lunes, 24 de septiembre de 2007

Letra núm. 41, 16 de septiembre de 2007

Liberación y libertad: reflexiones hermenéuticas en torno al Antiguo Testamento, J. Severino Croatto

La ausencia de un análisis del tema en el A.T., a pesar de que el “éxodo” fuera el acontecimiento inspirador, me sugiere la oportunidad de presentar algunas de las líneas maestras que rigen la teología bíblica y que suponen, precisamente, la experiencia del éxodo. Este tratamiento será incompleto, apenas un esbozo del tema para que otros desarrollen nuevas implicaciones. Y ante todo, vayan dos observaciones necesarias para entender este ensayo. Por una parte, un estudio del tema de la liberación en el Antiguo o Nuevo Testamento no puede reducirse a una “exégesis” de los textos ni a un “aislamiento” de las ideas de sus autores. Tal itinerario de “venida”, útil y condicionador, debe ser prolongado en otro de “ida” hacia el texto, a partir de la “situación” presente. No sólo para iluminarla desde lejos (eso ya es importante y supone una homologación o coincidencia) sino también para descubrirla en la Palabra inspirada. Mi proceso de liberación debe radicarse en aquel otro que significó el designio de Dios y quedó consignado en una Palabra arquetípica, pero al propio tiempo ha de “actualizarlo”. “Profundizar” en la meditación de la Palabra de Dios equivale a profundizar en el sentido de mi situación (el aparato científico es sólo instrumental).
De ahí que tal “profundización” se da solamente en el orden de la fe; el esclarecimiento científico del texto es periférico pero nunca “profundo”. Es exegético, pero no “hermenéutico”; descubre el sentido del texto pero no el de mi existencia.. Al menos desde el punto de vista querigmático, ya que ninguna lectura de textos escapa a un cierto grado de realización hermenéutica. Todo esto, aplicado a nuestro tema, significa que, en cristiano y como hombre de esta generación, ya no puedo “quedarme” en el éxodo de los hebreos del siglo XIII a.C. No sólo he de leer el texto sagrado sino que éste debe “leerme” a mí.
Por otra parte, si -como veremos- el acontecimiento del éxodo-“liberación” es tan fundamental en la teología bíblica de la salvación, no podemos desoír tan fácilmente los movimientos contemporáneos de “liberación”, sobre todo cuando son inspirados en la fe. Ese “sobre todo” que subrayamos es intencional y se desprende de lo expresado arriba. Por eso, estas reflexiones quieren ayudar a descubrir en los procesos de liberación (a pesar de todas sus sombras) un “signo de los tiempos”. Para que sea tal debe de haber justamente una coincidencia situacional. Dios se revela también en mi historia, en la de todos los hombres, pero lo “reconozco”, o sea, descubro su epifanía, a la luz de aquellos sucesos epifánicos que han quedado como paradigmáticos.

