miércoles, 1 de agosto de 2007

Letra 35, 5 de agosto de 2007

INGMAR BERGMAN (1918-2007), EL HIJO DEL PASTOR
Carlos A. Valle
Prensa Ecuménica, ecupress.com.ar, 31 de julio de 2007

¿Hay algo para agregar a todo lo que se ha dicho sobre Ingmar Bergman? Quizás recordar que Ingmar fue hijo de un pastor luterano de convicciones rígidas que reclamaban sumisión a la autoridad paterna y castigos ejemplares a quienes las transgredieran. Es sabido que las familias de los pastores están expuestas a las miradas de todos, lo que acentuaba la conducta de sus perfeccionistas padres.
En sus memorias —Linterna mágica— nos cuenta que “Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios. Había en ello una lógica interna que nosotros aceptábamos y creíamos comprender. Este hecho contribuyó posiblemente a nuestra pasiva aceptación del nazismo.” (p. 16)
Es obvio que este trasfondo modeló muchas de las preguntas que plantean sus películas y reflejan la angustia de quien no puede encontrar respuestas: el silencio de Dios, la muerte, la incomunicación, la falta de fe. Pero, a la vez, hay en ese melancólico discurrir de sus obsesiones notas de novedad, de creatividad. El escritor Juan Cruz le preguntó una vez si sabía lo que era la felicidad y contestó: “No significa nada. Lo que he intentado hacer durante toda mi vida es crear cosas y darles vida”.
Crear es también una manera de cuestionar y romper preconceptos. No es una propuesta fácil de aceptar para una sociedad que se rige por esquemas religiosos y morales intransigentes. Por un buen tiempo las películas de Bergman fueron mutiladas o censuradas, por razones que hoy resultan no sólo incomprensibles sino absurdas. Las preguntas teológicas de los artistas no pueden ser ignoradas por los teólogos.
Bergman fue muy cuestionado por la Iglesia que le reprochaba su conducta y sus cinco matrimonios. Sin embargo, parecía conocer a fondo el alma de las mujeres. Generalmente son ellas las que en sus filmes dominan el escenario, abren sus corazones, desnudan sus debilidades y emergen con singular fuerza. Es en ellas que los hombres encuentran un refugio para musitar sus preguntas y exhibir sus angustias. “Todo lo que he hecho en mi vida ha sido emocional y lo emocional se lo he entregado a mis películas”.
En su última película, Saraband, hay un tierno diálogo entre Marianne y Johan, quienes se han vuelto a encontrar después de más de treinta años de separación. “¿Le tienes miedo a la muerte, Johan?” y él responde: “No tengo tanta fantasía. Y nunca me he preocupado demasiado. Una luz está encendida, la luz se apaga. Primero hay algo, luego nada, hecho casi tranquilizador. Pero ahora es una realidad. Y se trata de mí. Sólo de mí… Y sólo deseo gritar.”

FRIDA KAHLO: EL RETRATO DEL DOLOR (II)
Suzanne Hoeferkamp S.

