15 de septiembre, 2013
Lo hemos escuchado con
nuestros oídos, oh Dios;/ nuestros padres nos han contado/ lo que tú hiciste en
sus días,/ en los días del pasado./ Expulsaste naciones para asentarlos a
ellos,/ oprimiste a pueblos para que ellos crecieran./ No conquistaron la
tierra con la espada/ ni fue su brazo quien les dio la victoria;/ fue tu
diestra y tu brazo,/ fue la luz de tu rostro/ porque tú los amabas.
Salmo 44.2-4, La
Palabra (Hispanoamérica)
El encuentro de Dios
con su pueblo en la historia siempre ha estado lleno de vicisitudes, aunque la
fidelidad suya al pacto es indiscutible. El desarrollo histórico del pueblo
antiguo se expresó de diversas maneras a la hora de redactar los textos
históricos y poéticos. Entre éstos, el salmo 44 es uno de los que da fe de ella
con mayor intensidad porque muestra una acumulación de experiencias, ni todas
buenas, ni todas malas, en el camino histórico, donde el rostro del Dios
antiguo se va mostrando en nuevas e impredecibles circunstancias. Hubo claros y
notables intentos por mantener viva la tradición de fe y así seguir en conexión
directa con los grandes antecedentes de la obra de Dios en medio del pueblo,
desde su irrupción en medio de circunstancias muy negativas, hasta la obtención
de la libertad luego de un largo periodo de esclavitud. Podría decirse que la
construcción del pueblo también fue la construcción de la fe en el Dios
liberador que se les reveló en un ambiente de opresión. De ahí que la marca de
esas acciones tenía que ser imborrable para la existencia del pueblo en sus
diversas etapas.
Este
salmo practica una suerte de autocrítica que incluye, en primer lugar, el
reconocimiento, para las antiguas generaciones, de haber transmitido
adecuadamente el mensaje del pacto de Dios con ellas (v. 1). Este esfuerzo
implicó la necesidad de elaborar tradiciones, actos simbólicos y una liturgia
completa que produjera la anamnesis (recuerdo, memoria, lucha contra el olvido)
para que las nuevas generaciones refrescaran el contacto con Dios y
actualizaran su fe ante las nuevas circunstancias. La celebración de la pascua,
la práctica de los sacrificios rituales, las exhortaciones verbales y todas las
acciones religiosas tenían el propósito de hacer presentes las acciones de Dios
en medio del pueblo. Éste tenía la obligación permanente de caminar en la
fidelidad de la enseñanza e interpretación nueva de las mismas.
Inmediatamente
después, se afirma que las grandes acciones épicas del pueblo fueron realizadas
en el poder de Dios (vv. 2-3): fue Él quien expulsó a las naciones que ocupaban
la tierra prometida, y fue Él quien realizó todas esas obras de construcción de
un pueblo que prácticamente no existía. Reconocerlo de esta manera es remitir
todos los méritos al Dios liberador, creador y sustentador que el pueblo
aprendió a conocer en situaciones amargas. Ni la espada ni la fuerza física los
libró, fue el brazo de Dios el motivo fundamental de las gestas de libertad del
pueblo, el cual ciertamente se esforzó también, ésa era la consigna, pero la
razón de ser de todo fue la intervención divina, la presencia de su luz.
La
supremacía divina hace que el pueblo lo afirme como rey (v. 4a) y no algún ser
humano que pudiera ejercer esa función política y espiritual. Él tendría que
seguir siendo el centro de la vida del pueblo, la principal referencia de vida,
el origen único del poder. Sólo Él será capaz de “enviar salvación a Jacob”
(4b) y a él deberá dirigirse el pueblo en demanda de nuevos actos liberadores,
pues si el enemigo era externo la mayor parte de las veces, también dentro
habría situaciones que exigirían su apoyo y dirección. El hablante poético del
salmo subraya que no confiará en la fuerza humana, militar o de cualquier otro
tipo (v. 6) sino en Dios, en quien se alegrará el pueblo permanentemente (v.
8).
La
autocrítica reaparece a partir del v. 9 y se monta en una serie de
lamentaciones que destacan el aparente abandono de que son objeto por parte de
Yahvé: la vergüenza por ello es total y el pueblo está al borde de la
apostasía, del abandono de la fe antigua. Hay saqueos, ofensas, muerte.
Parecería que Dios mismo ha vendido a su pueblo a los enemigos (v. 12). Las
circunstancias son lamentables y la voz de los enemigos es de burla y
desprecio. Hay una gran crisis en medio de la nación. En medio de todo, el
salmo afirma que el pueblo no ha olvidado a su Dios ni su pacto (vv. 17-19), lo
cual al ser contrastado con diversos momentos históricos parecería una
justificación y autodefensa. Pero nuevamente se insiste en esa fidelidad, en
ese recuerdo constante del nombre de Dios (v. 20), pues de lo contrario Él
mismo habría actuado en consecuencia contra ellos (v. 21). Se expresa
amargamente que Él es la causa de todos sus pesares (v. 22a), acaso porque las
exigencias espirituales y éticas tan altas contrastan rotundamente con los
países y culturas de alrededor. La muerte estaba instalada entre ellos (v.
22b).
El
salmo concluye llamando a Dios a despertar (v. 23), con un lenguaje atrevido y
audaz que no vacila en sugerir semejante despropósito, motivado por la angustia
y la necesidad, pero también por la certeza de que Yahvé responderá tales
súplicas. El agobio y el dolor pueden extraer semejantes expresiones de fe (v.
25). Existe una profunda nostalgia por todo lo que se espera que haga Dios en
medio de su pueblo. Esa esperanza se atisba para que Dios nuevamente lo libere
como lo hizo tantas veces, pues en la historia debía probarse nuevamente su
cercanía y fidelidad.
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