KATHARINA VON BORA (1499-1552) (II)
Magdalena, hija de Lutero y Katharina von Bora.
El casamiento dio ocasión a calumnias y
habladurías. Sus enemigos difundieron la insidia de que previamente había
violado el voto de castidad y predijeron que, según una tradición popular, el
ex-monje y la ex-monja darían a luz al Anticristo. Erasmo contradijo
satíricamente el rumor, diciendo que si eso fuera verdad habría habido miles de
anticristos antes de esto. Melanchton (quien había sido invitado a la fiesta
del 27 de junio, pero no a la ceremonia del día 13), en una carta en griego a
su amigo Camerarius (16 de junio) expresó el temor de que Lutero, aunque podía
ser beneficiado por el matrimonio, hubiera cometido un lamentable acto de
ligereza y debilidad, perjudicando su influencia en un momento en el que
Alemania le necesitaba más. Lutero mismo se sintió al principio extraño e
inquieto en su nueva relación, pero pronto se recuperó. [...]
A veces
predicó sobre las pruebas y deberes de la vida matrimonial con rigor y
eficacia, desde la experiencia práctica y con gratitud por el sagrado estado
que Dios instituyó en el paraíso y que Cristo honró con su primer milagro.
Llama al matrimonio don de Dios, vida casta, superior al celibato si no será un
verdadero infierno. Lutero y Katie estaban bien adaptados el uno al otro.
Vivieron felizmente durante veintiún años y compartieron las cargas y alegrías
normales. Su vida doméstica era muy característica, llena de buen ambiente,
humor inocente, afecto cordial, simplicidad y completamente alemana. Ninguna
mancha hubo en su hogar, en el que él era gentil como un cordero y niño entre
los niños. 'Después de la palabra de Dios', dijo desde su experiencia personal,
'no hay tesoro más precioso que el santo matrimonio; el más alto don de Dios en
la tierra es una esposa piadosa, alegre, temerosa de Dios y ama de casa, con la
que puedas vivir pacíficamente y a quien puedas confiar tus bienes, cuerpo y
vida'.
Amó a su
esposa afectuosamente y la llamó en sus cartas 'mi amado corazón, graciosa ama
de casa, mano y pie resuelto en amante servicio'. Ella era una buena hausfrau
alemana, cuidando de lo que su marido e hijos necesitaban, contribuyendo a
su comodidad personal en la salud y en la enfermedad y ejerciendo la
hospitalidad. Tenía una fuerte voluntad y sabía cómo actuar. Lutero hablaba de
ella a veces como 'Señor Katie' y de él mismo como 'siervo dispuesto'. 'Katie'
le decía 'tienes un marido piadoso que te ama y tú eres una emperatriz'. Una
vez en 1535 le prometió sus cincuenta guilders si leía la Biblia entera,
por lo que tuvo, según dijo a un amigo, un serio asunto con ella. A Katie y
Melanchthon escribió sus últimas cartas (cinco a ella, tres a Melanchthon)
desde Eisleben poco antes de morir, informándole de su viaje, su dieta y condición,
quejándose de cincuenta judíos que estaban bajo la protección de la condesa
viuda de Mansfeld, enviándole saludos al maestro Philip (Melanchthon) y
disipando sus aprensiones sobre su muerte.
[…]
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MUCHAS VERSIONES
DISTINTAS, UNA SOLA PALABRA VERDADERA
Alfredo Tepox
Varela
www.kairos.org.ar/blog/?p=756
Muchos años
han transcurrido desde que esos titanes de la Palabra que fueron Casiodoro de
Reina y Cipriano de Valera enriquecieron nuestra lengua castellana, el primero,
con su bella versión de la Biblia, y el segundo, con su prolija revisión de la
obra de aquél. Muchos de nosotros recordamos todavía y citamos de memoria
nuestros textos favoritos según la revisión de 1909 que, aunque distante ya de
los giros típicos del Siglo de Oro de las letras españolas, cuenta todavía con
la sonoridad que Reina y Valera supieron imprimirle.
