JULIÁN HERNÁNDEZ (¿?-1560)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
“Diseminador
de literatura protestante, […] también llamado Julianillo, por su débil aspecto físico, muy delgado y de baja
estatura. Originario de Tierra de Campos, en Castilla, emigró a los Países
Bajos y más tarde a Alemania. Llegó a ser diácono de una congregación luterana
en Frankfurt. Aprendiz de impresor, [ese] oficio le permitió leer lo que se
preparaba en las imprentas. Posiblemente hayan pasado por sus manos […]
escritos de algunos reformadores españoles […]. Lo cierto es que ya converso
[…] retornó a España y se asentó en Sevilla, donde fue uno de los integrantes
del círculo protestante en esa ciudad. […] decidió ir en búsqueda de literatura
que ayudara a educar a sus correligionarios en la fe evangélica. Se dirigió a
Alemania [y a] Ginebra, Suiza, donde [pudo] obtener los volúmenes anhelados.
Allí conoció a Juan Pérez de Pineda, quien contrató sus servicios. […] Pérez de
Pineda trabajaba en su traducción del Nuevo Testamento (1556), la cual se
propuso introducir a España de contrabando y con grandes riesgos. […] Entregó
su valiosa carga en Sevilla, a los monjes de San Isidro del Campo y en casa de
Juan Ponce de León. […] En octubre de 1557 cayó en las garras de la
Inquisición; fue torturado bárbaramente, pero guardó silencio y no delató a sus
hermanos. […] En el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560 fue quemado. En un
mismo día, el autor de la traducción del Nuevo Testamento (Pérez de Pineda, en
efigie) y su distribuidor fueron llevados a la hoguera” (C. Martínez G.).
Escribe Monjo
Bellido, quien advierte sobre la mitificación del personaje: “El anónimo autor
de Artes de la Santa Inquisición Española
(Sevilla, Mad, 2008) lo presenta como uno de los ejemplos de trabajo y
motivación en la difusión del Evangelio en España. ‘Con razón nos admiraríamos
de que en un cuerpo tan pequeñito y además tan flaco, que parecía estar
compuesto sólo de piel y huesos, se encerrase un espíritu tan grande … Ardiendo
en deseos de propagar en su patria la luz evangélica, transportó a España dos
toneles enormes de Biblias en español … A pesar de que los ministros
inquisitoriales estaban vigilando por todas partes, se introdujo dentro de los
muros de la ciudad hispalense. El Paraíso del Señor recibió con suma alegría
aquella lluvia oportuna e irrigación saludable”.
Bibliografía
John E. Longhurst, “Julián
Hernández, protestant martyr”, en Bibliothèque
d’Humanisme et Renaissance, núm. XXII, 1960, pp. 90-118; Carlos Martínez
García, “450 años del martirio de Julián Hernández”, en La Jornada, 29 de diciembre de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/12/29/opinion/015a1pol. Emilio Monjo
Bellido, “Julián Hernández, Julianillo: realidad y mito”, en Magacín, de Protestante Digital, 26
de diciembre de 2010, http://protestantedigital.com/magacin/10159/
Julian_Hernandez_Julianillo_realidad_y_mito.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (VII)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
Luego, siguiendo el hilo de la T29,
realiza una serie de advertencias para poner de manifiesto el riesgo y amenaza
que suponen las indulgencias. Así, en primer lugar, retoma el tema de la
contrición y el de la perfección. Defenderá que sólo Dios conoce el destino de
cada cristiano, y de ahí que ni las indulgencias ni la misma contrición
garanticen la salvación (T30). Además, habiendo dicho que los perfectos son muy
escasos (T23), ahora insiste en la idea de la escasez de los que llevan una
vida de conversión, comparándolos con la igualmente escasa influencia -o nula-
de las indulgencias (T31). Consecuencia lógica de todo ello es la condenación
de los que venden y compran indulgencias (T32) porque las consideran el mejor
vehículo para la reconciliación con Dios (T33). Reiterará, finalmente, el mismo
argumento de las T5/T20: las indulgencias sólo pueden afectar a las penas establecidas
por los hombres (T34).
