viernes, 20 de septiembre de 2013

Dios se encuentra con su pueblo en las encrucijadas históricas, L. Cervantes-O.


15 de septiembre, 2013

Lo hemos escuchado con nuestros oídos, oh Dios;/ nuestros padres nos han contado/ lo que tú hiciste en sus días,/ en los días del pasado./ Expulsaste naciones para asentarlos a ellos,/ oprimiste a pueblos para que ellos crecieran./ No conquistaron la tierra con la espada/ ni fue su brazo quien les dio la victoria;/ fue tu diestra y tu brazo,/ fue la luz de tu rostro/ porque tú los amabas.
Salmo 44.2-4, La Palabra (Hispanoamérica)

El encuentro de Dios con su pueblo en la historia siempre ha estado lleno de vicisitudes, aunque la fidelidad suya al pacto es indiscutible. El desarrollo histórico del pueblo antiguo se expresó de diversas maneras a la hora de redactar los textos históricos y poéticos. Entre éstos, el salmo 44 es uno de los que da fe de ella con mayor intensidad porque muestra una acumulación de experiencias, ni todas buenas, ni todas malas, en el camino histórico, donde el rostro del Dios antiguo se va mostrando en nuevas e impredecibles circunstancias. Hubo claros y notables intentos por mantener viva la tradición de fe y así seguir en conexión directa con los grandes antecedentes de la obra de Dios en medio del pueblo, desde su irrupción en medio de circunstancias muy negativas, hasta la obtención de la libertad luego de un largo periodo de esclavitud. Podría decirse que la construcción del pueblo también fue la construcción de la fe en el Dios liberador que se les reveló en un ambiente de opresión. De ahí que la marca de esas acciones tenía que ser imborrable para la existencia del pueblo en sus diversas etapas.
Este salmo practica una suerte de autocrítica que incluye, en primer lugar, el reconocimiento, para las antiguas generaciones, de haber transmitido adecuadamente el mensaje del pacto de Dios con ellas (v. 1). Este esfuerzo implicó la necesidad de elaborar tradiciones, actos simbólicos y una liturgia completa que produjera la anamnesis (recuerdo, memoria, lucha contra el olvido) para que las nuevas generaciones refrescaran el contacto con Dios y actualizaran su fe ante las nuevas circunstancias. La celebración de la pascua, la práctica de los sacrificios rituales, las exhortaciones verbales y todas las acciones religiosas tenían el propósito de hacer presentes las acciones de Dios en medio del pueblo. Éste tenía la obligación permanente de caminar en la fidelidad de la enseñanza e interpretación nueva de las mismas.
Inmediatamente después, se afirma que las grandes acciones épicas del pueblo fueron realizadas en el poder de Dios (vv. 2-3): fue Él quien expulsó a las naciones que ocupaban la tierra prometida, y fue Él quien realizó todas esas obras de construcción de un pueblo que prácticamente no existía. Reconocerlo de esta manera es remitir todos los méritos al Dios liberador, creador y sustentador que el pueblo aprendió a conocer en situaciones amargas. Ni la espada ni la fuerza física los libró, fue el brazo de Dios el motivo fundamental de las gestas de libertad del pueblo, el cual ciertamente se esforzó también, ésa era la consigna, pero la razón de ser de todo fue la intervención divina, la presencia de su luz.
La supremacía divina hace que el pueblo lo afirme como rey (v. 4a) y no algún ser humano que pudiera ejercer esa función política y espiritual. Él tendría que seguir siendo el centro de la vida del pueblo, la principal referencia de vida, el origen único del poder. Sólo Él será capaz de “enviar salvación a Jacob” (4b) y a él deberá dirigirse el pueblo en demanda de nuevos actos liberadores, pues si el enemigo era externo la mayor parte de las veces, también dentro habría situaciones que exigirían su apoyo y dirección. El hablante poético del salmo subraya que no confiará en la fuerza humana, militar o de cualquier otro tipo (v. 6) sino en Dios, en quien se alegrará el pueblo permanentemente (v. 8).
La autocrítica reaparece a partir del v. 9 y se monta en una serie de lamentaciones que destacan el aparente abandono de que son objeto por parte de Yahvé: la vergüenza por ello es total y el pueblo está al borde de la apostasía, del abandono de la fe antigua. Hay saqueos, ofensas, muerte. Parecería que Dios mismo ha vendido a su pueblo a los enemigos (v. 12). Las circunstancias son lamentables y la voz de los enemigos es de burla y desprecio. Hay una gran crisis en medio de la nación. En medio de todo, el salmo afirma que el pueblo no ha olvidado a su Dios ni su pacto (vv. 17-19), lo cual al ser contrastado con diversos momentos históricos parecería una justificación y autodefensa. Pero nuevamente se insiste en esa fidelidad, en ese recuerdo constante del nombre de Dios (v. 20), pues de lo contrario Él mismo habría actuado en consecuencia contra ellos (v. 21). Se expresa amargamente que Él es la causa de todos sus pesares (v. 22a), acaso porque las exigencias espirituales y éticas tan altas contrastan rotundamente con los países y culturas de alrededor. La muerte estaba instalada entre ellos (v. 22b).
El salmo concluye llamando a Dios a despertar (v. 23), con un lenguaje atrevido y audaz que no vacila en sugerir semejante despropósito, motivado por la angustia y la necesidad, pero también por la certeza de que Yahvé responderá tales súplicas. El agobio y el dolor pueden extraer semejantes expresiones de fe (v. 25). Existe una profunda nostalgia por todo lo que se espera que haga Dios en medio de su pueblo. Esa esperanza se atisba para que Dios nuevamente lo libere como lo hizo tantas veces, pues en la historia debía probarse nuevamente su cercanía y fidelidad.

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