MARIE DENTIÈRE (1495-1561)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Nació en
Tournai, Flandes. Priora del convento de agustinas de la Abadía de Saint-Nicolas-dés-Prés, se convirtió a
las ideas luteranas, y abandonó su orden a comienzos de 1520. En. Estrasburgo,
se casó con el predicador Robert Simon, con quien se trasladó a Suiza en 1528.
Viuda, se volvió a casar con otro predicador, Antoine Froment, colaborador de
Farel. En 1535, ya en Ginebra, participó en la Reforma, predicando la nueva fe
e instando a las religiosas a contraer matrimonio como ella mismo lo hizo. Sin
embargo, la predicación pública de Dentière irritó sobremanera a Farel y
Calvino, causando una fuerte discusión entre los reformadores. Tomó muy en
serio la doctrina luterana del sacerdocio universal, dispuesta a defender lo
mejor que pudiera el derecho de la mujer a la predicación, una reivindicación
que inmediatamente le creó la oposición de los clérigos. Así lo hizo en su
pequeña Epístola muy útil, dedicada a Margarita de Navarra, publicada
anónimamente en 1539, comenzó a revalorar el papel de la mujer en la iglesia.
El texto de
Marie Dentière consta de tres partes: una “Carta de invocación a la Reina de
Navarra”, una “Defensa de las Mujeres” y finalmente la “Epístola muy útil”. En
la “Carta de Invocación” le suplica a Margarita de Navarra que intervenga
delante de su hermano, el rey Francisco I, para que se pueda terminar con las
divisiones religiosas en su reino y que la palabra de Dios sea accesible a
todos juntos, tanto hombres como mujeres. “La Defensa de las Mujeres”, es mucho
más radical. Por medio de referencias bíblicas, pone de relieve las cualidades
superiores de la mujer y, reivindica para ellas, un papel más activo en la vida
de la Iglesia, incluido el derecho a predicar. La tercera parte es un tratado
de teología que se ocupa, junto con la defensa de la mujer, de los temas
principales de la Reforma, como la oposición a los ritos de la Iglesia Romana,
especialmente la Misa. Otra de sus obras es La
guerre et deslivrance de la ville de Genève (1536), sobre la adhesión de la
ciudad de Ginebra a la Reforma. En noviembre de 2002 su nombre fue inscrito en
el Muro de la Reforma en Ginebra.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (VI)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
36. Cualquier cristiano
verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y
culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero,
sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y
de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas
de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la
participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna,
porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los
teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La
prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y
ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las
penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
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El perdón comprado y la contrición
Las 95T se adentran ahora en el tema
de su venta, que era argumento que más las dañaba y que más distorsionaba la
autoridad de la Iglesia. De este modo, tras establecer que las indulgencias
carecen de peso en la salvación del creyente, entra el reformador en la
cuestión que más le repugnaba porque, a su juicio, merecería sufrir la pena
antes que saldarla con dinero, “porque la indulgencia no es ni puede ser otra
cosa que una dejación de las buenas obras y de una pena saludable, que mejor
sería desear que abandonar”. A esta cuestión dedica igualmente las T27-28,
retomando aquella expresión atribuida a Tetzel, que habría predicado que el
alma salía del purgatorio en el mismo instante en que se pagaba la indulgencia
(T27). Lutero afirma, en sentido contrario, que la venta de indulgencias sólo
sirve para el lucro y recuerda que, aunque la Iglesia tenga poder de
intercesión, la eficacia de éste sólo depende de la voluntad de Dios (T28).
