9 de junio, 2013
Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande (mégas), que se ponga al servicio de los demás (éstai úmon diákonos); y si alguno quiere ser principal (próton), que se haga servidor de todos (éstai pánton doūlos). Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido (diakonethēnai), sino para servir (diakonēsai) y dar su vida en pago de la libertad de todos.
Marcos 10.43-45
Una cosa que ha quedado bien clara en los estudios del llamado “Jesús histórico” en América Latina, y que se ha extendido ampliamente por las comunidades cristianas es el hecho de que él propugnó con su vida y obra las buena noticia del “poder-servicio”,[1] es decir, una actitud totalmente a contracorriente de cualquier búsqueda del poder por sí mismo de parte de sus seguidores/as. Tres veces aparece la idea en el episodio de Marcos 10, cuando dos discípulos pretenden “asaltar el cielo” y conseguir los mejores lugares cerca de Jesús, a quien entienden como futuro rey, pero éste los detiene con una argumentación incuestionable: a) en la comunidad de discípulos eso no será así, como espacio contracultural y de resistencia espiritual y política (v. 43a); b) el que quiera “ser grande”, superior, debe servir a los demás, debe ser “siervo de todos”, esto es, una inversión total de los valores dominantes; y c) el Hijo del Hombre, él mismo, vino al mundo con un espíritu totalmente distinto al de la búsqueda del poder.
Jesús
les propone, “no sentarse en la gloria”, sino permanecer de pie para el
servicio de la mesa, en actitud de siervos;
y ponerse de rodillas para lavar los pies del amo, en posición de esclavo. Como quien dice: el lugar de la
autoridad evangélica no es el trono sino el piso, y sus instrumentos no son el
cetro y la corona del rey, sino la vasija de agua y la toalla del esclavo (Cf.
Jn. 13). Todo esto significa trabajo, trabajo humilde y sacrificado. (C. Boff, El Evangelio del poder-servicio, p. 55)
Jesús Peláez resume tal argumentación:
El poder crea desigualdades; solamente el servicio, la diakonía, hace a los hombres iguales. Jesús lo entendió bien cuando, con ocasión del primer intento de conquistar el poder por parte de Santiago y Juan, los hijos del trueno, esto es, “los autoritarios”, avisó a sus discípulos […] (Mc 10,42-45). […]
La nueva sociedad no se construirá con privilegios o con el uso del poder, que discrimina y domina.
Para Jesús, no hay otro camino que el servicio para crear una sociedad de iguales, de la que esté excluido todo autoritarismo o dominio de unos sobre otros.[2]
Ésa es la vocación original de la Iglesia, el poder-servicio, establecida por Jesús pero puesta tantas veces de lado en una multitud de circunstancias a lo largo de la historia. En el nacimiento mismo de la comunidad aparece la tendencia al “empoderamiento arbitrario”, ajeno a la voluntad del grupo, cuando en presencia de Jesús se estaba conformando como tal, los intereses personales aparecen personificados sin matices en los deseos de estos dos discípulos, que sin ningún rubor solicitan prebendas escatológicas desde esta vida y la certeza de que en la eternidad podrían disfrutar de autoridad total. Los discípulos estaban dominados aún por el ansia de alcanzar formas de superioridad que les garantizara una vida cómoda, con todas las ventajas sobre los demás. Al anunciar la vivencia del máximo de los poderes, el Reino de Dios, Jesús enseña su enorme paradoja: no viene a imponerse por la fuerza o la coacción sino mediante el amor y el servicio. Por ende, la idea misma de poder, jerarquía (“poder sagrado”) o autoridad debería estar excluida de todos los espacios eclesiásticos: al dedicarse a servir, nadie estaría buscando mandar al prójimo o enseñorearse de él/ella. Esta especie de “ocio práctico” sería la causa del mal que ocasiona esa deformación típicamente “política” del ser humano y sus derivados: “para servir bien hay que alcanzar el poder a toda costa”. No fue esto lo que hizo Jesús.
De ahí
la importancia de entender el poder a partir de la comunidad y no al contrario.
La comunidad es el horizonte y el contexto del poder. No es sólo ni
primordialmente objeto del poder. La comunidad es el sujeto primero del poder y
fuente originaria del mismo. Viene en primer lugar, en términos de ontología y
de valor. La comunidad es la realidad primaria y principal. La autoridad es una
realidad secundaria, derivada y relativa. (C. Boff, op. cit., p. 30)
El poder produce admiración, obsequiosidad, sumisión, por lo que desearlo o renunciar a él sería un acto irracional e incomprensible para la mayoría de las personas, dado que su búsqueda se ha impuesto como razón de ser de la existencia completa. De ahí que secciones enteras del Nuevo Testamento desarrollan la enseñanza de Jesús y las aplican a la vida comunitaria, como lo hace tan fuertemente la epístola de Santiago que advierte duramente contra la obsequiosidad hacia los ricos y poderosos, quienes suponen que por serlo en los espacios sociales sus privilegios deben ser respetados también en la comunidad cristiana, como sucedía en las demás religiones (2.1-9). En 5.1-6 fustiga a los ricos con un lenguaje propio del Antiguo Testamento.
