15 de octubre de 2017
La iglesia necesita una reforma que no
sea obra de un hombre, a saber, el Papa, o de muchos hombres, concretamente los
Cardenales […] sino que es la obra de todo el mundo y, ciertamente, es la obra
solo de Dios. No obstante solamente Dios, que ha creado el tiempo, conoce el
tiempo para esta reforma.
Martín Lutero
…
la restauración de la Iglesia es obra de Dios, y que dicha restauración no
depende más de las esperanzas y opiniones de los hombres que la resurrección de
los muertos o cualquier otro milagro de semejante tipo.
Juan
Calvino
1.
Apocalíptica cristiana y señorío de Jesucristo
Uno de los valores más apreciados de
las Reformas del siglo XVI, lo constituye aquel que señala que sólo Cristo (Solus Christus) es Señor (Kyrios) de la Iglesia, y que ésta no
reconoce ningún otro señor, sino sólo a Jesucristo resucitado: “el primogénito
de los muertos” (Ap 1:5). En la línea de la apocalíptica neotestamentaria, los
reformadores del siglo XVI devolvieron a la iglesia, la enseñanza de las
primeras comunidades cristianas de que únicamente Cristo es el Kyrios (heb. Adonai). Ésta es la declaración de fe más básica del cristianismo
primitivo: “…y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre.” (Fil 2:11, RVR-60). Más aún, la confesión [de fe] del señorío de
Jesucristo es una obra pneumatológica, porque es suscitada por el Espíritu
Santo: “Sólo quienes son guiados por el Espíritu Santo reconocen que Jesús es
el Señor. Por eso, quiero que entiendan que ninguna persona puede maldecir a
Jesús, si es guiada por el Espíritu Santo.” (1 Co 12:3, TLA). El teólogo Juan
Stam –experto en Apocalipsis– nos muestra que la clave, para leer adecuadamente
el último libro de la Biblia, es eminentemente cristológica:
Jesucristo
–dice– es el personaje central de todo el libro: el tema central de todo el
Apocalipsis es: Cristo es el Señor.
[…] Más que un libro sobre el fin del mundo, el Apocalipsis es un libro sobre
Aquel que es principio y fin de todo. […] Ningún tema es más central y enfático
en el Apocalipsis que el señorío de
Cristo. Todo en este libro está subordinado a él. […] ¡…Jesucristo es el
centro de la historia y el Señor del futuro! Este glorioso mensaje del
Apocalipsis da un gozo que ninguna circunstancia puede apagar ni ningún tirano
puede aplastar. ¡Jristos Kurios!
Porque Cristo vive, el llanto se convierte en canto (Ap 5) y la endecha en
doxología.[1]
En este
sentido, un texto como el del Apocalipsis (2:1-11), debe leerse e interpretarse
a la luz de Cristo como Señor del mundo y de la Iglesia. Las dos cartas a las
iglesias de Éfeso y Esmirna, muestran la encarnizada defensa que la iglesia
perseguida bajo el poder romano, debió presentar primero frente al emperador, y
luego delante de los herejes internos que buscaban un contubernio entre la Iglesia
y el Imperio romano, para facilitar una supuesta coexistencia “pacífica”. Pero
esto significaba dejar de reconocer a Jesús como el único “soberano de los
reyes de la tierra” (Ap 1:5). Pablo Richard comenta: “Jesús resucitado, vivo
corporalmente en medio de las comunidades, las prepara para combatir, en el
tiempo presente a sus enemigos internos (cristianos entusiastas pre-gnósticos)
y externos (las fuerzas diabólicas del Imperio Romano).”[2]
Juan de Patmos, el autor del Apocalipsis, identificó muy pronto el peligro que
aquella enseñanza perniciosa representaba para la fe y la integridad misma de
las iglesias del Asia Menor, donde se ubicaban las 7 iglesias del Apocalipsis,
hoy la actual Turquía. El libro de Apocalipsis nos presenta, quizá como ningún
otro libro de la Biblia, el dominio absoluto del Señor resucitado sobre el
imperio de la muerte, un dominio que es cósmico incluso (Ap. 11:15ss).
2.
Jesucristo y el Espíritu Santo llaman a la Iglesia a la reforma constante
El mensaje colectivo (1:11) e
individual (2:1, et. al.), a las
iglesias de Anatolia, constituye un llamado constante de Jesús, Señor de la Iglesia,
para la reforma continua de su Iglesia. El llamado a nivel individual de la
reforma y/o abandono de situaciones negativas y particulares de cada una de las
iglesias del Apocalipsis, constituye a nivel colectivo la ejecución de una
serie de reformas. Reformas que, por una parte, evitan el conformismo y la
autocomplacencia, de ahí que el Señor le dice a la iglesia de Éfeso: “Pero
tengo contra ti…” (2:4); pero también los cambios a los que llama el Señor,
ayudan a reconocer la “voluntad de Dios” (Rom 12:2) en medio de las situaciones
eclesiásticas que han de ser
reformadas. En todas las cartas, Jesús se presenta a cada iglesia con la misma
frase, que se repite como un estrepitoso coro, siete veces el Señor dice a las
iglesias: “yo conozco tus obras…” (2:2, 9, 13, 19; 3:1, 8, 15). Pero antes de
esa presciencia divina, Jesús se presenta con alguno de los elementos del gran himno
cristológico que ha servido como pórtico de todo el libro de Apocalipsis
(1:4ss).
