Lucas
17:20-37
Introducción
Nuestra identidad
como seres humanos está asociada inseparablemente a nuestra corporalidad. Somos seres de carne y hueso. Pero esta realidad está determinada por dos
dimensiones, el tiempo y el espacio.
Nuestra vida se mide por el tiempo (¨¿Cuántos años tienes?¨) Y se encuentra delimitada por el espacio (¨Nadie
puede estar en dos lugares al mismo tiempo¨).
Estamos hechos de tiempo y de espacio.
La temporalidad y la espacialidad constituyen tanto nuestra libertad
para ser y vivir como nuestra limitación en la existencia.
El pasaje de
nuestra meditación habla precisamente de estas dos dimensiones, pero pregunta
por lo que les da su sentido y significación más plena. Nuestro texto abre con una cuestión referente
al tiempo y usa el adverbio ¨cuándo¨; y cierra con el problema del espacio
usando el adverbio ¨dónde¨. Sin embargo,
la preocupación más profunda tiene que ver con el tema del reino de Dios, que es la dimensión que le da su sentido verdadero
tanto al tiempo como al espacio.
I. Los contrastes
del pasaje
El pasaje es muy
rico y complejo. Está lleno de
contrastes y de enigmas. Se notan, por
ejemplo, las diferentes formas en que se manejan los contrastes entre el tiempo
y el espacio, entre el pasado, el presente y el futuro, entre la presencia del
reino que no se puede ver y que no obstante se puede experimentar, entre el
hecho de que vendrá sin advertencia y que, sin embargo vendrá con la plena
luminosidad del relámpago que se ve desde un extremo del cielo hasta el
otro. Vemos el contraste entre el día y
la noche, entre la despreocupada rutina de las actividades humanas y la
angustiosa destrucción de todo el orden existente, entre el salvar la vida y el
perderla.
Con todo esto se
nos enseña que la irrupción del reinado de Dios introduce una subversión
radical en el presente orden de cosas que conduce a la destrucción y a la
muerte. Vivir en la historia, es decir,
en el tiempo y en el espacio, no es suficiente; se trata de encontrar el
verdadero significado de la existencia en el mundo, la dimensión más profunda y
vital de ese espacio y de ese tiempo.
II. El contexto:
los fariseos y la asociación nacionalista del reino
El asunto del
pasaje surge de la pregunta de los fariseos acerca del tiempo de la venida del
reino de Dios, preocupación encomiable e inevitable del ser humano que aspira a
experimentar en plenitud la riqueza de la vida temporal y espacial que nos
caracteriza. Pero en boca de los
fariseos, la pregunta tenía un sentido limitado. Ellos estaban preocupados más
bien por la restauración de la grandeza histórica, política y económica de
Israel, misma que esperaban sería posible mediante la estricta obediencia del
pueblo de Israel a la Ley
de Moisés. Su visión del reino era nacionalista
y se basaba en la idea de que ellos tenían un privilegio y un derecho
exclusivo.
Al identificar el
reino de Dios con la situación nacional de Israel, los fariseos deploraban la tragedia
de los judíos que experimentaron la caída del gran reino que habían conocido
durante los tiempos de David y Salomón.
Después de largos siglos bajo el dominio de asirios, babilonios, persas,
griegos y romanos, los judíos aprendieron por medio del cautiverio, primero, y
la dominación extranjera, después, que esta situación de debía a su infidelidad
para con Dios y su desobediencia a la
Ley divina. Por ello,
estaban ahora decididos a hacer cumplir la ley como condición para el
advenimiento de ese reino nacional. Este
concepto popular parece haber sido compartido por los apóstoles (Hch. 1:6).
III. El reino como
ejercicio soberano de la libertad de Dios para amar
La idea del reino
de Dios es un concepto importantísimo y dinámico en la revelación bíblica. De diferentes formas se refiere a las
acciones desplegadas por Dios a lo largo de la historia para revelar su gracia
y mantener las condiciones en que se manifiesta su voluntad para amar, dar vida
y llevar la existencia espacio-temporal a su plenitud y esplendor. En este sentido, el ejercicio de la realeza
divina, su derecho legítimo a ejercer libremente su gobierno, su soberana
voluntad de compartirse a sí mismo para dicha y bendición de sus criaturas, constituye
un hecho eterno, universal, indiscutible e ininterrumpido a lo largo de la
realidad definida y constreñida por el espacio y el tiempo.