En
primer lugar, todos participan como sujetos activos, miembros integrales,
"piedras vivas", pues siendo todos portadores del Espíritu, todos
tienen "derecho de hablar". Todos son hermanos, no hay padres; todos
son sacerdotes, no hay simplemente "laicos" y especialmente, todos
son reyes, soberanos, cosa que nosotros poco enfatizamos. Nadie es, pues, súbdito
de nadie, ni de nada, a no ser del único Señor Jesucristo, y de los otros, por amor. Aquí
todos son libres, todos participantes. […]
En segundo lugar, en relación paradójica con el punto anterior, el Nuevo Testamento subraya repetidamente que en términos prácticos los cristianos se deben hacer servidores unos de otros. "Que el amor los tenga en servicio de los demás" (Gal. 5,13). “Sean dóciles unos con otros por respeto a Cristo” (Ef. 5,21). (C. Boff, p. 33)
La propuesta de Jesús es la metanoia del poder. Este tiene que ser rescatado. Debe convertirse de poder-dominación en poder-servicio. En una palabra, el poder necesita ser transformado, revolucionado internamente. Y esto no sólo al interior de la Iglesia, sino también a nivel de la sociedad. Todo poder (religioso y político) debe convertirse en servicio. Se trata realmente de la “Revolución del poder”. (p. 51)
En segundo lugar, en relación paradójica con el punto anterior, el Nuevo Testamento subraya repetidamente que en términos prácticos los cristianos se deben hacer servidores unos de otros. "Que el amor los tenga en servicio de los demás" (Gal. 5,13). “Sean dóciles unos con otros por respeto a Cristo” (Ef. 5,21). (C. Boff, p. 33)
La propuesta de Jesús es la metanoia del poder. Este tiene que ser rescatado. Debe convertirse de poder-dominación en poder-servicio. En una palabra, el poder necesita ser transformado, revolucionado internamente. Y esto no sólo al interior de la Iglesia, sino también a nivel de la sociedad. Todo poder (religioso y político) debe convertirse en servicio. Se trata realmente de la “Revolución del poder”. (p. 51)
Quien tiene poder se auto-descarta para servir a los demás porque hacerlo evidenciaría que no estaría a la altura de su dignidad alcanzada con tanto esfuerzo. Pero la dinámica bíblica es completamente a la inversa, pues el Hijo del Hombre, dice Jesús, sin aspirar a ningún poder terrenal, alcanzó la supremacía después de vivir una existencia completamente dedicada a servir a los otros, al prójimo necesitado, urgido, desesperado. La
autoridad evangélica es ante todo fuerza moral. (C. Boff, p. 53), trabajo sacrificado,
humilde y responsable (p. 55) y, sobre todo, animación
de los hermanos (p. 60). La actitud predominante de Jesús no consistió en esperar pasivamente que se le sirviera sino que asumió el servicio como forma absoluta de ser hombre en el mundo. El servicio es el único camino de la comunidad para hacer visible el amor con el que Dios viene a reencontrarse continuamente con la humanidad. Por eso la Iglesia es una comunidad que nació para servir y es el instrumento para que la fuerza espiritual de las comunidades se haga presente en el mundo tan necesitado en todos los órdenes. Así, las comunidades cristianas podrán dar fe de su renuncia al poder terrenal y de su apuesta irrestricta por el servicio al que son llamadas.
Para concluir, vienen muy a cuento las palabras de Zwinglio M. Dias:
Para concluir, vienen muy a cuento las palabras de Zwinglio M. Dias:
Sí, Dios
puede, perfectamente, ser hallado en las iglesias. Pero el problema es que no
siempre ellas desean su compañía. Porque resulta muy exigente. Quiere siempre
sacar a la iglesia de su bienestar y de su amable comodidad y hacerla asumir
las tramas y los dramas del mundo. Por eso su campo preferencial de trabajo es
el mundo. […] En este mundo, Dios prefiere estar con aquellos y aquellas que no
piensan como dioses, los llamados fuertes, los poderosos en su opinión, los que
se creen más bendecidos que los demás, mejores que los demás. Como el fariseo
de la parábola. Esto es, prefiere la compañía de los que no tienen nada que
perder, ni siquiera sus propias vidas. [3]
[1] Cf. Clodovis Boff, El evangelio del poder-servicio. La autoridad en la vida religiosa. Bogotá, CLAR, 1985.
[3] Z.M. Dias, “O protagonismo dos evangélicos durante os anos de ‘chumbo’ e a busca incesante por uma ecclesia reformata…”, en W. Pereira da Rosa y J.Adriano Filho, eds., Cristo e o proceso revolucionário brasileiro. A Conferência do Nordeste 50 anos depois (1962-1012). Río de Janeiro-Instituto Mysterium Mauad, 2012, p. 71.
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