8 de enero, 2017
El que ama
a su hermano permanece en la luz, y no hay nada en su vida que lo haga
tropezar.
I Juan 2.10, Nueva Versión Internacional
El mensaje único
de Juan: “amaos unos a otros”
El amor es uno de los grandes temas en la literatura juanina y hasta
podría decirse que es el principal. “El vocabulario y el ambiente vital común
de los escritos atribuidos a San Juan nos orientan hacia una comunidad
particular de características propias. A esta comunidad se le ha llamado
“comunidad juanina” para señalar su origen en el discípulo ‘al que Jesús
amaba’”.[1]
Conocimiento y verdad son otros de los conceptos fundamentales para esta
literatura, al grado de que se puede decir, basándose en el Cuarto Evangelio,
que el amor es la condición para conocer la verdad. Quienes no aman y tienen
apego a sí mismos, “no quieren exponerse en medio del mundo hostil, es decir,
se acomodan al sistema injusto (Jn 12.25) […] Son los que no se atienen al
mensaje de Jesús”.[2]
En la primera de Juan: “El vértice unificador de toda la carta es el
amor al prójimo” (Luis Alonso Schökel, Nueva
Biblia Española). Esta vivencia, que debía experimentarse en el interior de
la comunidad, Como explica el biblista mexicano Raúl Lugo: “Hay en el texto una
relación dialéctica entre amar/odiar al hermano. Un texto clave es: ‘Quien ama
a su hermano está en la luz y en sí no encuentra tropiezo. En cambio, quien
odia a su hermano está en tinieblas y camina en tinieblas sin saber a dónde va,
porque las tinieblas le han cegado los ojos’ (2.10-11). A partir de este texto,
todas las alusiones a la luz y a la oscuridad (fos y skotia) se
descubren como reveladoras del mensaje del amor al prójimo”.[3]
De esta manera, amar al prójimo será igual a “caminar en la luz” y odiarlo equivaldrá
a “caminar en la oscuridad”.
I Juan 2 destaca que no existe novedad en el anuncio del mismo mensaje antiguo
(2.7) pues, mientras no se practique adecuadamente, su novedad seguirá intacta
como un gran desafío para las comunidades porque “la verdad del mandamiento
nuevo”, agrega, “se manifiesta tanto en la vida de Cristo como en la de
ustedes, porque la oscuridad se va desvaneciendo y ya brilla la luz verdadera”
(2.8b). Se vincula, de esta manera, la actuación de la comunidad con la del
propio Señor, en términos del “grado de amor” practicado por ambos. Amar al
prójimo es el mandamiento por excelencia, como se recuerda en 1.7, por lo que
significa muchas cosas:
Conocer a Dios (2.3; 4.8)
Vivir en la luz (2.10)
Estar unido a Dios (1.6)
Estar unido a los hermanos (1.7)
No pertenecer al mundo (2.15)
Cumplir los mandamientos (5.2)
Amar a Dios (3.17)
Practicar la justicia (3.10)
Ser Hijo de Dios (4.7; 5.1)
Obtener el perdón de Dios (1.7; 3.18-20)
Liberarse del temor (4.18)
Pasar de la muerte a la vida (3.14)
Desprendernos de nuestra vida (3.16)[4]
El poder
revolucionario del amor eficaz en sociedades divididas
Este amor deberá mostrar su eficacia en el mundo y en la comunidad cristiana.
En el mundo, al mostrar sus posibilidades concretas de reconstrucción de la
hermandad humana efectiva. En la comunidad cristiana, haciendo visible que la
nueva humanidad es capaz de hacerse presente en la historia para actualizar
continuamente la obra redentora de Jesucristo, pues es un detonante que ha
partido directamente de Dios:
El amor de Dios hacia nosotros es un amor que engendra
prácticas de amor entre nosotros, y si no existe tal práctica, el amor que Dios
nos tiene no está en nosotros.
A su vez, el amor
nuestro a Dios sólo es posible y se verifica en nuestro amor al hermano. Si no
existe el amor mutuo, entonces el amor a Dios es un mero decir (4.20). Esto es,
en la práctica concreta de amor se verifica, realiza y completa tanto el amor
que Dios nos tiene como nuestro amor a Él.[5]
En sociedades divididas, en las que resulta conveniente mantener la
lejanía, la competencia, la mezquindad y el egoísmo, la práctica del amor
fraterno y eficaz resulta incómoda porque no le es funcional al sistema que se
ve favorecido con la división y el odio. Así acontecía con el Imperio Romano y
acontece hoy con el fomento indiscriminado del individualismo y la
competitividad. El prójimo es un rival, un adversario, en la lucha por mejores
salarios, por un mejor lugar social. Todo lo contrario de lo que debe suceder
en la comunidad cristiana, seguidora de alguien que se negó totalmente a sí mismo
a fin de alcanzar para todos, equitativamente, un lugar junto al Padre, en una
nueva relación de amor y justicia. Por eso le importaba tanto a esta literatura
resaltar la aceptación militante de la encarnación del Hijo de Dios en el
mundo, pues al rechazarla quedaba muy claro “cómo un Jesucristo
desencarnado es un justificativo ideológico encubridor de la falta de
compromiso con el hermano; y cómo un Jesucristo encarnado es un móvil para la
ética del amor y no mera proyección ideológica”.[6]
En esa dinámica espiritual, constructora de comunidad, se inscriben los
vv. 12-17, que enumeran los logros de todo el grupo cristiano y de cada uno de
sus sectores: la totalidad del grupo “ha sido perdonada en el nombre de Cristo”
(12); los padres “han conocido al eterno Dios” (13a); los jóvenes “han vencido
al maligno” (13b); todos “han conocido al Padre” (13c); los jóvenes “son
fuertes y la Palabra de Dios permanece en ellos” y también “han vencido al
maligno” (14). Después de todo,
el amor al prójimo será el único criterio de autenticidad para la fe cristiana
en este mundo, más allá de cualquier forma de ortodoxia: “Con esto queda claro
quiénes son los hijos de Dios y quiénes los hijos del diablo. Quien no práctica
la justicia, o sea, quien no ama a su hermano, no es de Dios (3,10-11)”.
[1] Raúl Lugo Rodríguez, “El amor
eficaz, único criterio. (El amor al prójimo en la primera carta de San Juan)”,
en RIBLA, núm. 17, p. 110, www.claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2#14-25.
[2] Juan Mateos y Juan Barreto, Vocabulario
teológico del Evangelio de Juan. Madrid, Cristiandad, 1980, p. 34.
[3] R. Lugo Rodríguez, op. cit., p. 115.
[4] Ibíd., p. 116.
[5] James
Wheeler, “Amor que genera compromiso. Estudio de la estructura manifiesta de 1 Juan”,
en RIBLA, núm. 17, p. 106.
[6] Ídem.
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