29 de octubre de 2017
Estoy
enterado de todo lo que haces, y sé que tienes fama de obedecerme fielmente.
Pero la verdad es que no me obedeces. Así que levántate y esfuérzate por mejorar
las cosas que aún haces bien, pero que estás a punto de no seguir haciendo,
pues he visto que no obedeces a mi Dios. Acuérdate de todo lo que has aprendido
acerca de Dios, y vuelve a obedecerlo.
Apocalipsis 3.1-3a
El Espíritu observa,
conduce y enjuicia a la iglesia siempre
Una revisión atenta de la historia de la iglesia puede
dar cuenta de la manera en que el Espíritu Santo ha obrado en la vida de su
iglesia para reencaminarla en obediencia a las enseñanzas del Evangelio de
Jesucristo. Cuando sus tendencias se han alejado de la fidelidad a ese mensaje,
los correctivos del Espíritu han sido, en ocasiones, bastante radicales. Eso
puede apreciarse especialmente en el caso de las iglesias del Asia Menor, pues
recibieron reconocimientos, admoniciones y promesas muy específicas para
evaluar su presencia en medio del imperio romano. La mirada radical de la
literatura apocalíptica alcanza en las epístolas a las siete comunidades una
dimensión universal, pues hoy pueden leerse como exhortaciones transversales
para todas las iglesias cristianas.[1]
En palabras de Elisabeth Schüssler Fiorenza, cada mensaje concreto obedecía a
una especie de mirada transversal del Espíritu, que es capaz de percibir en la
simultaneidad de sucesos el meollo de lo que está aconteciendo con las
comunidades cristianas en un contexto específico:
La
mayor parte de las ciudades a las que se dirigen los mensajes proféticos
estaban dedicadas a la promoción de esta religión civil romana. Éfeso, la mayor
ciudad de la provincia romana de Asia, era sede del procónsul y competía con
Pérgamo en el reconocimiento de su primacía. Lo mismo que Esmirna, era un
centro del culto imperial, famoso por las luchas de gladiadores. Pérgamo,
ciudadela de la civilización helenista en Asia, reclamaba para sí ser el centro
del culto imperial. La ciudad había recibido permiso ya en el año 29 a.C. para
construir un templo “al divino Augusto y a la diosa Roma”. La referencia del
Apocalipsis al “trono de Satán” podía ser una alusión a este templo. En
Tiatira, el emperador era adorado también como Apolo encarnado y como hijo de
Zeus. El año 26 d.C. Sardes competía con otras diez ciudades asiáticas por el
derecho a construir un templo en honor del emperador, pero lo perdió en favor
de Esmirna. Laodicea era conocida no sólo como la ciudad más rica de Frigia,
sino también como centro del culto imperial.[2]
La
atención que presta cada carta a lo que sucede en cada ciudad forma parte de
esa visión aguda capaz de definir en trazos ágiles, pero profundos, un
diagnóstico lo suficientemente claro de lo que estaba pasando y la manera de
afrontarlo. Cada comunidad cristiana se veía atenazada por un ambiente crítico
que le exigía una firme determinación sobre sus convicciones, principios y
acciones. Cuando se quiere anular ese contexto y se pretende uniformar la
comprensión de la misión de la iglesia en el mundo se deja de ver lo específico
como parte del conjunto más grande que el Espíritu desea compartir a los
integrantes de las comunidades. El ímpetu por adecuarse a la voluntad del Señor
de la Iglesia debería prevalecer sobre los intereses, modas u orientaciones
predominantes en el momento histórico que se vivan. La alternativa planteada
por el Espíritu abarcó todos los aspectos posibles para que la respuesta de la
fe fuera consistente ante las dimensiones de las pruebas y los conflictos:
Parece,
pues, que Juan exige una postura teológica libre de componendas. Tanto el autor
del Apocalipsis como sus seguidores perciben tal potencial de destrucción y
opresión teológicas en los poderes deshumanizadores de Roma y sus aliados, que
cualquier compromiso con ellos implicaría la negación del poder salvífico de
Dios. La retórica visionaria de la visión inaugural insiste, por tanto, en que
Cristo está vivo, a pesar de haber sido asesinado. Quienes se resisten a los poderes de la muerte que amenazan con
destruir sus vidas ahora, participarán en el futuro del poder real de Dios y de
Jesucristo. A quienes ahora viven pobres y explotados, las “promesas del
