11 de diciembre, 2016
Alberto Durero, La Virgen sobre la luna creciente, 1511.
Ese dragón
arrastró con la cola a la tercera parte de las estrellas del cielo, y las
arrojó a la tierra; luego se detuvo frente a la mujer, para comerse a su hijo
tan pronto como naciera. La mujer tuvo un hijo que gobernaría con gran poder a
todos los países de este mundo. Pero le quitaron a su hijo y lo llevaron ante
Dios y ante su trono
Apocalipsis 12.4-5, Traducción en Lenguaje Actual
La Navidad y la mujer en el cielo: el simbolismo de la
historia de la salvación
El libro de Apocalipsis habla de lo que hoy llamamos Navidad, muy a su
manera, es decir, simbólicamente. Porque: “El Apocalipsis es un libro de símbolos, un drama
literario y religioso que sólo se entiende comprendiendo sus figuras. Quien
pretenda interpretar su texto en un plano puramente historicista o literal
confunde su sentido, se equivoca”.[1] Ello responde,
además, a su carácter de libro de protesta y contestación ante la situación
imperante: “es una crítica
durísima del orden imperial, un ‘panfleto’ anti-romano, escrito desde el interior
de la persecución, con el fin principal de criticar a los colaboracionistas y
de mantener firmes (esperanzados) a los perseguidos”.[2]
Y, fiel
a su costumbre, enmarca sus afirmaciones en la esperanza de la venida
permanente del Reino de Dios, tal como lo anuncia en las palabras de 11.15: “Los
reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará
por los siglos de los siglos” (RVR 60). Su estilo y percepción de esta gran
realidad histórica (y escatológica, al mismo tiempo) lo llevaron a “traducir”
la historia de la aparición delo Hijo de Dios en el mundo a una visión
extraordinaria que muestra el gigantesco conflicto que representó para el
propio Dios y para los opositores a su proyecto, la venida de su Hijo al mundo.
Es el corazón mismo de todo el libro.
El escenario central es el cielo, como en tantas ocasiones. Allí, ocupa
el centro de la visión cósmica la gran “figura mística” de “una mujer envuelta
en el sol” con “la luna debajo de sus pies” y “una corona de doce estrellas” (12.1).
Estas últimas ofrecen la clave para interpretar su significado: ese número es
el de la comunidad de todos los tiempos y en el libro aparece referido en varios
momentos: 24 ancianos (12 más 12, la comunidad antigua y la comunidad
cristiana: 4.4, 10), los 144 mil (12 por 12 por mil: 7.1-8). Esa mujer
representa a la comunidad, al pueblo de Dios de todos los tiempos. El v. 2
subraya que se encontraba embarazada y “a punto de tener a su hijo”.
Inmediatamente aparece también un gran dragón rojo de aparatoso aspecto: “siete
cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza” (12.3), el cual “arrastró
con la cola a la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó a la
tierra”, para luego detenerse “frente a la mujer, para comerse a su hijo tan
pronto como naciera” (12.4): “…el Dragón es el ángel más potente de los cielos
que no ha querido servir a la mujer (humanidad) y de esa forma ha arrojado del
cielo a una tercera parte de los astros, ángeles de brillo que le siguen”.[3]
Vaya mirada profunda la del vidente de Patmos: ¡está avizorando los
entretelones más hondos de la anunciada aparición del Hijo de Dios en el mundo!
Y los ve como lo que fueron y como lo que son: como un gran conflicto entre los
propósitos divinos y la oposición radical contra de ellos, es decir, como la
auténtica batalla espiritual de todos los siglos. Como la intención divina que
se impone por encima de los designios más contrarios que pueda haber. El hijo
nace para gobernar “con gran poder a todos los países de este mundo” (12.5). Y
entonces acontece lo que la doctrina cristiana denomina como la “ascensión”: “Pero
le quitaron a su hijo y lo llevaron ante Dios y ante su trono” (12.5b). Y
abajo, en medio de la historia, la mujer (el nuevo pueblo de Dios) es confinado
al desierto, a las luchas, a las crisis, a la confrontación con los poderes
violentos, a enfrentar la devastación que propicia el imperio, pero sostenida
por el propio Dios (12.6).
