MÉTODO SENCILLO DE ORACIÓN PARA UN BUEN AMIGO (1535)
Martín Lutero
8. El octavo mandamiento: “No levantarás falso
testimonio, etc.”. Primero. Nos enseña que tenemos que ser sinceros los unos
con los otros, evitar toda suerte de mentiras y calumnias, y decir y escuchar
de buen grado lo bueno de los demás. Con esto se nos ha construido una muralla
y una protección contra las lenguas falsas y los labios malvados que 19 Rom 8,
19 ss. puedan afectar nuestro buen nombre y nuestra reputación; no dejará Dios
impunes a quienes lo quebranten, como queda dicho acerca de los anteriores
mandamientos. Segundo. Tenemos que agradecerle tanto la doctrina como la
protección que tan graciosamente nos concede. Tercero. Debemos confesar y pedir
perdón por haber transcurrido nuestra vida de forma tan ingrata, pecadora y en
tratos con los murmuradores falsos que atentaron contra nuestro prójimo.
Estamos obligados a asegurar su fama y su inocencia, como desearíamos lo
hiciesen con nosotros. Cuarto. Pidamos ayuda para, en adelante, observar este
mandamiento, para que nos conceda una lengua bienintencionada, etc.
9. Noveno y
décimo mandamientos: “No codiciarás la casa de tu prójimo”, “ni su mujer”, etc.
Primero. Se nos enseña con ello que, bajo ningún título colorado, tenemos
derecho a sonsacar, enajenar ni arrebatar los bienes y pertenencias de nuestro
prójimo. Por el contrario, estamos precisados a ayudarle a que pueda
mantenerlos, como nos agradaría sucediese con nosotros. También constituyen
estos mandamientos una garantía contra las argucias y estratagemas de las
gentes avezadas a estas maniobras mundanas; gentes que, al fin, tendrán que
recibir su castigo. Segundo. Debemos dar gracias por todo ello. Tercero.
Confesar nuestro pecado con arrepentimiento y contrición. Cuarto. Pedir ayuda y
fortaleza para ser piadosos y observar este mandamiento de Dios. He aquí los
diez mandamientos desarrollados bajo cuatro aspectos: como libritos de
doctrina, de acción de gracias, de confesión y de petición. A base de ellos el
corazón podrá concentrarse y enfervorizarse en la oración. Pero cuida de no
tomar todo o demasiado de un golpe para no cansar al espíritu. Es más: una
oración, para ser buena, no debe ser larga ni demasiado distanciada, sino
repetida y ardiente. Bastará con que medites un punto o la mitad, con lo que
podrás encender una hoguera en tu interior. Ahora bien, es el Espíritu quien lo
otorga y lo seguirá enseñando en el corazón, pero sólo si éste sintoniza con la
palabra de Dios y se vacía de ocupaciones y pensamientos ajenos. No diré nada
aquí acerca del credo y de la Escritura, porque sería cosa de nunca acabar; el
que esté ejercitado puede muy bien tomar un día los diez mandamientos, otro un
Salmo o un capítulo de la Escritura, que sea como el pedernal que encienda el fuego
en su corazón.
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MEMORIA MIGRANTE EN LA PRIMERA NAVIDAD (I)
Jorge Daniel Zijlstra
Desde la
trinchera de la pastoral y con una profunda convicción respecto a la acción de
Dios en la historia propongo rescatar la memoria migrante presente en algunas
narrativas del nacimiento de Jesús. Al acotar la reflexión en los límites de la
primera navidad, no entraremos en temáticas relacionadas a Jesús como amigo de
migrantes, o su valorización del extranjero en tantos gestos, historias y
parábolas, lo cual resultaría muy valioso. Sin embargo, la propuesta es
acercarnos al texto bíblico en la búsqueda del sentido y la esperanza que
fortalezca los pasos de fe del pueblo migrante.
Dios desde el margen
Jesús nace
en tiempos de desplazamientos y de censo (Lc. 2:1). El censo era un instrumento
del imperio Romano para asegurar el recaudo de los impuestos a Roma. Sin
embargo, Lucas describe el nacimiento de Jesús en el contexto de un censo en
Israel, cuyo fin sería contar a cada tribu y familia, para así requerirles sus
aportaciones de acuerdo al número de miembros de cada grupo. Hay discusiones
sobre el dato histórico del censo en el evangelio, sin embargo, es sabido que
en tiempos de Jesús se cobraban impuestos para el imperio, para las clases
dominantes de Israel y también para sostener el Templo y las elites religiosas.