Durante
más de cuatro siglos la versión de Reina y Valera ha sido, literalmente, la
reina de las hasta hace poco escasas versiones españolas de la Biblia. Tal
reinado, sin embargo, ha sido circunstancial. Recordemos que la lectura de la
Biblia se ha efectuado desde las ‘‘catacumbas’’ del protestantismo, y que sólo
después del Vaticano II se ha generalizado entre la grey católica, donde ha
habido un verdadero ‘‘boom’’ de traducciones bíblicas: Nacar-Colunga (N-C),
Bover-Cantera (B-C), Biblia de Jerusalén (BJ), Ediciones Paulinas (EP), Biblia
Latinoamericana (BLA), Nueva Biblia Española (NBE), Biblia del Peregrino (BP),
etc. Del lado protestante, hay que mencionar algunas versiones del Nuevo
Testamento, como la Versión Hispanoamericana (VHA) y la Biblia de las Américas
(BA), revisiones de Reina-Valera (RV), como la de 1960 (RVR 1960) y la
Reina-Valera Actualizada (RVA), y dos traducciones de toda la Biblia: la
versión Dios Habla Hoy (DHH) y la Nueva Versión Internacional (NVI), de próxima
aparición.
Ante
esta miríada de versiones de la Biblia, no faltará quien se pregunte: ‘‘Si es
verdad que la Biblia es la Palabra de Dios, ¿cuál de todas estas versiones es
esa Palabra?’’ La respuesta puede parecer desconcertante: todas ellas en
conjunto, y ninguna de ellas en particular.
‘‘Pero
¿cómo puede ser eso posible?’’, objetará alguien más. Y la respuesta es que
debemos entender que cuando confesamos que la Biblia es la Palabra de Dios, no
estamos limitando el sentido de ‘‘palabra’’ a la simple unidad fónica o léxica,
hablada o escrita. No. De ninguna manera. La ‘‘palabra’’, en relación con Dios,
aunque humana, es también divina; y aunque divina, es también humana. Y la
Biblia, como Palabra de Dios, es algo más, mucho más, que una etiqueta pegada a
un objeto.
Tal
vez dos metáforas bíblicas puedan ayudarnos a entender este aparente problema:
la confusión lingüística que tuvo lugar en Babel, y la perfecta comunicación
que tuvo lugar aquel glorioso día de Pentecostés. En el primer caso, la
soberbia del hombre por ‘‘hacerse un nombre’’ fue la causa de que una sola
lengua llegara a ser fuente de confusión; en el segundo caso, el deseo
ferviente de los discípulos por ‘‘proclamar…las maravillas de Dios’’ hizo el
milagro de que muchas voces en muchos oídos comunicaran un solo mensaje. ¡He
aquí una más de las muchas maravillas de Dios!
Dice
el autor de la Carta a los Hebreos en el principio mismo de su discurso (1.1,
NVI): “Dios, que muchas veces y de varias
maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas,
en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo”. Como podemos ver, Dios, entre los múltiples
modos en que se ha comunicado con el hombre, parece haber mostrado siempre una
clara preferencia por el lenguaje. Pero el lenguaje es rico en significado, y
aunque se vale de las palabras, éstas no agotan tal carga de significado en su
sentido primario y referencial. Con esto quiero decir que aunque ‘‘árbol’’, por
ejemplo, ciertamente significa una ‘‘planta perenne, de tronco leñoso y
elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo’’ (si hemos de atender a la
definición que de tal vocablo nos da el diccionario de la Real Academia de la
Lengua), cuando asociamos este vocablo a otros, tal asociación activa un
mecanismo que produce nuevos significados. Si así no fuera, todas y cada una de
las palabras en todas las lenguas de este mundo tendrían un solo significado, y
todos los libros que se han escrito y todos los discursos que se han
pronunciado dirían una y la misma cosa. Sin embargo, las bibliotecas
existentes, y los salones de clase, y los sermones dominicales, y las charlas
de café, y hasta los chistes (¡sobre todo, los chistes!) nos muestran que una
sola palabra tiene dos, o tres, y hasta más, significados. Además, la historia
del lenguaje nos demuestra que las lenguas cambian con el tiempo, de modo que
si en los días de Cervantes ‘‘de espacio’’ significaba ‘‘a cierta distancia’’,
ahora ‘‘despacio’’ puede significar ‘‘quedo’’ o ‘‘lentamente’’, sin que podamos
explicarnos, al menos no con facilidad, tal distancia de sentido.
