LA POSIBILIDAD DEL REINO DE DIOS EN
CRISTO COMO PRESENCIA INMEDIATA EN LA HISTORIA
José Peña Mendoza
www.cirab.cl
El ya del
reino de Dios es posible porque se ha concretado en la historia el hecho más
significativo de la revelación, es decir, la introducción del Hijo al mundo. Su
encarnación es la máxima prueba de que ese reino ha llegado y se ha hecho parte
de nuestra historia humana. En ese acontecimiento el Hijo ha pasado a ser el
nexo entre la realidad inefable de lo divino y nuestras imposibilidades; entre
lo infinito y lo que está sujeto a las limitaciones de la existencia en el
tiempo y el espacio; se hace historia para que sea en nosotros
la posibilidad concreta, cercana, inmediata y eficaz de la salvación de
Dios. Para el mismo Jesús el reino debía ser una realidad inmediata en el
presente, que se pudiera disfrutar ya, de modo que en su predicación la idea de
su implantación aquí no era extraña. Con ello se deja ver que jamás el reino de
Dios tuvo en Jesús la idea de mera esperanza futura, como si fuese algo que el
ser humano llegaría a disfrutar sólo para la consumación de los tiempos. Al contrario,
todos sus gestos y enseñanzas eran animados por la clara intención de hacer que
los hombres tomaran consciencia de que estaban, ya, frente al reino de Dios.
Sus hechos de sanidad fueron un claro anuncio de la presencia del reino de Dios
en la tierra: “Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios,
ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc. 11.20) Esto porque el
reino de Dios, para Jesús, no podía centrarse en simples discursos, ajenos y
distantes a la realidad de quienes en verdad necesitaran respuestas
concretas a sus carencias humanas; como lo diría san Pablo: “El reino de Dios
no consiste en palabras, sino en poder” (1 Co. 4.20)
Jesús sana,
hace milagros y realiza cientos de gestos que se transforman en signos de la
llegada del reino de Dios en la tierra, precisamente, para dar la nota positiva
a un mundo carente de esperanzas concretas. Pero no se concentra en sanar o
hacer milagros solamente. Es más, todo hace concluir que si esos milagros,
o señales como los presenta Juan, se están dando, es porque antes se
ha manifestado, ya, un hecho superior, es decir, el mensaje bienaventurado de
Jesús que salva. Él anunció la llegada del reino de Dios: “Se ha acercado
a vosotros el reino de Dios” (Lc. 10,9); invitó a los hombres a participar
de éste, convirtiéndose en sus ciudadanos: “Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia…” (Mt. 6,33); y enseñó a orar por la
aproximación del reino en el Padrenuestro, con la expresión: “Venga tu
reino” (Mt. 6,10; Lc. 11,2). Respecto a esto último, referido a la oración
que Jesús enseñó a sus discípulos, donde se pide la venida de la basileia tou theou, se encuentra una
idea interesante en el planteamiento de Joachim Jeremias. Él comenta que
el “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino” del Padrenuestro,
guarda un estrecho parecido con una antigua oración del culto de las sinagogas,
y que para Jesús no debió ser desconocida. Era la oración del Qaddish, que
decía así: Ensalzado y santificado sea tu gran nombre en el mundo,
que él por su voluntad creó. Haga prevalecer su reino en nuestras vidas y
en los días y en la vida de toda la casa de Israel, presurosamente y
en breve. Y a esto decid: Amén.
Jeremias
da cuenta de una diferencia sustancial entre esta oración judía, y el
padrenuestro de Jesús; de manera que mientras el Qaddish es la
oración de una comunidad, que inserta en un mundo de tinieblas suplica porque
el cumplimiento del reino llegue pronto, en el Padrenuestro, aunque la
comunidad dice lo mismo, sabe que el reino ya ha irrumpido con la presencia
encarnada de Cristo. Él es, entonces, la más grande demostración de la
presencia de dicho reino de Dios. Al respecto, Schelkle observa que por lo
mismo Cristo, en tanto es el reino de Dios mismo, se transforma, así,
en la presencia actual del reino de Dios.