El
censo era la más cruda estrategia para asegurar el financiamiento de un sistema
colonial e imperialista de opresión propuesto desde el poder y apoyado desde
las elites nacionales. El sistema aseguraba de esta manera el dominio y los
privilegios de unos pocos mediante la explotación de las mayorías pobres del
pueblo, entre los que contamos a la familia de Jesús.
Hoy
la realidad no es muy diferente. El nacimiento de Jesús resulta una buena
noticia para las personas que más sufren porque da vuelta la historia. Jesús no
nace en el palacio, ni en Jerusalén, ni en Roma: nace entre los pobres. El
llanto de un niño humilde en un establo marginal anuncia el nacimiento de un
tiempo nuevo anunciado por Dios desde los profetas. El nacimiento de Jesús en
los márgenes de la sociedad da espacio para la afirmación de la esperanza del
pueblo, porque es evidencia de un Dios que interviene en la historia y lo hace
desde las personas más humildes. Otro mundo es posible: Dios no se olvida de su
pueblo que sufre, Dios nace entre ellos, Dios tiene planes buenos para la
humanidad. Emmanuel -Dios con nosotros- se hace carne en la historia desde la
pobreza y la miseria de un establo, bajo el cuidado de aquella pareja de
jóvenes que en pocos días serían migrantes, como su hijo. Y así Jesús resulta
ser el mayor de los migrantes, porque siendo del cielo bajó humildemente a la
cuna de la humanidad (Fil 2:5-8) para ser abrazado con la ternura de María y
José y recibido con entusiasmo por las personas que trabajaban en los campos
(Lc. 2:1-20).
El
nacimiento de Jesús es el gran misterio y la revolucionaria revelación de un
Dios que baja a la humanidad -que migra- con un amor radical y un compromiso
extremo, claro desde su primera cuna y su primer techo pobre, prestado y no
apto para personas.
Jesús
nació en un corral (Lc 2:7), en la máxima pobreza, donde duermen los que no
tienen techo, donde nacen los animales y se atienden las crías más débiles en
los primeros días. Jesús nació en aquel lugar, donde si alguna madre da a luz,
es sin dudas una madre pobre, marginal, discriminada y sin lugar en la
sociedad; posiblemente una mujer migrante, violentada o esclava. Dios es así,
claro y solidario. Él eligió nacer identificado con las personas humildes. Nació
entre las y los pobres y no por casualidad. Porque a Dios le importa todo
aquello que el mundo desprecia (1 Co 1:37-31).
Por
esto la comunidad que sigue a Jesús busca encarnar la fe en el servicio a las
personas marginadas y oprimidas. Jesús nació en los márgenes no por razón el
imperio de la justicia desigual del mundo, o por el sometimiento de Dios a la
voluntad humana, o por algún tipo de legitimación de la pobreza y el sistema de
exclusión que la provoca. Jesús nación en las afueras y entre los pobres porque
a Dios le pareció bien dejar en claro por dónde pasa la vida y por dónde la
misericordia entrañable de su amor. El espíritu de Jesús es para las personas
que sufren, para las que están cautivas, para quienes no tienen futuro ni
esperanza (Lc 4:18-19). Jesús trae un mensaje de esperanza para las multitudes
pobres, para los pueblos oprimidos: Dios es solidario y está encarnadamente
comprometido con las personas que no tienen trabajo, con las multitudes
obligadas a emigrar, con la familia sin techo y con los pueblos a los que se
les quiere negar el futuro y la esperanzas (Is. 9: 1-7).
Esto
es lo que implica el nacimiento de Jesús en los márgenes de la sociedad, en un
pesebre, expuesto a la posibilidad de muerte, a la violencia de la migración y
a la precariedad de la vida de las y los pobres de ayer y de todos los tiempos.
Jesús nació como tantos niños y niñas que hoy vienen al mundo en contextos de
hambre, injusticias, guerras, migración y dolor. Hoy hay millones de personas
buscando un lugar que asegure la vida y el desarrollo de las nuevas
generaciones; personas de carne y huesos, desplazados y migrantes que se
confrontan -como María y José- con la cruda realidad de que no hay lugar para
ellos en el albergue (Lc 2:7).
Y
esto no es fruto de casualidades o coincidencias, o voluntad de Dios: “Un niño
murió en un rancho, no fue por casualidad siglos de hambre y de miseria, de
injusticia y de maldad amasaron esta historia que hoy volvemos a llorar. Un
niño murió en un rancho, no fue por casualidad. Hace casi dos mil años la
primera Navidad un niño nació muy pobre, sin más cuna que un pajar. Los hombres
lo rechazaron, no le hicieron un lugar, el niño nació en un rancho, no fue por
casualidad. Esta noche es noche buena, y mañana Navidad y la misa ha de
reunirnos en banquete de amistad con qué cara comeremos de este vino y de ese
pan de ese pan hecho de carne entregada a los demás de ese vino hecho de sangre
de toda la humanidad” (Luis Amezaga).