Los autorretratos de Frida son símbolos de la expresión de su máxima inquietud, existencial es la condición humana. Como participante conocedora, su empleo del símbolo afirma la vida en medio del sufrimiento. Mientras la vida y la muerte se encuentran en la tensión de este conocimiento, la intensidad de su mirada aparece como fijada en el yo soy del ser mismo. Con sus raíces en el fundamento del ser, los símbolos de su auto trascendencia participan en el movimiento del dolor a la alegría, de lo oculto a lo revelado, de la existencia a la esencia del ser.
El uso que Frida hace de las imágenes cabe dentro de la tradición histórica de la pintura de retratos, pero también supera esa tradición. Sus imágenes logran ambigüedad mediante su apropiación y “transfiguración” del simbolismo autóctono prehispánico. Repletas de los símbolos que evocan la índole enraizada de su máxima inquietud, sus imágenes siguen la pista de su linaje hacia la “mítica mirada primordial” de que habla Octavio Paz.
Su mirada franca e íntima, una mirada conocedora, penetra al espectador en la profundidad de la razón. A través de sus ojos uno siente la presencia del misterio del ser, abriéndose paso por la situación humana a la dimensión de profundidad de nuestro ser. Cuando nos mira, su expresión fastidia, irrita, molesta. Su cara es “... bella y horrorosa a la vez; seria y sin expresión su mirada fija”, señaló Keto von Weberer.
El llegar a ser en su obra es un acercamiento a la vida, “una aproximación del ser propio”, como escribió Carlos Fuentes en su introducción a El diario de Frida Kahlo), el “todavía no” en la búsqueda de lo real, de lo verdadero, de cara al ser propio. Como una expresión de su anhelo por el rescate de la unidad esencial del ser propio del mundo, Frida nos invita a abrir nuestros corazones a un nuevo modo de ser. Este modo entraña la liberación de lo alienante de nuestra situación. Es una llamada a la humanidad a volver a su origen, a su “ser esencial”.
Al volver la humanidad a su integridad, vuelve a su unidad y al ser original. Frida entiende esta integridad como la unidad esencial que se manifiesta en la totalidad de nuestro ser. Su ontología se revela en su obra así como la gran pasión de una carta amorosa. Expresa visualmente lo que ella escribió una vez desde lo profundo de la razón: “Allá en la profundidad tú me entiendes, sabes que te adoro. Tú no eres sólo algo que es mío, tú eres yo misma”. La sustancia religiosa del arte de Frida señala hacia esta realidad.
Su ontología es así llevada a enfocar la unidad esencial de la realidad tal como se revela en la metamorfosis de su relación propia con el mundo. Esta relación se encarna en su arte mediante su participación intuitiva en el movimiento entre lo oculto y lo revelado: se expresa en su comprensión propia del mundo. Esta comprensión, a su vez, se manifiesta en su arte. Ella expresa un sentido de este despertar misterioso de la siguiente manera: “Nos dirigimos a nosotros mismos a través de millones de seres-piedras-aves-astros-microbios- fuentes de nuestro ser”.
De este modo explora, a través de su versión del élan vital de Bergson, la interrelación de todas las cosas como se expresa en los símbolos de su máxima inquietud. Símbolos de nueva vida, de fertilidad y autotrascendencia sin importar que se representen mediante las formas de mariposas, flores, monos o plantas “... abundan en su arte, pero nunca en forma aislada, sino siempre entrelazados con listones, collares, enredaderas, vetas y aun espinas” (Carlos Fuentes). Estas son espinas que duelen y hacen que gotee la sangre, pero también enlazan. La manifestación del amor, ese “acontecimiento sagrado” que es “la gran unión”, es el centro de su expresión de máxima inquietud. Lejos de someterse a la realidad, sus imágenes evocan esta dimensión de profundidad..

LA TRAMPA DE LA DISCUSIÓN SOBRE LA VERDADERA IGLESIA (I)
Jung Mo Sung
Adital.com.br, 31 de julio de 2007


¿Cuál es la cuestión fundamental puesta en juego en la afirmación de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, de la Iglesia Católica Romana, acerca de que sólo la Iglesia Católica es plenamente la Iglesia de Cristo? Yo pienso que no es la discusión sobre cuál es la "verdadera" Iglesia de Cristo o cuál es el verdadero sentido del concepto "subsiste" en la afirmación del Concilio Vaticano II de que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica. Como tampoco lo es la dificultad que este tipo de documento trae al diálogo ecuménico.
Estas dos cuestiones son importantes, pero, en mi opinión, no son fundamentales y no deben convertirse en el punto central de nuestras reflexiones y de los diálogos en este momento histórico. Si gastamos mucho tiempo y energía discutiendo estas cuestiones, estaremos cayendo en la "trampa" - armada consciente o inconscientemente - por aquellos que proponen el documento. Es decir, estaremos siguiendo la pauta puesta sobre la mesa por la Sagrada Congregación.
A pesar de ser importantes las reflexiones sobre el sentido de "subsiste" (y aquí quiero destacar la reflexión realizada por L. Boff, "¿Quién subvierte el concilio: L. Boff o el cardenal J. Ratzinger?", que está circulando en Internet), necesitamos recordar que la verdad (teológica o no) no es prisionera sólo de la ignorancia, sino también de la injusticia y del pecado (cf Rom 1,18). Si la ignorancia fuese la única causa de la no-verdad, una buena discusión iluminaría a todos en el camino de la verdad. Pero, las verdades teológicas, éticas y existenciales son, la mayoría de las veces, prisioneras de la injusticia, de la voluntad de dominación y prepotencia. Personas y grupos que buscan la dominación sobre el otro o su auto-afirmación a través de la negación del otro "conocen" de modo diferente que las personas y grupos que buscan la cooperación y el diálogo alrededor de problemas comunes y con el objetivo de convivencia fraterna.

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