1 de julio de 2018
El Espíritu
del señor Yavé está sobre mí, por cuanto me ungió Yavé. A dar un mensaje a los
oprimidos me envió [“evangelizar a los pobres”, P. Richard], a vendar a los de
corazón quebrantado, a proclamar a los cautivos libertad, y a los encadenados
apertura (de ojos), a proclamar un año favorable de Yavé, y un día de desquite
de nuestro Dios; a consolar a todos los que lloran, a poner a los que lloran a
Sión..., a darles turbante espléndido en lugar de ceniza, aceite de alegría en
lugar de luto, traje de alabanza en lugar de espíritu vacilante. Se los llamará
“Robles de Justicia”, “Plantación de Yavé”, para dar esplendor.
Isaías 61.1-3, versión de José Severino Croatto
La tercera y última parte
del libro del profeta Isaías (caps. 56-66) es un conjunto de textos encaminados
a reorientar la fe del remanente del pueblo de Israel y Judá que podría,
eventualmente, regresar a la tierra de Palestina después del exilio. Se trataba
de una sociedad sumida en varios años de tristeza, desolación y escasas
esperanzas de recuperar lo que había sido su heredad espiritual. La tierra, el
culto, la ley y las promesas de Yahvé formaron parte de una historia de fe que
se veía a lo lejos como parte esencial de la identidad espiritual de ese
pueblo. Hacía falta renovar con urgencia la visión del presente y del futuro a
fin de volver a sintonizar con los tiempos divinos y avizorar las nuevas épocas
que tenía deparadas para los descendientes del antiguo Israel. Serían tiempos
jubilares, es decir, de perdón de deudas, de recuperación de la tierra en el
espíritu de Levítico 25 y de la posterior relectura de Jesús de Nazaret en
Lucas 4.
Ambas
proyecciones, hacia el pasado y hacia el futuro son fundamentales hoy para
poder captar la intensidad del anuncio mesiánico-profético de la predicación
específica para personas abatidas, sometidas, dominadas por el fuerte impacto
de una historia que había estado decididamente en su contra. Y precisamente esa
idea (“tener los vientos de la historia en contra”) es lo que se a comenzar a
revertir con el impulso del Espíritu, de la ruaj,
de esa ventisca fuerte que vino a restaurar las esperanzas y las prácticas
de fe de todo un pueblo que, desde la destrucción casi total, sería recuperado
por su Dios para volver a encontrarse con Él en medio de nuevas condiciones. Ése
es el sentido de la palabra “abatidos”, “oprimidos”, quebrados, destrozados,
quebrantados, desvalidos, seres humanos sometidos al rigor del exilio y de una
gran cantidad de pérdidas cual un Job colectivo que había quedado prácticamente
en la indigencia total. Los abatidos siempre necesitan buenas noticias, es decir, ser evangelizados, recibir altas dosis de
esperanza para el presente y el futuro:
El nombre de todos ellos y de todos los
“pobres”, los “presos”, los “ciegos”, los “oprimidos”, en nombre de todos los
profetas, Jesús proclama e inaugura el “año de gracia de Yahveh”. Se trata de
un año que no puede esperar por fechas periódicas o por inicios litúrgicos, un
año que no depende del alarido de las trompetas, ni de la autorización del sumo
sacerdote, sino que debe comenzar hoy, ya, por la acción de cada uno de
nosotros, señal de la verdadera fuerza del Espíritu que siempre actúa en la
historia.[1]
“Isaías
61 es un texto muy especial, el epicentro de todo el 3-Isaías. Lo reconocen la
mayoría de los críticos. De ahí también la significación de la cita lucana y de
su actualización en Jesús, más aún por estar puesta en su misma boca. […] En
61.1-3 hay un anuncio del profeta de que es enviado a dar las buenas nuevas a
los oprimidos (aspectos social, económico, y político) y a llevar a estos
mismos un mensaje de alegría”.[2]
El profeta anuncia
que ha sido ungido y enviado por el Señor para portar la Buena Noticia a su
pueblo. Los términos de esta Buena Noticia son, en primer lugar, la consolación
(1-3), la reconstrucción (4) y un cambio total de la situación (5-7). Todo lo
cual queda ratificado por una nueva Alianza que establecerá Dios con su pueblo
(Biblia de Nuestro Pueblo). Finaliza
el poema con un canto de acción de gracias, en donde el profeta personifica a
Sión.
