lunes, 24 de septiembre de 2007

Memoria histórica y alabanza (Sal 78), L. Cervantes-Ortiz

23 de septiembre, 2007

1. Poesía sagrada e historia antigua
La poesía épica celebró en la antigüedad las grandes hazañas de héroes humanos o divinos, según el caso. Los cantos que celebran esas gestas tenían como propósito avivar la llama de la admiración popular y prolonga en la memoria colectiva. Desde los títulos de las diversas epopeyas se plasmó esta intención por mantener en la conciencia de los pueblos las imágenes vivas de los actos heroicos relacionados con su surgimiento o consolidación: Ilíada, Odisea, Beuwolf, Cantar de los Nibelungos, Orlando furioso, Poema del Cid. Naturalmente, estas y otras obras apelan al heroísmo y resaltan los aspectos bélicos de las luchas de sus protagonistas. En la antigua Mesoamérica también se trabajó líricamente el recuerdo de los grandes nombres como el de Quetzalcóatl, un héroe cultural ligado al poder en la cultura tolteca que dejó una herencia que prácticamente ningún pueblo mesoamericano dejó de considerar como suya.
En el antiguo Israel se vivió el dilema de la elaboración de cantos épicos o epopeyas nacionales debido al origen sui generis de la nación. En la memoria colectiva, el éxodo de Egipto se entendió más bien como una gesta de Yahvé, la divinidad liberadora, y todos los esfuerzos por canalizar los impulsos épicos estuvieron dirigidos a subrayar la forma en que este dios consiguió el triunfo sobre la opresión, la esclavitud y la idolatría. No obstante, en el libro del Génesis quedan algunas huellas de cantos celebratorios de acciones humanas, como en el caso de la descendencia de Caín y la historia de “los hijos de Dios y las hijas de los hombres” (Gn 6). Alrededor de la salida de las tribus hebreas al desierto, las acciones de Dios entraron a un circuito de recuerdo, celebración y alabanza que se extendió por todo el Antiguo Testamento.
Algunos salmos, como el 78, el 106 y el 136, son poemas extensos que cantan las obras de Dios en medio de la historia del pueblo, aunque, a diferencia de las demás culturas antiguas, el énfasis, además de centrarse en la divinidad, recae en la sucesión de respuestas, participación y fallas de la comunidad como parte del pacto establecido con Yahvé en el Monte Sinaí. De ese modo se elimina cualquier riesgo de triunfalismo, sobre todo si se considera que la recopilación de estos grandes cantos se llevó a cabo algunos siglos después del fin de la monarquía, lo que constituye el trasfondo contra el que debe ser leída la mayor parte de los textos del Antiguo Testamento. La forma literaria de estos cantos obedece a la peculiar manera en que los hebreos concibieron la poesía, como un vehículo adecuado para concentrar la alabanza a Dios y la enumeración de las acciones salvíficas de Dios, en medio de la volubilidad del pueblo y sus dirigentes, todo ello expresado mediante un ritmo basado en el llamado paralelismo lingüístico e ideológico, es decir, la reiteración constante de versos e ideas.

2. La intención didáctica de la historia celebrada en el canto
Acerca de la fundamentación histórica de los himnos hebreos de alabanza, John L. McKenzie comenta lo siguiente: “Los hebreos ven la gloria, la belleza y la bondad de Dios no en abstracto, sino como estas cosas se manifiestan en su propia experiencia: en la liberación de su pueblo, en las maravillas de la naturaleza, en las experiencias de la persona individual”. Quienes no comparten la experiencia de la cercanía divina encuentran dificultades para alabar a Dios y no pueden unirse tan fácilmente a la alabanza. Otra dificultad, además, consiste en que, en muchos de estos cantos e himnos sálmicos, junto a la celebración de las grandezas de Dios se expresa una profunda autocrítica histórica, comunitaria y teológica, basada sin duda en los juicios que los y las profetas emitieron sobre el rumbo del devenir nacional. Los llamados “salmos penitenciales” exponen las culpas nacionales
La intención didáctica o educativa de estos textos aparece con enorme claridad en las primeras palabras del salmo 78 (vv. 1-4), adonde se manifiesta el propósito de enseñar al pueblo que en todas las situaciones históricas ha habido un trato con Dios en las que no siempre la comunidad de fe (comunidad nacional también) ha salido bien librada. A continuación se afirma la manera en que Dios “estableció testimonio en Jacob” y “ley en Israel” (v. 5), a fin de que las nuevas generaciones conectaran su fe y experiencia religiosa con las acciones liberadoras originarias de Yahvé (vv. 6-7). La culpabilidad del pueblo y de los dirigentes, en los diversos episodios históricos, especialmente durante la caminata por el desierto, aflora inmediatamente en el pórtico de este poema y el lenguaje profético se hace sentir intensamente, al referirse a las desobediencias antiguas: “Generación contumaz y rebelde;/ Generación que no dispuso su corazón,/ Ni fue fiel para con Dios su espíritu” (v. 8).
A partir de todo esto, comienza la enumeración de yerros y equivocaciones en una suerte de poesía antiépica, pues los episodios incluidos son una relación sumamente negativa de faltas al pacto con Yahvé: la incredulidad ante los hechos de Egipto (vv. 9-16), la petición de comida “a su gusto” (v. 18b), y la constante desobediencia en un círculo vicioso (vv. 32-35) seguida del arrepentimiento (cuestionado por el énfasis profético: “le lisonjeaban con su boca,/ Y con su lengua le mentìan, v. 36), y la respuesta siempre favorable de Dios (vv. 38-39). La cadena de rebeliones es recordada con tonos elegiacos (“¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto,/ Lo enojaron en el yermo!”, v. 40. Cf. La tierra baldía y otros poemas críticos de la sociedad de su tiempo de T.S. Eliot)… y así sucesivamente en el resto del salmo. Por fin, el juicio de Dios contra la idolatría se hizo presente (lo que manifiesta las diversas etapas de elaboración del poema) y llegó el cautiverio para el pueblo (v. 61), sus dirigentes y sacerdotes (v. 64). Para que Yahvé volviera a escena con nuevas acciones.

3. Lecciones de la historia para el nuevo trato con Dios
Los vv. finales del salmo muestran la coyuntura que dio origen al canto: la elección de la tribu de Judá, es decir, el reino del Sur como remanente de las promesas a David para reivindicar y levantar las acciones del pueblo a favor del pacto con Yahvé. Como texto propagandístico o no (J. Pixley), el texto concluye con la formulación de un mesianismo ligado a la figura de David como rey ejemplar, extraído de la franja más humilde de la sociedad, y quien planteó la posibilidad de un reinado justo, acorde con el pacto debido a su búsqueda de la justicia. Esta es la lección histórica mayor para todos, actores, posterior y lectores actuales: la sumisión de la voluntad a los propósitos divinos. La centralidad del culto en un santuario (v. 69), que tuvo claroscuros intensos también, es reevaluada como algo positivo, a la luz de lo sucedido más tarde con el pueblo
La percepción histórica de Israel aparece filtrada por el análisis y la experiencia lograda en grandes periodos de tiempo, pues la comprensión teológica acumulada hizo que la interpretación gradual de los procesos matizara algunos episodios y releyera el sentido de otros. Para el lector/a cristiano actual, esta manera de acercarse a las gestas de Dios debe servir como modelo de revisión constante de la forma en que Dios manifiesta su voluntad a colectividades e individuos. Acaso la sólida autocrítica del pueblo y sus dirigentes sea el aspecto más notable y rescatable, dadas las tendencias triunfalistas que siempre nos aquejan.

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