sábado, 7 de diciembre de 2013

Letra 348, 8 de diciembre de 2013

ADVIENTO: TIEMPO DE VIGILANCIA, COMPASIÓN Y ESPERANZA
Carlos Ayala Ramírez

1. El Adviento consiste en despertar a la realidad
Velar, vigilar, es vivir cada instante conscientemente. Es salir del estado de inconsciencia, de apatía, de indolencia. La liturgia de la palabra propia del tiempo de adviento, pone dos voces (de fuerza profética) que invitan a despertar: Isaías y Juan Bautista. Isaías proclama la esperanza de una realidad en la que reinarán plenamente la misericordia y la justicia de Dios (Is 56.1; 65.17-19; 65.20). Juan, la voz que clama en el desierto, preparaba y anunciaba la llegada de un Mesías liberador. Pregonaba un bautismo en señal de arrepentimiento (Mc 1.3-4). Su predicación le valió ser apresado por el rey Herodes, que veía en ella un cuestionamiento a su poder y a sus privilegios.
Tanto en Isaías como en Juan Bautista, el llamado a despertar a la realidad exige concreción: alegría y gozo porque la vida de los débiles y oprimidos está protegida, porque el tiempo de Dios (su reino de amor y justicia) ha entrado en la historia humana. Quien vigila está abierto a esa misericordia y justicia de Dios. Está abierto al mundo (empatía), para transformarlo; al otro (pobres y víctimas), para reaccionar con compasión.
Desde ellos podemos afirmar que el tiempo de Dios no es simplemente un tiempo litúrgico retórico. Adviento no debe ser una liturgia sin historia, sino una liturgia que ilumina realidades concretas. Tenemos, en ese sentido, emblemáticos ejemplos: “¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”. Esta pregunta interpelante la hizo fray Antonio de Montesinos en su famoso sermón del cuarto domingo de Adviento de 1511, ante el maltrato, explotación y muerte de los habitantes de las llamadas Indias occidentales, por parte de quienes se consideraban “descubridores de América”. La interpelación fue dirigida, precisamente, a los conquistadores y colonizadores de la época. A los que se les exhortaba a despertar del sueño del egocentrismo que deshumaniza. Monseñor Romero en su homilía del segundo domingo de adviento de 1977, a propósito de las situaciones que estorban para ver al Cristo que viene, manifestó: “el vivir tan cómodo, tan instalado, tan rico, que prácticamente son materialistas, no tienen tiempo, no les importa analizar la situación dramática del país y de su propia conciencia, están muy a gusto en sus jaulas de oro” (4.12.7).
Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, también nos han hablado de la necesidad de estar atentos a ese momento especial de manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. Concretamente eso significa discernir los signos de los tiempos desde los pobres y las víctimas. Ellos y ellas, según Ellacuría y Sobrino, nos interpelan a ser humanos, nos hacen ver la verdad de la realidad y nos convocan a construir una civilización de la pobreza. Pobres y víctimas pueden ayudarnos a despertar del sueño de cruel inhumanidad, a pasar de la indolencia a la compasión. Pueden ayudarnos a hacernos cargo de la verdadera realidad del mundo (tener no solo un conocimiento que supera la ignorancia, sino llegar a la verdad que supere el encubrimiento). Pueden ayudarnos a forjar una nueva civilización que humanice, es decir, que no esté en función del capital, sino del ser humano, que pueda ser universalizable porque posibilita una vida digna y sustentable para todos, una civilización donde no haya lugar para lo superfluo, cuando las necesidades básicas de las mayorías no están cubiertas.

2. La misericordia que genera esperanza es la que se historiza
La misericordia que se historiza toma en serio lo real del sufrimiento y la práctica que lo transforme. Así lo visualizaba el profeta Isaías: “Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en jardín, y el jardín parecerá un bosque; aquel día oirán los sordos las palabras del libro, sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos; los oprimidos volverán a festejar al Señor y los pobres se alegrarán con el Santo de Israel, porque no quedarán tiranos, se acabarán los cínicos y serán aniquilados los que se desviven por el mal” (Is 29.17-20).
Leonardo Boff, en su libro El cuidado esencial nos dice que la nota dominante del mundo actual no es la misericordia, sino el descuido, la indiferencia y el abandono. Hay descuido e indiferencia por la vida de los niños y niñas: en América Latina tres de cada cinco niños trabajan, en África, uno de cada tres, en Asia, uno de cada dos. A esos niños se les niega la infancia, la inocencia y la posibilidad de soñar. Hay descuido y abandono por el destino de los pobres, castigados por la muerte del hambre crónica y mil enfermedades erradicadas en los países ricos. Hay descuido y perversión en los asuntos públicos: la sociedad se organiza en contra de las mayorías empobrecidas y a favor de las minorías privilegiadas. Hay un descuido y depredación de nuestra casa común (se envenenan suelos, se contamina el aire y el agua, se exterminan especies de seres vivos. Hay un descuido por la dimensión espiritual del ser humano, hay poco interés por cultivar el espíritu de ternura y de misericordia como actitudes fundamentales de convivencia humana.
Jon Sobrino, en su libro Fuera de los pobres no hay salvación, nos dice que en el mundo actual donde predomina no solo el descuido sino la deshumanización; la misericordia que se hace historia, que se hace carne, debe implicar la salvación de la muerte (particularmente salvar al pobre de la muerte lenta de la pobreza y de la muerte rápida de la violencia); salvar de la indignidad (con frecuencia las víctimas de este mundo no solo han sido ignoradas, sino tenidas por victimarias) buscando y comunicando verdad, sacando a la luz los males de la realidad (profecía); salvar de la no existencia a la que han sido sometidas pobres y víctimas, devolviéndoles la palabra, su nombre, su identidad, su rostro.
Solo la misericordia que se hace historia puede desencadenar esperanza y salvación. Eso fue lo que ocurrió con Jesús de Nazaret: en él se hizo presente El misericordioso (Dios), sanando, consolando, liberando, dignificando a los pobres, enfermos, extranjeros, mujeres, niños, pecadores.
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NELSON MANDELA: SÍMBOLO UNIVERSAL DE LA PAZ Y LA DIGNIDAD
Carmelo Álvarez
Lupa Protestante, 6 de diciembre