Este
cambio constante del lenguaje nos lleva a prestar atención a estas aparentes
sutilezas, las cuales cobran gran importancia cuando se trata de entender hoy
el mensaje de siempre.
El
texto de la Carta a los Hebreos, citado antes, nos dice que a través de la
historia Dios ha estado procurando establecer comunicación con el hombre
‘‘muchas veces y de varias maneras’’. ¿Por qué ‘‘muchas veces’’? Porque ha
estado hablándoles a generaciones distintas y distantes. ¿Por qué ‘‘de varias
maneras’’? Porque cada grupo humano, y cada persona, tiene su propia manera de
hablar y de entender. De modo que si Dios quiere realmente comunicarse con cada
hombre –y, en efecto, quiere hacerlo y lo hace–, tiene que echar mano de todos
sus recursos comunicativos. Lastimosamente, del hombre no se puede decir lo
mismo, ni en su comunicación con Dios ni en su comunicación con sus semejantes.
Con
esta breve visión de los cambios lingüísticos a través del tiempo y del espacio
tal vez podamos ver ya la necesidad de las varias traducciones de la Biblia.
Por ejemplo, cuando el lector del siglo 16 leía: ‘‘¿Son estos todos los
mozos?’’ (1 Samuel 16.11), seguramente entendía que la pregunta de Samuel a
Isaí tenía que ver con los hijos de este último; hoy día, sin embargo, no pocos
lectores se preguntarían por qué Samuel le preguntaba a Isaí acerca de sus
‘‘criados’’ o ‘‘meseros’’. Malos entendidos como éste hacen necesario contar
con nuevas versiones de la Biblia, como la versión Dios habla hoy, que en este
caso traduce: ‘‘¿No tienes más hijos?’’.
Hay
casos, como el de Génesis 1.14, en que los términos no son tanto equívocos, cuanto
arcaicos: “Haya lumbreras en la expansión de los
cielos (RVR 1960)”. Que haya luces en la bóveda celeste” (DHH). Que haya luces
en el firmamento (NVI).
En
algunos otros, los términos en el texto original son ricos en sentido, y
difícilmente una sola palabra bastaría para reflejar toda su riqueza de
significado. Sin embargo, y a pesar de las limitaciones lingüísticas que alguna
lengua particular pudiera tener, siempre podrán hallarse términos más aptos que
otros para que la nueva traducción exprese con mayor fuerza el sentido del
original. Veamos, por ejemplo, el Salmo 136: “Alabad a Jehová, porque él es bueno,/ porque para siempre es su
misericordia” (RVR 1960). “Den gracias al Señor, porque él es bueno,/ porque su
amor es eterno (DHH). “Den gracias al Señor, porque él es bueno;/ su gran amor
perdura para siempre” (NVI).
Hay
otros casos en que la fuerza del original demanda un cambio en la retórica de
la palabra, frase o discurso que se traduce. Ejemplo de ello es el capítulo 1
de Isaías, de donde tomamos sólo el versículo 12: “¿Quién os demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros
delante de mí para hollar mis atrios?” (RVR 1960). “Ustedes vienen a presentar-se ante mí, pero ¿quién les pidió que
pisotearan mis atrios?” (DHH). ¿Por qué vienen a presentarse ante mí? ¿Quién
les mandó traer animales para que pisotearan mis atrios?” (NVI).
Este
ejemplo de Isaías nos muestra una más de las razones para contar con nuevas
versiones de la Biblia: en algunos casos se hace necesario explicitar
información latente o implícita en el texto original. Quien lea RVR 1960 o DHH
entenderá que el reproche del Señor en cuanto a ‘‘hollar’’ o ‘‘pisotear’’ sus
atrios va dirigido a personas, pero NVI deja en claro que, aunque el reproche
va dirigido a personas, quienes huellan o pisotean los atrios del Señor son los
animales que esas personas llevan allí.
La
Biblia es también poesía. Aproximadamente una tercera parte del Antiguo Testamento
ha sido escrita en forma poética. Si deseamos acercarnos más al sentido poético
del texto bíblico, resulta indispensable contar con una o varias versiones que
intenten reflejar tal carácter.
