16 de septiembre, 2007
1. La historia política y el origen de la profecía clásica
La profecía llamada clásica surgió en el antiguo Israel como una consecuencia indirecta de la monarquía. Por una parte, como reacción a los abusos de los reyes y su corte para dar voz al pueblo y funcionar como una especie de ombudsman y, por otra, debido a la necesidad de contar con una palabra divina fresca, actual, como una respuesta puntual a la situación que le permitiera al pueblo y a la sociedad en su conjunto afrontar las realidades cotidianas desde la óptica del designio de Dios. Si inicialmente ser profeta consistió en atender necesidades tan superficiales como la pérdida de ganado, ante la cual las consultas a los “videntes” era una práctica habitual, posteriormente la profecía evolucionaría hasta alcanzar enormes alturas en el siglo VIII a.C., época de oro de la profecía, pues se desprendió casi totalmente de las costumbres antiguas y de las culturas vecinas. El o la profeta específicos encarnaron así una profunda transformación religiosa, cultural y teológica, pues su función social constituyó el punto de quiebre que caracteriza a la fe bíblica como una religión de la palabra profética, hecho sin igual en la antigüedad.
Todo esto dio lugar, entonces, a una serie de conflictos con los poderes establecidos, pues dada la envergadura de la tarea encomendada por Dios a algunos hombres y mujeres en relación con su Palabra, los sacerdotes y los reyes enfrentaron el contrapeso ideológico, político y espiritual de la profecía, al grado de que su imagen ante el pueblo forzosamente quedaba en entredicho ante la crítica radical que los profetas practicaron para defender, al mismo tiempo, los intereses de Dios y de la comunidad ante los excesos del poder. De ahí que el surgimiento simultáneo de los falsos profetas se explica por la estrategia de monarcas y sacerdotes para contrarrestar la intensa experiencia que representaba tener dentro de la sociedad a voces abiertamente disidentes y autorizadas por el propio Dios para cuestionar las posturas oficiales, en el ámbito político y religioso. De ese modo, el pueblo tenía que decidir también qué rumbo tomar ante las ofertas de los profetas pagados por el poder y los verdaderos, portadores de la auténtica Palabra de Dios, todo ello en medio de las diversas coyunturas internas y externas.
Los profetas recurren a su vez a las acciones simbólicas: Isaías camina desnudo y descalzo para simbolizar la suerte de Egipto (20.1ss), Jeremías destroza un cántaro (19.1ss). Los nombres simbólicos son otro recurso profético (el hijo de Isaías llamado “Un-resto-volverá”: 7.3 y 10.21s). El profeta es el heraldo de Dios Si el rey pretende ser el transmisor de las bendiciones divinas por su actuación cúltica y social, si el sacerdote expone la Ley (cf. Os 4.4-6) y colabora en el culto, y si el “sabio” enseña a conducirse según el ideal de la sabiduría humana, el profeta, a diferencia de todos ellos, transmite una Palabra nueva de Yahvé, que interpreta la historia presente a la luz de la historia salvífica pasada.
La elaboración progresiva de un libro profético es palpable en la combinación de pasajes biográficos en tercera persona con otros autobiográficos. El orden de los oráculos, por lo demás, no es cronológico sino sistemático. Predomina el esquema siguiente: a) oráculos contra Israel o Judá, o contra ambos; b) oráculos contra las naciones (cf. Is 13-23 o Jer 46-51); c) apéndices con promesas, no siempre originales. [...]
2. Isaías y la historia de su tiempo
Cada etapa de la historia de Israel, a partir del surgimiento de la monarquía se podría describir en función de los profetas que actuaron. El siglo VIII a.C. vio actuar a cuatro profetas escritores que engruesan notablemente el patrimonio literario de Israel. Dos de ellos predicaron en el Norte (Amós y Oseas) y dos en el Sur (Miqueas e Isaías).
El profeta aparece cuando Dios quiere comunicar su Palabra. La historia de Israel abunda en situaciones que provocan la salida en escena de un vocero de Dios. En el siglo VIII, los dos reinos hebreos entran en una crisis religiosa. En Judá (sur) comenzó a degenerar la fe. La idolatría se infiltró sutilmente. Aun los reyes “rectos” contemporizaron con los cultos populares en los “lugares altos”. Pero al llegar Ajaz (735-715) se afirma enfáticamente: “No hizo lo recto a los ojos de Yahvé” (2 Re 16.2). Este es el contexto histórico de un memorable oráculo de Isaías, el primer gran profeta del sur. Es el profeta de la fe (7.1ss). Ajaz desconfía de Yahvé, pero será desplazado. Ya no sirve para llenar los planes salvíficos de Dios. Isaías vaticina entonces el nacimiento providencial del “Emmanuel” (7.14). Su nombre es simbólico (“Dios-con-nosotros”) y señala un reencuentro con el Dios de la Alianza. [...]
