sábado, 17 de diciembre de 2016

La encarnación, respuesta radical de Dios al pecado, L. Cervantes-O.


Lucas Cranach, El nacimiento de Cristo, 1515-1520.

18 de diciembre, 2016

Por esta razón vino el Hijo de Dios al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo.
I Juan 3.8, Traducción en Lenguaje Actual

¿Será políticamente incorrecto desearles una feliz Navidad? ¿Será un atentado contra la laicidad? La verdad no lo creo, no solamente porque es una fiesta popular, sino por sus varios significados, todos superiores a las ideologías, instituciones, Iglesias y Estados: exaltación de la infancia, de la sencillez (para no decir pobreza), del inicio de la vida con tantas promesas.[1]
Jean Meyer

A la agradecible afirmación de la nueva filiación otorgada por Dios el Padre a los seguidores de Jesús en I Juan 3.1-2, le sigue una serie de afirmaciones sobre la forma en que Dios actuó para imponerse sobre el pecado en la existencia humana. Destaca el enunciado en donde se anuncia, con un fuerte sabor escatológico, que aún no se conoce cómo será esa filiación en el futuro, pero que, “cuando Jesucristo aparezca otra vez”, los hijos e hijas de Dios se parecerán a él, porque lo verán como es en realidad (3.2b). A continuación, se hace un esbozo muy comprometido acerca del impacto del pecado en la obediencia a Dios y de la forma de superarlo: los seguidores de Jesús se diferencian de los demás seres humanos en que son capaces de practicar el bien con base en lo que es Jesús (3.3). Quien peca se distancia de Dios al no obedecer su ley, porque en eso consiste el pecado (3.4).

Pero “Jesucristo vino al mundo”, agrega el texto, “para quitar los pecados del mundo” (3.5a). Todo ello a partir de la premisa obligada: porque “Jesucristo no peca, ni puede pecar” (3.5b). Ser amigo suyo, enfatiza inmediatamente, abre la posibilidad de no seguir pecando (6a): el estado ideal de obediencia se logra concretar gracias a esa amistad, a esa cercanía, a esa familiaridad. El hecho de que el Hijo de Dios viniera al mundo, que se hiciese un ser humano es celebrado desde sus consecuencias. No es que al apóstol Juan no le importaran los incidentes del nacimiento del Señor, lo que hace más bien es extraer la manera en que esa presencia impactaría al mundo y golpearía, sobre todo, a las realidades del mal y el pecado que tanto lo agobiaban y siguen agobiándolo.

La mirada de fe de Juan se centra en los males que causa el pecado como principio vital y cómo continuar en esa ruta aleja a los seres humanos del Hijo de Dios: “El que peca, no conoce a Jesucristo ni lo entiende” (6b). No es una reflexión ontológica sobre la presencia del mal en el mundo y en la condición humana (la que ya había hecho San Pablo en Romanos 7), es una reflexión, por así decirlo, más optimista, porque es cristológica, está centrada en la figura de Jesucristo. Él es el centro de toda esta reflexión “navideña” contra el pecado. Juan afirma que la respuesta radical de Dios contra el pecado y el mal fue encarnarse, es decir, que no hubo un remedio mayor que venir personalmente a enfrentarlo, en su propio terreno, en su campo, desde las maravillas y contradicciones de la “historia navideña”.

Y Juan continúa su análisis dirigiéndose pastoralmente a su “hijitos” exhortándolos a no dejarse engañar por nadie (7) y a sostenerse firmemente en la realidad de que obedecer a Dios hace tan justas a las personas como lo es Jesús (la justificación por la fe, afirmación protestante por excelencia, expresada de otra manera) (8a). Para de ahí partir a la máxima afirmación del pasaje, luego de constatar la relación entre el mal y la acción del diablo en el mundo desde la creación misma (8a): “Para esto vino, para esto nació, apareció, el Hijo de Dios al mundo: para destruir todo lo que hace el diablo” (8b). Las acciones positivas de Jesús en el mundo también pueden ser vistas desde este ángulo: vino a destruir, usando un lenguaje que tampoco es ajeno a lo que el propio Señor dijo en varios momentos. Su acción destructiva atiende directamente las estructuras del mal y del pecado que siguen dañando la vida humana y la creación.

A partir de ahí, las conclusiones son claras: los creyentes ya no pecarán continuamente, pues se han librado del poder dominador y enajenante del pecado, y aunque siguen luchando con él, lo hacen con la esperanza puesta en el Niño de Belén, pues ahora pueden “vivir como Dios vive” (9a). Notable atrevimiento del apóstol al subrayar, una vez más, la filiación divina de los hijos de Dios. De ahí se sigue una cadena que ejemplifica quién es quién: los hijos de Dios se identifican porque hacen lo bueno y se aman unos a otros (10) por medio de una práctica efectiva del Evangelio. El apóstol reincide en su único mensaje sobre el amor divino realizado en la vida de su comunidad (11-12). Y así cierra el círculo al establecer la razón por la que son rechazados en este mundo los practicantes de esta gran verdad: el amor vivido cotidianamente “demuestra que ya no estamos muertos, sino que ahora vivimos” (14a). Amarse mutuamente (14b-15) es poner a funcionar efectivamente la presencia y acción transformadora radical del Hijo de Dios que un día nació en el mundo, tal como anunciaron los profetas:

El profeta Isaías, de quien se dijo que sus palabras son el primer evangelio, consideró las circunstancias de su tiempo y de su país, burlándose del Estado que había caído en manos de incapaces y el cuadro que pintó vale para todas las épocas, para el Imperio Romano, otomano o chino en crisis, para nuestro México ayer o anteayer y hoy también para Estados Unidos en manos de Donald Trump, incluso si estuviesen en sus manos… El profeta nos presenta un Estado en pedazos, porque sus dirigentes no tienen una idea firme, rectora, porque mentira, ilusión, corrupción lo gangrenan todo, porque el egoísmo desenfrenado engendra la guerra de todos contra todos, hasta la masacre.
¡Príncipe de la paz! ¿Quién dará la paz a nuestra América Latina que, sin llegar a 10% de la población del mundo, acumula la tercera parte de todos los homicidios cometidos en nuestra Tierra? Y eso que es, según las estadísticas, el continente más cristiano del mundo, “el futuro de la Iglesia”, dicen algunos, tanto para la Iglesia católica como para las evangélicas.[2]

O, en palabras de Luis Rivera-Pagán: “Esta lectura […] —el triunfo de la gracia divina sobre la desgracia humana— es la que, a pesar de todos los infortunios en la vida de María y su hijo Jesús, impera en las Sagradas Escrituras y que en esta época de Adviento debe predominar”.[3]





[1] J. Meyer, “¡Feliz Navidad!”, en El Universal, 18 de diciembre de 2016, www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/articulo/jean-meyer/nacion/2016/12/18/feliz-navidad.
[2] Ídem.
[3] L. Rivera-Pagán, “Comentario de San Lucas 1:26-38”, en www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=2273.

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