He
aquí una pequeña muestra del Cantar de los Cantares (6.10), donde dos versiones
han trascendido a la letra para intentar penetrar en el espíritu poético de esa
letra: “¿Quién es esta que se muestra como el alba,/ hermosa como la luna,/ esclarecida
como el sol,/ imponente como ejércitos en orden? (RVR 1960). “¿Quién es ésta
que se asoma/ como el sol en la mañana?/ Es hermosa como la luna,/ radiante
como el sol,/ ¡irresistible como un ejército en marcha!” (DHH). “¿Quién es
ésta, admirable como la aurora?/ ¡Es bella como la luna,/ radiante como el sol,/
majestuosa como las estrellas del cielo!” (NVI).
Podríamos
abundar en ejemplos como estos, pero ojalá el lector haya notado ya, en las
aparentes diferencias entre las tres versiones citadas, el sentido profundo del
texto bíblico.
Todas
ellas, en su conjunto, nos dan una percepción más amplia del sentido del texto,
pero ninguna de ellas, en particular, lo agota. Hoy día, cuando contamos con
tantas versiones nuevas del Mensaje eterno, ¿por qué no profundizar nuestra
lectura de éste, comparando nuestra versión favorita con esas nuevas versiones?
Si lo hacemos así, estaremos poniendo fin a la lectura literal, que tanto daño
nos ha hecho, y estaremos penetrando en los tesoros de la sabiduría inefable de
Dios.
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EXPOSICIÓN DE LUCAS
CRANACH, ‘EL VIEJO’, EN MÉXICO
Protestante Digital, 13 de enero de 2017
Inaugurada
a fines de octubre pasado, la exposición de obras de Lucas Cranach, el Viejo
(1472-1553), que lleva por título “Sagrada emoción”, permanecerá hasta fines de
febrero de este 2017, año en que se conmemora el medio milenio de la Reforma
Protestante, en el Museo Nacional de San Carlos del centro de la capital
mexicana.
Se
trata de la primera vez que se presentan trabajos de este gran exponente del
Renacimiento europeo, mediante una muestra de 25 piezas, entre óleos en tabla y
grabados, procedentes de museos de Arte de Filadelfia, Nacional de Bellas Artes
de Cuba, Franz Mayer, Soumaya, y de las colecciones Pérez Simón e Hilario
Galguera. La nota explicativa oficial agrega: “Llamado frecuentemente ‘el
pintor de la reforma’, debido a la constancia con que sirvió a príncipes
protestantes y a la profunda amistada que tuvo con Lutero, con quien coincidía
en que las imágenes artísticas servían para fortalecer la piedad, educar al
pueblo y aproximarlo a las Sagradas Escrituras”.
La
prensa dio puntual seguimiento al suceso mediante algunas notas que destacaron
su importancia. En El Universal, la curadora Ana Carpizo señaló:
“Cranach, además de ser artista, fue un intelectual del momento, polifacético y
súper importante dentro de las reformas luteranas. Hay que englobarlo como un
ser político, social y artístico. Por eso es tan importante su cisma; por eso
tiene tantos seguidores. Él y Durero crearon una escuela, la escuela del
Renacimiento del norte de Europa”.
Allí
mismo, la directora del museo, Carmen Gaitán, comentó que la exposición tardó
dos años en concretarse. La curadora agregó algunos aspectos técnicos
relevantes en la obra del artista alemán: “Lucas Cranach rescata la
perspectiva. Tiene elementos artísticos cercanos al alto medioevo pero con
perspectiva. Es muy importante la fisonomía de cada personaje, no son iguales
como pasó en anteriores periodos, sino que cada uno es reconocible. También
Cranach retoma el paisaje de la densidad boscosa de Giorgione, otro
renacentista italiano”.