En el caso
de la iglesia de Éfeso, Jesús aparece como: “el que tiene las siete estrellas
en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro” (2:1)
¡Jesús camina en medio de su iglesia! Con su diestra sostiene y gobierna a cada
comunidad de fe (1:20).[3]
¡Jesús dirige las reformas de su iglesia, sosteniéndola con su mano derecha y
caminando en medio de ella, cuidando y acompañándola en su peregrinar!
Jesucristo tiene la dirección de su pueblo, aun cuando parezca que éste
deambula sin sentido, en medio de los avatares de la vida personal y
comunitaria. No obstante, el Señor se dirige a la iglesia de Éfeso enseñándole
que sin amor no basta el mero activismo eclesiástico. “La Comunidad de
discípulos en Éfeso tiene dos importantes acciones: ha trabajado mucho por la
Palabra de Dios, y ha soportado a los que están contra la Palabra de Dios.”[4]
Por eso están combatiendo a los nicolaítas, ¿pero quiénes son estos creyentes
heréticos? Pablo Richard nos da una posible respuesta:
[…]
la doctrina de los nicolaítas es una herejía pregnóstica que busca espiritualizar
el cristianismo para hacerlo compatible con el Imperio. Contradice radicalmente
la ética y la teología del Apocalipsis, donde la vida de los cristianos y de la
comunidad debe ser un continuo testimonio contra la opresión y la idolatría de
Babilonia y sus Bestias (Imperio Romano). Posiblemente los nicolaítas eran
cristianos ricos que participaban activamente en las estructuras económicas,
sociales, culturales y, necesariamente, religiosas de la ciudad; buscaban,
pues, una doctrina que hiciera compatible el cristianismo con dicha
integración.[5]
Hoy la
iglesia tiene también en su seno una perniciosa herejía que está socavando la
integridad de la fe en Jesucristo y de la gracia de Dios, cuando se proclama y
se enseña que todo en la vida del cristiano debe ser riqueza y prosperidad. La
enseñanza de la llamada teología de la prosperidad es incompatible con el
testimonio de libros como el de Job y Oseas en el AT y de Romanos, Santiago y
Apocalipsis en el NT. Los nicolaítas actuales buscan reducir la salvación al
ámbito de una transacción comercial, al de un mero intercambio monetario entre
el ser humano y Dios. Pero el protestantismo ya condenó esta situación execrable
en la iglesia medieval. Reformar la iglesia significa denunciar estos y otros
excesos como el monje agustino Martín Lutero lo hizo en su momento, frente a
tales abusos al tratar de vender y envilecer la salvación:
27. Predican a los hombres que el alma
vuela [al cielo] en el mismo instante en que la moneda arrojada suena en el
cepillo.
28. Es cierto que por la moneda que
suena en el cestillo se puede aumentar la colecta y la avaricia, pero el
sufragio de la iglesia depende sólo de la voluntad divina.
32. Se condenaran por toda la
eternidad, con sus maestros, cuantos se creen que aseguran su salvación a base de
cartas de perdones.
33. Hay que desconfiar mucho de quienes
afirman que esas indulgencias del papa son un inestimable don divino, en virtud
del cual el hombre se reconcilia con Dios;
54. Se injuria a la palabra de Dios
cuando en el mismo sermón se emplea más tiempo para predicar las indulgencias
que para predicar la palabra.[6]
[1] Juan Stam, Apocalipsis (tomo I, capítulos 1 al 5). 2ª ed.. Buenos Aires,
Kairós, 2006, pp. 33-34.
[2] Pablo Richard, Apocalipsis. Reconstrucción de la esperanza. México, Dabar, 1995,
p. 89.
[3] Era común en tiempos de Juan creer que el
destino de los individuos y de las naciones estaba dominado por las estrellas.
Juan parece sugerir que no son las estrellas quienes ejercen dominio y autoridad
sobre las naciones y las personas, sino que Jesucristo resucitado es quien tiene
ese poder, sin compartirlo con nadie. Hoy la iglesia tiene que recuperar la
enseñanza de las Escrituras sobre la soberanía de Dios, sobre todos los ámbitos
de la vida y del cosmos.
[4] Mardonio Morales, Apocalipsis. México, Centro de Reflexión Teológica, 2001, p. 39.
[5] Pablo
Richard, op. cit., p. 91.
[6] Martín Lutero, “95 Tesis”, en Obras, 3ª ed., Teófanes Egido, ed.
Salamanca, Sígueme, 2001, pp. 64 ss.
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