REGALOS DE
NAVIDAD
Vilma
Fuentes
La Jornada, 27 de
diciembre de 2013
Hoy se cumplen 90 años del
fallecimiento de Gustave Eiffel, quien diseñó uno de los emblemas más famosos
de París. La imagen fue captada en la capital francesa, que en estos días
padece tormentas invernales.
Las fiestas navideñas son propicias a
la expansión de los buenos sentimientos: generosidad, solidaridad, amor del
prójimo, se comparten en familia y, de amigo en amigo, en toda la sociedad. Los
cánticos de Navidad invitan al recogimiento ante la santidad de Stille
nacht, Heilige nach. En Francia, el villancico navideño más célebre, aparte
el Minuit Chrétiens que se canta de preferencia en la Misa de
Medianoche, es una canción por completo laica, si no pagana, inmortalizada por
el muy célebre cantante popular Tino Rossi, originario de la isla de Córcega
donde su celebridad rivaliza con la de otro nativo del lugar: Napoleón. Las palabras
de la canción de Tino Rossi comienzan: “Petit papa Noël, quand tu descendras du
ciel, n’oublies pas mes petits souliers…”, es decir, solicitando no olvidar un
regalo. La emoción de la noche de Navidad es rebasada por otra emoción más
tenaz y urgente: ésa que arde en el corazón de los niños que esperan recibir
los regalos soñados.
¿Qué padre o madre de familia, qué
pariente, qué adulto, podría resistir a una imploración tan conmovedora? No
todos poseen un corazón de pierda, por fortuna, y los regalos colocados bajo el
árbol de Navidad o a las orillas del Nacimiento, según las convicciones
religiosas, aún son el medio más evidente de manifestar su ternura y
generosidad, cada persona lo sabe y nadie osaría escapar a la regla. Son
incluso, a veces, los más pobres quienes se muestran más generosos.
En Francia, según las informaciones
de la prensa y otros medios, una noticia chocante y singular ha hecho, sin
embargo, su aparición. Presentada bajo la forma de un estudio estadístico,
adquiere la autoridad casi científica de una verdad irrefutable. ¿De qué
desgracia habla esta información para adquirir el rango de noticia? Nos
anuncia, sin miramientos para nuestras buenas conciencias: seis personas sobre
diez, sí, seis sobre diez, revenden la mañana siguiente los regalos que
recibieron en Navidad. En el caso de los adolescentes y los niños, la
estadística es aún más grave: tres cuartos de ellos ponen de inmediato en venta
los tiernos regalos recibidos de los inquietos padres por demostrar su amor y
dar una prueba tangible de éste a su progenitura.
De qué pasar brutalmente del sueño a
la realidad y de bajar aún más rápidamente de las altura del cielo para
aterrizar sobre la ingrata superficie de la tierra.
Esta venta inmediata es facilitada
por los progresos de la técnica: los jóvenes saben utilizar internet mejor que
sus mayores, pues ésta forma parte de su cultura. Saben que existe en la tela
del web una infinidad de redes que permiten vender en línea todo lo susceptible
de ser vendido y comprado. Así, se precipitan a proponer en el mercado el
costoso juguete que causó tanta inquietud, y tanto dinero en ocasiones, a sus
padres, para satisfacer sus deseos y, lo que ellos creen, sus secretos.
Nada más que el secreto de tres
cuartas partes de los jóvenes franceses es simplemente cambiar los regalos
contra algunos billetes.
Es fácil indignarse. Acusar a los
jóvenes de uniformarse a las leyes de la sociedad en la cual se les ha hecho
nacer sería injusto. No son los adolescentes de hoy quienes inventaron la
sociedad mercantil, serían más bien sus padres y sus abuelos. Más vale
interrogarse sobre el sentido de esta reventa inmediata. No queda sino admitir
que muchos de los regalos no corresponden para nada al verdadero deseo de
quienes lo reciben. ¿Quién puede vanagloriarse de hallar, en cada ocasión, el
objeto, ordinario o muy raro, que responde exactamente al deseo del otro?
¿Quién escucha el deseo del otro, así sea el de la persona más amada?
Encontrarlo sin equivocarse sería, acaso, una excepcional prueba de amor. De
alguna manera, una perla aún más rara que las más bellas perlas de los mejores
pescadores de perlas.
Y, después de todo, a semejanza de la
abuela, o la vieja tía solterona, el travieso escuincle, ¿no se da más gusto al
ofrecer que al recibir un regalo?
__________________________________________
EN NAVIDAD HACE
140 AÑOS
Carlos Martínez García
Protestante Digital, 22 de diciembre
de 2013
El 25 de diciembre de 1873 abrió sus puertas
al culto evangélico el antiguo claustro mayor de San Francisco, en Gante número
5, céntrica vía en la capital del país. Desde entonces la Iglesia metodista la
Santísima Trinidad ha sido un referente histórico no nada más para la
denominación protestante a la que pertenece, sino también para el conjunto del
protestantismo mexicano que más conocimiento tiene de los antecedentes de cómo
echó raíces en la ciudad de México un cristianismo distinto al católico romano.
