BERNARDINO OCHINO (1487-1564)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Predicador
nacido en Siena y muerto en Slavkov (actual República Checa). Fue miembro de la orden franciscana
observante (1503-1504). En 1523 fue elegido ministro de la provincia sienense,
en 1533 vicario general de la provincia cismontana; en 1534 pasó a la orden de
los capuchinos en busca de una más estrecha observancia, y cuatro años después
fue vicario general, reelecto en 1541.
Predicó en todas
las grandes ciudades italianas con gran afluencia de público. En 1542 fue
citado a Roma por sospecha de herejía, acudió a un encuentro con Pedro Mártir
Vermigli en Florencia y huyó hacia Ginebra (con la ayuda de Renata de Ferrara)
donde predicó con el permiso de Calvino. Continuó a Basilea y Estrasburgo, y en
1545 llegó a Augsburgo.
En 1547 partió a
Inglaterra, donde estuvo hasta la ascensión de María I. Nuevamente en Suiza, en
1553, fue párroco en Zúrich desde 1555, hasta su expulsión (1563), por causa de
su anti-trinitarianismo. Allí escribió un catecismo y dos obras: Laberintos y Treinta diálogos. Sus últimos años los pasó en Polonia y Moravia.
Publicó siete volúmenes de sermones y ensayos teológicos. Se dice que sus
últimas palabras fueron: “Yo no he querido ser seguidor de Bullinger, ni
calvinista, ni papista, sólo ser cristiano”.
Bibliografía
Giuseppe Alberigo, “Bernardino
Ochino”, en Walter Kasper et al.,
eds., Diccionario enciclopédico de la
época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, p. 411; Emidio Campi, Michelangelo e Vittoria Colonna. Un dialogo
artistico-teologico ispirato da Bernardino Ochino. Turín, Claudiana, 1994;
M. Firpo, Inquisizione romana e
controriforma. Turín, 1994.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS
(V)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
31. Cuán raro es el hombre
verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias;
es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados
junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación
mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de
aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino
por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón
sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han
sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina
anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los
que rescatan almas o confessionalia.
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Fijar las atribuciones papales en la
intercesión, significa situarlo en el mismo nivel que a cualquier creyente,
sobre todo si se tienen presentes las siguientes palabras de Santiago: “Por
tanto, confesaos mutuamente los pecados y orad unos por otros para que os
curéis: mucho puede la oración insistente del justo” (Sant 5.16). No puede
negarse que todo esto conlleva sacudir la autoridad papal, sintetizada en el
denominado poder de las llaves, negado por Lutero también en la T26. En La cautividad babilónica de la Iglesia
el reformador vincula ese poder con la válvula que abre paso a toda suerte de
desafueros por parte de la Iglesia:
“No se han preocupado en todos sus
libros, en todos sus estudios y sermones, de enseñar la promesa que a los
cristianos se hace en estas palabras, lo que deben creer, el consuelo grandioso
que entrañan”. Al contrario, lo que han hecho es “intentar dar órdenes a los
ángeles” y vanagloriarse “con inaudita y furiosísima impiedad de haber recibido
poder sobre el imperio celeste y terrestre, de que su potestad de atar se alarga
hasta el cielo”.
Pero la crítica
al poder de las llaves no es consecuencia sólo del abuso que se haga de él.
Lutero ataca el propio concepto tan firmemente defendido por los teólogos
escolásticos. Lo hace e.gr. en los Artículos de Esmalkalda afirmando que
tampoco se sustenta sobre las escrituras, sino que fue una suerte de acuerdo
para centralizar el poder y evitar herejías y divisiones. A su juicio “las
llaves son un oficio y un poder otorgados a la iglesia por Cristo para atar y
desatar los pecados” y, por consiguiente, no es un privilegio del papa, sino de
la Iglesia. Esta afirmación es totalmente coherente con el poder de intercesión
atribuido al papa —y a todos los cristianos— en las T25-26.
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LA MENTALIDAD TEOLÓGICA DEL PROTESTANTE (I)
Reinerio Arce, revista.ecaminos.org
El día en
que clavó las 95 tesis a la entrada del templo de Wittenberg, Martín Lutero llevaba a cabo un acto que estremecería, que
revolucionaría a la iglesia y a la sociedad de su tiempo toda, al mundo. Acaso
sin imaginar la repercusión que tendría el hecho, aquel joven fraile agustino
daba inicio a lo que se conocería como la Reforma protestante, hoy con tantos
herederos, con tantos seguidores a escala global. Se trata de un movimiento que
debe contemplarse de un modo sereno, profundo, para poder aquilatar su impacto,
su significado, sobre todo a partir de las nuevas ópticas que se plantean desde
la contemporaneidad.