El reino de Dios
constituye la historia del Dios viviente revelado en las Escrituras como Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Nuestro Dios no
es un concepto abstracto como el dios de los filósofos paganos de la antigüedad. Nuestro Dios es un Dios con historia y
biografía que marcha en compañía de su pueblo a través de todas las
circunstancias de la historia, así en los tiempos buenos como en los malos, los
lugares agradables y los espantosos. Es
el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesús, de profetas y
apóstoles, de mártires y fieles, mujeres y hombres de todos los tiempos y de
todos los lugares. El reino constituye
la biografía y describe el rostro y la identidad del Dios que acompaña a su
pueblo por los verdes prados y por el valle de la sombra de muerte, a fin de
hacer que el tiempo y el espacio que corresponde a su peregrinaje histórico sea
significativo, pleno, profundo y esperanzador.
IV. Jesucristo,
clave del reino
Este reinado divino
se vuelve especialmente evidente y manifiesto en vista de la oposición malévola
y persistente, pero ineficaz en última instancia, del antirreino de las
tinieblas que opera en medio de la actividad humana y a través de las
estructuras temporales. A esta fuerza
destructiva de maldad, la
Escritura opone el ministerio y la obra de Jesucristo, clave
del plan divino para la abolición de todo aquello que impide el florecimiento
de la vida, el amor, la justicia y la santidad. Jesucristo, en su calidad de Hijo del hombre, constituye el centro de
la revelación divina. Asumiendo en carne
propia la limitación y posibilidad humana de tiempo y espacio, Jesucristo es la
expresión viviente del reinado de Dios y su medio de operatividad efectiva en
medio de la historia de los seres humanos.
Con Jesús y en él, se da la presencia, acción y triunfo del reinado de
la luz divina en el escenario tenebroso de la historia humana. Quienes vienen a Cristo experimentan el
tiempo y el espacio a la luz del relámpago que lo ilumina todo desde un extremo
del mundo hasta el otro. Así pueden
experimentar que el reino está en medio de ellas/os. Su caminar por el mundo, ya sea en tiempos
halagüeños o en épocas de adversidad, ha alcanzado de manera incipiente pero
creciente, el sentido luminoso y profundo de la existencia humana, han entrado
en el reino de Dios en medio de las contradicciones de la historia.
Al principiar Jesús
su ministerio, proclama de forma clara que el tiempo se ha cumplido y que el
reino de Dios se ha acercado (Mr. 1:15); con semejante proclamación se echan divina en el tiempo y en el espacio de los
humanos, por lo que se puede decir que el reino ya está en medio de ellas/os. Sin embargo, Jesús mismo enseña a sus
discípulos a orar pidiendo que el reino venga, y con ello señala hacia esa
magnitud extraordinaria y trascendente del reino, esa plusvalía inexhaustible
del amor divino que no se agota en las formas limitadas de la historia.
V. El misterio del
reino
Jesucristo habló
del reino como un misterio que algunas personas no podían captar, mientras que
procuró explicarlo más íntima y detalladamente a sus seguidores/as (Mt. 13:10,
11). En nuestro pasaje encontramos la
misma dinámica en que Jesús habla de manera enigmática y paradójica acerca del
reino de Dios; de esta manera se nos enseña que el reino constituye el
significado profundo y la vocación de la historia al mismo tiempo que la
negación de ella, por lo que debe ser trascendida por la dimensión superior de
lo eterno. El reino puede ser mediado
pero no substiuido por lo histórico. Lo
cual significa que hemos de vivir por fe, caminando a la luz meridiana del
reino mientras mantenemos una actitud de reserva anti-idolátrica frente a toda
pretensión de plenitud en las formas y estructuras del presente. El reino no está sujeto a cálculos
estadísticos de economía política, sondeos de opinión o encuestas de salida en
las casillas de votación. Ni, por otro
lado, queda anulado por las negaciones de la violencia y de la muerte que
cotidianamente experimentamos en la historia.
De hecho, aquellas personas que inquieren legítimamente por el tiem po y
el lugar del reino, han aprendido a vivir plena y gloriosamente nada menos que
ahí donde se niega su presencia y su acción.
El dicho enigmático con que cierra este pasaje
pregunta por la localización del reino e indica que ase anuncia por la
presencia de los buitres, los zopilotes o las águilas, por la presencia de las
aves de rapiña que son indicadoras de la muerte. Esto es, que en la presencia misma de los
indicadores de la muerte, las/os creyentes pueden vivir a la luz
resplandeciente del reino que todo lo ilumina, tanto el dolor como la alegría,
tanto el sufrimiento como la prosperidad.
Esa dimensión misteriosa es privilegio y vocación de quienes han
encontrado en Jesucristo la presencia y plenitud de la vida humana, la
dimensión profunda y plena del espacio y del tiempo propios de la existencia
terrenal.
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