La construcción del primigenio templo
de San Francisco fue concluida en 1525. La edificación fue “la primera iglesia
que hubo en todas las Indias de lo que se llama Nueva España y Perú”. En sucesivas reconstrucciones y
ampliaciones el lugar gana en extensión, hasta que San Francisco, “entre atrio,
capillas, templo principal y convento propiamente dicho, cubría casi toda el
área comprendida actualmente entre las avenidas Madero, San Juan de Letrán [Eje
Central Lázaro Cárdenas] y calle de Venustiano Carranza, hasta lo que hoy es
Edificio Iturbide y Banco Mexicano [actual Palacio de Cultura Banamex]”.
San Francisco desempeñó una función
muy importante para la catequización católica de los indígenas. “Con la
llegada, a fines de 1526 o principios de 1527, de fray Pedro de Gante, quien se
trasladó a México después de haber residido en Texcoco, San Francisco vino a
albergar la primera gran escuela para indios que hubo en el Continente, el
claustro vio a menudo discurrir, ora en fervorosa actividad, ora en profundas
meditaciones, su nobilísima figura: ¡el más grande educador que en aquel siglo
tuvo América!”.
El Claustro Mayor de San Francisco
fue obra del padre Buenaventura de Salinas, iniciándose la construcción en 1649
y concluida dos años más tarde. 4 Durante el resto de la Colonia española y hasta
1861, bajo el dominio político de los liberales juaristas, San Francisco
continúo como pieza clave para las tareas del catolicismo romano en el país.
En octubre
de 1821 en el Claustro de San Francisco tuvo efecto la Acción de Gracias por la
consumación de la Independencia. La
ceremonia fue presidida por Agustín de Iturbide, quien para ese entonces
todavía no se había hecho investir como Emperador de México. En 1855 el
edificio albergó por tres días (1 al 3 de junio) las ceremonias eclesiásticas
para celebrar la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María.
Las leyes de Reforma promulgadas por
Benito Juárez tuvieron como consecuencia que para los últimos días de diciembre
de 1860 San Francisco fuese abandonado por los frailes. Al año siguiente, en
abril, fue abierta la calle de Gante con el objetivo de unir Independencia (hoy
16 de septiembre) y San Francisco (hoy Madero).
La nacionalización de algunos bienes
del clero católico romano hizo posible que en mayo de 1862 un particular, Emilio Degollado, comprara el Claustro de San Francisco. A partir de entonces el
lugar tendría subsecuentes propietarios y variados usos. Fue teatro, salón de
bailes y circo. En mayo de 1873 cesaron las representaciones de zarzuelas en el
lugar, y a partir de entonces cerró sus puertas. Los dueños buscaron ponerlo en
venta.
Desde los primeros días de su arribo a la
ciudad de México (23 de febrero de 1873) el misionero metodista William Butler
se hizo a la búsqueda de un espacio que pudiese usarse como lugar de reuniones
para la que vendría a ser la Iglesia metodista episcopal en México.
Antes que él había llegado el obispo Gilbert Haven, quien desembarcó en
Veracruz el 28 de diciembre de 1872, y el 3 de enero del año siguiente estaba
instalado en la capital mexicana. Permaneció en el país tres meses, tras los
cuales regresó a los Estados Unidos. Haven y Butler comprobaron que en la
ciudad de México, que entonces contaba con 200 mil habitantes, ya existían bien
implantados núcleos evangélicos, particularmente los vinculados al movimiento de
la Iglesia de Jesús.
La que llegó a ser la Iglesia de Jesús tuvo sus antecedentes en el
grupo de los llamados Padres Constitucionalistas. Éstos fueron sacerdotes
católicos que iniciaron su organización en 1854, apoyaron la gesta liberal y la
Constitución de 1857 que abrió la posibilidad de que en el país pudiesen
existir legalmente organizados otros credos religiosos distintos al catolicismo
romano. El de los Padres Constitucionalistas fue un movimiento que se
caracterizó por ser “reformista intracatólico, nacionalista y antirromanista”.
Uno de los sacerdotes identificados con la lid
por crear en la nación mexicana un cristianismo sin lazos con Roma organizó en
su casa reuniones de estudio bíblico, en las
cuales también se practicaba la Cena del Señor la cual impartía en dos
especies. El pan y el vino “los distribuía [Manuel Aguilar Bermúdez] de
rodillas”. Esto acontece antes de la Intervención francesa
en México, es decir entre 1861 y principios de 1862. Su domicilio estaba
localizado en el número 4 de la calle de la Hermandad de San Pablo.
En 1864 el sacerdote Manuel Aguilar Bermúdez, y el representante de la
Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John William Butler, entre otros,
tienen reuniones de carácter evangélico en la ciudad de México, “en los bajos
de la casa núm. 21 de la calle de San José del Real”. Entre los asistentes se
encuentran José Parra y Álvarez, Prudencio G. Hernández y Sóstenes Juárez.
No mucho después del decreto de tolerancia de cultos promulgado por el
emperador Maximiliano (26 de febrero de 1865), Butler, Sóstenes Juárez y
algunos Padres constitucionalistas forman la Sociedad de Amigos Cristianos. Al
triunfo de la República sobre los conservadores y Maximiliano, dicha Sociedad
trasmuta su nombre por el de Comité
de la Sociedad Evangélica, y sus integrantes abren al público sus
reuniones que continúan desarrollándose en San José el Real.
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario