22 de
diciembre, 2013
¿Quién
de entre ustedes respeta al Señor?
¿Quién hace caso a la voz de su siervo?
El que ande entre tinieblas
sin un rayo de luz,
que confíe en el nombre del Señor,
que se apoye en su Dios.
¿Quién hace caso a la voz de su siervo?
El que ande entre tinieblas
sin un rayo de luz,
que confíe en el nombre del Señor,
que se apoye en su Dios.
Isaías 50.10, La Palabra (Latinoamérica)
En los llamados “cánticos
del Siervo” de la segunda parte de Isaías (caps. 40-55), se expone un contenido
y una modalidad de salvación distinta y superior a la que encontramos en el “Libro
de la consolación” (Is 40-45) que, por otra parte, representa una de las
cumbres del profetismo bíblico. En estos cánticos “se delinea una figura de
hombre capaz de hacerse útil a los demás permaneciendo fiel al proyecto que
Yavé tiene sobre él”.[1] El desarrollo de esta
figura muestra la manera en que el profeta lo concibió y lo proyectó en medio
de la situación histórica:
El primer canto (Is 42.1-4)
presenta una nueva figura de profeta, objeto de la complacencia divina. El
Señor le da su espíritu; lo forma (jasar),
como formó al primer hombre, y lo hace instrumento, con una nueva modalidad, de
una nueva salvación (mishpat) en
favor de los pueblos. Él, atento a los débiles y fuerte con los poderosos, está
decidido a cumplir hasta el final la misión que ha recibido: “no desistirá, no
desmayará”. El segundo canto (Is 49.1-9a), semejante a un relato de vocación,
expresa la conciencia que el siervo tiene de haber sido llamado para ser
portavoz de una palabra salvífica a los de cerca y a los de lejos. El
cansancio, motivado por la escasa respuesta de aquellos a quienes es destinada
la salvación, es superado con la plena confianza en Dios y la rectitud en el
obrar. Los sufrimientos, inseparables de quienes quieren comunicar la novedad
de Dios, aparecen en el tercer canto (Is 50.4-9), donde el siervo se mantiene
fiel, a pesar de que Dios parece abandonarlo. Finalmente el cuarto canto (Is
52.13–53,12) da una amplia y satisfactoria respuesta al tema del sufrimiento y
del aparente abandono por parte de Dios que sufre el justo. (Idem)
En el tercer cántico (50.4-9)
lo que está en juego es la manera en que el siervo afronta su tarea en medio de
las dificultades, así como la receptividad de la comunidad de fe hacia las
intenciones divinas de ampliar la plataforma del pacto para incluir a quienes
no estaban considerados desde un principio, debido al etnocentrismo de otras
épocas. La superación del mismo representó un enorme avance en la comprensión
de la figura divina y de sus intenciones hacia la humanidad. “Frente a todos
los ataques, él sabe que el Señor le defenderá siempre y que sus adversarios
serán aplastados algún día. El clima es muy parecido al de las ‘confesiones de
Jeremías’ (por ejemplo, Jer 20.7-13)”.[2] La gran lección de todo
esto es la fidelidad al proyecto revelado por Yahvé, en este caso, la apertura
de la gracia a todas las naciones, sin distinciones raciales, religiosas ni
culturales, en un momento en que, gracias a la diáspora judía, ya era posible
interactuar con seres humanos de diversas latitudes y cosmovisiones. El
proyecto de “la luz de Dios para todas la humanidad” le reclamó al siervo
histórico una fidelidad y una constancia que llegan hasta nosotros filtradas
por la interpretación de que fue Jesús quien encarnó totalmente ese papel, esa disposición
para el servicio absoluto que tanto escasea porque el perfil requerido para
esta tarea es sumamente complejo: “Los cuatro cánticos parecen referirse a un
mismo personaje, descrito gradualmente, ya desde el capítulo 42, como siervo,
hombre de dolores, inocente, justo y fiel que, ante la injusta persecución de
la que es objeto, no cede lo más mínimo en la misión recibida de anunciar una
nueva salvación en contenidos y modalidades”. (Idem)
La proyección de la
figura de este siervo en la persona de Jesús llevada a cabo por los evangelios
fue algo natural, pues él lo encarnó de manera plena en todos los aspectos
mencionados. Su compromiso incondicional con el plan divino y la disposición de
discípulo, anunciados por el profeta, describen una actitud completa al
servicio del anuncio de la venida de la luz de Dios para todas las naciones,
justamente el mensaje que ahora celebramos como la Navidad, el nacimiento del
Hijo de Dios en el mundo, la luz que viene de lo alto. Así resume José Luis Caravias
este mensaje:
A la luz de su
esperanza en Dios el pueblo descubre lo que está errado, toma conciencia de su
deber como “Servidor de Dios” y empieza a transforma la realidad de acuerdo con
el proyecto divino. Los opresores, porque no quieren perder sus privilegios,
persiguen al “Servidor de Dios”. Pero él ya está acostumbrado a sufrir y no da
marcha atrás. Siente viva en sí la fuerza de Dios.
En
la medida en que el “Servidor” sigue adelante en su actitud, aumenta su
sufrimiento (50.6). Pero él pone la cara dura como la piedra (50.7), y no huye.
Sabe que en ese mundo injusto de egoísmo, la justicia y el amor sólo pueden
existir bajo el signo del dolor. El sufrimiento es parte del camino hacia una
auténtica fraternidad. Por eso va tranquilo, seguro de lo que le espera. Su
valor nace de la certeza de estar practicando la justicia y de tener como
garante al propio Dios (50.8). Al final, será Dios el que triunfará: el sistema
de opresión caerá en pedazos.[3]
[1] J. Rodríguez Carballo, J. Andión y F.M. Enríquez Pérez, “Siervo de Yavé”, en www.mercaba.org/Catequetica/S/siervo_de_yave.htm.
[2] Claude Wiéner, El segundo Isaías: profeta del nuevo éxodo. 2ª ed. Estella, Verbo
Divino, 1980 (Cuadernos bíblicos, 20), p. 45.
[3] J.L. Caravias, “El siervo de Yavé: sufrimiento redentor”,
en www.mercaba.org/Caravias/experiencia_06.htm.
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