“La
intención del locutor es, por tanto, señalar la finalidad de la unción del
espíritu. Ésta tiene una función, otorgada a quien habla, una función comunicativa.
El verbo usado (‘dar un mensaje/una buena noticia’) es el mismo de 40.9; 41.27
y 52.7 (cf. 60.6b) que, vía el griego de los LXX, nos ha dado el término
‘evangelizar/Evangelio’ como anuncio de buenas nuevas de salvación”.[3]
Es de notar que las palabras iniciales de este poema son las que utiliza Lucas
(Lc.4.18s) para enmarcar el punto de partida de la misión de Jesús. “Lo dicho
como ‘proclamación’ de libertad para los cautivos y encadenados, se interpreta
en el v.2 (con la repetición del verbo ‘proclamar’) como un tiempo de
especiales características. Los términos ‘año’ y ‘día’ no quieren remitir a
instituciones como el Jubileo o el año sabático (aunque este último podría ser
leído exegéticamente), sino destacar la idea de un tiempo fuerte y pleno, lo
que solemos llamar un Kairós”.[4]
“El
‘año de gracia’ o ‘año jubilar’ (Lv 25.8-16), se debía proclamar en Israel cada
49 años, e incluía condonación de deudas, liberación de los esclavos y retorno
a la propiedad familiar. Esta ley no se cumplía desde hacía tiempo. Cuando se
instituyó sirvió para remediar la situación de empobrecimiento de muchos
israelitas; el espíritu era nivelar socialmente al pueblo, un volver a
comenzar. El jubileo en Israel nunca se pensó para ser vivido ‘espiritualmente’,
tenía connotaciones muy concretas, animado, eso sí, por el espíritu o por la
espiritualidad de la justicia” (Biblia de
Nuestro Pueblo).
En
Lucas 4.14-30, Jesús retoma el sentido histórico-profético renovador y
liberador del texto de Isaías y Levítico para relanzarlo en una clave de fe y
acción misionera al interior del pueblo judío y más allá de él, pues como
explica Croatto: “Jesús, en la sinagoga de Cafarnaúm, retoma solamente una
parte de las palabras de Isaías 61 y las relee con la ‘fuerza del Espíritu’ (Lc
4,1-30). Él, ‘galileo de las naciones’, en esta relectura ‘reduccionista’,
subvierte el sentido casi racista del antiguo texto que podía justificar la
esclavitud y la toma de las tierras de los campesinos, que el texto de Isaías
llamaba —concretamente— de naciones, por parte de los ‘compatriotas’”.[5]
Es
sumamente aleccionador que Jesús tomase este texto como modelo para su misión,
la cual estaba dirigida a personas abatidas (“sin pastor”, como él las veía, Mr
6.34; Mt 9.36)“Jesús está diciendo que en su propia proclamación de la buena
nueva a los pobres y oprimidos que acaba de hacer — y que Lucas comienza a
relatar como hechos concretos— vuelve a darse la situación de un anuncio
profético de liberación. En otras palabras, que lo que Isaías 61:1-3 describía
como misión “para” (dar la buena nueva, proclamar, etc.), Jesús lo está
realizando ya (“hoy se ha cumplido esta Escritura”). Como si Jesús fuera el
primero en dar esta buena noticia de liberación”.[6]
La promesa de liberación se visualiza en el futuro premonitorio en el que las cosas
cambiarán radicalmente y los abatidos/oprimidos recuperarán el estatus social y
espiritual que les corresponde (vv. 3b-7): serán “Robles victoriosos, plantados
por Dios/ para manifestar su poder” (3b), “reconstruirán las ciudades antiguas/
que quedaron en ruinas” (4); “Gente de otras naciones/ vendrá a cuidar los
rebaños/, los campos y las viñas de ustedes” (5). Y, sobre todo: “Ustedes serán
llamados/ ‘Sacerdotes de Dios’, ‘Fieles servidores de Dios’” (6), además de que
“Disfrutarán de las riquezas de las naciones/ y se adornarán con sus magníficas
joyas” (7), y serán felices para siempre (8).
[1]
José Severino Croatto, “Del año
jubilar levítico al tiempo de liberación profético. (Reflexiones exegéticas
sobre Isaías 61 y 58, en relación con el Jubileo)”, en RIBLA, núm. 33, 1999, p. 75, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/33.pdf.
[2] Ibíd.,
p. 79.
[3] Ibíd.,
p. 81.
[4] Ibíd.,
p. 84.
[5] Ibíd.,
p. 74.
[6] Ibíd.,
p. 89.
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