sábado, 29 de octubre de 2011

Letra 243, 30 de octubre de 2011


INTIMIDAD, ACCIÓN Y REIVINDICACIÓN: SOBRE LA REFORMA PROTESTANTE

Raúl Méndez Yáñez

I

E

ste 2011 se cumplen 494 años del inicio de la Reforma Protestante. El 31 de octubre de 1517 el monje de Sajonia, Martín Lutero, denunció pública y proféticamente los abusos de los representantes papales que hacían un marketing de mercancía virtual: la venta de indulgencias.

Lutero, quien aún no es reconocido por los procesadores digitales de texto, los cuales siguen corrigiendo al usuario de que la palabra “Lutero” sencillamente no existe y hay que cambiarla automáticamente por “lucero”, exhibió públicamente 95 tesis o argumentos en los cuales se evidencia el carácter ilegítimo de la venta de indulgencias. Estas tesis protestaban. Protestaban contra la dominación de los poderosos sobre los débiles, protestaban contra el hecho de asignar más importancia a los intereses materiales del clero que a la economía doméstica del pueblo europeo.

La escritora Janet Martin Soskice, ha hablado de buscar “el corazón de la religión en la esperanza”2 y con sus 95 tesis, Lutero dio un masaje cardiaco al infartado corazón de la Iglesia, no como institución, sino como pueblo. Las tesis de Lutero son, por tanto, la piedra de toque para que el oprimido se llenara de esperanza y tomara conciencia de que su fe, el don más íntimo del ser humano, no es un artículo más en el mercado.

La Reforma surge como un descubrimiento de la fe, de la intimidad, del hecho rotundo de que mi destino, mi salvación, mi futuro, en suma, mi vida, es asunto mío: “En mi fe, mando yo”. Nadie puede obligarme a entender mi relación con Dios como un contrato de compraventa en el que Dios y yo dejaríamos de ser sujetos para convertirnos en objetos de uso. “El hombre encontró a Dios y quiso servirse de él”, reflexiona angustiada Misato Katsuragi en un capítulo del anime japonés Neon Genesis Evangelion.

Contra esto protesta la Reforma, contra el proceso de convertir al ser humano en un objeto de uso, o como dijera un luterano del siglo XIX, Emanuel Kant, ver al hombre como medio y no como fin en sí mismo. La Reforma es una antropología, busca restituir al ser humano precisamente su carácter humano.

Llegados a este punto de protesta, es necesario reparar en Paul Tillich, teólogo luterano del siglo XX, quien se dio cuenta de la gran contradicción de la fe cristiana: al tiempo que proclama la vida humana en plenitud, niega al ser humano su derecho a la vida diciéndole que debe negar su vida temporal para ganar la vida eterna. Por eso Tillich habla de la crucifixión de Jesucristo, pero no la puede entender separada de su resurrección: la muerte al pecado significa renacer a la vida: “La vida os ama”.

Si no es a partir de Dios nunca podré saber quién soy en realidad y mi vida no hará otra cosa que desesperar. Por eso otro luterano, también del siglo XIX, Sören Kierkegaard dijo: “Todo hombre que no se conozca como espíritu, o cuyo yo interno no ha adquirido conciencia de sí mismo en Dios… semejante existencia es desesperación”.

II

Pasemos ahora a la segunda generación de la Reforma, trasladémonos de Alemania a la ciudad de Ginebra en la cual desde 1541 pastoreó sin interrupción Juan Calvino, padre fundador de las llamadas iglesias Reformadas. Con Calvino la Reforma tomará nuevos senderos: el movimiento y la comunidad. Calvino predica que la salvación, una vez asegurada en la conciencia del hombre, se mueve, corre, construye, forme, ayude. Para Calvino la salvación individual sólo tiene sentido en tanto el creyente redimido puede ir más allá de sí mismo y dar la gloria a Dios.

El individuo parte en su experiencia a partir del cuerpo y el cuerpo también es un don de Dios, desde la perspectiva calviniana él vehículo por excelencia de la gloria de Dios. El cuerpo tiene boca, y podemos bendecir, instruir, proclamar la Palabra de Dios; el cuerpo tiene manos, podemos construir, lavar, proclamar la Palabra de Dios; el cuerpo tiene piernas, podemos correr al encuentro de un amigo, , caminar despacito para que un niño siga nuestro paso, proclamar la Palabra de Dios. El cuerpo también es sexuado y como dijo un fiel calvinista, Karl Barth: “por lo sexual, se elevan los procesos humanos o animales a la categoría de vivencias de Dios”. Y en todo esto decir: “sólo a Dios la gloria”.