Junto con estas
advertencias, profiere los que tal vez sean los argumentos que más encono
despertaron. Empieza, en concreto, por atacar a los que afirmaban que bastaban
las cédulas de confesión para alcanzar el perdón -incluso sin contrición-
(T35). El peso que tiene en las 95T la contrición se justifica, como antes se
indicó, en que constituía el elemento de la teoría medieval de la penitencia
que más se acercaba a ese arrepentimiento con humillación distintivo de la
conversión luterana. Así lo decía en La
cautividad babilónica de la Iglesia: “…han desfigurado y destruido la
promesa y la fe; veamos los sucedáneos con que las han sustituido. Tres partes
han atribuido a la penitencia: contrición, confesión y satisfacción. Pero lo
han hecho de tal forma, que se las han arreglado para extirpar lo bueno que
puedan tener y apoyar en ellas el reinado de sus apetitos y de su tiranía”.
En definitiva,
la contrición es, en estos momentos iniciales de la obra luterana, el elemento
que le mantiene unido a la ortodoxia católica, aunque considera que las
indulgencias la reducen a nada, causando la anulación de lo bueno que puede
tener la confesión. Piensa, además, que la contrición es lo único que puede
quedar al margen del lucro en el tema de las indulgencias. Con todo, quiere
evitar dar la impresión de que la contrición tiene el efecto mecánico de
conseguir el perdón de Dios. Ya había dicho que nadie puede estar seguro de la
franqueza de su contrición (T30), por lo que aconseja: “No caigas en la
tentación de confiar demasiado en la contrición y de atribuir a tu dolor la
remisión de los pecados. No es ella la que hace que Dios se fije en ti, sino la
fe que te ha hecho creer en sus amenazas y promesas”.
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LA MENTALIDAD TEOLÓGICA DEL PROTESTANTE (III)
Reinerio Arce, revista.ecaminos.org
Todo esto le
otorga un clima de libertad, de libertad intelectual y libertad de acción. Libertad intelectual ante las
ciencias y el desarrollo tecnológico, porque lo hace sentir seguro de que no
hay nada que temer del conocimiento humano, si se tiene plena confianza en el
poder final de la verdad. Como dice también el apóstol: “nada podemos contra la
verdad, sino por la verdad misma”.
La gracia nos convierte en seres
humanos optimistas y confiados en el poder de Dios para actuar en el mundo, y
en transmisores de la esperanza que de ella se deriva.
Sólo por la fe
Todos estos [los héroes de la fe de
Heb 11 y de la historia] murieron sin haber conseguido la realización de las
promesas, pero a la luz de la fe las vieron y las saludaron de lejos,
confesando que no eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que así
hablan ponen de manifiesto que buscan una patria, que aspiran a una patria
mejor. Por eso Dios no se avergüenza de que lo llamen su Dios, porque les
preparó una ciudad. Todos ellos, por la fe, sometieron reinos, administraron
justicia, consiguieron promesas, cerraron la boca de leones, apagaron la
violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, superaron la enfermedad,
fueron valientes en la guerra, hicieron huir a los ejércitos enemigos y
recobraron resucitados a sus difuntos. Unos perecieron bajo las torturas,
rechazando la libertad con la esperanza de una resurrección mejor; otros
soportaron burlas, azotes, cadenas y prisiones, fueron apedreados, torturados,
aserrados, pasados a cuchillo, llevaron una vida errante, desprovistos de todo,
perseguidos, maltratados. Aquellos hombres y mujeres de los que el mundo sí era
digno andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y
cavernas de la tierra. Y, sin embargo, todos ellos, tan acreditados por su fe,
no obtuvieron la promesa, porque Dios, con una providencia más misericordiosa
para con nosotros, no quiso que llegaran sin nosotros a la perfección final.
Es importante
que en las iglesias se lleven a cabo lecturas para profundizar en las
experiencias de estos y de tantos héroes de la fe. Hay que tratar de ver, sobre
todo, cómo la fe los llevó a la acción. Cómo abandonaron la barca de los que
creen que sin justicia se puede obtener la paz en el mundo, y que sin justicia
y paz se puede obtener el bienestar íntegro del ser humano y de toda la
creación. Eso es algo que de modo imperioso se necesita en estos días.
Abandonar la barca de los que se aferran al consumismo y se acongojan si no
tienen algo deslumbrante que vestir; abandonar la barca de los que necesitan
cargos para sentirse realizados a través del ejercicio del poder; abandonar la
barca de los que piensan que la lucha es contra personas y no contra sistemas
de explotación y las ideologías que los sustentan.