1. El éxodo
Se impone partir de la experiencia histórica y religiosa del éxodo como primer “foco” querigmático de una teología de la liberación. Efectivamente, es el acontecimiento arquetípico y formador de la conciencia espiritual de Israel. La idea de Dios y de la salvación que allí se plasma es vertebral y da cohesión a todas las tradiciones religiosas. Ahora bien, a lo largo de todo el relato del éxodo (Ex 1-15), pero especialmente en la doble tradición sobre la vocación de Moisés (cap. 3 y 6), el Dios de Israel aparece como el “liberador” y el pueblo es presentado antitéticamente como “oprimido”. En tal sentido, resulta significativo estudiar el vocabulario de las dos narraciones (Ex 3,6-10.15-20 y 6,1-13): Israel está “oprimido” (3,7.9.17) y esclavizado (6,5s.9), sufre los trabajos forzados (6,6s). En esa situación le brota la “protesta” (3,7.9; 6,5). Dios, lejos de dar la razón al faraón, escucha a los oprimidos, y decide liberarlos (3,9.16s; 6,5s). Lo más notable es el hecho de que actúa contra la autoridad “divina” del rey y con toda la violencia que caracteriza al Dios de la “guerra santa”: ya sé que el rey de Egipto no los dejará salir, si no es obligado por la fuerza, pero yo extenderé mi mano... (3,19v). Dios rescatará a los hebreos “por el poder de su brazo (6,6) o hará que el faraón los deje salir por la fuerza (v.1). Por otra parte, se sirve de una mediación humana -la figura de Moisés- para llevar a cabo su designio.
Caben en este momento algunas reflexiones:
a) Este acontecimiento está presentado con las características de la mentalidad hebrea antigua; el NT ha señalado la primacía absoluta del amor. No conviene adoptar literalmente lo que nos conviene. Pero la relectura cristiana del éxodo-liberación no impide -al contrario, exige!- guardar los valores radicales del mismo, a saber, que Dios no admite ningún estado de injusticia u opresión, que pone la libertad como un bien primordial del hombre y la reclama por todos los medios. Es más explicable la rebelión que la injusticia. Aquella tiene una causa, ésta no.
b) Decimos que el actor del éxodo es Dios; que no es una iniciativa humana. Mas esto no cambia la sustancia del problema. Recordemos que es el suceso –justamente cuando es epifánico del designio de Dios- el que se hace palabra cuando se profundiza. El éxodo se atribuye a Dios una vez que Él ha sido “reconocido” en el acontecimiento, en el momento o después en la reflexión por la fe. En tal sentido, un determinado movimiento de liberación, violenta o no, puede también “esconder” a Dios.
c) El Dios del éxodo se define como “liberador” y la salvación se identifica con la posesión de la libertad. Esto resulta no solamente del contexto inmediato sino también de dos consideraciones más: por un lado, el Dios que actúa como “liberador” en el éxodo es el mismo de la Promesa (cf. 3,6.15s; 6,3.8). Esta se cumple en una “liberación” (en sus dos aspectos de “salida” de la opresión de Egipto y de “entrada” en el propio suelo de Canaán, o sea, los dos aspectos de liberación y de libertad). Por otro lado, la fe de Israel, expresada en el culto (que es “mentalizador”) vuelve a centrarse en la idea de Yavé-liberador, como sucede en los “credos” típicos del AT: Deut 6,20-25; 26,1-15; Josué 24,2-13 etcétera.
d) Si hacemos una verdadera hermenéutica del hecho del éxodo, en el que debemos “desimplicar” otros acontecimientos futuros al mismo, es esencial su relectura actual. Por eso no está “agotado”. Tiene otras connotaciones, que quedan escondidas hasta que la “situación” los haga aflorar. Por ejemplo: el éxodo fue un suceso de orden político (y social), pero es evidente que es un acontecimiento inspirador también para toda liberación’ económica o cultural.
e) El acto de la liberación de la esclavitud de Egipto da al hombre la posibilidad de llegar a la meta (la tierra de Canaán) y, por lo mismo, de completar los designios del Dios de la historia (la Promesa). Es la relación entre el “sacar” y el “hacer subir” que expresa el léxico del éxodo según las tradiciones. Sólo en libertad el hombre puede cumplir sus posibilidades. De allí la importancia de todo proceso de liberación porque pone al hombre en condiciones de realizarse.

2. El ser humano arquetípico
Los primeros capítulos del Génesis nos ofrecen otro “foco” querigmático para entender la “liberación” del hombre. Con una diferencia respecto del libro del Éxodo. En éste se relata un suceso de liberación, mientras que en el Génesis se nos da una imagen del hombre en libertad que satisface los designios del Creador.

a) En la cosmovisión mítica el hombre queda condicionado al cosmos y al rito. El esquema recreacional de la festividad del Año Nuevo lo manifiesta típicamente. Así, el hombre no construye un futuro -esa es posible sólo en una inmersión en el tiempo como valor- sino que imagina continuamente su regreso a un tiempo primordial y ahistórico.
b) En la antropovisión del Génesis el hombre está “liberado” del cosmos por cuanto el Dios creador es concebido como trascendente y distinto del mundo. No está identificado con los fenómenos del cosmos y por eso el hombre no está condicionado por éstos para encontrarlo. Todo el juego se transporta al plano de las relaciones interpersonales. El mundo es “profano” para el hombre libre. Este ha sido puesto en él para dominarlo, para continuar la creación (Génesis 1,28; 2,5-7).
c) El concepto bíblico de trascendencia y de creación permite conjugar armoniosamente teonomía con autonomía del hombre e impide que la primera se convierta en heteronomía para éste. La teonomía no lo cierra sino que lo abre al futuro. Por eso también el hombre bíblico no necesita ser un Prometeo. El capítulo 4 del Génesis (vv. l7ss) supone que los elementos de la civilización no son transmisiones de los dioses (como en el caso de los me sumerios) sino descubrimientos humanos. Los relatos del pecado original (Génesis 3), de los gigantes (6,1-4) y de la torre de Babilonia (11,1-9) enseñan que el hombre “tiene de sobra” con ser tal y que su pretensión de ser Dios, lejos de darle gloria o poder, lo desequilibra y pervierte sus posibilidades.
d) Por ello, el querigma del éxodo -con su exigencia de libertad- tiene su motivación más radical en la creación donde se manifiesta el “proyecto” de Dios respecto del hombre. Así en la lectura e interpretación religiosa de la Biblia. Desde el punto de vista histórico, en cambio, la experiencia del éxodo es la que, probablemente, hizo cristalizar la conciencia hebrea de libertad que luego se refleja en la redacción del Génesis. Las dos perspectivas se completan mutuamente.

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