Pasos, núm. 47, mayo-junio de 1993
Se ha entendido la justificación como sinónimo de humanización, esto es correcto. Sin embargo, generalmente se ha tocado únicamente una dimensión psicológica del ser humano: el sentirse libre de culpa y reconocerse como sujeto finito sin la necesidad de autoafirmarse constantemente frente a Dios, los demás y él mismo. Esto no es suficiente en un mundo dividido y donde los excluidos irrumpen en la historia. Existe una relación profunda entre la deshumanización psicológica —bajo la dimensión de sentir la necesidad de aprobación como ser humano—-, y la deshumanización corporal, cultural y social; o sea, donde se palpan las huellas de la desnutrición y la insignificancia.
La muerte ronda entre el hambre y la insignificancia. Allí está el reinado del pecado, legitimado por la ley de la exclusión. Es un reino de muerte, no porque esté muerto, sino porque mata; está vivo y su vida se mantiene al absorber la sangre de los excluidos. Se trata del ídolo que se impone como señor. La intención de su lógica no es matar en sí, no obstante, como su justicia está orientada a dar vida a algunos de la humanidad, el resto queda excluido y su vida es amenazada por los vaivenes de las pulsaciones de la lógica que se sustenta por la exclusión. La angustia se añade a la experiencia del hambre o a la amenaza de la vida.
Una lectura teológica de la justificación en un contexto donde los pobres y discriminados son amenazados en su existencia, exige que el acento sea puesto en la justicia y la gracia de Dios que eleva al excluido a la dignidad de hijo e hija de Dios. Antes de hablar de "reconciliación con el pecador", ella habla de la solidaridad de Dios con el excluido. La reconciliación de Dios con el pecador es un aspecto de la justificación por gracia, pero no es el único. Desde la historia, es reflexionar la buena nueva a partir de Caín el asesino, sin estimar el clamor de la sangre de su hermano Abel, la víctima.
La raíz de la justificación es la solidaridad del Dios Trino con los amenazados de muerte.
La Iglesia Presbiteriana Ammi-Shadday es una comunidad cristiana que adora y sirve al Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En ella se reúnen hombres y mujeres de todas las edades y de todas las condiciones para celebrar agradecida, gozosa y conscientemente el amor divino revelado en Jesucristo, y para ofrecer humilde pero sinceramente el afecto fraterno a todas las personas que buscan el consuelo de Dios y el calor de la comunidad humana.
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