3. La “respuesta mesiánica” de Isaías a su situación
Isaías es un profeta de palacio. Será por antonomasia el profeta de las relecturas “mesiánicas”. Sus oráculos sobre “el rey ideal” serán releídos en las generaciones sucesivas hasta converger en Cristo. La preocupación de Isaías por el rey futuro marca su insatisfacción por los gobernantes actuales y su búsqueda de un horizonte utópico más acorde con las intenciones divinas. Su perspectiva de la historia no necesariamente coincidió con las intenciones del rey: al anunciar el advenimiento de una figura que cumpliría el designio divino, Isaías proyecta las esperanzas populares en un sentido subversivo, esto es, contrario a las estrategias del gobernante en turno. Conocedor profundo de la política internacional, el profeta lanza sus invectivas con una diplomacia apenas disfrazada. Como los demás profetas, él aún creía en las posibilidades de la política, aun cuando los acontecimientos se precipitaron para romper con sus expectativas.
Como bien lo plantea la teoría política, en relación con el mesianismo, este concepto reaparece periódicamente en la historia de los pueblos para vehicular o concentrar las esperanzas en los personajes que pueden encarnar las posibilidades de un cambio o de una mejora para las situaciones entendidas como negativas. Isaías manejó el mesianismo para dotarlo de una perspectiva teológica que alcanzó niveles casi épicos y, teológicamente, penetró en la historia con una agudeza sin par puesto que sus postulados sirvieron para que, siglos más tarde, ante la sequía profética y el avance de los tiempos oscuros para Israel, el surgimiento del judeo-cristianismo tomara su interpretación de la historia para concentrar en Jesús de Nazaret sus sueños y esperanzas.
Cada época demanda al pueblo de Dios una lectura profética de la historia en consonancia con los impulsos del Espíritu para orientar y canalizar adecuadamente la fe de las comunidades, inmersas, comprometidas y desafiadas por el momento en que viven.
1. La historia política y el origen de la profecía clásica
La profecía llamada clásica surgió en el antiguo Israel como una consecuencia indirecta de la monarquía. Por una parte, como reacción a los abusos de los reyes y su corte para dar voz al pueblo y funcionar como una especie de ombudsman y, por otra, debido a la necesidad de contar con una palabra divina fresca, actual, como una respuesta puntual a la situación que le permitiera al pueblo y a la sociedad en su conjunto afrontar las realidades cotidianas desde la óptica del designio de Dios. Si inicialmente ser profeta consistió en atender necesidades tan superficiales como la pérdida de ganado, ante la cual las consultas a los “videntes” era una práctica habitual, posteriormente la profecía evolucionaría hasta alcanzar enormes alturas en el siglo VIII a.C., época de oro de la profecía, pues se desprendió casi totalmente de las costumbres antiguas y de las culturas vecinas. El o la profeta específicos encarnaron así una profunda transformación religiosa, cultural y teológica, pues su función social constituyó el punto de quiebre que caracteriza a la fe bíblica como una religión de la palabra profética, hecho sin igual en la antigüedad.
Todo esto dio lugar, entonces, a una serie de conflictos con los poderes establecidos, pues dada la envergadura de la tarea encomendada por Dios a algunos hombres y mujeres en relación con su Palabra, los sacerdotes y los reyes enfrentaron el contrapeso ideológico, político y espiritual de la profecía, al grado de que su imagen ante el pueblo forzosamente quedaba en entredicho ante la crítica radical que los profetas practicaron para defender, al mismo tiempo, los intereses de Dios y de la comunidad ante los excesos del poder. De ahí que el surgimiento simultáneo de los falsos profetas se explica por la estrategia de monarcas y sacerdotes para contrarrestar la intensa experiencia que representaba tener dentro de la sociedad a voces abiertamente disidentes y autorizadas por el propio Dios para cuestionar las posturas oficiales, en el ámbito político y religioso. De ese modo, el pueblo tenía que decidir también qué rumbo tomar ante las ofertas de los profetas pagados por el poder y los verdaderos, portadores de la auténtica Palabra de Dios, todo ello en medio de las diversas coyunturas internas y externas.