Hablar del
protestantismo es hablar de una manera de pensar y de ser; al abordarlo, más
que referirse a principios, hay que referirse a la mentalidad y las acciones
derivadas del ser protestante. Existe otro aspecto que debe resaltarse de
inmediato: como movimiento, el protestantismo reconoce —de una manera u otra, e
inspirado en el espíritu de sus fundadores— la contextualidad
histórico-cultural de la verdad del evangelio que, por supuesto, incluye la reflexión,
a la luz de la Palabra, sobre las formas de vida del ser humano bajo las
demandas de la fe cristiana en un momento y en un contexto determinados.
Quizás motivado
por eso fue que el teólogo alemán-estadunidense Paul Tillich definió con
claridad qué era, desde su punto de vista, lo distinto o particular del
protestantismo. En su libro La era protestante, dado a conocer en la segunda
mitad del siglo pasado, Tillich prefería hablar de protestantismo (y no de
iglesia protestante) el cual entendía como “una encarnación histórica especial
de un principio de importancia universal”. A este principio, el teólogo lo
llama “el principio protestante”, y lo define como aquel:
… donde se expresa un lado de la relación divina-humana,
que es efectivo en todos los periodos de la historia, que fue pronunciado
enérgicamente por los profetas judíos, que se manifiesta en la imagen de Jesús
como el Cristo y que ha sido redescubierto en cada momento de la vida de la
Iglesia y establecido como fundamento de la Iglesia de la reforma, y que
servirá como reto a esta misma Iglesia cada vez que se aleje de su fundamento…
El principio protestante que
proviene de la protesta de los protestantes contra las decisiones de la mayoría
católica contiene la protesta divina y humana contra toda pretensión absoluta
hecha a favor de una realidad relativa, aunque sea una iglesia protestante la
que tiene esa pretensión.
En muchas ocasiones, los
protestantes terminamos nuestros discursos o sermones con esta afirmación: “Sólo
a Dios la gloria”. Se trata de una afirmación sumamente relevante. Todos los
reformadores, de una u otra manera, han acudido a la misma, a la verdad que sin
dudas contiene, y la han validado como fundamento de la manera de pensar y de
actuar como protestantes.
Para nosotros,
Dios es el absoluto dueño de la historia. No sólo de la historia humana, sino
de la historia de toda la creación. Por tanto, la historia tiene un significado
muy particular, puesto que Dios se revela en ella. De ahí se desprende la
especial actitud del protestante hacia la historia, que es ante todo la
historia de Dios mismo.
Lo que el
protestante hace, lo que piensa, lo hace y lo piensa por y para Dios. Si esto
es así, su gran pregunta sería: ¿qué quiere Dios que hagamos ahora? No cesa de
formulársela una y otra vez. Lo inquieta, de modo esencial, el entender y
conocer cuál es la voluntad de Dios. Esta búsqueda, desesperada y agónica en
ocasiones, es el modo de encontrar el rumbo que Dios quiere que se tome. Se
está aquí porque Él nos puso aquí para algo, y eso es, precisamente, lo que se
debe descifrar. Sólo tratando de saber lo que Dios hace en la historia, y el
papel que destina a cada cual, se puede tomar su rumbo, caminar junto a él, ser
su colaborador.
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EL SISMO DE 2017 Y EL FIN DE LOS TIEMPOS (II)
Bernardo Barranco
La Jornada, 20 de
septiembre de 2017
Los
sentimientos milenaristas del fin del mundo
en Occidente siguen intactos. Se han convertido en una obcecación masoquista,
casi patológica. Los comportamientos sociales pueden ser peligrosamente
alterados, por ejemplo, la madre de Adam Laza, perpetrador la masacre de
Connecticut, era prepper o preparacionista, es decir, se alistaba para
sobrevivir el fin del mundo en 2012. En el milenarismo la idea del fin del
mundo es un estado de ánimo. Por un deseo profundo por el cambio como signo de
insatisfacción y desencanto. Por ello, el neo-apocalipticismo es también
concebido como el deseo del cambio profundo y radical de lo real. Del aquí y el
ahora. La muerte de todo para que resurja la vida plena.
Recupero una
idea del finado Ignacio Padilla, quien en su libro de 2009, titulado La
industria del fin del mundo, dice lo siguiente: “La idea misma de
catástrofe sugiere siempre un cambio por mutación. El dolor y el horror que
conduzca a dicho cambio resultarán siempre atrayentes y generarán sacudidas y
movimientos… en nuestras desencantadas colectividades, nos deleitamos en el
vértigo milenarista y lo procuramos porque la voluntad de muerte produce una
fuerza activante que nos hace sentir vivos”. La ira de Dios se mueve entre la
comercialización del milenarismo, la insatisfacción de lo real y el deseo de
cambios profundos. Yo me quedo con la solidaridad de los mexicanos patente en
este nuevo siniestro. Espero, como en 1985, que toda esta energía ciudadana
contagie las espesuras casi inamovibles de lo político y lo social.
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