Por otra
parte, A. Schweitzer resalta que el mensaje del reino de Dios fue radicalizado
por Jesús hacia una posición más cercana a las realidades terrenas. Si
bien es cierto que la esperanza del fin del mundo, con su consiguiente
transfiguración a través de la expectativa de un reino divino, es propia de la
concepción judía, Jesús vino a darle un nuevo acento al proporcionarle
facticidad inmediata, es decir, al anunciar la urgencia de experimentar la
presencia del reino de Dios aquí y ahora, como una realidad absolutamente
positiva. En esa dirección se tuvo que concentrar el esfuerzo por no caer en el
ánimo pesimista que embargaba a las religiones greco-orientales, ya que
mientras éstas luchaban por rescatar o libertar lo espiritual del mundo de la
materia, no llegando a importar sustantivamente el destino del mundo concreto,
en el cristianismo, a pesar de mantener una mirada también un tanto pesimista,
se espera la transfiguración del mundo, apoyado en el deseo amoroso de Dios por
hacer que el hombre tome razón de su trascendencia en este mundo, y, en él,
llegar a ser alegres instrumentos del amor divino, tarea que implica un
primer paso a la bienaventuranza que se les deparará en el mundo perfecto del
reino de Dios.
Es claro
que el mensaje del reino de Dios comenzó con Jesús, dándole un fuerte realce intrahistórico,
es decir, un mensaje que participa de la dinámica de la historia. Pero lo
anterior no anulaba el hecho de que el reino, con ello, no dejaba de tener una
connotación trans-histórica, es a saber, una respuesta a las ambigüedades de
dicha dinámica de la historia, aportándole el valor, que representa para dicho
reino de Dios, la vida eterna. Y es aquí donde se juega el justo equilibrio del
reino de Dios; se llegan a conjugar la inmanencia y la trascendencia del reino.
No se
puede desconocer que Jesús, en tanto cabeza del reino de Dios, está situado en
la historia, y, junto con ello asume nuestras limitaciones, para transformarlas
en esperanzas concretas. No en vano ese aspecto fue determinante en el siglo
veinte para el surgimiento de las teologías de la esperanza y de la liberación.
Todo lo relativo a Jesús ocurre en el marco de la historia. Se hace carne;
convive entre nosotros (Jn. 1,14); muere y resucita, precisamente en la
historia. Todo el misterio de la gracia de la salvación ocurre en el tiempo y
espacio históricos; Dios nos salva, en Cristo, en la historia, el lugar que nos
es más propio y en el cual nos sabemos instalados. Y si bien es cierto el
acontecimiento de Jesús se realiza en la historia, ello no dificulta el hecho
de ver en Jesús el reflejo de la esperanza supra-terrena. En efecto, Jesús
pertenece a la historia, pero también la trasciende, dando a entender que el
reino no ha perdido su carácter futuro. El mismo Jesús indicó que llegará el
momento en que los hombres vendrán de oriente y occidente, del norte y del
sur, “…y se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lc.13,29); del
mismo modo, cuando aparezcan las señales en el cielo, se sabrá que “…está
cerca el reino de Dios” (Lc. 21.31), y, asimismo, los propios hijos de ese
reino deben orar porque su venida sea pronta, por medio del ya
conocido “…Venga tu reino” , e incluso, hasta el ladrón en la cruz le
pide a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, a lo cual Jesús
le respondió: “…hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,42s).
Es
imposible, entonces, no reconocer ambos estadios del reino de Dios. Ambos son
reales, a la vez que están fuertemente relacionados entre sí; no se puede
pensar en uno sin el otro, porque en definitiva son lo mismo, solamente que en
diferentes ámbitos de realidad: terreno y espiritual; presente y futuro; ya,
pero todavía no. Se iluminan y necesitan entre sí para lograr la comprensión de
la trascendencia del reino. Nuestra salvación ha ocurrido aquí porque Jesús se
hizo carne, acercando el reino de Dios a nuestro ser en el tiempo; pero
también es una salvación que se consumará plenamente al fin de la
historia solamente. Por lo mismo todo fiel cristiano es capaz de soportar las
ambigüedades de la historia, muchas veces traducida en groseras injusticias,
incomprensión, rechazo, crítica y hasta persecución, con la sincera expectativa
de que la esperanza escatológica pronto se vuelva realidad, para ser redimidos
de este eón, entendido como un reino gobernado por las tinieblas. Por eso
el mundo, con sus ambigüedades y todo, sigue teniendo coherencia para el
cristiano en tanto le inspire a esperar algo mejor: “Pues tengo por cierto que
las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera
que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8,18). Ruiz de la Peña advierte
que si el futuro no tuviera relación con lo presente, luego tal futuro sería el
sinsentido para nosotros hoy.