vencedor” les garantizan lo esencial de la vida en el futuro escatológico:
alimento, vestido, casa, ciudadanía, seguridad, honor, poder. Estas promesas no
van dirigidas a la gente rica, satisfecha e influyente, sino a los pobres y
perseguidos de las comunidades de Asia Menor, con intención de animarlos a que
resistan impertérritos y a que vivan fieles a su compromiso cristiano.[3]
Las sabias palabras
dirigidas a Sardis (3.1-3a) bien podían servir de referencia general para las
demás comunidades: “a) Estoy enterado
de todo lo que haces, y sé que tienes fama de obedecerme fielmente. (No basta
con tener una imagen policiaca de Dios y de su Espíritu, en el sentido de que
todo lo conoce y lo vigila. Hay que sobreponerse a esa forma de control y
actuar responsablemente, como si esa mirada no estuviese presente, pero con la
firme certeza de que se ejecuta la voluntad de Dios.) b) Pero la verdad es que no me obedeces. (Debe reconocerse
directamente, cada vez que sea necesario, que se está en estado de
desobediencia y que eso amerita contrición verdadera y profundo deseo de
cambio.) c) Así que levántate y
esfuérzate por mejorar las cosas que aún haces bien, pero que estás a punto de
no seguir haciendo, pues he visto que no obedeces a mi Dios. (El reconocimiento
divino a lo hecho con anterioridad es una oportunidad de oro para retomar
fuerzas, recuperar la visión y lanzarse en nuevas empresas al servicio del
reino de Dios.) d) Acuérdate de todo
lo que has aprendido acerca de Dios, y vuelve a obedecerlo” (El conocimiento
teológico acumulado es un enorme potencial espiritual que poder ayudar a retomar
el camino. No debe perderse esa sana tradición cristiana para ponerla por obra).
Obedecer
a la voz del Espíritu para reformarse siempre
Como bien escribieron Laurent Gagnebin y Raphaël
Picon, la fe de la Reforma Protestantes es siempre “una fe insumisa”, es decir,
una fe que encuentra en el beneplácito de Dios la esencia de su acción y
pensamiento. Llegado el momento de la protesta en el camino de la reforma de la
iglesia en el siglo XVI había que hacerlo y establecer de manera categórica las
características del movimiento en marcha:
El protestantismo es una protesta
teológica. Para convencerse, bastaría con acordarse del origen
histórico de la apelación “protestante”. Ésta nos viene de un suceso bisagra en
la historia de la Reforma y del cristianismo occidental: la Dieta de Spira de
1529. […] Diecinueve estados, conducidos por Felipe de Hesse y Jean de Saxe,
rechazaron someterse al decreto imperial y redactaron una declaración de
protesta. “Nosotros protestamos frente a Dios, así como frente a todos los
hombres, que nosotros no consentimos ni nos adherimos al decreto propuesto, en
las cosas que son contrarias a Dios, a su santa Palabra, a nuestra buena
conciencia, a la salvación de nuestras almas”. El adjetivo “protestante”, fue
entonces aplicado por extensión a todos los partidarios de la Reforma. La
actitud de esos príncipes contestatarios recela de los dos elementos a los que
nos envía la etimología de la palabra “protestante”: el testimonio (testis, en latín) por el que alguien
afirma, reconoce, confiesa lo que sabe o cree, y la contestación (protestari) por la cual se expresa una resistencia, una crítica, una protesta.[4]
No siempre la iglesia está en condiciones de obedecer
al Espíritu para reformarse lo suficiente y así ser más fiel al Evangelio de
Jesucristo. Pero lo que puede hacer es estar dispuesta a escuchar la voz que el
Espíritu le presenta en su Palabra. Toda reforma humana será siempre
incompleta, pues únicamente el Espíritu puede llegar hasta la raíz de todas las
cosas. Dejarse reformar por el Espíritu no es una opción para las iglesias, es
todo un desafío, obligación y hasta un destino. Las diversas reformas del
pueblo de Dios en la historia han sido la muestra de una voluntad soberana
constante de cambio para la fe comunitaria. Los episodios en que el Espíritu ha
propugnado cambios profundos son momentos de revelación de la voluntad divina.
La iglesia debe vivir en espíritu de reforma en permanente alerta ante sus
limitaciones y excesos. Las iglesias de Asia Menor (hoy Turquía) desparecieron,
pero forman parte del testimonio bíblico de la acción del Espíritu Santo en
medio de su iglesia de todos los tiempos.
