8 de octubre de 2017
Dios
nos ha aceptado porque confiamos en él. Esto lo hizo posible nuestro Señor
Jesucristo. Por eso ahora vivimos en paz con Dios. […] Si Dios nos declaró inocentes
por medio de la muerte de Cristo, con mayor razón, gracias a Cristo, nos
librará del castigo final.
Romanos
5.1, 9
Reformas protestantes,
reformas radicales
No cabe la menor duda de que el cap. 5 de la carta a
los Romanos es un auténtico sumario de la doctrina de la justificación por la
fe, tal como la trabajó bíblica y teológicamente su autor. Estamos ante el
monumento espiritual del Nuevo Testamento que representó, en su momento, una toma
de partido radical por la acción de Jesucristo a favor de los elegidos. Los
grandes pasos llevados a cabo por el apóstol en los cuatro capítulos anteriores
alcanzan el clímax en esta serie de afirmaciones que trasladan la percepción
del profeta Habacuc al plano de la realidad religiosa de su tiempo. Mediante
una interpretación audaz de la figura de Abraham y del motivo de la relación
ley-obras/justificación-fe, San Pablo establece las bases jurídico-espirituales
de una relación con Dios dominada por la aceptación irrestricta de la fe como
razón de ser de todo por parte de la divinidad, lo cual no es poca cosa.
La argumentación
bíblico-teológica de Pablo es abrumadora:
[Ro
3.25] reasume esta idea: «Dios nos lo ha puesto (a Cristo Jesús) delante como
lugar donde, por medio de la fe, se expían los pecados con su propia sangre.
Así demuestra Dios que no fue injusto si dejó impunes con su tolerancia los
pecados del pasado, con esa demostración de su justicia en nuestros días: resulta
así que él es justo y que justifica (NB: rehabilita) al que alega la fe en
Jesús”. […]
Por eso Dios es justo, porque no precipita al hombre
en el pecado para que éste pueda experimentar la gracia de Dios (cf. la
discusión en 3, 5 ss), sino que, no obstante la distancia existente entre Dios
y el hombre, Dios hace posible desde ahora una confianza basada en la fe y, con
ello, una nueva vida antes de la manifestación de su nueva creación (Rom 5,
17).
La justificación del individuo tiene, pues, su origen
en la de todos los hombres (Rom 5,19). Por eso no poseemos la justicia, sino
que es ella la que nos posee (6,18) y nosotros somos sus siervos (2 Cor 3,9).
Así pues, nuestra justificación procede del futuro de Dios y remite a él.[1]
El compromiso de la Reforma
con la radicalidad del mensaje evangélico
Es verdad que muchas de las grandes intuiciones acerca
de la radicalidad del mensaje cristiano provienen de la tradición conocida como
anabautista o como la reforma radical (“el ala izquierda de la Reforma”),
famosa por su interés en el Sermón del Monte como base de la nueva vida
cristiana. Es de allí que surgió una visión radical, en todos los sentidos,
para la aplicación de la vertiente más exigente del Evangelio. Si Pedro Valdo
en el siglo XII vendió sus bienes y salió a los campos para predicar el
Evangelio, los anabautistas, en esa línea, se plantearon la absoluta necesidad
de no negociar con nadie los alcances de su fe, tal como escribió George Williams
en su obra monumental:
Los
radicales, empujados a las márgenes de la sociedad y la periferia de la
cristiandad latina, ocuparon en el mundo una posición semejante a la de los
cristianos antes de Constantino, […] ellos estuvieron en el proceso de romper
con la estructura parroquial-territorial-nacional del Corpus Christianum, y estuvieron buscando, por diversos caminos,
crear comuniones voluntarias o asambleas con base en los modelos de aquellos
reunidos o llamados por Dios al margen de la historia para proclamar los cuatro
Evangelios y la no conformidad con el mundo.[2]
Esta radicalidad para
aplicar el mensaje cristiano fue lo que los hizo inaceptables e indigestos para
el sistema político y religioso y fue lo que los marcó para siempre como una
huella indeleble en el devenir de la historia. El rechazo al control por parte
de los príncipes hizo que incluso se enemistaran con los grandes reformadores,
con quienes pudieron haber llevado una mejor relación y hasta podido trabajar
con mayor armonía, no obstante lo cual el intercambio y la influencia mutua
fueron una realidad. Los casos, sobre todo de Zwinglio (en cuya ciudad, Zúrich,
inició uno de los focos más importantes del anabautismo en 1525) y de Calvino
son aleccionadores, aunque este último se desesperaba por la forma en que
algunos de ellos interiorizaron y manifestaron su fe. El testimonio de los
mártires anabautistas, hombres y mujeres, diseminó por toda Europa una semilla
que dio grandes frutos en la vida comunitaria. Fueron heraldos de una forma de “anarquía
cristiana” basada en los postulados evangélicos radicales de resistencia a
cualquier forma de dominio interesado ajeno a la fe.
Amalgamar el contenido
del Sermón del Monte con las afirmaciones paulinas sobre la libertad cristiana
y la justificación por la fe es algo que siempre necesitará la iglesia, en
todas las épocas, para resistir los embates y las tentaciones de negociar con
los poderes su sobrevivencia. Las lecciones de la Reforma Radical valen para el
conjunto de la iglesia en todas sus manifestaciones, especialmente, como no
pudo ser de otra forma, también en la vida y acción de sus mujeres:
En
la Reforma radical, particularmente dentro de la vertiente anabautista, mujeres
de los sectores populares fueron muy activas en la difusión de un cristianismo
horizontal, luchaban por que las jerarquías fuesen abolidas dentro de las
comunidades voluntarias de creyentes, contrastando así con el modelo patriarcal
de dominación. […]
Como integrantes de un movimiento gestado desde abajo
de la sociedad, las mujeres anabautistas padecieron una triple marginación. La
primera, por ser mayoritariamente pobres. La segunda, por ser mujeres en una
sociedad dominada por el patriarcado. La tercera, por formar parte de un
movimiento estigmatizado como secta
perniciosa y demonizado por las autoridades religiosas y políticas,
tanto católicas como protestantes. Snyder y Huebert [Profiles of Anabaptist Women:
Sixteenth-Century Reforming Pioneers. Universidad Wilfrid Laurier, 1996, 7ª reimp., 2008] mencionan que durante el siglo XVI, en regiones de
Europa donde la persecución fue más cruenta, y en determinados periodos, las
mujeres anabautistas ejecutadas representaron 40 por ciento del total de
martirizados identificados con el anabautismo.[3]
[1] H. Seebass,
“Justicia”, en L. Coenen et al.,
dirs., Diccionario teológico del Nuevo
Testamento. Salamanca, Sígueme, 1990, pp. 409, 410.
[2] George Huntston Williams, cit. por Donald
F. Durnbaugh, “Characteristics of the Radical Reformation in Historical
Perspective”, en Communio
Viatorum, XXIX, 2, 1986, p. 109.
[3] Carlos Martínez
García, “Participación femenina en la reforma protestante”, en La Jornada, 7 de diciembre de 2016, www.jornada.unam.mx/2016/12/07/opinion/021a2pol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario