sábado, 7 de octubre de 2017

Letra 539, 8 de octubre de 2017

MARIE DENTIÈRE (1495-1561)
100 Personajes de la Reforma Protestante.  México, CUPSA, 2017.

Resultado de imagen para marie dentiéreNació en Tournai, Flandes. Priora del convento de agustinas de la Abadía de Saint-Nicolas-dés-Prés, se convirtió a las ideas luteranas, y abandonó su orden a comienzos de 1520. En. Estrasburgo, se casó con el predicador Robert Simon, con quien se trasladó a Suiza en 1528. Viuda, se volvió a casar con otro predicador, Antoine Froment, colaborador de Farel. En 1535, ya en Ginebra, participó en la Reforma, predicando la nueva fe e instando a las religiosas a contraer matrimonio como ella mismo lo hizo. Sin embargo, la predicación pública de Dentière irritó sobremanera a Farel y Calvino, causando una fuerte discusión entre los reformadores. Tomó muy en serio la doctrina luterana del sacerdocio universal, dispuesta a defender lo mejor que pudiera el derecho de la mujer a la predicación, una reivindicación que inmediatamente le creó la oposición de los clérigos. Así lo hizo en su pequeña Epístola muy útil, dedicada a Margarita de Navarra, publicada anónimamente en 1539, comenzó a revalorar el papel de la mujer en la iglesia.
El texto de Marie Dentière consta de tres partes: una “Carta de invocación a la Reina de Navarra”, una “Defensa de las Mujeres” y finalmente la “Epístola muy útil”. En la “Carta de Invocación” le suplica a Margarita de Navarra que intervenga delante de su hermano, el rey Francisco I, para que se pueda terminar con las divisiones religiosas en su reino y que la palabra de Dios sea accesible a todos juntos, tanto hombres como mujeres. “La Defensa de las Mujeres”, es mucho más radical. Por medio de referencias bíblicas, pone de relieve las cualidades superiores de la mujer y, reivindica para ellas, un papel más activo en la vida de la Iglesia, incluido el derecho a predicar. La tercera parte es un tratado de teología que se ocupa, junto con la defensa de la mujer, de los temas principales de la Reforma, como la oposición a los ritos de la Iglesia Romana, especialmente la Misa. Otra de sus obras es La guerre et deslivrance de la ville de Genève (1536), sobre la adhesión de la ciudad de Ginebra a la Reforma. En noviembre de 2002 su nombre fue inscrito en el Muro de la Reforma en Ginebra.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (VI)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017

36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
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El perdón comprado y la contrición
Las 95T se adentran ahora en el tema de su venta, que era argumento que más las dañaba y que más distorsionaba la autoridad de la Iglesia. De este modo, tras establecer que las indulgencias carecen de peso en la salvación del creyente, entra el reformador en la cuestión que más le repugnaba porque, a su juicio, merecería sufrir la pena antes que saldarla con dinero, “porque la indulgencia no es ni puede ser otra cosa que una dejación de las buenas obras y de una pena saludable, que mejor sería desear que abandonar”. A esta cuestión dedica igualmente las T27-28, retomando aquella expresión atribuida a Tetzel, que habría predicado que el alma salía del purgatorio en el mismo instante en que se pagaba la indulgencia (T27). Lutero afirma, en sentido contrario, que la venta de indulgencias sólo sirve para el lucro y recuerda que, aunque la Iglesia tenga poder de intercesión, la eficacia de éste sólo depende de la voluntad de Dios (T28).
Dicho esto, incluye una serie de aspectos en los que combina la ironía -e incluso el sarcasmo- con afirmaciones apodícticas y reducciones al absurdo con el objetivo de evidenciar la banalidad de la venta de indulgencias -y su peligrosidad para la fe-. Por su ironía, destaca la T29, en la que pregunta por la razón para salvar un alma del purgatorio sin saber si ésta quiere ser rescatada. Aludirá entonces a la leyenda de san Severino y san Pascual que visitaron el purgatorio por su voluntad, apesadumbrados por unos descuidos de falta de virtud. Un maestro de Lutero, Johann Jenser von Paltz, había aludido a esa tradición que éste utiliza magistralmente para tal vez envolver el tema de la redención de las almas del purgatorio en el mismo tono risible y ridículo de la anécdota hagiográfica [de “vidas de santos”].
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LA MENTALIDAD TEOLÓGICA DEL PROTESTANTE (II)
Reinerio Arce, revista.ecaminos.org