La fe es lo
opuesto a la superstición. La fe es sublime, la superstición es ridícula. La fe
engendra a un ser humano seguro, valeroso. No elimina los sufrimientos ni las
penurias, no elimina que se sienta inseguridad y miedo. Pero siempre, con la
ayuda del Espíritu, permite superar los momentos difíciles y a todo cuanto nos
acongoja. Jesús se enfrenta a la cruz con valentía. No la enfrenta con un
sentimiento supersticioso ante el dolor. No la acepta con beneplácito o con
paciencia estoica. Lo hace por obediencia y la sufre como algo necesario. El mismo
que dice “Hágase tu voluntad”, luego grita desesperado: “¿Por qué me has
abandonado?”. La fe engendra una humanidad confiada que solo por eso es
valerosa. Una humanidad libre. La fe no quiere ni busca el sacrificio, pero lo
acepta si es necesario. Por eso Cristo llama, desde la tempestad de la vida, a
abandonar la barca de nuestras seguridades y a seguirlo sin temor. Tendríamos
que ver cuáles son las barcas de nuestras seguridades personales en el mundo
donde Jesús nos llama constantemente a seguirlo. Dios nos dice ahora, igual que
le dijo a Josué: “Levántate y sé valiente”.
La fe conduce
inexorablemente a la práctica del amor. Adorar a Dios es amarle, y la única
manera de amar a Dios es sirviendo al prójimo. Dios llama a servir. Lo
importante es actuar según la fe y tomar las decisiones inspiradas en la fe.
“No quiero culto ni sacrificio”, dice el profeta, “quiero misericordia”. Esto
no es más que un llamado a la práctica concreta y definitiva del amor. Al sacar
el cristianismo de las paredes de los monasterios, la Reforma protestante del
siglo XVI, de la que somos herederos, no solo hizo llegar la palabra de Dios a
todo el mundo, sino que también sacó a los cristianos de fe para vivir y
trabajar en medio de la humanidad —una humanidad que solo pertenece a Dios—
para la construcción de su Reinado: un reinado de justicia y paz para todos los
seres humanos y para toda la creación.
A manera de conclusión
Un protestante, una protestante debe
ser un ser humano que tenga como principio fundamental su fe en Dios, en el
Dios que es Dios, que es soberano de la vida y de la muerte; y en la historia
como campo de acción de Dios. Pero, además, tiene que ser honesto, optimista,
luchador incansable por la justicia y la paz: confiado y seguro en Dios y
respetuoso de la verdad.
Y termino con la
idea inicial: un verdadero y convencido protestante tiene que sentir, pensar y
hacer todo, absolutamente todo, para la gloria de Dios. ¡Porque sólo de Dios es
la gloria!
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JOCABED, MADRE PRIVADA DE SU HIJO
Margot Kässmann
La madre del
pequeño Moisés vive en una
situación de extremo desamparo. El faraón había ordenado matar a todos los
hijos varones que diesen a luz las mujeres de los hebreos, que vivían como
extranjeros y esclavos en Egipto. Sí, debió de sentir angustia, auténtico
pánico, ya durante su embarazo: “¿Qué pasará si mi hijo es varón?”. Su nombre
nos lo da a conocer una breve nota que encontramos en Éxodo 6,20. Y podemos comprender
sus temores. No aceptó abortar. Y cuando nació su hijo, no obedeció la orden de
matarlo. A ello pueden aludir las palabras que también leemos en el Éxodo:
“Viendo lo hermoso que era...”. Era su hijo, aunque seguramente ella había
esperado que no fuese varón. ¿Qué hacer? Se arriesgó y lo tuvo escondido tres
meses. Tres meses durante los cuales no le quedó más remedio que disimular y
tranquilizar al bebé para que no llorase, tres meses vividos bajo el temor de
ser descubiertos. Pero también un tiempo de amor, de dedicación, de
sentimientos maternales centrados en el pequeño recién nacido. ¡Qué tres meses
de desasosegada felicidad!
La única
confidente de Jocabed es su hija Miriam, la única que comparte con ella todos
los miedos y las preocupaciones, que disfruta cuidando del bebé y que,
juntamente con la madre, trata de asegurar la supervivencia del hermano. En la
Biblia, Miriam y su madre nos ofrecen un hermoso ejemplo de relación madre-hija
sana y exitosa.
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