Por
su parte, en Milenio, Gaitán subrayó: “Muchos museos de Alemania,
Inglaterra y Estados Unidos nos celebraban esta ambiciosa idea de montar una
exposición de Cranach, pero se dolían de no poder prestar sus piezas porque son
tablas muy delicadas que definitivamente no pueden viajar; sin embargo,
logramos reunir 25 obras para esta muestra”,[3] la cual también incluye obras
de contemporáneos de Cranach, como Alberto Durero, Mathias Grünewald y su
propio hijo. Gaitán planteó, asimismo, “que con la mirada de Cranach se
inauguró una manera de ver al mundo, ya que fue un pintor que rompió con la
Iglesia católica y empezó a crear arquetipos sobre todo el fenotipo de la
mujer, con el que creó una escuela y un gran estilo”. El tríptico de la
Crucifixión fue prestado por el Museo de Arte de La Habana, así como el retrato
de Joaquín II, el gobernador de Brandenburgo, de 1529, procedente del Museo de
Arte de Filadelfia.
Tres
son los temas que aparecen en la exposición: el retrato, la alegoría y los
temas religiosos. Asimismo, se observa la firma del artista, el anagrama de la
serpiente alada otorgada por Federico III de Sajonia. Dicho sello ostenta una
serpiente alada con un anillo en la boca, por lo general inserto y camuflado en
la composición, según explicó la curadora, quien indicó que a partir de 1531
las cambió por unas alas a pájaro. Amigo de Lutero, Cranach fue reconocido por
su labor creativa. “Su obra destacó por ejercer la crítica hacia la Iglesia
católica, tras estallar la Reforma encabezada por Martín Lutero, tras la venta
de indulgencias en Roma para la construcción de la Basílica de San Pedro,
cuando el credo se dividió: por un lado, estaban quienes seguían al Papa y por
el otro la disidencia que pugnaba por la restauración del cristianismo
primitivo”, afirmó Carpizo.
La
especialista dijo que Cranach, por su proximidad con el protestantismo y por su
amistad con Lutero, fue elegido el pintor de cámara de Juan Federico I de
Sajonia, El Magnánimo, uno de cuyos retratos aparece en esta muestra. Con
anterioridad, La Jornada dio cuenta de la exposición de Cranach, el Joven, en
Wittenberg, en 2015.[4] En el catálogo digital, primero en su tipo divulgado
por este museo, escribió el ahora extinto Rafael Tovar y de Teresa, primer
secretario de Cultura:
Presentamos por primera vez en México a uno de
los artistas más importantes de la historia del arte y del renacimiento del
norte de Europa. Lucas Sünder, mejor conocido como Lucas Cranach, nace en el
contexto del movimiento artístico del renacimiento germánico, que rescató las
características plásticas del alto medievo. Cranach fue testigo y pieza clave
de la intelectualidad del cisma reformista a manos de Martín Lutero, cuya
franca polarización política y religiosa, advirtió la lógica que confrontaba el
osado trazo italianista enarbolado por Miguel Ángel y las cumbres manieristas.[5]
El
catálogo se divide en tres partes (Religión, Retratos, Alegoría y mitos) y
comenta puntualmente algunas obras de la exposición, destacando sus
características principales. Así, sobresalen Adán y Eva, óleo sobre
tabla de 1530, inspirado en el célebre grabado de Durero de 1504: “Eva es
portadora del canon estético instaurado por Cranach: figura esbelta de tez
rosada, piernas alargadas, cabello rojizo ensortijado, ojos ligeramente
rasgados y senos menudos”. El cuadro muestra “la lucha de Dios, representado
por el ciervo —que de acuerdo con el bestiario medieval come serpientes y
rejuvenece en este acto—, contra la víbora con oídos, que encarna al mal” (p.
16). San Jerónimo escribiendo en un paisaje rocoso, de 1515 aprox., aparece
“como un barbado ermitaño semidesnudo. Sus atributos iconográficos son un león
a los pies, el capelo cardenalicio, y el libro que hace referencia a su trabajo
como traductor de la biblia” (p. 18). El niño Dios con San Juan
Bautista (1538-1540) “perteneció al Museo Wallraf-Richartz de Colonia,
Alemania, pero a causa de la Segunda Guerra Mundial, el ejército nazi lo
trasladó a la Embajada de Alemania en Londres. En 1996 fue adquirido por el
Museo Soumaya en la ciudad de México”. De esta manera se explica la composición
de la obra: “A su izquierda se encuentra san Juan Bautista hincado y cubierto
con una piel de camello, quien señala a Jesús como el cordero de Dios, que
carga sobre sí los pecados del mundo y es símbolo de pureza e inocencia. La
imagen que apreciamos es el divino pastor que conduce los rebaños de su pueblo
y al mismo tiempo el siervo de Dios que contrasta con el maligno en el lado inferior
del cuadro” (p. 20).