Para la fe reformada después del cuerpo está la comunidad. La doctrina reformada apuesta por la vida colectiva, porque el creyente vaya más allá de sí mismo y comunique todos sus “bienes y mercedes… amistosa y liberalmente”. La doctrina reformada es una ética de la fraternidad y una economía de la cooperación: produce y distribuye, no produce y acapara. El espíritu del capitalismo se forjó en realidad con una no-ética protestante.

En tercer escenario donde la gloria de Dios ha de manifestarse es el mundo. Ya Lutero aportó insumos para asegurar el corazón del creyente en la esperanza de un futuro, pero también de un presente en la construcción del Reino. Para el creyente reformado, el mundo entero es un escenario de devoción, y toda la vida es una oración, tal como rogaba Agustín de Hipona. La santidad reformada se construye mediante su participación en este escenario de devoción que es la buena creación de Dios. Salatiel Palomino, un calvinista mexicano ha expresado: “El cristiano o cristiana no es más santo ni más devota cuando ora con su corazón que cuando trabaja con sus manos”.

Esta tríada: mi cuerpo, los otros y el mundo se articula a través de la acción, de lo que en términos bíblicos se conoce como amor (ágape). Porque para la Biblia amor es acción, “De tal manera amó Dios al mundo” leemos al inicio de Juan 3.16, e inmediatamente escuchamos “que ha dado”. Dios ama y da, ama y actúa.

III

Este panorama teológico despierta grandes emociones, pero a casi medio milenio del inicio de la Reforma, se corre el riesgo de que su pasión de intimidad y comunidad se estanque y se vuelva una “supervivencia” sin significado pertinente para el entorno actual, e incluso que niegue su legado histórico. Un aceite que puede lubricar el engranaje es que el protestantismo saque partido de su doctrina y la aplique en actos de reivindicación, o reivindicaciones, entendidas como la actualización del mensaje reformado en contextos de discriminación, opresión y enajenación.

De estos contextos destaca el caso de la reivindicación de la mujer y de lo femenino, no sólo en la iglesia sino también en la sociedad. Diversas investigaciones etnográficas han demostrado que la participación religiosa habilita una, “reivindicación social a nivel familiar y comunitario” de las mujeres. La antropóloga Isabel Lagarrita constato que “cambiando de religión o integrándose a nuevas variantes de un mismo credo, nuestras mujeres lograban superar aspectos de frustración, relegamiento e inseguridad”11. Es decir, que la conversión de una mujer es experimentar la liberación de un mundo que la oprime, que no la reconoce y que le obliga a vivir en el temor.

Es liberación del autoritarismo doméstico, exhibiendo la capacidad de las mujeres de tomar sus propias decisiones, ser reconocidas en el hogar y poder decir a la familia: hoy me voy al templo. Su presencia en las diversas congregaciones religiosas (protestantes, católicas, espiritualistas, etcétera) es una manifestación de su capacidad de tomar sus propias decisiones, de hacer valer, por encima de las dificultades del hogar y de la vida diaria, su deseo íntimo, y decirle al mundo: en mi fe, mando yo. Como dijo Rubem Alves, poeta protestante, proclamar “la supremacía axiológica del corazón sobre los hechos brutos de la realidad”.

Lagarrita también nos recuerda que “por mera diferenciación genérica, la participación de la mujer como reproductora de los valores religiosos en el seno del hogar la hace adquirir, desde el punto de vista numérico, una mayor importancia en cuanto a la práctica religiosa se refiere”. Las operarias de los “sistemas expertos” de lo religioso son las mujeres, por más que los detentadores del control de los “sistemas simbólicos” sean los hombres. La reivindicación femenina es necesaria y conveniente para las iglesias emanadas de la Reforma porque reducirá esta conmoción que funcionalmente están convirtiendo al protestantismo mexicano (y ¡ay!, con mayor verdad en el presbiterianismo) en una casa dividida contra sí misma.

Otros grupos religiosos ya están dando ejemplo de esta reivindicación femenina, si la Reforma surgió con el ímpetu profético de la protesta, el tiempo le ha desgastado y será una señal de humildad si el protestantismo observa los procesos de intimidad, acción y reivindicación que ocurren en otras comunidades de fe, para que, parafraseando inversamente a Alves, vuelvan al protestantismo “más ligero” y alejado de la emergencia latinoamericana de nuevos fundamentalismos que protestan ante los nuevos modelos de familia, de amor y de equidad. Pero su protesta atenta contra la intimidad, contra las comunidades emergentes y contra la reivindicación de los diferentes tildados de pecadores en su diferencia.

