domingo, 1 de octubre de 2017

Letra 538, 1 de octubre de 2017

BERNARDINO OCHINO (1487-1564)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Predicador nacido en Siena y muerto en Slavkov (actual República Checa). Fue miembro de la orden franciscana observante (1503-1504). En 1523 fue elegido ministro de la provincia sienense, en 1533 vicario general de la provincia cismontana; en 1534 pasó a la orden de los capuchinos en busca de una más estrecha observancia, y cuatro años después fue vicario general, reelecto en 1541.
Predicó en todas las grandes ciudades italianas con gran afluencia de público. En 1542 fue citado a Roma por sospecha de herejía, acudió a un encuentro con Pedro Mártir Vermigli en Florencia y huyó hacia Ginebra (con la ayuda de Renata de Ferrara) donde predicó con el permiso de Calvino. Continuó a Basilea y Estrasburgo, y en 1545 llegó a Augsburgo.
En 1547 partió a Inglaterra, donde estuvo hasta la ascensión de María I. Nuevamente en Suiza, en 1553, fue párroco en Zúrich desde 1555, hasta su expulsión (1563), por causa de su anti-trinitarianismo. Allí escribió un catecismo y dos obras: Laberintos y Treinta diálogos. Sus últimos años los pasó en Polonia y Moravia. Publicó siete volúmenes de sermones y ensayos teológicos. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Yo no he querido ser seguidor de Bullinger, ni calvinista, ni papista, sólo ser cristiano”.

Bibliografía
Giuseppe Alberigo, “Bernardino Ochino”, en Walter Kasper et al., eds., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, p. 411; Emidio Campi, Michelangelo e Vittoria Colonna. Un dialogo artistico-teologico ispirato da Bernardino Ochino. Turín, Claudiana, 1994; M. Firpo, Inquisizione romana e controriforma. Turín, 1994.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (V)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017

31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.

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Fijar las atribuciones papales en la intercesión, significa situarlo en el mismo nivel que a cualquier creyente, sobre todo si se tienen presentes las siguientes palabras de Santiago: “Por tanto, confesaos mutuamente los pecados y orad unos por otros para que os curéis: mucho puede la oración insistente del justo” (Sant 5.16). No puede negarse que todo esto conlleva sacudir la autoridad papal, sintetizada en el denominado poder de las llaves, negado por Lutero también en la T26. En La cautividad babilónica de la Iglesia el reformador vincula ese poder con la válvula que abre paso a toda suerte de desafueros por parte de la Iglesia:

“No se han preocupado en todos sus libros, en todos sus estudios y sermones, de enseñar la promesa que a los cristianos se hace en estas palabras, lo que deben creer, el consuelo grandioso que entrañan”. Al contrario, lo que han hecho es “intentar dar órdenes a los ángeles” y vanagloriarse “con inaudita y furiosísima impiedad de haber recibido poder sobre el imperio celeste y terrestre, de que su potestad de atar se alarga hasta el cielo”.

Pero la crítica al poder de las llaves no es consecuencia sólo del abuso que se haga de él. Lutero ataca el propio concepto tan firmemente defendido por los teólogos escolásticos. Lo hace e.gr. en los Artículos de Esmalkalda afirmando que tampoco se sustenta sobre las escrituras, sino que fue una suerte de acuerdo para centralizar el poder y evitar herejías y divisiones. A su juicio “las llaves son un oficio y un poder otorgados a la iglesia por Cristo para atar y desatar los pecados” y, por consiguiente, no es un privilegio del papa, sino de la Iglesia. Esta afirmación es totalmente coherente con el poder de intercesión atribuido al papa —y a todos los cristianos— en las T25-26.
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LA MENTALIDAD TEOLÓGICA DEL PROTESTANTE  (I)
Reinerio Arce, revista.ecaminos.org