Dicho esto,
incluye una serie de aspectos en los que combina la ironía -e incluso el
sarcasmo- con afirmaciones apodícticas y reducciones al absurdo con el objetivo
de evidenciar la banalidad de la venta de indulgencias -y su peligrosidad para
la fe-. Por su ironía, destaca la T29, en la que pregunta por la razón para
salvar un alma del purgatorio sin saber si ésta quiere ser rescatada. Aludirá
entonces a la leyenda de san Severino y san Pascual que visitaron el purgatorio
por su voluntad, apesadumbrados por unos descuidos de falta de virtud. Un
maestro de Lutero, Johann Jenser von Paltz, había aludido a esa tradición que
éste utiliza magistralmente para tal vez envolver el tema de la redención de
las almas del purgatorio en el mismo tono risible y ridículo de la anécdota
hagiográfica [de “vidas de santos”].
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LA MENTALIDAD TEOLÓGICA DEL PROTESTANTE (II)
Reinerio Arce, revista.ecaminos.org
Colaboradores
del Reino de Dios, como diría el apóstol Pablo. Ser los colaboradores de sus propósitos eternos de redención en el momento y lugar
que Él ha decidido.
Tal y como
pensaba Juan Calvino, el protestante se halla convencido de que la historia
tiene un fin divino y de que, por ende, el ser humano tiene un carácter
histórico. Así, siempre trata de tener una actitud positiva ante todos los
eventos históricos, por difíciles que sean. Una mentalidad abierta ante los
sucesos de la historia, puesto que, según cree, de una manera u otra Dios actúa
en la misma, en cada uno de esos sucesos. A sus ojos, Él es el autor y
consumador de todo: “Del Señor es la tierra y lo que contiene, el mundo y todos
sus habitantes” (Salmo 24.1).
Es relevante
percatarse de cómo esta visión es de tal amplitud que incluye al ser humano y a
toda la creación de Dios, enfoque olvidado durante mucho tiempo. Por tanto, la
acción del protestante está dirigida también a la protección y la preservación
de toda la creación de Dios. En algunas ocasiones suelen producirse
equivocaciones, al pensar que el centro de la creación es el ser humano. Esto
no es más que un antropocentrismo exagerado. La narración del Génesis no
termina el sexto día, cuando Dios crea al ser humano, sino el séptimo, momento
en el que Dios contempla, disfruta y bendice cuanto ha concebido. Con ello
queda claro que el centro de la creación no es el ser humano: es solo Dios.
Dios es quien gobierna y rige. Lo que le toca al ser humano es aceptar y
confiar en su poder, y actuar en la seguridad de que guarda un propósito
amoroso y redentor. Dios es soberano, y esta verdad libra al protestante de
frustraciones sobre el sentido de la historia y de la vida. No tiene razón para
temer porque “Dios es mi refugio y mi baluarte, mi fortaleza y mi libertad”
(Salmo 144,2). Pero tal confianza no se transforma en motivo de pasividad para
el protestante. Esta manera de entender a Dios y su grandeza lo convierte en
ente activo que trabaja como instrumento de Dios en el mundo, a favor de sus
amorosos propósitos. Por eso hará todo lo que esté a su alcance para lograr la
justicia y la paz, que son los propósitos para llegar a su Reinado.
El cristiano y
la cristiana protestantes trabajan por la felicidad de todos los seres humanos.
Por la vida abundante que Dios les ha prometido para todos los seres humanos y
toda la creación. Por reconocer que es Dios quien está detrás de todos,
impulsando con su Espíritu, y delante de todos, como guía. Por entender que no
es otra cosa que un instrumento de Dios para lograr sus propósitos en el mundo
y la creación. Es que el protestante, haga lo que haga, siempre lo hará con el
convencimiento de que a “Dios sea toda la gloria”. […]
Sólo las Escrituras
Haber puesto la Biblia al alcance de
todos se halla entre los actos más trascendentes de la Reforma protestante,
dentro de sus esfuerzos para sacar el cristianismo del encierro de los muros de
los conventos. Lo primero que hizo Lutero fue traducirla (al alemán) y
comentarla. Calvino no se cansó de estudiarla y, también, de comentarla: lo
realizó con casi todos los libros de las escrituras. Para los reformadores, el
continuo acercamiento a la Biblia constituyó algo básico, elemental; estimaban
que no se puede ser cristiano si no se conocen los fundamentos bíblicos y
también los fundamentos teológicos que se desprenden de esos textos y sirven de
guía a la misión de la iglesia.