En Navidad
recordamos al Dios que nace, pero también recordamos a los niños que mueren en
las guerras, en los bombardeos de las grandes potencias, en los ataques
terroristas, o en la ruta desesperada de la migración en búsqueda de una
esperanza al otro lado del Mediterráneo o en tantos otros rincones del planeta
donde enfrentan la muerte buscando la vida.
En
Navidad celebramos la vida y alentamos a la esperanza, pero no podemos dejar a
un lado la dolorosa memoria migrante de tantas muertes con rostro de jóvenes,
de niños y niñas, de madres y padres que buscan pan y futuro al alto costo de
sus vidas. Sus historias no fueron tan distintas a la que encarnó Jesús, que a
días de nacer migró, esta vez a Egipto, para huir del opresor (Mt 2:13-14).
Migrante desde la cuna
Por esto en
Adviento necesitamos rescatar la memoria migrante de la navidad, como reserva
de sentido e identidad imborrable de un Dios que nace en el reverso de la
historia y en la antítesis de los opresores.
Para el
pueblo de Israel la memoria siempre resultó un elemento crucial. De igual
manera, en las comunidades de fe y seguimiento de Jesús, hacemos de la memoria
al punto culmine de nuestras celebraciones cada vez que, reunidos, compartimos
la copa y el pan en memoria de Él (1 Co. 11: 23-27). Desde la memoria
subversiva del que fue crucificado por vivir como Dios quería, comemos y
bebemos unidos en el espíritu de Jesús. En Él alimentamos el compromiso y
nutrimos las esperanzas de un mundo nuevo por venir (Ap 21:1-4). Su espíritu
nos compromete con su reino de vida plena para la humanidad y para toda la
creación (Ro 8:22-23). En las narrativas de Jesús podemos encontrar muchas
evidencias de una memoria de migrantes que sale a relucir en los lugares menos
pensados o en los más evidentes.
En
este sentido quiero invitarles a repasar la genealogía de Jesús y releer
algunos aspectos de su historia de migrante, según consignada en Mateo 1: 1-17.
Ya sabemos del interés de Mateo en resaltar la realeza y señorío de Jesús como
el Cristo y demostrar ante el pueblo judío que él es el Mesías esperado.
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COMUNIDAD COPTA SUFRE FEROZ ATENTADO
La Catedral Ortodoxa Copta en El
Cairo sufrió un feroz ataque con explosivos el domingo pasado, específicamente
en la iglesia de San Pedro, al lado de la Catedral principal. El resultado fue
de 25 personas fallecidas y al menos 50 resultaron heridas. Tanto cristianos,
como musulmanes expresaron su repudio al criminal ataque. El presidente de Egipto declaró tres días de
duelo nacional. Se cree que fueron extremistas islámicos los que realizaron el
atentado explosivo.
El
término copto hace referencia a los egipcios que profesan algún tipo de fe
cristiana, ya sea en la Iglesia Ortodoxa Copta, en la Iglesia Católica Copta
o en la Iglesia evangélica copta.
Los
coptos constituyen uno de los grupos etno-religiosos principales en Egipto y la
mayor comunidad cristiana en el Medio Oriente, así como de la minoría religiosa
más grande de la región, lo que representa alrededor del 10% de la población
egipcia. Los coptos son alrededor de nueve millones en Egipto, un diez por
ciento de la población, y ocupan todos los estratos de la sociedad civil, desde
los más humildes hasta los más brillantes del empresariado nacional.
La
historia del pueblo copto se remonta a tiempos del antiguo Egipto. Sus
antepasados más cercanos se convirtieron al cristianismo en el año 42 d.C., en el siglo I, y a través de los años conservaron su
religión, a pesar de la conquista musulmana de Egipto 600 años más tarde, con
la cual, el país se perfiló con una mayoría islámica.
Desde
entonces, la comunidad copta ha sido objeto de discriminación y diversas
persecuciones religiosas, aun en la era moderna, además de ser el blanco de
ataques de grupos militantes extremistas islámicos. Desde diversas comunidades
de fe en todo el mundo se ruega por la recuperación de los heridos,
consuelo para los familiares de las víctimas y fortaleza de espíritu para los
cristianos en Egipto.
alc-noticias.net, 12 de diciembre de 2016
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