Colaboradores del Reino de Dios, como diría el apóstol Pablo. Ser los colaboradores de sus propósitos eternos de redención en el momento y lugar que Él ha decidido.
Tal y como pensaba Juan Calvino, el protestante se halla convencido de que la historia tiene un fin divino y de que, por ende, el ser humano tiene un carácter histórico. Así, siempre trata de tener una actitud positiva ante todos los eventos históricos, por difíciles que sean. Una mentalidad abierta ante los sucesos de la historia, puesto que, según cree, de una manera u otra Dios actúa en la misma, en cada uno de esos sucesos. A sus ojos, Él es el autor y consumador de todo: “Del Señor es la tierra y lo que contiene, el mundo y todos sus habitantes” (Salmo 24.1).
Es relevante percatarse de cómo esta visión es de tal amplitud que incluye al ser humano y a toda la creación de Dios, enfoque olvidado durante mucho tiempo. Por tanto, la acción del protestante está dirigida también a la protección y la preservación de toda la creación de Dios. En algunas ocasiones suelen producirse equivocaciones, al pensar que el centro de la creación es el ser humano. Esto no es más que un antropocentrismo exagerado. La narración del Génesis no termina el sexto día, cuando Dios crea al ser humano, sino el séptimo, momento en el que Dios contempla, disfruta y bendice cuanto ha concebido. Con ello queda claro que el centro de la creación no es el ser humano: es solo Dios. Dios es quien gobierna y rige. Lo que le toca al ser humano es aceptar y confiar en su poder, y actuar en la seguridad de que guarda un propósito amoroso y redentor. Dios es soberano, y esta verdad libra al protestante de frustraciones sobre el sentido de la historia y de la vida. No tiene razón para temer porque “Dios es mi refugio y mi baluarte, mi fortaleza y mi libertad” (Salmo 144,2). Pero tal confianza no se transforma en motivo de pasividad para el protestante. Esta manera de entender a Dios y su grandeza lo convierte en ente activo que trabaja como instrumento de Dios en el mundo, a favor de sus amorosos propósitos. Por eso hará todo lo que esté a su alcance para lograr la justicia y la paz, que son los propósitos para llegar a su Reinado.
El cristiano y la cristiana protestantes trabajan por la felicidad de todos los seres humanos. Por la vida abundante que Dios les ha prometido para todos los seres humanos y toda la creación. Por reconocer que es Dios quien está detrás de todos, impulsando con su Espíritu, y delante de todos, como guía. Por entender que no es otra cosa que un instrumento de Dios para lograr sus propósitos en el mundo y la creación. Es que el protestante, haga lo que haga, siempre lo hará con el convencimiento de que a “Dios sea toda la gloria”. […]

Sólo las Escrituras
Haber puesto la Biblia al alcance de todos se halla entre los actos más trascendentes de la Reforma protestante, dentro de sus esfuerzos para sacar el cristianismo del encierro de los muros de los conventos. Lo primero que hizo Lutero fue traducirla (al alemán) y comentarla. Calvino no se cansó de estudiarla y, también, de comentarla: lo realizó con casi todos los libros de las escrituras. Para los reformadores, el continuo acercamiento a la Biblia constituyó algo básico, elemental; estimaban que no se puede ser cristiano si no se conocen los fundamentos bíblicos y también los fundamentos teológicos que se desprenden de esos textos y sirven de guía a la misión de la iglesia.
Todo cristiano tiene que dar “razón de la esperanza”, como dice el escritor de la carta de Pedro. Pero esto no se puede lograr si no se conocen los fundamentos bíblicos y teológicos que se desprenden de las escrituras, de la esperanza que proviene de la fe. De ahí la importancia de la enseñanza bíblico-teológica, de la formación, para toda la iglesia. Se necesita una razón bíblico-teológica para actuar y esa es la “razón de la esperanza”. Sin la educación bíblica y teológica, la iglesia andará errante, será vulnerable a los oportunistas manipuladores de la conciencia y la espiritualidad humanas, que se aprovechan de las circunstancias para ganar prestigio personal y hasta dinero. La formación bíblico-teológica resulta indispensable. Puede compararse con una especie de mapa de la fe, pues conduce a la iglesia, a los cristianos, a través del mundo que les ha tocado vivir: un recorrido mediante el cual se trata de ayudar a Dios, que avanza hacia su Reino junto a la humanidad, junto a su humanidad.
La manera de prevenir los fundamentalismos, de enfrentarlos, se halla en primera instancia en la educación, en la formación bíblico-teológica, en hacer que las personas piensen. Dios nos dio la capacidad de pensar y de sentir, y ambas tienen que andar unidas. Pero ello también es un llamado a profundizar en los fundamentos de nuestra identidad protestante, para que nadie se deje confundir sobre lo que significa ser cristiano, ser protestante, y particularmente —no porque seamos mejores, sino porque provenimos de esa tradición—, lo que es y significa serlo desde los fundamentos y los principios del protestantismo.

Sólo por la gracia
Creer, como los reformadores, que sólo por la gracia somos liberados y salvos, hace que los protestantes tengan y desarrollen un persistente y convencido optimismo. Esto, sin embargo, se produce como parte de un proceso que tal vez, si se contempla desde determinadas perspectivas, puede considerarse una verdadera paradoja. A partir de la sinceridad y la honestidad consigo mismo y con Dios, el protestante se reconoce pecador. Sabe que por sí mismo, por su esfuerzo humano, no podrá obedecer la buena voluntad divina, las exigencias del evangelio; sabe que de ese modo no conseguirá salvarse. Cuando escribe a la comunidad de Roma, Pablo reconoce no poder obrar el bien que se quiere, pues el pecado que habita en el ser humano obra por sí mismo. Entonces, si ello es así, si existe un reconocimiento tácito del ser humano como pecador, ¿cómo es posible que no se caiga en el pesimismo, que se deje de pensar que no existe salida? Es en este punto donde asoma la contradicción o, más bien, la aparente contradicción.
      El protestante no engaña a nadie. Al reconocerse pecador, un pecador accidental, es honesto hasta consigo mismo. Sabe que vive en un orden social en cuyo seno existe el pecado. Pero sabe también que puede luchar contra las fuerzas del pecado, contra las manifestaciones del pecado. Sólo debe insistir, trabajar para obedecer la voluntad divina. Ese es el camino. A pesar de ser como es, cuenta con algo a su favor: Dios lo ama y lo incorpora. A través de su Espíritu, Dios le da la oportunidad de luchar contra el pecado. Dios, que es poder, que es todopoderoso y, por eso, soberano. El protestante sabe que puede ser las manos, los brazos y la boca de Dios en el mundo.

La solidez de su acción parte de su propia sinceridad y de su fe. De hecho, una de las cosas que más fuerzas le da es reconocer que vive por la gracia de Dios, así como tener plena confianza en el poder de Dios y en el poder final de la verdad. Dios, que lo empodera para que, a través del Espíritu, actúe como su discípulo.

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