24 de
diciembre, 2013
Verán a mi siervo triunfar,
exaltado, sumamente enaltecido.
Así como muchos se espantaban de él
al verlo tan desfigurado,
sin aspecto de persona,
con una figura sin rasgos humanos,
así asombrará a pueblos numerosos.
Los reyes, ante él, cerrarán la boca,
al ver lo que nadie les contó,
al descubrir lo que no habían oído.
Isaías 52.13-15, La Palabra (Latinoamérica)
Verán a mi siervo triunfar,
exaltado, sumamente enaltecido.
Así como muchos se espantaban de él
al verlo tan desfigurado,
sin aspecto de persona,
con una figura sin rasgos humanos,
así asombrará a pueblos numerosos.
Los reyes, ante él, cerrarán la boca,
al ver lo que nadie les contó,
al descubrir lo que no habían oído.
Isaías 52.13-15, La Palabra (Latinoamérica)
Misterio, milagro,
escándalo, festividad, tradición… Eso y mucho más puede decirse acerca del
acontecimiento hacia el cual apunta la celebración del 24 de diciembre. Misterio,
porque la escasa racionalidad humana jamás alcanzará a comprender la resonancia
de una acción divina tan paradójica. Milagro, por cuanto lo sucedido, desde el
punto de vista de la fe, vino a trastocar el rumbo de todo lo establecido.
Escándalo, debido a que la inconmensurable eternidad de Dios entró en
contubernio permanente con lo finito, lo absolutamente espiritual, asumió una
forma visible, material.[1]
“La encarnación de la
Palabra” afirma la presencia de Dios en nuestro mundo como un miembro de este
mundo, como Hombre entre los hombres. De ese modo, la revelación de Dios es
para nosotros, y nuestra reconciliación es con Él. Que esta revelación y
reconciliación ya han ocurrido es el contenido del mensaje de la Navidad. Pero
aún en el mismo acto de conocer esta realidad y de oír el mensaje de la
Navidad, nosotros tenemos que describir el encuentro de Dios y el mundo, de
Dios y el hombre en la persona de Jesucristo —y no sólo el encuentro sino su
llegar a ser uno con nosotros— como lo inconcebible.[2]
Lo que celebramos es el
esfuerzo del Dios bíblico por establecerse en la historia de manera definitiva
mediante el acto supremo de la encarnación, de la secularización absoluta de lo
sagrado al instalarse en el ámbito de lo terrenal. La fiesta cristiana de la
Navidad forma parte de un conjunto de realidades que, si se analizan con
detenimiento, llevan al encuentro de diversas manifestaciones del encuentro con
lo sagrado de una manera nueva y desafiante. Aquél viejo proyecto anunciado por
Isaías 40-55, la intención divina de llevar su luz a todos los habitantes del
mundo, llega al mundo de una manera totalmente inesperada: desde la más rotunda
debilidad, la divinidad creadora y redentora se sumerge en el mundo y no teme
arrastrar las consecuencias de semejante decisión: rechazo, incomprensión,
martirio. El siervo dispuesto a acompañar la tragedia humana, el mismo que ha
sido objeto de burla, cuya luz debía darse a conocer en diferentes momentos,
finalmente encarna en la persona de Jesús, quien introduce en su vida toda la
fuerza con que Dios quiso impactar la historia humana. Para Is 52.13-15 se
trata de un triunfo de la fe sobre los poderes, para Is 60 es la presencia de
la luz a la que cuesta tanto trabajo acostumbrarse porque si ilumina también
deslumbra: “¡Álzate radiante, que llega tu luz,/ la gloria del Señor clarea
sobre ti!/ Mira: la tiniebla cubre la tierra,/ negros nubarrones/ se ciernen
sobre los pueblos,/ mas sobre ti clarea la luz del Señor,/ su gloria se dejará
ver sobre ti;/ los pueblos caminarán a tu luz,/ los reyes al resplandor de tu
alborada” (vv. 1-3). “Ya no será el sol tu luz durante el día,/ ni el
resplandor de la luna te alumbrará,/ pues será el Señor tu luz para siempre,/ tu
Dios te servirá de resplandor;/ tu sol ya no se pondrá/ y tu luna no menguará,/
pues será el Señor tu luz para siempre/ y se habrá cumplido tu tiempo de luto”
(vv. 19-20). La luz ha de imponerse no sin conflicto, sobre la más intensa y
temible oscuridad.
