30 de junio, 2013
Podía haberse vendido
este perfume por más de trescientos denarios y haber entregado el importe a los
pobres”. Así que murmuraban contra aquella mujer. […] A los pobres los tendrán
siempre entre ustedes y podrán hacerles todo el bien que ustedes quieran; pero
a mí no me tendrán siempre.
Marcos 14.5, 7
Uno
de los textos más malinterpretados de la historia del cristianismo y que ha
ocasionado debates apasionados es el relato de la mujer que “desperdicia” el
perfume para desesperación de los discípulos preocupados por los pobres (Mr
14.1-9; Mt 26.6-13; Jn 12.1-8). De allí proceden también las palabras
reivindicativas de Jesús hacia la mujer que lo ungió para el martirio, pues
sería recordada por ello dondequiera que se predicase el Evangelio (v. 9). Ante
la cercanía de los momentos cruciales de la vida de Jesús, cuando violentamente
será llevado a la tortura y el crimen de Estado por subversión política y
religiosa, la mezquindad humana y la pobreza espiritual hacen su aparición y
son exhibidas como un lastre que arrastran pesadamente las comunidades de fe.
El dilema y problema de la pobreza son confrontados por el propio Jesús de
Nazaret, poniendo a su persona de por medio: a él no siempre se le tendrá, por
lo que merece una atención suprema, pero apenas no esté presente, el foco de
atención pasa hacia los pobres, los necesitados de la tierra. Jesús no da a
escoger a quien servir, pero vincula su realidad exigente con lo que las
estructuras humanas seguirán produciendo tan eficientemente: pobres al por
mayor, es decir, la posibilidad, como subraya sólo Marcos, de hacerles bien. El
sujeto de la acción es una mujer condenada al anonimato pero que, por
comprender bien la relevancia de su acción, pasaría a la historia. Según Mateo,
se trata de María, la hermana de Lázaro, pero en Marcos su anonimato le otorga
mayor intensidad al relato.
Como parte de un análisis de “palabras
sospechosas” de Jesús, en los años setenta el filósofo y teólogo mexicano José
Porfirio Miranda (1924-2001), famoso ya por sus lecturas críticas de
“recuperación” de Marx, denunció la manipulación de que ha sido objeto durante
siglos, basándose en la deformación del tiempo gramatical de la frase de Jesús:
“A los pobres siempre los tendréis
con vosotros…”, así, en futuro, argumentando que no se trató de una profecía,
sino de que, como originalmente establece el texto, la afirmación se encuentra
en presente: “los tienen”, con el agregado de Marcos (la versión original del
relato), “para hacerles el bien”. Al insistir en que tampoco el texto utiliza
la palabra siempre, Miranda destacó
el hecho de que no se trata de una cínica profecía sino de una denuncia frontal
de la manera en que las sociedades esquivan su responsabilidad moral y se
escudan incluso en unas palabras tan nobles, surgidas del umbral de un
sufrimiento mayúsculo, para justificar la desigualdad. En vez de ella, podían
usarse las frases “todo el tiempo” o “en cualquier momento”. Y propuso su propia
traducción: “A los pobres los tenéis a todas horas (o: continuamente) con
vosotros y podéis hacerles bien cuando queráis; a mí en cambio no a todas horas
me tenéis”.[1] Además, destacó el
hecho de que, al menos en la comunidad del libro de los Hechos, fue posible
abolir la pobreza: “No había entre ellos pobre alguno” (Hch 4.34a). Cita a
Vincent Taylor, quien escribió: “El aserto no pretende afirmar que la pobreza
es un factor social permanente (cf. Dt 15.11); es el fondo de contraste para ème dè ou pántote échete [pero a mí no
siempre me tenéis]” (Idem). “La
convicción derechista de que nunca vamos a cambiar el mundo y siempre habrá
pobres y ricos, hace que las traducciones atropellen hasta la gramática” (p.
67), señala, por su parte.
La supuesta preocupación de los pobres por
parte de los discípulos aflora hasta que se derrama el perfume y su aroma
impregna todo el espacio del relato. Quizá podría decirse que el episodio
evidencia también un estrato de vida en que la comunidad tuvo que contrastar su
disposición para el servicio a los necesitados y la inserción de ellos/as en la
misma, puesto que semejante decisión implicaría la prueba de viabilidad del
movimiento de Jesús cuando éste ya no estuviera presente físicamente. Él
tendría que ser, una vez más, la garantía o el intermediario del trato efectivo
de la comunidad para que su koinonía no derivase en una mera colectividad de
elegidos y pudiera relacionarse sólidamente con la diaconía que se esperaba de
ellos como auténtica comunidad renovadora. Lo mismo que hoy, porque las
comunidades de fe necesitan advertir la tensión y deben situarse ante los
poderes económicos y los grupos necesitados o vulnerables para realizar su
opción de servicio. En cada decisión que tomen al respecto, está de por medio
Jesucristo mismo, quien al asumir la pobreza como lugar teológico. Santificar,
sacramentar o bautizar al sistema económico imperante puede llegar a ser una
traición al espíritu del Evangelio, como escribió el periodista polaco Maciek
Wisniewski en estos días, a cien días de la entronización de Jorge Bergoglio:
Si algo abunda hoy es
el anticapitalismo superficial: de todos lados se escuchan quejas por
los excesos de empresas, bancos y mercados. Este tipo de
críticamoral es también la de Francisco. El Papa pide justicia
social, cuya falta resulta en desocupación ( La Jornada, 1/5/13);
instruye al clero a aprender de la pobreza de los humildes y
a evitar ídolos del materialismo que empañan el sentido de la vida (La
Jornada, 9/5/13); pide reformas al sistema financiero para
distribuir mejor la riqueza y condena la tiranía del dinero y
mercados. La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y
desalmada forma en el culto al dinero, dice (La Jornada, 17/5/13).
[…]
Francisco
critica el culto al dinero (becerro de oro), pero no cuestiona nuestra fe en el
capitalismo. Su neofranciscanismo no es una herramienta de liberación, sino una
nueva estrategia de disciplina; no está dirigida al sistema, ni a los
banqueros, sino a la gente común. Es un mecanismo de contención que pretende
hacer la crisis más manejable y hacernos asumir sus costos (lo que sería una
paradoja ya que el gesto original de San Francisco, nacido en una familia de
empresarios proto-capitalistas, fue profundamente antisistémico).
La austeridad papal como la política de detallefoucaultiana
pretende enseñarnos las bondades de vivir con menos y de pedir
menos (sueldo, prestaciones, derechos, servicios), a contentarnos con
lo poco que hay y neutralizar a la vez el potencial político de la
pobreza. […]
Pero
la más iluminadora fue su intuición [de Giorgio Agamben] de que el capitalismo
como religión no tiende a la redención sino a la culpa, no a la esperanza
sino a la desesperación, no a la transformación del mundo sino a su
destrucción ( Rebelión, 14/5/13). Incluso pocos
marxistas, en su mayoría cegados por la acumulación de las fuerzas
productivas, lo veían así, y no es sólo la ceguera del nuevo Papa. Pero la
disciplina neofranciscana seguramente ayuda a hacer más suave nuestro viaje al
precipicio (en un tren llamado progreso, por supuesto).[2]
[1] J.P. Miranda, Comunismo
en la Biblia. México, Siglo XXI, 1981, p. 66.
[2] M. Wisniewski, “El capitalismo como religión y el
neofranciscanismo como su disciplina”, en La
Jornada, 21 de junio de 2013, www.jornada.unam.mx/2013/06/21/opinion/024a2pol.