Hace unos minutos hemos visto y oído con asombro y dolor, pero también con una gran alegría pascual la noticia que dice, “Nelson Mandela ha muerto”. Mi convicción cristiana más profunda me dice todo lo contrario, ¡“Madiba”, Nelson Rolihlahla Mandela vive para siempre! Sí, para siempre en la memoria de su pueblo. En la sonrisa de hombres, mujeres y niños que lo admiraron por su sacrificio, tenacidad y santa terquedad de entrega a la causa de su libertad y la de todos y todas los sudafricanos blancos y negros.
Recuerdo vivamente mi visita a Sudáfrica en noviembre de 1995, durante su mandato como presidente. Se respiraba un regocijo colectivo que contagiaba y animaba en los mercados, las calles, las iglesias, los parques, y en las tertulias de los suburbios de Pretoria, Johannesburgo y Saulsville, donde prediqué en una iglesia presbiteriana independiente, un domingo de celebración de la gran cosecha. La feligresía cantaba, cantaba y bailaba, bailaba, en una gran fiesta de abrazos y afirmaciones. Era la celebración de su resurrección y libertad. Y daban gracias a Dios por Madiba. El abogado sonriente que lo dejó todo por proseguir el arduo camino de la lucha contra la hegemonía de la minoría blanca que oprimía ala gran mayoría negra. El apartheid que los marginaba, perseguía y oprimía, negándoles su derecho a ser y pisoteando su libertad.
Entonces, Nelson Mandela prosiguió por aquella senda que lo enfrentaba a la poderosa fuerza de un poder que se erigía con su razón de estado prepotente y una teología del terror que justificaba el racismo y la marginación. Y un día-12 de junio de 1964-allí frente al tribunal que lo sentenciaría a la cadena perpetua junto a sus compañeros de lucha coacusados, se levantó Nelson Mandela y pronunció estas palabras: "Toda mi vida he luchado por la causa del pueblo africano. He combatido la dominación blanca. He adoptado por ideal, el ideal de una sociedad democrática y libre donde todo el mundo viva conjuntamente en el país y con igualdad de oportunidades. Yo espero vivir para conquistar ese ideal, pero es, también, un ideal por el cual estoy preparado, si es necesario, a morir". (Citado en Juan María Alponte, Los libertadores de la conciencia. Lincoln, Gandhi, Luther King, Mandela (México, Aguilar, 2003, p. 493).
Nelson Mandela vivió y resistió la cárcel 27 años, y salió con la frente en alto para asumir con plena conciencia de su destino y hacia el ideal de construir esa democracia en verdadera libertad y equidad que siempre predicó y encarnó. Supo, además, dejar un legado de justicia y dignidad que se ha convertido en símbolo y estandarte universal en la lucha por la paz, la inclusividad y la vida plena. Se convirtió en un ente convocante, ícono de la alegría compartida y los sueños contagiados. A esa utopía hay que abrazarse en estos tiempos aciagos y azarosos. Mandela se aferró a las fuerzas bienhechoras para combatir las fuerzas malévolas.
Hoy, en tributo, devoción y respeto a este amante de la verdadera reconciliación, que con lágrima, dolor y sonrisa perfiló su presidencia como un gesto de recia voluntad de servir a su pueblo hasta el final, recordamos estas palabras diáfanas y transparentes: "Es importante, pienso, que un líder político hable de la vida y no de la muerte. Es preciso educar a los pueblos en el compromiso, sin corrido ‘heroico’, de la vida". (Citado en Juan María Alponte, Los liberadores de la conciencia, 538).
En los próximos días el mundo entero rendirá homenaje a Nelson Mandela, lo merece de sobra. Pero el mejor homenaje que pienso le gustaría a Madiba sería nuestro redoblado compromiso, como caminantes de una nueva humanidad, de redoblar nuestro compromiso por la paz con justicia y la verdadera reconciliación en un mundo nuevo. El que será posible si lo construimos. En la vida larga, fructífera y cierta de Nelson Mandela tenemos nuestro símbolo universal de paz y dignidad.

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