El día en que clavó las 95 tesis a la entrada del templo de Wittenberg, Martín Lutero llevaba a cabo un acto que estremecería, que revolucionaría a la iglesia y a la sociedad de su tiempo toda, al mundo. Acaso sin imaginar la repercusión que tendría el hecho, aquel joven fraile agustino daba inicio a lo que se conocería como la Reforma protestante, hoy con tantos herederos, con tantos seguidores a escala global. Se trata de un movimiento que debe contemplarse de un modo sereno, profundo, para poder aquilatar su impacto, su significado, sobre todo a partir de las nuevas ópticas que se plantean desde la contemporaneidad.
Hablar del protestantismo es hablar de una manera de pensar y de ser; al abordarlo, más que referirse a principios, hay que referirse a la mentalidad y las acciones derivadas del ser protestante. Existe otro aspecto que debe resaltarse de inmediato: como movimiento, el protestantismo reconoce —de una manera u otra, e inspirado en el espíritu de sus fundadores— la contextualidad histórico-cultural de la verdad del evangelio que, por supuesto, incluye la reflexión, a la luz de la Palabra, sobre las formas de vida del ser humano bajo las demandas de la fe cristiana en un momento y en un contexto determinados.
Quizás motivado por eso fue que el teólogo alemán-estadunidense Paul Tillich definió con claridad qué era, desde su punto de vista, lo distinto o particular del protestantismo. En su libro La era protestante, dado a conocer en la segunda mitad del siglo pasado, Tillich prefería hablar de protestantismo (y no de iglesia protestante) el cual entendía como “una encarnación histórica especial de un principio de importancia universal”. A este principio, el teólogo lo llama “el principio protestante”, y lo define como aquel:

… donde se expresa un lado de la relación divina-humana, que es efectivo en todos los periodos de la historia, que fue pronunciado enérgicamente por los profetas judíos, que se manifiesta en la imagen de Jesús como el Cristo y que ha sido redescubierto en cada momento de la vida de la Iglesia y establecido como fundamento de la Iglesia de la reforma, y que servirá como reto a esta misma Iglesia cada vez que se aleje de su fundamento…
El principio protestante que proviene de la protesta de los protestantes contra las decisiones de la mayoría católica contiene la protesta divina y humana contra toda pretensión absoluta hecha a favor de una realidad relativa, aunque sea una iglesia protestante la que tiene esa pretensión.

     En muchas ocasiones, los protestantes terminamos nuestros discursos o sermones con esta afirmación: “Sólo a Dios la gloria”. Se trata de una afirmación sumamente relevante. Todos los reformadores, de una u otra manera, han acudido a la misma, a la verdad que sin dudas contiene, y la han validado como fundamento de la manera de pensar y de actuar como protestantes.
  Para nosotros, Dios es el absoluto dueño de la historia. No sólo de la historia humana, sino de la historia de toda la creación. Por tanto, la historia tiene un significado muy particular, puesto que Dios se revela en ella. De ahí se desprende la especial actitud del protestante hacia la historia, que es ante todo la historia de Dios mismo.
  Lo que el protestante hace, lo que piensa, lo hace y lo piensa por y para Dios. Si esto es así, su gran pregunta sería: ¿qué quiere Dios que hagamos ahora? No cesa de formulársela una y otra vez. Lo inquieta, de modo esencial, el entender y conocer cuál es la voluntad de Dios. Esta búsqueda, desesperada y agónica en ocasiones, es el modo de encontrar el rumbo que Dios quiere que se tome. Se está aquí porque Él nos puso aquí para algo, y eso es, precisamente, lo que se debe descifrar. Sólo tratando de saber lo que Dios hace en la historia, y el papel que destina a cada cual, se puede tomar su rumbo, caminar junto a él, ser su colaborador.
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EL SISMO DE 2017 Y EL FIN DE LOS TIEMPOS (II)
Bernardo Barranco
La Jornada, 20 de septiembre de 2017

Los sentimientos milenaristas del fin del mundo en Occidente siguen intactos. Se han convertido en una obcecación masoquista, casi patológica. Los comportamientos sociales pueden ser peligrosamente alterados, por ejemplo, la madre de Adam Laza, perpetrador la masacre de Connecticut, era prepper o preparacionista, es decir, se alistaba para sobrevivir el fin del mundo en 2012. En el milenarismo la idea del fin del mundo es un estado de ánimo. Por un deseo profundo por el cambio como signo de insatisfacción y desencanto. Por ello, el neo-apocalipticismo es también concebido como el deseo del cambio profundo y radical de lo real. Del aquí y el ahora. La muerte de todo para que resurja la vida plena.
Recupero una idea del finado Ignacio Padilla, quien en su libro de 2009, titulado La industria del fin del mundo, dice lo siguiente: “La idea misma de catástrofe sugiere siempre un cambio por mutación. El dolor y el horror que conduzca a dicho cambio resultarán siempre atrayentes y generarán sacudidas y movimientos… en nuestras desencantadas colectividades, nos deleitamos en el vértigo milenarista y lo procuramos porque la voluntad de muerte produce una fuerza activante que nos hace sentir vivos”. La ira de Dios se mueve entre la comercialización del milenarismo, la insatisfacción de lo real y el deseo de cambios profundos. Yo me quedo con la solidaridad de los mexicanos patente en este nuevo siniestro. Espero, como en 1985, que toda esta energía ciudadana contagie las espesuras casi inamovibles de lo político y lo social.

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