Para él,
debe darse, entre presente y futuro, una suerte
de “continuidad” y “novedad.” Y aquí nos lo jugamos todo; o seguimos
el reino de Dios a contar de nuestra realidad inmediata y terrena, y comenzamos
a vivir las anticipaciones de éste, o lo rechazamos para finalmente darnos
cuenta que lo hemos perdido todo; como dijo E. Schillebeeckx: “La salvación
aparece, en primer lugar, en la realidad secular de la historia”, a lo que
agrega: “…aquí, la salvación se consigue en primera instancia…o bien se
rehúye con el consiguiente desastre.”
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CONCLUYE SEMINARIO DE CMI CON EL RETO DE
EDIFICAR UNA DIACONÍA PROFÉTICA
José Aurelio Paz
“Edificar y equipar a
la comunidad local para la diaconía, tiene que ser una actividad profundamente
profética”, expresa la declaración final del Seminario que, sobre el tema,
acaba de concluir hoy, en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas,
organizado por el Consejo Mundial de Iglesias.
“La diaconía profética viene a ser, entonces, una de sensibilidad,
abierta, capaz de captar la fuerza de la palabra. También es una diaconía
rechazada, como lo fueron Jeremías, Isaías y el propio Jesús. Hace
diagnóstico del tiempo y, a base de ello, juzga lo que pasará. De igual manera,
la comunidad diaconal profética está llamada a resistir en situaciones de
profunda injusticia y profunda asimetría. Amós es un buen ejemplo de ello.
Se trata de una resistencia frente al fatalismo, una manera de
capacitarnos en la espera, la espera utópica, escatológica, el saber
‘aguantar’, porque vendrían días mejores. Por otro lado, la diaconía profética
enseña a la congregación a saber deconstruir las ideologías falsas”.
Expresa el texto y hace un análisis que implica una caracterización
coyuntural de la región mesoamericana y caribeña, el testimonio y las acciones
diaconales de las iglesias, la formación teológica y ecuménica, una exégesis y
una reflexión teológica en el empoderamiento para ejercer la diaconía, a través
de una planificación estratégica y de sustentabilidad que haga énfasis en los
fundamentos bíblicos.
De esa manera, el texto desemboca en cinco desafíos y recomendaciones que
piden continuar el énfasis en la diaconía como contenido esencial de la misión
de la Iglesia; promoverla como clave de interpretación en la lectura bíblica
comunitaria; colegiar las diferentes experiencias formativas de la región con
el objetivo de hacer un diseño curricular para la formación diaconal; la
autogestión de esa labor y la estimulación en la formación de redes, entre las
diferentes iglesias e instituciones que trabajen en ese sentido para el intercambio
de experiencias, además de contar con el apoyo a la formación y sustentabilidad
de los proyectos, trabajando con diversos organismos e iniciativas ecuménicas
afines como AIPRAL, CANAAC, CLAI, CCC y los Foros de Alianza ACT, entre otros.
En las palabras finales del doctor Carlos Emilio Ham, coordinador de este
Seminario de Empoderamiento para la Diaconía en América Central y el Caribe
hispano, a cargo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), dijo que lo que era sólo
un sueño de trabajo se convirtió en una verdadera manera de compartir insumos y
experiencias, gracias al apoyo financiero de la Obra Misionera Evangélica de
Alemania (EMW) y la Fundación Karibu, de Noruega, y el inestimable aporte del
biblista holandés Hans de Wit, de la Universidad Libre de Ámsterdam, como
facilitador al proceso de reflexiones bíblico-teológicas, y de Humberto
Shikiya, director ejecutivo del Centro Regional Ecuménico de Asesoría y
Servicio (CREAS) […]
“Los resultados han sobrepasado todas las expectativas por cuanto la calidad
de profesores y ponentes se complementó, de manera muy positiva, con los
aportes de los grupos de participantes que, desde diversos países y contextos,
trajeron sus experiencias y las compartieron, de manera que se ha creado todo
un tejido de historias de vida en alcanzar estrategias comunes de cómo caminar,
juntos y juntas, hacia el empoderamiento de las iglesias una paz con justicia”,
comentó Ham.
La sesión final sirvió, también, para dar una panorámica en torno a la Décima Asamblea del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), a celebrarse en Cuba en febrero próximo, y la referida a la labor del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), programada para finales de 2013, en Busán, Corea del Sur.
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