A casi medio milenio de la Reforma se debe constatar con desesperación luterana que el protestantismo hoy tiene más cosas que aprender de otros grupos religiosos de las que pudiera predicarles, y reconocer esto a tiempo puede lograr que para sus 500 años reaparezca en el mundo como ese canto de cisne que alguna vez fue lucero… Lutero.


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NUESTRA CONVICCIÓN

Obed Vizcaíno Nájera (Iglesia Presbiteriana de Venezuela)

A veces, nos enfrentamos a las críticas absurdas de quienes se sienten con la potestad de juzgar nuestro trabajo en la obra del Señor, como si tuvieran todo el derecho de hacerlo. Para colmo de males se arropan con una coraza de inmunidad y de intolerancia. También hay quienes se atreven a crear historias y cuentos acerca de nuestro proceder “secreto” y hasta tienen el poder infalible de saber que estamos pensando.

No soy ecuménico de moda, 35 años de moda no es posible en ningún área de la vida, estoy profundamente convencido que Dios quiere que apuntemos a la Unidad como compromiso de vida cristiana o por lo menos a la tolerancia verdadera en caso que no podamos entender los tiempos que estamos viviendo.

El ecumenismo no es dejar de ser lo que soy, para convertirme en otra cosa distinta, esos fueron cuentos que se inventaron a los cuales añadieron una gran dosis de fundamentalismo más que religioso ideológico. Muchas personas no se comportan con su fe de la manera más honesta, cuando no pueden explicar o comprender algo lo satanizan.

Soy presbiteriano, pero no todos los presbiterianos y presbiterianas tienen las mismas convicciones que he mantenido a lo largo de mi vida. Soy un hombre políticamente de izquierda, religiosamente ecuménico y moralmente calvinista. Pero a muchas personas en mi iglesia les molesta que yo sea así y en otras comunidades protestantes, católicas y hasta no creyentes hay gente que coincide conmigo en muchos aspectos de mi creencia.

En mi vida he conocido a muchas personas que me han criticado duramente mi posición ecuménica, la cual han tildado de “sumisión” a la Iglesia Católica Romana, otros me acusan de no ser ecuménico con mis hermanos y hermanas evangélicos de otras denominaciones, cosa que es falsa porque mis grandes amigos de ahora y del pasado han sido los evangélicos de diferentes denominaciones que existen en Venezuela.
Me han criticado con mucha pasión e injusticia mi “renuencia” a acercarme doctrinal, teológica y cúlticamente al neo-pentecostalismo en el cual han caído muchas de las iglesias evangélicas. He mantenido la vieja tradición de mi teología, doctrina y culto, en la convicción que tengo derecho a poder ser lo que quiero ser, siempre que esté sujeto a la soberanía de Dios en mi vida. Ser presbiteriano y no ser neo-pentecostal o no ser de otra denominación es una cuestión de opción personal y eclesial, yo y mi congregación hicimos nuestra opción con todo respeto, somos Cristianos, Calvinistas, Presbiterianos y Reformados.

Para ser ecuménico hay que saber que somos en nuestro fuero personal y doctrinal, nadie que no tenga la convicción de lo que realmente es, podrá ser un verdadero agente de diálogo intereclesial. El Ecumenismo no es ni será nunca una instancia para negociar y vender lo que por convicción somos, si eso fuera así no sería Ecumenismo. Para que haya verdaderamente Ecumenismo debemos tener conciencia del otro, la otra, y de lo que ellos y nosotros somos.

El ecumenismo apunta históricamente a unos objetivos que son: Respeto, Tolerancia, Dialogo, Amistad. Muchos aunque lo nieguen tendrán que reconocer algún día el rol e importancia que hemos jugados los que nos hemos comprometidos con el Ecumenismo. Hoy por hoy las buenas relaciones de las diferentes Iglesias se debe amucha gente que han sido criticadas desde las bases y desde las cúpulas de sus iglesias. […].

A lo interno de mi Iglesia a veces miro hacia atrás y observo con mucha tristeza que muchos que nos acusaron infamemente de traidores y de “filocatólicos”, no están, unos emigraron hacia otras iglesias en busca de una máxima espiritualidad o de un mínimo de protagonismo. Otros los he visto volver al catolicismo, “arrepentidos” de haber abandonado en un tiempo su fe, esos y esas nunca fueron ecuménicos y nunca fueron tolerantes con quienes si estábamos construyendo caminos de Unidad. No les critico, ni les juzgo, porque en mi pequeña Iglesia presbiteriana aprendimos a ser tolerantes y respetuosos de las ideas de las demás personas.

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