Todo cristiano
tiene que dar “razón de la esperanza”, como dice el escritor de la carta de
Pedro. Pero esto no se puede lograr si no se conocen los fundamentos bíblicos y
teológicos que se desprenden de las escrituras, de la esperanza que proviene de
la fe. De ahí la importancia de la enseñanza bíblico-teológica, de la
formación, para toda la iglesia. Se necesita una razón bíblico-teológica para
actuar y esa es la “razón de la esperanza”. Sin la educación bíblica y
teológica, la iglesia andará errante, será vulnerable a los oportunistas
manipuladores de la conciencia y la espiritualidad humanas, que se aprovechan
de las circunstancias para ganar prestigio personal y hasta dinero. La
formación bíblico-teológica resulta indispensable. Puede compararse con una
especie de mapa de la fe, pues conduce a la iglesia, a los cristianos, a través
del mundo que les ha tocado vivir: un recorrido mediante el cual se trata de
ayudar a Dios, que avanza hacia su Reino junto a la humanidad, junto a su
humanidad.
La manera de
prevenir los fundamentalismos, de enfrentarlos, se halla en primera instancia
en la educación, en la formación bíblico-teológica, en hacer que las personas
piensen. Dios nos dio la capacidad de pensar y de sentir, y ambas tienen que
andar unidas. Pero ello también es un llamado a profundizar en los fundamentos
de nuestra identidad protestante, para que nadie se deje confundir sobre lo que
significa ser cristiano, ser protestante, y particularmente —no porque seamos
mejores, sino porque provenimos de esa tradición—, lo que es y significa serlo
desde los fundamentos y los principios del protestantismo.
Sólo por la gracia
Creer, como los reformadores, que sólo
por la gracia somos liberados y salvos, hace que los protestantes tengan y
desarrollen un persistente y convencido optimismo. Esto, sin embargo, se
produce como parte de un proceso que tal vez, si se contempla desde
determinadas perspectivas, puede considerarse una verdadera paradoja. A partir
de la sinceridad y la honestidad consigo mismo y con Dios, el protestante se
reconoce pecador. Sabe que por sí mismo, por su esfuerzo humano, no podrá
obedecer la buena voluntad divina, las exigencias del evangelio; sabe que de
ese modo no conseguirá salvarse. Cuando escribe a la comunidad de Roma, Pablo
reconoce no poder obrar el bien que se quiere, pues el pecado que habita en el
ser humano obra por sí mismo. Entonces, si ello es así, si existe un
reconocimiento tácito del ser humano como pecador, ¿cómo es posible que no se
caiga en el pesimismo, que se deje de pensar que no existe salida? Es en este
punto donde asoma la contradicción o, más bien, la aparente contradicción.
El protestante no engaña a nadie. Al reconocerse pecador, un pecador
accidental, es honesto hasta consigo mismo. Sabe que vive en un orden social en
cuyo seno existe el pecado. Pero sabe también que puede luchar contra las
fuerzas del pecado, contra las manifestaciones del pecado. Sólo debe insistir,
trabajar para obedecer la voluntad divina. Ese es el camino. A pesar de ser
como es, cuenta con algo a su favor: Dios lo ama y lo incorpora. A través de su
Espíritu, Dios le da la oportunidad de luchar contra el pecado. Dios, que es
poder, que es todopoderoso y, por eso, soberano. El protestante sabe que puede
ser las manos, los brazos y la boca de Dios en el mundo.
La solidez de su
acción parte de su propia sinceridad y de su fe. De hecho, una de las cosas que
más fuerzas le da es reconocer que vive por la gracia de Dios, así como tener
plena confianza en el poder de Dios y en el poder final de la verdad. Dios, que
lo empodera para que, a través del Espíritu, actúe como su discípulo.
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