Así ha narrado el Apocalipsis el acontecimiento
supremo de la historia, vinculando nacimiento histórico y pascual de Jesús. En contra de los evangelios, el Apocalipsis
no puede contar la vida de este Hijo. Le basta con saber que es el Cordero
degollado (5.6), muerto en cruz (11.8). Su triunfo mesiánico convierte a su
madre, antes celeste, en mujer perseguida: su hijo ha sido “raptado” (elevado
al trono de Dios); ella debe refugiarse en el desierto, para realizar la dura
travesía de la historia, a lo largo de los 1 260 días finales (12.6).[4]
Una Navidad apocalíptica
Estamos ante la gran “batalla en el cielo”: Miguel y los demás ángeles
pelean directamente contra el dragón en una lucha invisible, paralela a la
historia humana (12.7), en la que se imponen las fuerzas divinas y los
derrotados son expulsados del cielo (12.8). El dragón derrotado, Satán, junto
con sus huestes, es arrojado al ámbito de la historia, para experimentar allí
también su derrota (12.9). A la victoria escatológica de Dios, afirma la visión,
le seguirá la victoria histórica, visible para la humanidad, trágica en su devenir.
El Apocalipsis sabe y enseña que Jesús de Nazaret es el “Hijo de la Mujer que,
naciendo de Dios, nace de la historia humana (Ap 12), Jinete vencedor y Palabra (Ap 19) del juicio
final, Cordero entronizado junto a Dios, manantial del que brotan el agua de
vida y Esposo de la iglesia (21,1-22,5)”. Si deseamos aprender buena doctrina cristológica
deberíamos leer este libro con suma atención.[5]
La gran voz que se escucha viene a celebrar y a afirmar las grandes
acciones de Dios a favor de su pueblo: por si había alguna duda, le recuerda a
los seguidores de Jesús que Dios “es el único rey” (12.10) y que “Su Mesías
gobierna/ sobre todo el mundo”. Las huestes satánicas han sido sometidas por la
muerte del Cordero (12.11), aunque la persecución mortal no ha cesado y el
martirio sigue muy presente (12.11b). Los cielos deben llenarse de alegría (12a),
pero los habitantes del mundo van a padecer (12b) porque “El diablo está muy
enojado” y “ha bajado para combatirlos” (12c). Todo ello es por el poco tiempo
que le queda. Esta es la interpretación apocalíptica, simbólica, de la historia
que continúa con los esfuerzos satánicos por acabar con la mujer y su estirpe
de fe (13), lo que resulta imposible, pues ella es salvaguardada por Dios mediante
recursos extraordinarios (14). El dragón es desactivado ¡al atacarla con agua! Para
tratar de ahogarla (15), pero la tierra la ayudó (16), por lo que atacó a los
seguidores obedientes de Jesús (17), pero finalmente se detuvo a la orilla del
mar (18). “No cantan los
humanos la victoria de los ángeles sino, al contrario, los ángeles la victoria de
los humanos. Lo que antes era reino o triunfo de Miguel (batalla celeste) es ahora
expresión de triunfo humano. Los cristianos vencen a Satán por los dos medios
ya evocados al principio del Apocalipsis (cf. 1,2): por la sangre del Cordero
(entrega de Jesús) y la palabra de su testimonio, por el martirio
hecho palabra de vida”.[6]
Fue el doctor Edesio Sánchez quien acuñó la frase “Navidad sin niño Dios”,
muy a propósito de la celebración y exaltación de la figura del niño Dios en
nuestra cultura navideña. Porque, en efecto, por la manera en que buena parte
del Nuevo Testamento (particularmente las literaturas juanina, paulina y el
Apocalipsis) asume y expone la realidad del nacimiento del Hijo de Dios en el
mundo, parecería que es bastante más reciente el énfasis de la fiesta en sí
misma, sin olvidar, por supuesto las enseñanzas del Antiguo Testamento al
respecto. Podría decirse, incluso, que hemos “aniñado” demasiado a la Navidad
con el afán de diluir un poco el enorme impacto de la presencia activa del Señor
en la historia y en su iglesia. Celebremos una Navidad más bien, “apocalíptica”,
capaz de penetrar en lo más profundo de las verdades de fe.
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