, “Judas, el apóstol traidor”, en Laberinto, supl.
de Milenio, 13 de abril de 2019, www.milenio.com/cultura/laberinto/judas-el-apostol-traidor.
[5] Ibid., p. 255.
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