Los profetas recurren a su vez a las acciones simbólicas: Isaías camina desnudo y descalzo para simbolizar la suerte de Egipto (20.1ss), Jeremías destroza un cántaro (19.1ss). Los nombres simbólicos son otro recurso profético (el hijo de Isaías llamado “Un-resto-volverá”: 7.3 y 10.21s). El profeta es el heraldo de Dios Si el rey pretende ser el transmisor de las bendiciones divinas por su actuación cúltica y social, si el sacerdote expone la Ley (cf. Os 4.4-6) y colabora en el culto, y si el “sabio” enseña a conducirse según el ideal de la sabiduría humana, el profeta, a diferencia de todos ellos, transmite una Palabra nueva de Yahvé, que interpreta la historia presente a la luz de la historia salvífica pasada.
La elaboración progresiva de un libro profético es palpable en la combinación de pasajes biográficos en tercera persona con otros autobiográficos. El orden de los oráculos, por lo demás, no es cronológico sino sistemático. Predomina el esquema siguiente: a) oráculos contra Israel o Judá, o contra ambos; b) oráculos contra las naciones (cf. Is 13-23 o Jer 46-51); c) apéndices con promesas, no siempre originales. [...]
2. Isaías y la historia de su tiempo
Cada etapa de la historia de Israel, a partir del surgimiento de la monarquía se podría describir en función de los profetas que actuaron. El siglo VIII a.C. vio actuar a cuatro profetas escritores que engruesan notablemente el patrimonio literario de Israel. Dos de ellos predicaron en el Norte (Amós y Oseas) y dos en el Sur (Miqueas e Isaías).
El profeta aparece cuando Dios quiere comunicar su Palabra. La historia de Israel abunda en situaciones que provocan la salida en escena de un vocero de Dios. En el siglo VIII, los dos reinos hebreos entran en una crisis religiosa. En Judá (sur) comenzó a degenerar la fe. La idolatría se infiltró sutilmente. Aun los reyes “rectos” contemporizaron con los cultos populares en los “lugares altos”. Pero al llegar Ajaz (735-715) se afirma enfáticamente: “No hizo lo recto a los ojos de Yahvé” (2 Re 16.2). Este es el contexto histórico de un memorable oráculo de Isaías, el primer gran profeta del sur. Es el profeta de la fe (7.1ss). Ajaz desconfía de Yahvé, pero será desplazado. Ya no sirve para llenar los planes salvíficos de Dios. Isaías vaticina entonces el nacimiento providencial del “Emmanuel” (7.14). Su nombre es simbólico (“Dios-con-nosotros”) y señala un reencuentro con el Dios de la Alianza. [...]
3. La “respuesta mesiánica” de Isaías a su situación
Isaías es un profeta de palacio. Será por antonomasia el profeta de las relecturas “mesiánicas”. Sus oráculos sobre “el rey ideal” serán releídos en las generaciones sucesivas hasta converger en Cristo. La preocupación de Isaías por el rey futuro marca su insatisfacción por los gobernantes actuales y su búsqueda de un horizonte utópico más acorde con las intenciones divinas. Su perspectiva de la historia no necesariamente coincidió con las intenciones del rey: al anunciar el advenimiento de una figura que cumpliría el designio divino, Isaías proyecta las esperanzas populares en un sentido subversivo, esto es, contrario a las estrategias del gobernante en turno. Conocedor profundo de la política internacional, el profeta lanza sus invectivas con una diplomacia apenas disfrazada. Como los demás profetas, él aún creía en las posibilidades de la política, aun cuando los acontecimientos se precipitaron para romper con sus expectativas.
Como bien lo plantea la teoría política, en relación con el mesianismo, este concepto reaparece periódicamente en la historia de los pueblos para vehicular o concentrar las esperanzas en los personajes que pueden encarnar las posibilidades de un cambio o de una mejora para las situaciones entendidas como negativas. Isaías manejó el mesianismo para dotarlo de una perspectiva teológica que alcanzó niveles casi épicos y, teológicamente, penetró en la historia con una agudeza sin par puesto que sus postulados sirvieron para que, siglos más tarde, ante la sequía profética y el avance de los tiempos oscuros para Israel, el surgimiento del judeo-cristianismo tomara su interpretación de la historia para concentrar en Jesús de Nazaret sus sueños y esperanzas.
Cada época demanda al pueblo de Dios una lectura profética de la historia en consonancia con los impulsos del Espíritu para orientar y canalizar adecuadamente la fe de las comunidades, inmersas, comprometidas y desafiadas por el momento en que viven.
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