El
retrato de Federico III de Sajonia, el Sabio (1463-1525), mecenas de Durero y
de Cranach mismo, tiene una inscripción en latín en la parte superior que dice:
“La palabra del Señor permanece eternamente. Esa palabra de Dios quiere que la
piedad permanezca perpetuamente y para la posteridad”. En el catálogo se
afirma: “Federico III de Sajonia y Jorge Meissen, Duque de Sajonia, prohibieron
la venta de indulgencias enemistándose con la curia romana, dando lugar a todo
un movimiento político-religioso que desembocó en el protestantismo” (p. 37).
Entre
los préstamos internacionales destaca el tríptico de la Crucifixión, propiedad
del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. Fue la última que completó el
montaje. Muestra a Jesús en el huerto, la crucifixión misma, además de la
Resurrección. “Los fenotipos con rostros alterados, entre mongólicos y
malvados, fueron resaltados por Gaitán. Son los representantes de la Iglesia,
una especie de mofa al poner estas caras que recordamos en El Bosco y en
Brueghel”. La curadora llamó la atención “a los detalles del martirio de Jesús,
por ejemplo, aparecen la esponja, los clavos y la donante, contrario a la
costumbre, con una emoción abrazando la cruz”. Otras obras incluidas son: de
Cranach, el Joven, Jesús y la mujer adúltera, de Durero, El monstruo
del mar, La adoración de la virgen, La flagelación de Cristo y Jesús
despidiéndose de su madre, de Bärtholomäus Bruin, el viejo, La adoración
del Niño, y de un autor desconocido del Norte de Europa, Cristo muerto.
Quizá
el grabado más llamativo de Durero sea La Virgen sobre el creciente, donde
aparece María “con el niño en brazos sentada en una luna creciente, a sus
espaldas los rayos del sol y coronada por doce estrellas. La iconografía
obedece a la virgen apocalíptica descrita por Juan, que en el ambiente flamenco
en el que se desempeñó Durero, se le denominó mulier amicta sole (la
mujer rodeada de sol)” (p. 23). Las tres series de grabados a las que pertenece
se publicaron en 1511 con comentarios en verso del fraile Benedikt Chelidonius.
Bien
pueden resumir estas palabras de Tovar y de Teresa la importancia de la
exposición en este año tan significativo para la tradición protestante:
Admirar la obra de Cranach en nuestro país
permite conocer lo mejor de la cultura universal y acercarse a un artista
considerado como uno de los máximos autores representantes del movimiento
luterano, postulador del particular fenotipo femenino que marca una pauta importante
a fines del siglo XV y el resto del siglo XVI. Esta revisión es también un
nuevo punto de partida para la reflexión y la interpretación crítica, que
arroje nuevas luces sobre los grandes maestros del arte europeo.
[1] “Lucas
Cranach. Sagrada emoción”, en el sitio oficial de la Secretaría de Cultura del
gobierno mexicano, 11 de noviembre de 2016, www.gob.mx/mexicoescultura/articulos/lucas-cranach-sagrada-emocion.
[2] Sonia
Sierra, “Lucas Cranach, ‘el Viejo’, llega al Museo de San Carlos”, en El
Universal, 27 de octubre de 2016,
www.eluniversal.com.mx/articulo/cultura/artes-visuales/2016/10/27/lucas-cranach-el-viejo-llega-al-museo-san-carlos.
[3] Leticia
Sánchez Medel, “La ‘Sagrada emoción’ de Cranach, en San Carlos”, en Milenio,
27 de octubre de 2016,
[4] “Lejos
de la sombra de su padre, exhiben el legado de Lucas Cranach el Joven”, en La
Jornada, 3 de octubre de 2015, www.jornada.unam.mx/2015/10/03/cultura/a03n1cul.
[5] R.
Tovar y de Teresa, en Carmen Gaitán Rojo, coord. gral., Lucas Cranach.
Sagrada emoción. México, Museo Nacional de San Carlos, 2016, p. 5.
LC-O
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