La excesiva
familiaridad con los relatos evangélicos de Mateo y Lucas ha producido una
visión narrativa que, sin proponérselo, esconde otros aspectos muy necesarios
de elucidar y que, en el caso del Cuarto Evangelio, aparecen expuestos con
enorme profundidad utilizando, una vez más, en línea directa con Isaías, la
gran metáfora de la luz, y remontándose, literalmente, a la apertura de los
cielos para volcarse en el terreno humano e histórico sin remedio alguno, pero
con una conciencia impresionante de eternidad. El Verbo, la Palabra
preexistente, vino a insertarse en los intersticios de la conflictividad humana
para destejer las cadenas de maldad e injusticia prevalecientes: “…esa vida era
luz para la humanidad;/ luz que resplandece en las tinieblas/ y que las
tinieblas no han podido sofocar” (Jn 1.4-5). “La verdadera luz, la que ilumina
a toda la humanidad, estaba llegando al mundo” (1.9): con eso se cumple el
proceso radical de encarnación, de entrar al mundo y hacerse parte de él sin
fingimientos ni falsedades, como sugirió el docetismo.
La luz de Dios vino en
Jesús a enfrentar directamente las tinieblas y sus efectos en la existencia
humana. “Dar testimonio de la luz” (vv. 7-8) significó para Juan, el llamado
Bautista, acercarse al profundo misterio que Dios había desplegado en el mundo
al introducirse para cambiar todas las cosas. La luz de Jesús penetra en las
zonas de oscuridad para hacer visible el bien y el mal; los signos de luz se
muestran por doquier para hacer presente su amor y su gracia, a pesar de la
constante oposición (1.14). Todo esto es muy diferente al “espíritu navideño”
que nos ahoga por todas partes: “El ‘espíritu navideño’ nos envuelve en esas
luces y sombras, pero esa no es la ‘espera respecto al Mesías’. Porque esperar
al Mesías quiere decir que no estamos conformes con la sociedad de la que somos
parte, aunque sea una sociedad que ‘celebra la Navidad’. Esperar al Mesías
significa que nos rebelamos contra un mundo cerrado, nos resistimos a aceptar
la realidad ‘pura y dura’ del mercado y pensamos que hay fisuras, que hay
portales que se abren y que permiten ver otros mundos”.[3]
Por todo ello, la
presencia bienhechora de la luz divina viene a darle otro rostro al mundo
atosigado por la injusticia y la maldad consuetudinarias, el pecado instalado
en todas las estructuras de la vida y la violencia diversificada al por mayor.
El poeta creyente T.S. Eliot la celebró así:
¡Oh Luz Invisible,
nosotros te alabamos!
demasiado brillante
para la visión mortal,
Oh luz Mayor, nosotros
te alabamos por la menor;
la luz del este que
toca nuestras agujas por la mañana,
la luz que se inclina
sobre nuestras puertas del oeste al atardecer,
la penumbra sobre
quietos estanques al vuelo de murciélagos,
luz de luna y luz de
estrellas, luz de lechuza y polillas,
luciérnaga resplandor
sobre una brizna de hierba.
¡Oh luz Invisible, nosotros
Te adoramos!
Te damos gracias por las
luces que hemos encendido,
la luz del altar y del
santuario;
las pequeñas luces de
aquellos que meditan a medianoche
y las luces dirigidas a
través de los rosetones
y la luz que refleja la
piedra pulida,
la madera grabada dorada,
los colores del fresco.
Nuestra mirada es
submarina, nuestros ojos miran hacia arriba
y ven la luz que se
fractura a través de aguas inquietas.
Vemos la luz pero no
vemos de dónde viene.
¡Oh Luz Invisible,
nosotros Te glorificamos![4]
Después de todo, en el final de los tiempos, el
Señor iluminará todos con su luz y Él mismo será la luz para los suyos: “Una
ciudad sin noches y sin necesidad de antorchas ni de sol, porque el Señor Dios
será la luz que alumbre a sus habitantes, los cuales reinarán por siempre” (Ap 22.5).
[1] Cf. Alberto F. Roldán, “El escándalo de
la Navidad”, en Prensa Ecuménica.
Ecupres, http://ecupres.wordpress.com/2013/12/23/el-escandalo-de-la-navidad/
[2] K. Barth, Church Dogmatics, I.2, pp. 172-173, cit. por A.F. Roldán, “El
milagro de la Navidad según Karl Barth”, en http://karlbarthenlatinoamerica.blogspot.mx/2010/12/el-milagro-de-la-navidad-segun-karl.html;
Cf. Cf. Karl Barth, “El misterio y el milagro de la Navidad”, en Bosquejo de dogmática. Santander, Sal
Terrae, 2000, pp. 112-118.
[3] V. Hernández Ramírez, “La espera del Mesías no es lo
mismo que el espíritu navideño”, en Esglesia Evangélica Betel, 18 de diciembre
de 2013, www.esglesia-betlem.org/la-espera-del-mesias-es-lo-mismo-que-el-espiritu-navideno/
[4] T.S. Eliot, “Coros de la Roca, X”,
cit. por Rosanna Rion, en El profetismo
en la obra literaria de T. S. Eliot. Tesis doctoral, 2006, www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/7433/tsrt1de1.pdf;jsessionid=121A76D7004EF0DCC2A298C2F66CA7A9.tdx2?sequence=1.
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