Si nos asumimos como protestantes y reformados, hemos
de leer las Escrituras siempre en clave de reforma y de protesta, esto es, de
inconformidad e insumisión ante los valores dominantes para así poder proclamar
proféticamente, una y otra vez, el mensaje liberador de Jesucristo para todos
los tiempos. Celebramos estos 500 años de reformas guiadas por el Espíritu Santo,
como parte de un enorme abanico de acciones que ha llevado a cabo entre su
pueblo a fin de hacer presentes el amor y la justicia divinas. Y con Jacques Ellul
afirmamos que, más allá de nuestras esperanzas humanas que puedan cumplirse o
no en el tiempo que nos toca vivir, la grandeza de las promesas del Señor
relativas a su Reino es vigente y absolutamente actual que nos conduce a una
mirada realista de los mundos material y espiritual, pero ya muy lejos de la
conciencia medieval, para replantearnos radicalmente la forma en que actúa Dios
en el mundo:
Seguramente,
una de las más importantes consecuencias de la Reforma bajo la óptica del
mundo, fue la desacralización en sus diversas formas. Los reformadores
recordaron con vigor que Dios está en el cielo y el ser humano en la tierra;
que el mundo es el lugar del Príncipe de este mundo; que el hombre es por
naturaleza, y de manera definitiva, pecador y sin ninguna posibilidad de hacer
el bien: el mundo es el mundo. Y por ello está habitado por potencias sagradas,
y nada en el mundo excede a la grandeza del hombre; no hay misterio en el
mundo, no hay barreras naturales que signifiquen algo en sí mismas. […]
La presencia de lo sagrado al interior de este mundo
asegura, en efecto, de manera intrínseca, una significación de los sucesos en
la historia: los hombres saben por ellos mismos lo que hacen y a dónde van;
esto les es dicho y asegurado por la existencia de algo sagrado en la historia;
lo mismo sagrado pone además límites a la acción del hombre: hay tabúes, existe
lo que se puede y lo que no se puede. […]
…brutalmente, los reformadores intervienen en esta
sutil y delicada construcción, he aquí que ellos “rechazan de golpe mil años de
teología casi unívoca” y rompen la tela fácilmente tejida. No hay nada sagrado
en el mundo y, además, la Iglesia y el Estado no son más sagrados uno que otro.
Las cosas son cosas: no hay espíritus en ellas, la materia es materia, incluso
si es del hombre. No hay nada de venerable en la naturaleza —la historia no
tiene significación por ella misma; nada está, por sí mismo, prohibido; el
hombre dejado a sí mismo es un ciego, incapaz de ningún bien y destinado a la
muerte. Si la historia tiene un sentido, es por la atribución de una
significación extrínseca, que viene de Dios. Si el hombre hace el bien, es por
la acción extrínseca de Dios que actúa sobre él por la gracia y no existe
ninguna continuidad posible de la naturaleza y de la gracia… El mundo
desacralizado, vuelve a ser plenamente el mundo. No un mundo sin ley, sino un
mundo que no tiene las mismas leyes que la Iglesia, un mundo que no puede ser
cristianizado desde el exterior, bajo la óptica de que no se puede actuar con
la hipocresía de hacer como si se fuera cristiano sin serlo, como si lo sagrado
que se desea no fuera otra cosa que idolatría, ilusión, mentira y rechazo de
Dios. […]
La Iglesia ya no podía ejercer poder ni sobre el mundo
ni sobre el hombre, ni tampoco imponerle leyes. Todo lo que si podía era
anunciar la Palabra de Dios a ese mundo y a ese hombre, testimoniar por sus
obras y por la vida de los cristianos, y por sus palabras, la obra cumplida por
Dios en ese mundo y para ese hombre.[5]
[1] Explica E.
Schüssler Fiorenza, “Algunos grupos marginados, como los montanistas, los
movimientos milenaristas medievales, el ala radical de la Reforma, así como
ciertos movimientos utópicos revolucionarios modernos, apelaron a la autoridad
profética del Apocalipsis tanto más cuanto más insistía el cristianismo oficial
en su marginalidad canónica”, Apocalipsis,
visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, p. 20, http://ebam.org/libros/Libro-Apocalipsis%20Vision%20De%20Un%20Mundo%20Justo-Schussler%20Fiorenza%20Elisabeth%20.pdf.
[2] Ibíd., p. 82.
[3] Ibíd., p. 86. Énfasis agregado.
[4] L. Gagnebin y R.
Picon, El protestantisme. La foi
insoumise. París, Flammarion, 2000, pp. 11-12. Traducción de Francisco J.
Domínguez Solano.
[5] J. Ellul, “Actualidad
de la Reforma” (1959), en Com-Unión, año
I, núm. 2, julio-diciembre de 2016, pp. 22-23, https://issuu.com/cmirp/docs/02-comuni__n-jul-dic2016. Trad. de
F.J. Domínguez Solano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario