lunes, 24 de septiembre de 2007

Los credos históricos del pueblo de Dios (Dt 26), L. Cervantes-Ortiz

2 de septiembre, 2007

1. Historia, fe y revelación
Es un lugar común afirmar que “Dios se ha revelado en la historia”, pero hay que aclarar que Él no lo ha hecho en la historia según el concepto moderno, una ciencia tan profana como nunca lo imaginó la humanidad. Si se acepta como válida la intención de “desencantar el mundo” como parte de un proceso profundo y radical de secularización de la vida humana, la forma en que se aprecian los fenómenos no solamente se desacraliza por completo sino que se busca alcanzar un realismo absoluto en relación con los hechos porque los historiadores realizan su trabajo sin ninguna referencia a lo sobrenatural o metafísico. Con todo, esta intencionalidad no atenta en lo esencial contra la perspectiva bíblica según la cual Dios dirige la historia según sus propósitos. Collingwood, un filósofo de la historia, reconoció que en la historia bíblica, entendida como de manera “providencial”, la historia es como un drama escrito por Dios; pero un drama en que ningún personaje es su favorito.
La fe, al ubicarse históricamente, entiende que la acción de Dios no necesariamente se hace visible a los ojos de todos. Pero ello no implica que las acciones divinas pasen desapercibidas aun cuando no se realicen de manera épica o extraordinaria. El antiguo Israel manejó un concepto dinámico de fe porque su relación con la historia obedecía a la posibilidad siempre latente de encontrarse con Dios en medio de la conflictividad humana. “La historia hebrea era una interpretación de los acontecimientos, pero una interpretación de acuerdo con el conocimiento de Dios que afirma que Él es el rector de los acontecimientos. Los hebreos no vieron su historia y dedujeron su actividad presente; ellos le conocían y se veían forzados a admitir su actividad, pues el Dios que conocían era un Dios activo, con una actividad no comparable a la de ningún dios. Los hebreos no vieron a Dios en la historia; vieron la historia en Dios”.
Este encuentro con Dios en la historia (Bárbara Andrade) implicó que su concepción de Dios procedía de episodios concretos de su historia como un pueblo construido e identificado gracias a esos sucesos. En el caso del Éxodo, el acontecimiento fundador por excelencia, la figura divina no se comprendía tanto como la de una divinidad creadora sino como la de un Dios liberador, profundamente comprometido con la situación previa del pueblo, es decir, de opresión e inhumanidad forzada. El trasfondo histórico de la fe es por ello ineludible y las eventuales manifestaciones o revelaciones de Dios no estuvieron nunca desligadas de un contexto sociopolítico, económico, religioso y cultural, con todos estos aspectos siendo experimentados simultáneamente.

2. Los credos históricos: la fe del pueblo de Dios anclada en la historia
Las más antiguas “profesiones de fe” en Yahvé tuvieron un carácter histórico, es decir, pusieron el nombre de Dios en relación con un acontecimiento histórico. Yahvé como “el que sacó a Israel de Egipto” aparece como una de las fórmulas de profesión de fe más antiguas y extendidas. Otras designan a Yahvé como aquel que llamó a los patriarcas y les prometió la tierra.

Junto a estas fórmulas breves, que se contentan con un mínimo de elementos históricos, […] aparecieron pronto sumarios de la historia salvífica con este mismo carácter de profesión de fe, que abarcan un contenido notable de acciones históricas divinas. […] Dt 26.5-9 no es una oración, pues carece de invocaciones y súplica; todo él es una profesión de fe. Recapitula los datos principales de la historia salvífica desde la época patriarcal —el arameo es Jacob—, hasta la conquista de Canaán, con una rigurosa concentración sobre los hechos históricos objetivos. Falta —como en el credo apostólico—, cualquier alusión a revelaciones, promesas o enseñanzas, y no encontramos tampoco ninguna reflexión sobre el comportamiento de Israel a esta historia divina.

Se trata de una estricta celebración, con conocimiento de causa, de las acciones divinas. Ése será el tono de la vida religiosa de Israel, especialmente si recordamos que la tradición deuteronomista, en donde se ubica este texto, dio a luz una enorme y sólida tradición historiográfica que le permitió a Israel interpretar de manera global el grueso de su historia, desde el Éxodo en Egipto hasta el exilio en babilonia y el regreso en los tiempos de Esdras y Nehemías. Debemos ver también allí un gran aliento histórico, similar al de los mayas que desarrollaron calendarios para una cuenta larga y otra corta de su historia. En ese sentido, los ciclos agrícolas y las celebraciones ligadas a ellos, entraban estrictamente en el circuito histórico de una relación histórica con el Dios liberador que los acompañó a la “tierra prometida” y consiguió hacer que la tierra rindiera frutos, algo que costaba trabajo entender en aquellos tiempos, pues se creía que algunos dioses, como Yahvé, que fue visto como divinidad del desierto, no necesariamente haría valer su poder al ocupar y trabajar, de manera estable, un territorio.
Este credo histórico, insertado en un momento culminante del año agrícola, cumple la función de hacer un alto en el trabajo colectivo no sólo para agradecer la intervención divina en el logro de las cosechas, sino para ubicar los acontecimientos ulteriores en la dinámica salvífica de la historia iniciada siglos atrás en el Éxodo. En medio está ya la experiencia traumática del surgimiento, evolución y caída de la monarquía, de los reinos divididos y del exilio en territorios extraños. La interpretación histórico-teológica, luego de curtirse por todo lo vivido (alianza, desobediencia y juicio de Dios), hace ver las bendiciones materiales de Dios en el marco ineludible de la historia.

3. Contextualizar la fe en la historia propia
Para los hebreos, como para nosotros hoy, resulta imposible creer en un Dios mediante una fe histórica “prestada”, como cuando se hablan maravillas de las historias de misioneros anglosajones en África, pues con todo y la emoción que nos produce enterarnos de dichos logros, en sentido estricto no corresponde a nuestra historia. Ello porque también existe una superposición y simultaneidad de historias de las que somos, eventualmente, sujetos, individual y colectivamente: la familia, la comunidad o el barrio, la iglesia o tradición, la entidad o el estado, país, el continente, etcétera. Es preciso que percibamos e interpretemos la actuación divina en todas estas historias, pues nos encontramos en ellas como parte de procesos o coyunturas específicas. Por ejemplo, el gobierno de la Ciudad de México plantea que la celebración de la Independencia comenzará aquí en 1808 debido al papel de antecesor ddel movimiento de 1810 que cumplió Francisco Primo de Verdad al declarar en una histórica sesión del Ayuntamiento que, ante la crisis del poder monárquico español, “ninguna persona podía dar Rey a la Nación, si no era ella misma y con el consentimiento universal de los pueblos”. Por ello, este miembro del cabildo fue acusado de sedicioso y subversivo y enfrentó la muerte. Asistimos así a una reinterpretación, una reapropiación de la historia y un reencauzamiento de la historia, algo que nosotros como creyentes también necesitamos hacer.
Además, ninguna historia es superior a otra, por lo que no debemos seguir creyendo que sólo en la historia de Israel se manifestó la gracia divina. Entenderlo así constituye un reduccionismo de la obra del Espíritu Santo en todas las historias y culturas.

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